10 obviedades que he aprendido de la política

Jorge Fontana selecciona meticulosamente aspectos de la política y sus circunstancias y las ordena en un listado de imprescindible lectura para el debate.

Jorge Fontana

Reflexiones desordenadas de un docente injertado en la política:

1) No existe forzosamente una continuidad entre los objetivos personales y el bien colectivo. Lo que a mí me apasiona no es (necesariamente) lo mejor para todos.

2) La razón (con todas sus limitaciones) sigue siendo más confiable que el impulso ciego.

3) No se debe renegar del cambio, no hay ninguna deshonra en la metamorfosis. Las cosas cambian, la vida es dinámica. Usar siempre las mismas categorías para analizar cosas que ya son diferentes, es una actitud ideológicamente conservadora, éticamente cobarde y actitudinalmente cómoda.

4) No se debe atribuir motivaciones ideológicas a todo lo que hace o dice la gente. La inmensa mayoría de las personas ignora su ideología, ignora incluso si tiene alguna, y se siente bien con esa ignorancia (en cierto sentido liberadora), por lo tanto no quiere que se lo digas.

5) ¿Tiene sentido mi salvación personal si no está incluida en la salvación colectiva? Invirtiendo la sentencia evangélica: ¿De qué sirve salvar mi alma si se pierde el mundo? Pero al mismo tiempo, ¿debo postergar mi salvación personal hasta que se produzca la salvación colectiva?

He aquí dos concepciones de la salvación, que requieren (como casi todo en la vida) una solución dialéctica.

6) Hay quienes buscan poesía en la política. La política no tiene poesía: la realidad sí la tiene. El desafío no es hacer poética a la política, es dotar de realidad a la política, y la poesía surgirá sola, como surge sola de un amanecer, de un encuentro casual o del trabajo cotidiano.

7) Algunos pomposamente autopercibidos como "politólogos" o "científicos sociales" no son otra cosa que simples fulanos que tienen las mismas modestas ocurrencias insustanciales que puede tener cualquier fulano, pero que han leído mucho más, han adquirido un vocabulario pretencioso, y (a diferencia de los fulanos comunes) padecen de una presuntuosa escisión de la realidad empírica.

8) En cualquier actividad humana (pero especialmente en las dos que me han apasionado en la vida: la docencia y la política), hay cuatro preguntas fundamentales que deben ser respondidas con claridad: ¿quién soy?, ¿qué tengo?, ¿qué quiero? ¿qué espero?

La respuesta a la primera pregunta incluye los valores, principios, ideologías e historia personales.

La segunda, los conocimientos, experiencias, vínculos y aprendizajes acopiados a lo largo de la vida.

La tercera, los objetivos mediatos e inmediatos, y, más profundamente, las utopías.

La cuarta se refiere a la posibilidad de unir esos objetivos con la realidad concreta.

Esas cuatro preguntas, implican por cierto también sus formulaciones por la negativa: qué NO (soy, tengo, quiero, espero).

9) Algunos se dejan encandilar por lemas definitivos, contundentes, que sirven para amalgamar voluntades pero que encierran (ni bien se los analiza un poco) concepciones peligrosas para la convivencia. Un buen ejemplo es la frase de Ignacio de Loyola: "En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición."

La primera (y tal vez única) pregunta que surge de esa sentencia es: ¿Cuál es la fortaleza asediada , quién la asedia, y quién decide que lo está? Ese argumento sirve para justificar las hogueras de la Inquisición (la fortaleza asediada es la Fe y quién la asedia, la herejía). O las purgas del stalinismo (asediado por el capitalismo) o los crímenes de Alemania nazi (asediada por el "occidente decadente"), o de las dictaduras latinoamericanas (asediadas por la "subversión internacional"). Todos ejemplos de "fortalezas" que se han sentido "asediadas" y por lo tanto han tratado como traición a cualquier disidencia.

10) Relacionada con la anterior: si nuestra praxis política (y esto incluye tanto los discursos como las acciones concretas) se basa en la interpelación permanente a la sociedad, obligándola a definirse "de qué lado está", hay que decir que es más deseable el fracaso de esa praxis que su éxito. Porque si es exitosa, si la sociedad acepta la interpelación y procede a definirse de acuerdo a nuestras consignas, las respuestas jamás serán unánimes, y como consecuencia lógica los interpelados se fragmentarán, no de acuerdo a sus íntimas y plurales convicciones, sino inducidos por una exhortación externa, y el resultado lógico será una sociedad enfrentada en dos bandos irreconciliables. Y en una sociedad así configurada, cualquier praxis política es imposible.

EL AUTOR. Jorge Fontana. Docente, exCoordinador de Educación y actualmente concejal de San Martín.

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