Sobre el mérito

Sigue el debate tras la columna de Marcelo Puertas sobre la meritocracia. Aquí, el aporte de Martín Rodríguez Candioti.

Martín Rodróguez Candiotti

En tiempos en que las discusiones bulliciosas en programas televisivos de dudoso gusto se imponen por sobre los debates respetuosos y de mayor calado, celebro el intercambio de opiniones entre dos conocidos colegas Marcelo Puertas y Juan Zelaya.

El tema que los convoca es la "meritocracia", a raíz de declaraciones efectuadas por Alberto Fernández en un reportaje que le hiciera Juan Amorín para el programa "Conflicto de Intereses" que se transmite por C5N.

Marcelo Puertas parte de una confesión (no haber oído de primera mano al presidente) y una asunción (dar veracidad a lo publicado sobre sus dichos). Cierto es que no hay en este caso una gran distorsión entre lo pronunciado por el primer mandatario y su reflejo en la prensa, aunque en tiempos de recortes sesgados, descontextualizaciones malintencionadas y tergiversaciones de todo tipo, la prudencia aconseja chequear todas las expresiones que se adjudiquen a una figura pública.

Pero no es mi intención aquí sugerirle a nadie la adopción de recaudos informativos, sino intentar contribuir de alguna manera a un debate necesario.

La crítica de Marcelo Puertas se presenta como un "manifiesto contra el ataque presidencial a la meritocracia", para lo cual desmenuza el enunciado atribuido al presidente: considera negativo el "sálvese quien pueda" pero lo desvincula de la "meritocracia" por entender que su tratamiento conjunto es un yerro metodológico.

En su opinión, nada tiene que ver el individualismo con un "sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales", definición que toma del diccionario de la Real Académica Española. Ahora bien, lo que el término denota (su significado) es apenas una porción de lo que el mismo connota (lo que representa).

Seguramente alguien más familiarizado/a con la semiótica que con el derecho me haría aquí oportunas advertencias o justificadas correcciones, pues debo admitir que mis conocimientos en el campo lingüístico son rudimentarios. Pero creo que circunscribir el análisis del término a la dimensión semántica, sin reparar en su dimensión pragmática (que incorpora -según entiendo- la perspectiva del hablante y los intérpretes y, por añadidura, el contexto en el que sus palabras se usan) es inapropiado.

La noción de "meritocracia" al uso no se vincula con el acceso a cargos ejecutivos, legislativos o judiciales, sino que "los ciudadanos de a pie" (a los que alude Marcelo) la entienden referida a los talentos y esfuerzos personales que explicarían per se los logros de un individuo exitoso o las desgracias de aquel que no lo es. Y es aquí donde los contornos entre el mérito y el individualismo se difuminan.

Si la suerte (ese factor que con acierto introduce Juan Zelaya en su réplica) no desempeña ninguna función relevante en la trayectoria vital de un sujeto, entonces quizá sea correcto entender que el éxito es la forma en que las personas más esmeradas y/o talentosas son recompensadas mientras que el fracaso es el precio que deben pagar aquellas personas menos laboriosas y/o peor dotadas.

Pero lo cierto es que la fortuna (no me refiero a la riqueza -cuya importancia no es despreciable- sino al azar), si no determina al menos condiciona fuertemente nuestras vidas. En este sentido, coincido conceptualmente con Juan Zelaya en que negar la meritocracia no implica negar que el mérito deba integrar la fórmula de nuestros juicios morales, sino desterrar la idea de que todos nuestros juicios deben basarse exclusivamente en él.

Su discrepancia con el mensaje del presidente (no puede morir lo que nunca ha vivido) se comprende con relación a la frase "la etapa de la meritocracia para mí está muerta en la Argentina", lo que da la idea de una secuencia en la que esa forma -otrora vigente- de asignar premios y castigos ha desaparecido. Pues bien, debo advertir que inmediatamente después de esa oración Alberto Fernández agregó "porque la meritocracia es falsa", falsedad que no dista mucho de la inexistencia (como no nacimiento) que Juan postula en su párrafo de cierre.

En otra oportunidad (anuncio del Programa Argentina Construye) Alberto Fernández dijo textualmente "tampoco es verdad que la meritocracia existe" y expresó sus consideraciones respecto de los talentos (habló de inteligencia), esfuerzos (habló de mediocridad) y lo que aquí llamamos suerte (habló de oportunidades). Mi impresión es que en ambos casos se trata de enunciados descriptivos que de ningún modo pueden ser vistos como un "ataque" al sujeto que ansía progresar con apego a las normas o como una "actitud facilista" que acabe por frustrar sus expectativas de prosperidad.

Entiendo que el presidente ha querido concientizar a aquella porción de la población que se percibe a sí misma como merecedora (por sus sacrificios) de todo cuanto ha logrado ser o tener, de la importancia que tienen los "puntos de partida" para alcanzar ciertas "metas" y del rol protagónico que los Estados deben asumir en el diseño e implementación de políticas públicas tendientes a equiparar -en la medida de lo posible- a los grupos desventajados con los más favorecidos.

Existen colectivos estructuralmente marginados, exclusión recrudecida por la actual coyuntura recesiva y pandémica. El intento por sensibilizar a los sectores con cierta capacidad tributaria (a cuya angustia en nada contribuyen las prédicas inflamadas de cierto libertarismo mediático que los presenta como "expropiados") no parece responder a un uso descuidado del término "meritocracia", sino a la búsqueda de una cierta "ética de la solidaridad" que ponga en evidencia la necesidad de asistir con recursos estatales a los sectores más postergados de nuestra sociedad.

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