Niños del horror: Las víctimas invisibles de la descuartizadora de Dorrego

Tras el impacto, el análisis: el caso de la mujer que tenía prisión domiciliaria y desde allí delinquía y hasta mató, trozó y quemó en la parrilla a una persona. Lo analiza el criminólogo Eduardo Muñoz.

Eduardo Muñoz
Criminólogo. Autor del libro "El Género de la Muerte". Divulgador en medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad. linkedin.com/in/eduardo-muñoz-seguridad IG: @educriminologo

El brutal crimen en Guaymallén, Mendoza, donde una mujer con prisión domiciliaria asesinó, desmembró y calcinó a un hombre frente a sus hijos, dejó al descubierto no solo una tragedia policial. Reveló una dolorosa verdad: los verdaderos olvidados de este caso son los niños. Ellos no solo presenciaron el horror, sino que fueron alcanzados por él, convirtiéndose en las otras víctimas del descuartizamiento.

El trauma silencioso: cuando los niños ven lo que no deberían

En el corazón de esta escena de horror están los menores que presenciaron el crimen. No simplemente lo vieron; lo vivieron. Y lo hicieron en el lugar donde deberían sentirse más protegidos: su propio hogar.

La violencia que presenciaron no puede considerarse un daño colateral; fue un maltrato directo, profundo e irreversible, cuyas secuelas emocionales los acompañarán de por vida. Llamarlos "testigos" es minimizar lo que atravesaron. Estos niños fueron víctimas centrales del hecho. El crimen los envolvió, les arrebató la infancia y les negó el derecho más básico: crecer sin miedo. Ese sentimiento, hoy, no solo vive en su memoria; habita su forma de ver el mundo.

Faltas escolares: una señal ignorada

Entre los elementos más alarmantes del caso está el dato de las reiteradas inasistencias escolares de los menores. Ese dato, en apariencia menor, era una advertencia crucial.

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Aquí emerge con crudeza la omisión preventiva institucional. El sistema educativo, como parte del engranaje estatal de protección infantil, no supo leer una señal que exigía ser atendida.

Prisión domiciliaria: ¿beneficio o riesgo oculto?

La responsable del crimen cumplía una condena bajo prisión domiciliaria. Esta modalidad, pensada para aliviar el hacinamiento carcelario, exige un control estricto, sobre todo cuando hay niños conviviendo. ¿Quién evaluó si ese hogar era apto para alojarlos y, a la vez, garantizar la seguridad de los menores?

En este caso, el hogar se transformó en una trampa. No solo para la víctima adulta, sino también para los menores que vivían allí. La prisión domiciliaria, sin controles reales, pierde todo sentido humanitario y se convierte en una amenaza directa para los más vulnerables.

Cuando el sistema no ve lo que debería

Cuando el sistema no logra ver lo que debería, las consecuencias son devastadoras. Los niños no solo presenciaron un crimen aberrante; vivieron el horror desde adentro. Que estuvieran presentes en una escena de tal brutalidad evidencia que algo ya estaba roto mucho antes del trágico desenlace.

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El Estado debe aprender a identificar estas señales a tiempo. Si no construimos un sistema capaz de escuchar esas alarmas, seguiremos fallando estrepitosamente justo cuando más se nos necesita.

No fue solo un crimen: fue una falla múltiple del sistema

La "descuartizadora de Dorrego" no solo cometió un crimen aberrante. Su historia es la punta del iceberg de un problema estructural más profundo. El caso visibiliza cómo los mecanismos de protección infantil y penal colapsan cuando más se los necesita.

Si no corregimos estos errores estructurales, seguiremos fallando con los más vulnerables.

La verdadera justicia no es solo penal: es preventiva.





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