Copas y compases: cuando el tango se encuentra con el vino
Vino y tango, dos pasiones que fluyen en el alma argentina, uniendo en una copa y un compás la capital de la revolución y la cuna de la libertad. La columna "Vinos & comidas" de Marcelo Calabria.
Siglos de historia han dado forma a los viñedos de Mendoza desde las raíces profundas de la tradición vitivinícola hasta las hojas frescas de la innovación, haciendo de la vitivinicultura lo que es hoy en día, impulsando al vino como un bien histórico, turístico y cultural, encuadrado dentro de la definición de UNESCO (2001), en tanto el vino y toda la actividad que lo rodea se posiciona como parte del patrimonio cultural intangible o inmaterial de nuestra tierra.
Diversas investigaciones datan el vino en el año 6.000 a.c. en la actual Armenia, donde se encontró una de las primeras bodegas para almacenarlo. La Biblia, quizás el texto orgánico más antiguo sobre la historia de un pueblo y difundida por todo el mundo, habla de Noé como "el primer vitivinicultor de la humanidad al plantar tres vides en las laderas del monte Ararat luego del diluvio". Así, con milenios en sus espalderos, desde sus antiguas raíces hasta nuestros días las antiguas tradiciones se entrelazan con la tecnología moderna. Las barricas de roble, testigos silenciosos de los años, ahora comparten espacio con tanques de acero inoxidable y sistemas de riego precisos. El vino, como un puente entre generaciones, fluye a través de estas eras y se erige como uno de los emblemas culturales de nuestro país que nos representa en el mundo, así como el tango.
En las calles empedradas de Buenos Aires, el vino y el tango se entrelazan como amantes apasionados. Son dos expresiones culturales que fluyen en las venas de Argentina, llevando consigo el signo de los tiempos, emociones y tradiciones. El tango mucho más joven es una manifestación que vio la luz en el siglo XIX producto de la fusión de aportes afroamericanos, criollos y la inmigración europea. La tradición argentina y uruguaya del tango, hoy conocida en el mundo entero, nació en la cuenca del Río de la Plata, entre las clases populares de las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, extendiéndose por toda la región junto a los aromas del Malbec que se funden con los acordes melancólicos del bandoneón.
El vino y los jóvenes: nuevas tendencias y desafíos para el vino mendocino
El vino, néctar de la tierra, es más que una bebida en nuestro país; es un vínculo con la tierra misma. Las viñas se extienden por las laderas de los Andes, sus raíces hundiéndose en la tierra roja y pedregosa. El Malbec, ese embajador de los vinos argentinos, se cultiva con devoción en Mendoza. Sus uvas, bañadas por el sol y acariciadas por los vientos frescos de la montaña, producen un néctar oscuro y seductor. En las bodegas, los enólogos se convierten en alquimistas modernos. Sus barricas de roble francés crujen con historias de añadas pasadas. El vino respira, evoluciona, y en cada copa, se despliega un bello paisaje que representa mucho más de lo que vemos: la altitud de los viñedos, la sequía de un verano implacable, la pasión de quienes lo cuidaron. El Malbec, con su sabor a ciruelas maduras y notas de vainilla, es un poema líquido que se derrama sobre nuestras lenguas.
El tango, ese abrazo melancólico que cuenta historias de pueblo, es el lamento de las almas errantes, creció en los arrabales de Buenos Aires, en los patios polvorientos de los conventillos donde los inmigrantes se abrazaban y se separaban al son de sus notas. El bandoneón, ese instrumento de suspiros, llora sus penas en las milongas, las parejas se entrelazan en un abrazo apretado y sus piernas dibujan penas en los empedrao's danzando al ritmo de la nostalgia. Así el tango no es solo baile; es un diálogo entre dos cuerpos que se buscan y se alejan. Es la pasión contenida, la tristeza que se vuelve belleza. En cada nota, escuchamos la historia de los barrios humildes, los amores perdidos y los sueños rotos. Gardel, el ícono del tango, cantaba con voz ronca sobre esquinas oscuras y corazones desgarrados, cual enólogo apasionado va conjugando distintos cortes de uvas hasta encontrar el vino del corazón.
Perlitas de la historia: Juan de Dios Filiberto, vecino de Guaymallén
Mendoza fue y es escenario de la fusión de copas y pasos: en un sorbo de vinos y un compás de tango se unen la llama de la revolución y la cuna de la libertad. Imaginemos una noche en un bodegón porteño o mendocino donde las luces tenues iluminan las mesas de madera gastada, una copa de Malbec descansa en el mantel a cuadros y las risas o llantos acompañan la velada. El bandoneón comienza su lamento desde la esquina y los cuerpos se levantan, se encuentran en la pista, allí el vino fluye, y los pasos se entrelazan. El tango y el Malbec se fusionan en un abrazo eterno, como también sucede en las bodegas y entre viñedos en nuestro ya tradicional "Tango por los caminos del Vino", que tuvo su antecedente directo en el famoso espectáculo "El Tango y el Vino" que se lució en Mendoza en el escenario de Almacén de Tango durante los años 2007 al 2010.
Así, en cada copa de vino, en cada compás de tango, Argentina celebra su identidad. El vino y el tango son más que productos; son testigos de nuestra historia, portadores de nuestra pasión. Brindemos por ellos, por la tierra que los nutre y por los corazones que laten al ritmo de su melodía, escuchando uno de los hermosos tangos del extenso reportorio argentino, junto a un rico mendocino, como el Festivo Malbec del Valle de Uco de Bodega y Viñedos Monteviejo, "intenso, con textura elegante, mineralidad y complejos aromas a especias y frutos rojos... que lo convierte en un vino equilibrado, fresco y frutado, con excelente tipicidad varietal", y es el recomendado de esta semana de Vinos & comidas. ¡Salud, a disfrutar de Mendoza escuchando un hermoso tango!