Odiar hasta anular: la nueva Inquisición en la guerra de tribus

Se odia con tanta energía y organización al que piensa diferente, que en algunos casos se ha conseguido que las personas desaparezcan de sus actividades, virtual o físicamente, inclusive.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

No se puede odiar a morir a la persona que piensa diferente. Parte de la existencia en sociedad es respetar la vida y defender, inclusive la del que piensa en forma radicalmente opuesta. Ese fue el gran factor común de la humanidad, que permitió que el ritmo de los avances y conocimientos se aceleraran de manera potenciada, en beneficio de una mejor calidad de vida.

Es precisamente eso lo que se entiende que debería ser el eje que enlace a miles de millones de seres distintos: la vida, defenderla, mejorar sus condiciones, hacerla placentera, evitar perder la propia y la de los demás.

Sin embargo, este retorno a las tribus hace que grupos de personas unidas por un fanatismo en común exijan al resto arrodillarse ante sus afirmaciones, dogmas o pareceres, dejando de lado los propios, so pena de ser castigados, escrachados, encarcelados por no renunciar a su identidad.

Esta exigencia que llega desde sectores hipermilitantes del creer en lo que ellos creen o reventar, peligrosamente crece y se justifica. Les llaman "odiadores" a los que ellos odian con potencia desmesurada por no alinearse. Es posible que su enceguecimiento no les permita darse cuenta de que son rehenes de lo mismo que dicen combatir. Como víctimas de un Síndrome de Estocolmo para el cual sus jefes políticos tienen escondido el remedio, se han enamorado de las formas con las que se los trató en el pasado. Y ojalá no de los truculentos métodos del pasado.

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La persecución a las personas que piensan diferente políticamente en Argentina mediante el uso de las redes sociales, mensajes, discursos públicos, medios creados ad hoc, parece tener la finalidad de convencer al resto y al odiado de turno de que sobra, que está "de más".

Esa crueldad con la que se ensañan contra personas que van eligiendo al azar no tiene antecedentes salvo, en tiempos medievales. Es una nueva Inquisición y proviene, lamentablemente, de sectores muy diversos que, en general, se escudan en "valores" y "principios" sobre los que creen tener fueros para poder violarlos, en su nombre.

Pensemos un minuto: anular a una persona porque es o piensa diferente, porque no le conviene a un sector, porque les cae mal o se sienten amenazados por ella, es una nueva forma de hacerla desaparecer ante el resto, ante el conjunto; condenarla al ostracismo cívico cuando no a convencerlas de que su existencia física "no importa", con incalculables consecuencias.

Un periodista no puede criticar. Un político no puede opinar en contra. Un dirigente social no puede sacar los pies del plato que le llena el Estado. El que cuestiona, es señalado como agente pagado por un enemigo monstruoso y global, negándole su posibilidad de ser crítico por sí e inventando escenarios bélicos tan imaginativos como perversos.

Vuelve una ley despareja, la de vivir la ilusión de un combate eterno y que todo vale en esa guerra. Los militantes zombies dicen responder a quienes agreden al poder, pero el poder es eso: poder, y lo tiene todo para aplastar. Si es que se tratara de un "enfrentamiento", resulta que es monumentalmente desigual.

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¿Quién les enseñó que lo que hacen es "revolucionario"? ¿Quién les inoculó la ira por el que los critica, al punto de querer eliminar cualquier custionamiento, anulando al que lo formula al dejarlo desnudo ante la sociedad, embadurnado de una caca artificialmente creada con noticias falsas sobre él que al repetirse goebbelianamente se vuelve "verdad"?

Cualquiera que lea esto podrá señalar al otro como al que mejor le cabe el concepto, y es que precisamente el modus operandi que en algún momento de la década pasada se instauró desde usinas de redes sociales vinculadas al Gobierno, se contagió a sus víctimas. Al retribuirles los agravios, la guerra de "anulación del otro" se corporizó a pleno con la pretendida reclusión a un espacio geográfico determinado (como si se tratara de la Guerra Fría) o bien la descalificación de opiniones que podrían romper con el maniqueísmo y enriquecer los debates, haciéndolos multicolores.

Por ello resultan insólitas las reivindicaciones de momentos horribles de la Argentina por parte de unos y otros, como por ejemplo, la de los sucesos violentos de los años '70. ¿A quién podría interesarle una reedición de la locura asesina de jóvenes "idealistas", de parapolicías políticos enajenados, de militares irresponsables y corruptos para encubrir sus negociados y el silencio de los "mansos" que permitió que todo estallara?

Así y todo hay cosas que no se pueden reiterpretar tan solo por mandato de algún líder desquiciado que reclame que le lleven cerebros para comer a su despacho: el futuro siempre quedará hacia adelante y el pasado quedará como memoria para recordar errores e indicarles a los equivocados lo peligroso que resultaría repetirlos. Por la vida, de todos, nada más que por ese principio. Nadie sobra.



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