Doña Bonarda y Doña Malarda, esa leyenda que nunca se contó

La historia de Bonarda y Malarda de Marcela Muñoz Pan, completa.

Marcela Muñoz Pan

Capítulo I

Estás muy cerca

Cuenta la leyenda que en el Oasis Este vivía Doña Bonarda, mujer de taninos y agua entre sus manos, siempre procuraba que el agua llegara a su terruño más preciado "los Barriales" y a toda la zona este. En su rostro se dibujaban los hilos Huarpes, algunos dicen que venía de Lavalle, otros que nunca la vieron en los pueblos de por acá, pero los que la habían conocido además de ser dadora de agua a su comunidad preparaba la pócima perfecta para tomar un rico té, que consistía en 65 gr, de cardamomo, 65 gr de hibisco canela, cascarillas de cacao y naranja, una especialista en pócimas de amor. Las aguas por las acequias bajaban claras, frescas y la tierra celebraba su paso inspirando a esa armoniosa naturaleza gracias a Doña Bonarda que se recorría de punta a punta inmensas extensiones de viñedos dejando constancia que ella trataba de ser justa en la repartición de las aguas para riego.

Una tarde el viento del oeste alcanzó ráfagas muy fuertes como a 100 km/hora, aunque no se supo a ciencia cierta si fue un fenómeno climático o la malicia de Dona Malarda, que aprovechó la volada y se apropió de todas las bondades de Doña Bonarda. Todos los ríos, todas las cuencas, toda la nieve, Malarda las acopió construyendo una especie de represa ayudada por cuatreros del agua y forasteros que querían esas aguas para los valles de sus familias, así pusieron en pie de guerra a varias comunidades y poco a poco fueron dejando sin riego a la zona este, provocando lentamente una agonía insostenible para Doña Bonarda; pero nada estaba perdido para ella, con las gotas que poco a poco se agotan igual preparaba su pócima poderosa y tomando los recuerdos de esos años dorados, se levantó como Jesús al 3 día entre los muertos y decidió enfrentarse con esa mustia mujer Malarda, a pesar de no conocer ni su rostro, ni siquiera su pasado, mucho menos su antepasado.

Doña Bonarda emprendió el viaje en busca de Malarda, sus pies agrietados ya por el desierto, pelo blanco de polvo, su cansancio y su deshidratación, no pudieron frenar esa búsqueda y de pronto como una epifanía alguien le susurró al oído; estás muy cerca. Escuchó el ruido nuevamente del agua corriendo por los canales y esto fue suficiente para resucitar su alma noble e inquieta, se fue acercando tratando de ver con más claridad, pero le era un poco imposible, ese canal venía con aguas turbias, sucias, no era el agua que ella conoció ni la que por años llevaba a su reino del este. Trató de agudizar todos sus sentidos y pudo ver un rostro feo, sucio, que la miraba con desprecio, como si saliera del inframundo, pero decidida a todo le preguntó quién era, por qué estaba ahí en el agua turbia. Malarda le confesó que era su hermana gemela, que fueron separadas al nacer y que ella quedó con lo más roto de la humanidad queriendo siempre ocupar su lugar, más que nada cuando Ud. Bonarda vivía una infancia tan feliz en la calle Varilla Blanca, yo la espiaba por la casa del bosque, pero había algo que no me dejaba traspasar ese umbral de luz. Imagínense cómo se iba poniendo Bonarda, todas las preguntas se abarrotaron en un laberinto que pareciera no tenía salida; se sentó a la orilla del carolino y empezó a preguntar más y más. No sé mucho más le decía Malarda, sé que he andado como un alma en pena y haciendo lo que los gobiernos me pedían, como por ejemplo dejarle sin nada de recursos a su reino del este, porque era la única manera que tenía de sobrevivir, generando irregularidades, inseguridades, concediendo a alguna más agua que a otros, mi paga era buena, nunca me faltó nada

Doña Bonarda no podía creer lo que estaba escuchando, mientras sacaba su tecito para tragar semejante secreto, pero por qué, para qué, si en verdad somos gemelas por qué no puedo ver mi rostro en el tuyo, yo no elegí esta ventura, es un empecinamiento con mi persona y mi terruño, nuestro terruño que ha dejado ver como si el agua se suicidara y no dejara ninguna señal, con lágrimas en los ojos le decía a Malarda, que se había quedado con todos los derrames anuales, el derretimiento de las nieves, cuánta maldad, no lo puedo creer, y quién te dijo que somos gemelas: El chileno Jerry Herrera se lo confesó hace muchos años a Don López que es el único que tiene un foto de nosotras al nacer, y en la pulpería siempre lo supo Doña Emma y Doña Celi, pero no querían problemas, sé que ellas la querían más a Ud. que a mí.

Pasada la tarde de grandes descubrimientos, la pregunta sería y ahora qué hacemos con esta delicada situación. Eso se lo contaré otro domingo.

Capitulo II

La llamaremos Bonarda

Las gemelas Doña Bonarda y Doña Malarda nacieron en Mendoza Este, no se sabe a ciencia cierta en qué lugar físico, dicen muchos que fueron atendidas por el Dr. Tito Catappano y Dr. De Gaetano en un centro de salud, ya muy precario, cercano a Alto Verde, Giangoni

, otros decían que al frente de la plaza de Rivadavia. Qué pasó esa madrugada del 4 de agosto, que nadie puedo asegurar ni el lugar de nacimiento, ni la hora, ni por qué fueron separadas las gemelas, lo único que se supo es que después del tremendo viento zonda que hizo volar techos y todo cuanto pudiera, se vino una tormenta tremenda de verano con truenos y relámpagos, granizo, fuertes ráfagas de vientos del sur y mucha, mucha lluvia que no dejaba ver nada, colapsando los desagües, acequias, canales y ríos. Cuentan que esa noche es cuando se separaron las gemelas, unos dicen que fue la lluvia que arrasó la casa donde se realizó el parto, que se llevó hasta las sillas de totora, las velas no se podían prender, y que nadie vio nada, algunos escucharon uno llanto de bebé muy a lo lejos, nada más.

Cuando llegó el momento del parto Doña M.ª Elena se encontraba sola en la finca, un matrimonio y sus hijos que pasaban por ahí en Sulky la llevaron a buscar algún médico, pero ella había perdido la conciencia, estaba muy desmejorada y con el tremendo dolor de las contracciones, dieron con el Dr. Catappano y ahí la dejaron, ya había comenzado el zonda y nunca más se supo de esa familia que la trasladó. Donde atendía el doctor estaba lleno de gente, a Doña M.ª Elena la dejaron sentada en una silla más cómoda, la espera era infinita, el doctor agilizó las cosas para poder atenderla rápido, era la prioridad, pero se fue complicando todo y pasaban las horas y los gritos, la gente se ponía más nerviosa al no poder hacer nada, así hasta que llegó el Dr. De Gaetano y velozmente armó una sala de parto, llegó una partera de la zona, pero todavía no era el momento de nacer. Apareció la madrugada del 4 de agosto y con ella la terrible tormenta, aplacando la fiera del zonda, pero con un aguacero incontrolable, más bien era una inundación en el desierto que iba arrasando con todo al pasar, entre tantos ruidos, los relámpagos apenas alumbraban las casas y los truenos no cesaban, el miedo se apoderaba de todos los ciudadanos, los cantos rodados pasaban como volando, no se distinguía el cielo de la tierra. Luego de varios intentos, de tanto pujar, Doña M.ª Elena da a luz esa madrugada del 4 de agosto, casi al amanecer, no sintió el llanto de las niñas por los truenos y se estaba enterando que iba a ser madres gemelas, sola, con miedo, asustada, emocionada, enternecida, con todo este manojo de sensaciones se quedó completamente dormida amamantando a sus hijas. La tormenta no paraba, se enfurecía cada vez más.

Unas cuantas horas después, el amanecer húmedo despertó a M.ª Elena sin entender nada de lo sucedido, sólo se le acercó la partera que la había cuidado y empezó a contarle cómo había sido el parto, la sorpresa de las gemelas, pero quería saber cómo ubicar a sus familiares, a su esposo, donde vivía, a quién le avisaba, porque literalmente: la partera no sabía nada de nada. Cuando M.ª Elena logró incorporarse a una cama improvisada muy incómoda, empezó a recordar el momento en que la familia la auxilió, a su vez preguntaba dónde se encontraba, por qué estaba todo mojado si cuando ella se subió al Sulky el día anterior corría un zonda insoportable. La partera le contó hasta donde supo, comentándole que debía irse, pero antes tenía que ubicar a algún familiar. M.ª Elena le dijo que su esposo se llamaba Osman y que vivían en Alto Verde, que se fuera, que no se preocupara, que se sentía mejor y le pidió que antes de irse le alcanzara las niñas para darles el pecho. En el momento en que la partera va alzar a las niñas, se da cuenta que faltaba una de las niñas, empezó a poner nerviosa, no había muchos lugares para buscar, las gemelas compartieron el moisés, era imposible, dónde estaba, dónde y M.ª Elena cuando empezó a darse cuenta que algo raro estaba pasando, se levantó como una leona de la cama buscando adentro y afuera, gritaban para que alguien más las ayudara a buscar, nada de nada. Llegó la policía haciendo mil preguntas, los médicos que la habían atendido, los vecinos de la zona, y nadie sabía nada. Levantó a la niña que quedaba, la empezó a amamantar y elevar plegarias desesperadas al cielo. En ese momento llegó Osman que la había buscado por todos lados desde el día anterior, se abrazaron profundamente, lloraron, se aferraron a la niña y Osman fue en busca de la otra niña con los puesteros, algunos policías y algunos hombres. Nada, no se supo nada.

Pasaron unos cuántos días, ya habían vuelto a la casa, un sacerdote amigo trató de aliviar esa pena, los padres y hermanos de M.ª Elena fueron compasivos, respetuosos muy cariñosos frente a esa pérdida inaudita, Osman ponía un poco más de sensatez o paño frío a la situación, por más que su corazón estaba roto en mil pedazos. Llegó una mañana el notario del registro civil del pueblo, Don Aldo Moscetta, porque había que registrar a la niña y Ma. Elena no tenía voluntad ni de levantarse para comer, higienizarse, sólo le daba el pecho a la niña y se volvía a dormir. El notario comenzó a tomar nota de la fecha de nacimiento, lugar que nunca se supo y preguntó su nombre. No habían pensado en el nombre, o los nombres en su momento. Osman delicadamente se dirigió a su esposa, corriéndole el cabello con sus suaves dedos le susurró al oído algo que no se lograba escuchar, ella se inclinó en la cama, pidió su cepillo para peinar su pelo y dijo: La llamaremos Bonarda.

Capitulo III

Cumpleaños de Bonarda

Cuando María Elena conoció a Osman estaba viviendo en Buenos Aires por unos cursos de agricultura y literatura que realizaba para su formación, era una mujer empoderaba para su época, con una educación distintiva y una cuna cultural que apoyaba sus curiosidades e intereses. Pocos meses le quedaban para vivir en Buenos Aires y fue en ese momento que conoció al amor de su vida, Osman, de abuelos turcos pero su madre italiana y su padre francés, él llegó a Buenos Aires en busca de nuevos horizontes, como todos los inmigrantes, joven apuesto, muy culto, gran lector y justamente en la Biblioteca Nacional conoció a Mª Elena, se enamoraron al instante y comenzó un noviazgo muy cercano donde las cartas de amor iban y venían, los paseos por el jardín japonés y tantos cafecitos donde las horas pasaban entre libros, música, conocidos escritores, artistas, realmente pasaron días de bohemia con esperanza y deseos. Recorrieron las callecitas de Buenos Aires mientras se conocían, reconocían, se elegían, contándose las historias de sus pueblos, de sus familias, el amor por el terruño, por las vides, por el agua del desierto, por las montañas descalzas de agua y los soles de Mendoza Este. Le fue imposible no amar a la distancia esta tierra a Osman.

Luego de un año de noviazgo se casaron, es por ello que decidieron venir a la tierra de Doña Mª Elena para que lo conocieran sus padres y le pudiera pedir su mano. Los padres de Osman habían quedado en Saboya Francia, pero él y su hermano decidieron probar suerte en Argentina. Osman les escribió a sus padres para contarle las noticas no sólo de su casamiento sino también que viviría en Mendoza Este con su esposa y la familia de su esposa, que iba aprender todo lo que tuviera que ver con las viñas y que viviría "entre viñas", también porque así lo deseaba Elena. Osman había comenzado a estudiar enología y sabía bastante de agronomía, trabajaba en capital federal en una vinoteca donde el dueño era conocido de su padre porque le mandaba vinos franceses, italianos, españoles y era la vinoteca más emblemática de Buenos Aires.

Un amor que se unió por una cadena de amores, amor a la tierra, a la labranza, a la sed de conocimiento, a la vida en los libros y a un futuro prometedor: el cultivo de la Bonarda en el Este Mendocino. Un amor de Bonarda, de bonanzas frutadas y aromáticas, con la textura y carácter dócil de los enamorados, maridaron un maridaje perfecto para la gama de cualquier banquete fluido y envolvente. Años de materializar este conjuro de amor. Nacieron las gemelas y aunque por diez años siguieron buscando a la otra niña, jamás demostraron la tristeza ni desazón frente a su otra hija a la que llamaron Bonarda.

Diez años, diez años felices y penosos, de luces, sombras, de llorar y sostener la sonrisa, sin que decaiga el amor porque al menor traspié la búsqueda se esfumaría. Diez años cumplía la niña Bonarda, la niña bonita. Elena le decía a Osman que comenzaba una nueva década en la vida de la niña de la casa, así es que decidió organizar un gran evento que durara toda una semana y que el pueblo entero disfrutara de ese cumpleaños popular, como si se fuera escribiendo una verdadera identificación patrimonial para desarrollar un plan estratégico y turístico diferente, único. Elena y Osman era verdaderamente visionarios porque ya venían transmitiendo la idea al ver cómo comenzaba a fortalecerse la zona Este con la llegada del tren, el mismo que ellos vinieron por primera vez a Mendoza, llegando a la estación de Palmira un 8 de noviembre de 1884. Fueron realmente los primeros pasajeros en comparar sus boletos en camarote, conectando un presente y un futuro inimaginable.

Elena comenzó a organizar la semana del cumpleaños de Bonarda, viendo los lugares más representativos del departamento, Osman iba conversando y arengando a los pequeños productores, a gastronómicos, aristas, comprometiendo a las autoridades del gobierno, vecinos, amigos, familia. El plan Bonarda, el plan perfecto.

La mañana de agosto que calentaba el sol mendocino se difundieron las invitaciones por todos lados, en plazas, en la iglesia, en el club, en las escuelas, los comercios, en el diario La Tarde y El Mundo, radios y obviamente en las peluquerías. Los afiches violáceos pintados a mano y las letras en blanco con la caligrafía perfecta de Elena, comenzaron a circular y el poema que escribió para su hija, uno de los tantos. "La semana de cumpleaños de Bonarda para que acompañen a la reina de este lugar. Quedan todos invitados. Entrada libre y gratuita.

Capítulo IV

Los festejos de cumpleaños de Bonarda fueron todo un éxito, más de cien jóvenes participaron de las ferias de artesanos, de los maridajes con chocolate, de los juegos de preguntas y respuestas. Las autoridades presentes invitaron a otras autoridades y comenzó una especie de gesta cultural y hasta turística, ya que los pasajeros que venían en tren al enterarse de estas actividades diarias, en el transcurso del día, tarde y tardecita noche, decidían bajarse y conocer el Este y su Bonarda, como un cumpleaños abierto al mundo. La posada de Doña Irene y Don Pancho tuvo que salir a buscar muebles, más colchones, camastros, toallones, sillas, mesas, vajilla, manteles, porque cada día tenía más visitas en su hospedaje Molino La Tebaida, una casona pintada de azul con las Santa Rita abrazando las paredes por doquier, coronando las puertas de acceso con sus florcitas fucsias tan seductoras, alegres, ellas invitaban a quedarse y disfrutar una verdadera posada de pasada por Gral. San Martín.

Al tercer día de los festejos, Doña Irene había cocinado como nunca en su vida, pero ella era feliz porque siempre tuvo el sueño de dedicarse a cocinar con su sello personal y con las enseñanzas de su abuela María con esos secretitos únicos de la cocina familiar, sus manos de amables harinas y sonrisa de dulce de durazno fueron su inexorable destino. Don Pancho le sugirió que crearan un restaurante, así es que entre colores del Bonarda que aparecía en la entrada a la posada, los aromas de los membrillos en conserva con crema batida, las tortas fritas con jamón, el asado chirriando con olor a jarilla y romero, los choricitos caseros como el flan de dulce de leche, fueron los testigos de un sueño que comenzaba a cocinarse de verdad.

Doña Irene y Don Pancho inauguraron el restaurante y en reconocimiento a la transmisión de la cultura culinaria por su abuela le pusieron "María Paz". El nombre fue una continuidad de sensaciones que provoca ese lugar, recordemos que cerca, a unos quinientos metros, se encuentra el Museo Las Bóvedas, ese lugar de remanso que eligió el Gral. San Martín para pensar sus tácticas y estrategias para su campaña libertadora. Paz, remanso es lo que descubrían los inmigrantes que iban llegando en tren. Un cumpleaños que en definitiva iba creando un mundo alrededor de infinitos encuentros. Doña María Elena y Don Osman nunca imaginaron toda la historia cultural, gastronómica, turística que habían plantado. El tiempo les daría las bonanzas en las cosechas.

El primer día de cumpleaños y no quiero dejar de contarles fue una gran celebración en el edificio más emblemático que había en la ciudad, el Centro de Congresos y exposiciones al lado del Templo del Vino, allí fueron llegando las autoridades municipales como el Intendente Dr. Don Raúl Rufeil, el diputado Dr. Don Daniel Llaver, el asesor legar Dr. Do Walter Sar Sar, la coordinadora de todas estas celebraciones Doña Ana Martínez y concejales ilustres como la docente Doña Beatriz Mohr, también vinieron autoridades de la municipalidad de la Capital como Don Felipe Reinaldo y de departamentos vecinos como Junín.

Los festejos por la noche se sucedieron en la bodega de los padrinos de bautismo de Bonarda, El Aleph de Don Sharbel Moros y Doña Elba, ellos oriundos de San Martín, pero tenían la bodega en Barriales Junín, eran el matrimonio más cercano y de confianza de Doña Elena y Don Osman, es por ello que los eligieron como sus compadres. Los invitados iban llegando al evento e iban recibiendo una enorme copa para degustar los mejores Bonardas, la música se hacía presente con artistas locales, los fogoneros, la noche mágica donde los amigos se iban reencontrando, riendo, compartiendo realmente un momento único, es que los anfitriones de lujo los hacían sentir como en su propia casa realmente. Un Aleph que descubre mundos dentro del mundo en un instante donde lo puede ver todo, todo confluye, tal cual fue pensado el festejo de los padrinos de Bonarda, un infinito de posibilidades, situaciones, colores, sabores. Una tardecita infinitamente perfecta.

Qué visionaria Elena, siempre se imaginó mientras vivía en Buenos Aires que al volver a su terruño trataría de unir a toda una zona siempre relegada por los gobiernos de turno en muchos aspectos, fundamentalmente con el tema del agua y con respecto al vino, a sabiendas, que la zona Este es la mayor producción en Sudamérica y con la llegada del tren que trajo a muchos trabajadores, inmigrantes, que llegó a unir pueblos que jamás estuvieron conectados, que generó un proceso de industrialización contundente, con todo esto y su empuje de mujer empoderada, fue creando paso a paso una gesta unificadora cultural, turística que poco a poco fue generando puestos de trabajo, fiestas populares, ventas fuera de la provincia de los productos regionales, puesta en valor de las obras pictóricas, difusión de las letras, en fin, un nuevo Aleph al mundo. Elena sabía que todos debían saber, sabía que, con su amor a sus hijas, aunque no pararía de buscar a la otra niña gemela, con estas actividades tenía más posibilidades de encontrar a la niña perdida, robada o vaya a saber qué pasó.

Los festejos de cumpleaños de Bonarda fueron todo un éxito, más de cien jóvenes participaron de las ferias de artesanos, de los maridajes con chocolate, de los juegos de preguntas y respuestas. Las autoridades presentes invitaron a otras autoridades y comenzó una especie de gesta cultural y hasta turística, ya que los pasajeros que venían en tren al enterarse de estas actividades diarias, en el transcurso del día, tarde y tardecita noche, decidían bajarse y conocer el Este y su Bonarda, como un cumpleaños abierto al mundo. La posada de Doña Irene y Don Pancho tuvo que salir a buscar muebles, más colchones, camastros, toallones, sillas, mesas, vajilla, manteles, porque cada día tenía más visitas en su hospedaje Molino La Tebaida, una casona pintada de azul con las Santa Rita abrazando las paredes por doquier, coronando las puertas de acceso con sus fucsias tan sugestivos, ellas invitaban a quedarse y disfrutar una verdadera posada de pasada por ahí.

Al tercer día de los festejos, Doña Irene había cocinado como nunca en su posada, pero ella era feliz porque siempre tuvo el sueño de dedicarse a cocinar con su sello personal, sus manos de amables harinas y su sonrisa de dulce de durazno fueron su inexorable destino. Don Pancho le sugirió que crearan un restaurante, así es que entre colores del Bonarda que aparecía en la entrada a la posada, los aromas de los membrillos en conserva con crema batida, las tortas fritas con jamón, el asado chirriando con olor a jarilla y romero, los choricitos caseros como el flan de dulce de leche, fueron los testigos de un sueño que comenzaba a cocinarse de verdad.

Capítulo V

El moisés en el olivo

Malarda se sentía en el olvido, ella sabía perfectamente que las personas que la criaron no eran sus padres biológicos. Doña Adriana y Don Roberto habían encontrado a Malarda en el aluvión que se produjo esa noche tremenda de desazón y angustia, en el límite entre Lavalle y el departamento de Gral. San Martín. La niña estaba envuelta en trapos muy mojados, su carita y manos sucias de barro, la corriente la había arrastrado por canales y canales infinitos, como Moisés, a la deriva. Una catástrofe natural de semejante capacidad destructiva en contraposición a la vida natural de semejante instinto de preservación, porque cuentan que cuando fue encontrada, sus brazos se agitaban como si supiera que debía moverse para ser vista.

Doña Adriana era una mujer que no pudo tener hijos y casi instintivamente esa noche del aluvión, diluvio y cuanto barro corría por sus pies, se acercó al olivo más cercano y ahí quedó, abrazándolo para sujetare hasta que pasara todo ese desastre natural. La noche no pasaba nunca, ella rezaba muy fervorosamente para salvarse a como diera lugar, tenía frío, estaba toda embarrada, sus manos delicadas y su pelo dorado así y todo iluminaban la noche, como si fuera una luciérnaga que alumbraría y uniría más que una vida. La luciérnaga del desierto casero de Lavalle, así le decían en el pueblo. Esa noche tumultuosa le abrió las puertas a la posibilidad de ser madre.

Las nubes cedieron y dieron origen a un prometedor amanecer y rápidamente el agua descendió a raudales arrastrando hojas, piedras, palos y todo tipo de objetos, hasta gotas de luz. Doña Adriana puedo soltarse del olivo y al pisar la tierra un poco más segura comenzó la plegaria a sus guías para volver a casa, cansada, desbastada y con la preocupación de qué podía encontrarse.

La avalancha de agua arrojó a Roberto a la orilla de una acequia, cuando empezó a disminuir su caudal, los grises de su conciencia confundida iban recuperando poco a poco la memoria, la intensidad del agua lo había dejado extraviado, inutilizado. Los momentos de algunas imágenes vagas volvían a su mente, imágenes de sus parrales, luego la bordelesa que yacía junto a él le sirvió para incorporarse en lentos movimientos. Las preguntas le sucedían, sin testigos alrededor más que olivos y algunos laureles en flor que habían perdido sus ramas, al poder pararse bajó por la pendiente de lodo y su oído atento escuchó el ladrar de los perros, eran sus perros guardianes que venían a rescatarlo.

Don Roberto llegó a su casa y no podía creer el daño que había causado ese aluvión, vidrios por todas partes, el techo se había volado, árboles caídos, el cerco de los caballos roto, todo era oscuro, triste, mustio. A la mañana siguiente partió a la finca sin pretender encontrar nada en pie, la esperanza era lo más parecido a la nada, una nada que lo encerraba todo porque como si fuera otro mundo, otro planeta, sus vides estaban intactas y refulgentes, vivas y divinas. La divinidad existe. A los pocos minutos escuchó a alguien que cantaba dulcemente y queriendo atrapar esas melodías se topó en lo pandito con ella, Doña Adriana.

El agua había cosido los destinos inefables. Se enamoraron al instante, se sabían sus personas especiales, limpiaron todo el caos sucedido, el mismo caos que los unió, la nada y el todo reflejado en los brazos de un amor con sabor a aceitunas. Cuenta regresiva para sellar esa unión trágica y mágica. Se casaron, construyeron una casa blanca y luminosa, grandes ventanales con postigos y visillos que había tejido al crochet Doña Adriana, los pisos de ladrillos lustrados por Don Roberto de color rojo pasión, como la de ellos. El día de su boda Doña Adriana le dedicó un poema como sello de su amor:

Boca aceitunada

Tu boca aceitunada

embruja las puertas

de mis mañanas

Tu boca

tu fruto aceitunado

perfuma las noches cordilleranas

junto al fogón en el deseo arcano

que intimida el banquete de pan y oliva

Tu boca aceitunada

da luz al vacío humano

sabor al destino extraviado

y colores a mi piel.

Don Roberto había estudiado enología y era un investigador empedernido, su espíritu inquieto fue sumando y agudizando sus conocimientos académicos y de campo que plasmó en un libro: "Bonarda: la historia de un gran vino", muchos años estudiando esta variedad, investigó con bibliografías de libros en y de distintos países. Comenzó con la definición ampelográfica correcta, confirmación genética y la revalorización actual de esa cepa. Esta cepa decía Roberto: "le da oportunidad a la región del Este mendocino de mostrarse, de ser innovadora y empalmar con los nuevos estilos de vinos". Era su visionaria expectativa. Un futurista.

Volviendo al choque de las estrellas donde estalló el amor entre las aceitunas caídas por el aluvión que no dejaban de presentar una belleza estética en la tierra, se fueron caminando despacio, filosofando sobre ese caos, lo que murió y lo que nació, ineludiblemente. Pero pasadas unas tres horas mientras caminaban cerca de los canales para observar lo que había quedado en pie, escucharon el llanto de un niño o niña, obviamente salieron en busca de ese llanto, pensando que había que rescatar y salvar a alguien, como lo hacía toda la comunidad al volver la calma, encontrar lo perdido, lo roto, a la familia, los que quedaron atrapados, así fue que vieron una niña recién nacida llorando incansablemente en un moisés de mimbre y agitando sus brazos como ave herida. Don Roberto se tiró sin medir consecuencias para sacarla del canal y Dona Adriana recibió muy miedosa el moisés, y al ver a esa niña temblando de frío y miedo, la tomó en sus brazos para calentar su cuerpecito helado y se fueron al pueblo en busca de la ayuda de un médico, de ropa abrigada, de leche de cabra que era la única que podían conseguir, lo que sea para salvar a esa niña.

La niña fue rescatada, curada, cuidada, pero, y ahora qué hacían. Pasaban los días y nadie preguntaba por ella, se iban encariñando y la niña iba recuperando su peso, su llanto era más leve, su páramo había encontrado un lugar en el mundo del Este, en el mundo de los olivos y las uvas. Había que ponerle un nombre claramente, y Doña Adriana la nombró como sus aceites de oliva extra virgen y como su madre, la llamaremos Bérbora Rosier, dulzura, equilibrio, milagro.

Pasaron los años signos y nadie buscó a la niña, iba creciendo y cada vez se ponía más rebelde, característica que demostró desde muy chica, andaba descalza todo el tiempo, o se desnudaba todo el tiempo con frío o calor, con nieve o lluvia, no quería bañarse, no quería ir a la escuela, no quería comer verduras, llorona, llorona, llorona, cascarrabias. Era de esperarse que la niña tuviera estas conductas después de pasar por situaciones tan traumáticas como fue su nacimiento y su sobrevivencia en el aluvión, rescatada en un moisés con frío, agua sucia, soledad, injusticia. Llegaba la noche y se transformaba en una dulzura casi poética, como si su espíritu se cansara de ser desobediente, quejona. Cepillarse los dientes era toda una osadía, una lucha minuto a minuto, hasta que por primera vez su padre Roberto, muy cansado de lidiar con ella, le levantó el tono de voz y Bérbora le dijo que quería irse a vivir a otro lado y que no le gustaba su nombre entre pataleos y lágrimas de cocodrilo, toda una artista de escenas caprichosas. Doña Adriana se sentía muy mal porque no había podido sanar sus soledades internas, sus huequitos desiertos, sus ojitos miel con cortinas fisuradas y una tristeza enorme de soledades. Le habían dado una vida armoniosa, educándola de la mejor manera posible, nunca le faltó nada, siempre procuraron su abrigo, alimento del cuerpo y el alma, el amor inconmensurable, pero cada vez se hacía más difícil, como si fuera una eterna adolescente, rebelde desde los primeros dos años. No iba a ser nada fácil palear tanta sangre sin bandera.

Cuando Roberto le levantó la voz para retarla por sus eternos caprichos le terminó diciendo que era mala, una niña muy mala que andaba pegándole a todo el mundo y mucho más a su único amiguito Tincho, que le tendía una gran paciencia, así es que te llamaré Malarda (mientras sonreía como para ver si ella reaccionaba) porque solo una niña mala puede no disfrutar de su casa de muñecas, de su patio con juegos, de sus postres preferidos, de su ropa impecable, de los abrazos por las noches al contar los cuentos. Soy mala, decía ella, es cierto, soy mala. Estaba todo claro, más claro que el agua, pero no esa agua que la sostuvo. La paciencia y el amor eran las únicas herramientas que tenían Adriana y Roberto para sanarla, sanarla de tanto sufrimiento.

Me quiero llamar Malarda, y se fue corriendo descalza como siempre, entre las viñas de Bonarda de Roberto. Allí sólo encontraba consuelo.

Capítulo VI

Un encuentro fugaz pero intenso en Rivadavia

Había llegado el año 1900 y cambiando la década en la Villa Cabecera de Rivadavia se realizaría un gran festejo en la plaza principal, que cada día iba recibiendo más aportes de la inmigración, contribuyendo al progreso del mismo. Su crecimiento fue tan importante que, en 1953 por decreto del gobierno de la provincia, la villa de Rivadavia se la designara ciudad. En una sesión de la Legislatura Provincial, de marzo de 1884, al tratarse el proyecto de ley de creación del nuevo departamento, el Diputado Dr. Pedro Serpez propuso el nombre de Rivadavia, en reemplazo de San Isidro, pretendido por los habitantes del lugar. Serpez "fundó su moción diciendo que: en los pueblos jóvenes como el nuestro debían perpetuarse siempre en sus nombres, la memoria de nuestras figuras ilustres o que hubieran hecho marcados servicios a la Patria y agregó, el nombre San Isidro, figura ya demasiado en los almanaques de la cristiandad y lo mismo en sus devociones. Propongo para el nuevo departamento, el nombre Rivadavia, un gran genio constructor y primer presidente de los argentinos. Sin oposiciones, la propuesta de Serpez fue aceptada y votada por unanimidad"

El Chileno Don Fernando Bravo donó los terrenos de la primera Plaza Departamental, plaza que en el año 1918 logró un premio del gobierno francés por sus jardines maravillosos, su flora autóctona y variedad de ejemplares, las flores y plantas eran visitadas por los vecinos con el placer de admiración de la belleza, simplemente. Don Fernando también donó el terreno para la Capilla, era muy creyente y un constructor innato y por algunos lazos comerciales conoció a Don Roberto y Doña Adriana que gustosos fueron a conocer esa plaza, de paso Malarda iba conociendo otros lugares, ¡otras maneras de vivir como eran sus departamentos vecinos Junín y San Martín y quizá un amor!

Un 18 de abril, día de la creación del departamento de Rivadavia, se realizó una fiesta en la plaza principal con una gran actividad artístico-musical, aprovechando las compañías que viajaban desde Buenos Aires para actuar en Santiago de Chile, y las propias; permitió que hicieran una posta en la zona de Mendoza Este y especialmente para los festejos en Rivadavia en esta oportunidad. Actores, cantantes, payadores, guitarristas, poetas, la orquesta, la banda municipal "Blas Blotta", niños, jóvenes, adultos iban llegando con sus mejores atuendos festivos.

Los padres adoptivos de Malarda no iban a perderse esa oportunidad de alegría para sus vidas, de relaciones nuevas sociales, culturales, económicas y partieron un par de días antes en su carreta muy lujosa para la época, con valijas cuadradas de cuero color tabaco, quesos, melones, el Bonarda recién elaborado de Roberto, les espera un largo recorrido de Lavalle a Rivadavia. A Malarda la vistieron con un vestido colores pasteles, cintas y volantes, capelina con lazo entre un naranja pastel y una terracota, y para cuando se hiciera la noche iba su hermoso vestido de seda con puntillas traídas de Europa, medias de muselina y lazo verde pastel en su pelo caramelo y tapadito azul de terciopelo. La niña un poco caprichosa ya había crecido y dirían los mayores "estaba en edad de merecer". Merecer un amor digno, una familia que contuviera ese vacío que de alguna u otra manera se había ido apaciguando con la edad, pero razones tenía a montones no digo para justificar su eterna queja, sino para comprenderla mejor y ayudarla a que lo fuera superando. Si otro destino poco feliz le hubiera tocado, pobre niña, hubiera cargado con esa orfandad y angustia pronunciada, toda una vida quizás.

Los vecinos de Junín y San Martín también se iban instalando desde el día anterior, en casa de familiares, en algunas posadas disponibles, y así es que llegaron también a las fiestas Don Osman y Doña Elena con su hija Bonarda. Casualmente el chileno Herrera que había sido tío abuelo de Fernando Bravo conoció a los bisabuelos y abuelos de Elena, así que había una relación familiar antigua sanguínea y política. Los padres de Bonarda fueron recibidos por Don Daniel Aguilera, primo hermano de Elena, en una casa a dos cuadras de la plaza. Llegaron y comenzaron a prepararse para ir a conocer esa plaza que tanto se hablaba en la zona, por su belleza exuberante.

Los megáfonos de la mano de los agentes municipales y las campanas de la iglesia tañían fuertemente, invitaban alrededor de la plaza sin cesar, la música de tonaditas iba contagiando a los transeúntes, a los turistas que habían llegado en tren y decidían quedarse a disfrutar de lo nuevo, lo popular, los sabores en los fogoneros de ese Este, las empanaditas chirriantes, los pastelitos fritos, carne a la olla, niños envueltos estaban fascinados con las patitas de cerdo, las carbonadas servidas en cuencos de barro, el vino en damajuana, sopaipillas recién elaboradas; de postres se podían encontrar duraznos en conserva, dulces y arropes de frutas, alfañiques, alfajores, huevos quimbos, mermeladas de alcayota, de uva, de algarroba, de tuna estas mermeladas volvían locos a los turistas y querían llevarse todo tipo de conservas y dulces. Literalmente un verdadero festín de excelente gastronomía identitaria, la fusión de la música tradicional de Mendoza Este y el tango por ejemplo que también se había hecho presente con artistas de Buenos Aires y bailarines que impusieron sus milongas, fue un quiebre musical pero que avivó más el rescoldo de las brasas protegidas, encender sin incendiar, incluso ya se tenía conciencia de la limpieza ambiental, estaban dispuestos en toda la plaza tachones para la basura.

Los jóvenes se empezaban a conocer con esas miradas cómplices de quién se gustaba con quién, el seductor paseo cerca de las cabelleras de las adolescentes para decirles palabras bonitas y respetuosas, algunos se inspiraban y escribirán poemas, las mujeres eran un poco más tímidas, pero no menos atrevidas, ellas con una sola mirada fija lo decían todo, un pequeño mordisco en los labios o los suaves movimientos de sus cabellos. El amor había comenzado en ese otoño en Mendoza Este, linda época del año para enamorarse. Hilos rojos orientales en los acertijos de una calesita de colores que dejaba sonrojado a más de uno, dos, tres, muchos amores que dieron a luz ese día. En el escenario se presentó el gran poeta Rivadaviense Américo Calí y posteriormente un grupo de poetas "Carrillón", si corría el amor por el aire naturalmente, con los poetas que impregnaban con sus metáforas hasta atravesar la llanura de travesía y caminos salineros a la choza donde las casas eran construidas de ramas con barro fijadas con ataduras, los techos de ramas, pasto y barro del indio Cacique Pasambay, último cacique en la zona de las Huayquerias o el rancho de ramas y barro en la calle El Chañar, los ecos se multiplicaban como apoteosis en los futuros enamorados, amantes, amores húmedos, amores festivos, amores de otoño.

Don Calí, el gran poeta de Rivadavia que todos pudieron escuchar atentamente, pudo ser feliz, porque entre sus largas horas de lecto-escritura y la revisión de sus páginas de derecho penal, con una inteligencia emocional de avanzada, supo llegar y dejar huella con su poesía; cuentista y ensayista, hombre de las leyes, hombre y nombre en mayúsculas, cuando estaba terminado de leer uno de sus sublimes poemas, que les compartí con mucha nostalgia, uno de los jóvenes que había quedado flechado por la belleza de Malarda se le acercó y le dijo: "señorita me he dado cuenta que todo el amor dado ha sido en el lugar equivocado, el poeta Armando Calí me ha inspirado y con mi humilde caligrafía le quiero regalar este poema que salió de mi corazón enamorado a primera vista, mientras usted escuchaba con emoción a nuestro poeta, vi una sensibilidad especial en sus ojos y las lágrimas que vi caer reposan profesamente en mi pañuelo, me ha embrujado, no puedo dejar de decírselo, el tiempo es muy corto para cosas vanas". Qué les puedo decir, Malarda quedó absorta ante tantas palabras de amor que jamás había sentido, se puso nerviosa y no podía presentar ni siquiera una queja. Esa niña caprichosa y un poco malhumorada había comenzado a desaparecer. Malarda se guardó el poema en su bolsito color rosa y corrió rápidamente en busca de sus padres para encontrar la infinidad de respuestas a preguntas que comenzaban a suceder, imaginándose nunca jamás que un poema le cambiaría la vida por completo y la cordillera fue testigo.


Cuando a uno lo vienen a querer,

intuimos

aunque se descrea del amor.

Cuando a uno lo vienen a querer,

nos escondemos

por temor a ser descubiertos

nos desciende la sola idea

de ser dos y dejar de ser uno.

Cuando a uno lo vienen a querer

los sudores nos hacen burbujas

en los puntos vulnerables

de la existencia misma.

Cuando a uno lo vienen a querer

saltan las térmicas de lo impredecible

y las capas teutónicas enfurecen

las honduras de lo épico.

Cuando a uno lo vienen a querer

somos todos y ninguno

somos uno y el decimal infinito

el fuego derrite al metal

y la tierra bebe agua del edén.

Cuando a uno lo vienen a querer

los puntos negros del espacio

chocan con las estrellas no tan fugaces

las galaxias hacen chispas en el universo

esperando el deseado momento,

el anuncio del primer beso.

Cuando a uno lo vienen a querer

los canales sanguíneos transitan la sabiduría

mutando el tiempo y el espacio

por siempre jamás.

Cuando a uno lo vienen a querer.

Conviene estar.

(Libro Striptease MMP)

Capítulo VII

Bárbara Bonarda en el día de las madres

Un día de la madre, Don Roberto y Doña Adriana, decidieron hacer un almuerzo familiar por el día de la madre y también por el bautismo y comunión de Malarda, aunque si recuerdan la Sra. Adriana la había nombrado Bérbora y después le quedó Malarda cuando a Roberto le hacía pasar esos berrinches, papelones y siempre quejándose la niña. Pero la niña ya había crecido y encontrado las razones que la transformaron en una mujer más dulce, amable y dócil. Su gran razón había sido el amor que la sorprendió en la plaza de Rivadavia.

Esa mujercita ya no quería llamarse con el apodo que le había puesto Roberto, pero tampoco Bérbora, en todo caso decía que le gustaba Bárbara, aunque no era un nombre muy conocido todavía ella decía que le gustaba cómo sonaba y se reía de sí misma al saber que el origen de su nombre era de una persona prudente, sensata, educada, porque habrá sido tremenda, tremenda de niña, pero educación y buenas costumbres son legados que los padres adoptivos supieron darle.

En fin, que la reunión familiar, de amigos, conocidos se transformó en otra fiesta, la gente iba llegando con regalos, cosas ricas para el mate de la tarde, excelentes vinos, juegos de mesa como la oca, las damas, dominó, los trompos para los niños, ludo y a la payana. Se habían dispuesto largos tablones con manteles de colores, guirnaldas que colgaban de los olivos, y una mesa muy bonita de madera maciza con la torta de bautismo y comunión, globos blancos, todo era armonioso y encantador. Entre tanta gente se destacó la figura de la prima hermana de Roberto "Doña Criolla" que él la presentaba siempre como la descendiente de sus parientes europeos aunque había nacido en América, los invitados se reían como disimuladamente hasta que uno preguntó por qué Don Roberto le dice así, y ella como toda una dama le respondió que era por las plantaciones de sus uvas, jugosas de cáscara delgada pero resistente (como verán soy muy delgada y se reía), claro asistía Roberto yo la nombro así porque es mi prima preferida, pero es cierto amigos tiene muchas hectáreas en Junín fundamentalmente de esta cepa que va a dar que hablar, ya lo verán. Cuando la prueben verán que su pulpa es aromática y dulce y al crecer se agrupan en racimos, muy autóctona y compañera fiel, así es mi prima Doña Emma Cunnietti que con su hermano Juan están poniendo en valor esta cepa, a lo que Doña Emma asintió diciendo que ya iba organizar una tarde de amigos y familiares para que fueran a conocer los viñedos en Junín.

Las presentaciones y protocolos no dejaban de sorprender hasta que llegaron los padres de Bonarda, Don Osman y Doña Elena. Un silencio en medio de la finca se produjo como si hubiera sucedido un eclipse lunar que se interponía con el sol del mediodía y la tierra de Mendoza Este que parecía prometer mucho más que un día de tantos festejos, pocos minutos de zozobra, ojos inquietantes, pensamientos intrigantes y la duda. Todos quedaron perplejos y con miles de preguntas al ver bajarse de la carreta elegante a la señorita Bonarda. Osman y Elena no se daban cuenta de lo que estaba pasando, claro fueron uno de los últimos en llegar, tratando de comprender esas miradas iban saludando cordialmente a los conocidos y no, la gente había hecho como un túnel para ir viendo cada vez más de cerca lo que veían, ellos seguían un paso pausado y preocupante hasta llegar a saludar a los dueños de casa que hacía muchos años que no se veían. El túnel de gente se hacía cada vez más estrecho. Adriana y Roberto a lo lejos no podían saber muy bien qué es lo que estaba pasando, alcanzando a divisar a los lejos a sus amigos trataban de saber un poco más de lo que estaba ocurriendo.

Al llegar la familia hasta los anfitriones se saludan muy calurosamente por el tiempo transcurrido sin verse y detrás de los visitantes sale una mujercita bonita y un poco tímida, era Bonarda, a la que la presentan con orgullo y preguntando por la niña que sabían habían adoptado por su prima la Criolla, un terremoto de sensaciones y asombros, de preguntas y perplejidad los envolvió a Osman y Elena. Pidieron agua y llamaron a un médico porque de inmediato a Elena se le bajó la presión y Osman pretendía mantenerse en pie y acorde a la situación, en su lugar como organizador, dueño de la casa y padre de Bárbara.

De pronto y sin anestesia apareció Bárbara feliz y sonriente para recibir a los invitados hasta que se topó con la real realidad, con Bonarda. La empatía más allá del susto, fue inmediata. El espejo les devolvía la vida, nuevamente. Digo nuevamente porque Bonarda había crecido literalmente como que algo le faltaba, había sido una niña muy retraída, tímida, de pasos lentos y Bárbara una vida en medio del peligro que le partió el alma sin saberlo, hasta ese momento, por eso siempre que se portaba mal se iba a llorar debajo de los parrales de Bonarda que tenían Roberto y Adriana, como si eso la consolara. Su intuición jamás le falló. Sin embargo, Bonarda sufría de algo que no podía ver, como una vida karmática, como si el dolor que llevaba dentro no podía manifestarse. Pero ese encuentro eclipsado las liberaría de sus obstáculos, sus miedos incomprensibles, ese encuentro valió la pena. Sin mediar media tintas ellas se vieron, se reconocieron y se abrazaron como sin nada ni nadie les hubiera quitado la alegría de ser. Como si hubieran encontrado su centro rápidamente se tomaron de la mano y Bárbara la invitó a conocer a sus otros amigos y amigas. Al verlas partir y quedando mudos los padres de ambas y todos los invitados comenzaron a relajarse, desarmando el túnel humano, sólo quedaron los padres de las niñas y se fueron a sentar para encontrar una respuesta lógica a lo acontecido. Elena y Osman les contaban a Roberto y Adriana que creían que jamás la recuperarían a la hija que desapareció misteriosamente esa noche y que nunca se supo más nada. Más de dos horas contándose lujo de detalle de lo sucedido, acongojados, sorprendidos, despertando sus conciencias de una realidad que se les venía encima, indiscutiblemente. A Elena se le iluminó la cara, decía que ella siempre supo que volvería a reencontrarse con su hija. Los milagros existen. Adriana tenía la mirada baja, triste porque se imaginó que quedaría sin su Bérbora, su Malandra, su Bárbara. Osman sólo reía, reía como de emoción contenida y Roberto, muy cauto, muy sereno dijo que había sido muy feliz esos pocos años en que fue padre, pero que siempre lo seguiría siendo.

El almuerzo ya estaba por comenzar, los invitados comenzaron a sentarse y todo debía continuar, aunque ya nada sería lo mismo, la pena para algunos, la alegría para otros también debía sentarse a disfrutar el día de la madre por partida doble, un día de recompensas. Comenzaron a llegar los niños, niñas, las jovencitas con sus amorcitos algunas, y las gemelas que no se querían separar se sentaron en la punta de la mesa principal. El vínculo inquebrantable que trascendió cualquier distancia, cualquier tragedia, incluso fuera ya del útero materno se reconocieron por sus olores sin mediar espacios, interactuaron como si fuera el primer día de sus vidas.

Un verdadero y auténtico día de las madres, Bárbara que era más extrovertida pidió hacer un brindis por sus dos mamás y entre bromas y bromas decía "con razón no podía encontrar un nombre definitivo para mí" ahora que lo tengo soy feliz, invitó a levantar las copas del encuentro y a brindar por "Bárbara Bonarda"

Capítulo VIII

Querés ser feliz el 20 de diciembre en San Martín

El reencuentro de las gemelas fue de un gran motivo y emotivo silencio detenido. Un ir y venir de cartas desde San Martín donde vivía Bonarda hasta el desierto de Lavalle donde vivía Bárbara. Había llegado diciembre y todo seguía igual pero diferente, es decir, los padres de las gemelas no habían tomado ninguna decisión de cómo seguiría la vida de aquellas mujercitas, ni la de ellos mismos. En el fondo creo que las mismas chicas definirían cómo quisieran seguir con sus vidas. Al tener ambas padres y madres muy respetuosos de sus anhelos, sus sueños, sabían que tarde o temprano un giro en sus vidas se avecinaba.

A pocos días de empezar diciembre Bárbara recibe una carta de Bonarda para invitarla a los festejos del departamento de Gral. San Martín, recordemos que en 1816 el Gobernador Intendente de Cuyo, Toribio de Luzuriaga dispone la creación de la Villa de San Martín, como homenaje al General José de San Martín creador del Ejército de Los Andes y destacado Gobernador Intendente de Cuyo. Posteriormente el 3 de junio de 1823 el Gobernador Molina firmó el decreto por el cual se cambiaba la denominación de la Villa de los Barriales por Villa Nueva de San Martín

Querida hermana Bárbara:

Tengo muchas ganas de volver a verte después de nuestro encuentro mágico que nos cambió la vida a ambas, hay que ponerse al día con todo lo que nos ha pasado mientras estábamos separadas, he hablado mucho con mis padres, quiero decir, nuestros padres, tenés que conocerlos porque son personas maravillosas, emprendedoras, trabajadoras y les gusta leer como a mí, investigar, tenemos muchos libros en la casa y también cuadros ya que mi padre le gusta pintar y a mi madre diseñar, vivo con el arte desde que me levanto hasta que me acuesto, y si bien ellos están totalmente vinculados con la industria del vino, mi padre siempre me dice que el vino es un poema. Me encanta escribir, te voy a mandar alguno de mis poemas, estoy muy enamorada, tengo muchas amigas y también amigos, amigos de verdad.

Quiero saber más de vos, de tus aventuras cuando te quisiste llamar Malarda, ja ja ja me acuerdo y me da mucha risa. Te imagino un poco aventurera, curiosa y te tengo que confesar que envidio sanamente ese color caramelo más claro que el mío. Estarás enamorada, querés ser mamá, querés viajar, estudiar, tenés amigas. Cuántas preguntas, quiero saberlo todo. Por eso con esta carta te mando la invitación para los festejos en mi pueblo el viernes 20 de diciembre en el Paseo de la Patria que es una obra de arte a cielo abierto, con las palmeras que decoran originalmente cada calle, cada mirada al cielo cuando elevo mis ojos para pedirle algo a Dios y a la Virgencita de la Municipalidad, sí, aunque no lo creas tenemos una virgencita a la entrada del edificio de la comuna, es muy tierna.

Querida hermana me parece que me estoy yendo por las ramas, es que pareciera que tuviera todo contenido y así de golpe te quiero contar todo. Bueno volviendo a mi invitación te cuento que acá hay una Orquesta Municipal en la que yo formo parte, voy aprender música desde los 5 años, el director se llama Hugo Arcidiácono y es un genio, somos muchísimos y el espectáculo sinfónico coral con más de cien artistas de este aniversario se llama "Rapsodia del Destino" qué mejor título para unirnos más, fue nuestro destino, es nuestro destino. Te mando la invitación también que es muy bonita es a las 21: 00 hs en el Paseo de la Patria con las melodías icónicas de la historia de la música, esas del romanticismo y del siglo XX, hemos trabajado mucho este año para llegar a este Mega Shows con compositores como Brahms, Beethoven, Orff, entre otros y nos acompaña la soprano mendocina Griselda López Alba y el tenor Mariano Leotta.

https://www.instagram.com/reel/DCxY88uMYjk/

También te adjunto otra de las actividades de mi prima Ana Martínez que está al frente del Plan Bonarda, hacen la 3º degustación "Paseo del Vino" empezando el viernes 20 y sábado 21, pero habrá artistas locales dice mi madre que es la vidriera del mundo vitivinícola desde San Martín. Tenés que venir con tus padres y amigos a conocer estas joyas enológicas, van a estar mis padrinos que tienen bodega Sharbel Morocos y Doña Elba, así los conocés. También los amigos de mis padres como Doña Irene y Don Pancho que tienen un montón de hijos e hijas, somos muy amigos, andamos en bicicleta, jugamos en la finca y después almorzamos todos en patota en María Paz., nuestras juntadas son como unas eternas vacaciones. Después hay una reunión entre todos en un cafecito nuevo que es maravilloso Café Borges, es de un amigo de mi padre, Sergio Amprino, que si bien es médico también le gusta el arte, y leemos a Borges, hay libros que te podés llevar y después los devolvés, es un rincón en el pueblo mágico, en esta reunión nos acompañarán muchos historiadores como Don Marcelo Calabria, Don Pablo Lacoste, conocerás unas historias increíbles. Quiero que conozcas todo esto, por favor venite con Don Roberto y Doña Adriana y se pueden quedar en el hotel de Molino la Tebaida que les va a encantar. También estarán los hermanos Lancellotti y la mejor amiga de mi mamá Doña Marcela Moroncelli que es de Junín y en su bodega de Santos Lugares tenemos que ir a quedarnos una noche, es ideal para una noche de amigas bajo la luna en el cielo límpido del este. También quiero que conozcas alguien que sabe muchísimo de arte Don Alejandro Aruj y su esposa Doña Fernanda, son jovencitos, pero me encanta hablar con ellos y tienen un primo que viene de la ciudad de Mendoza Don Mariano Morales que es muy simpático y da clases de economía naranja en los colegios secundarios, yo lo tengo de profesor, es un genio.

Nos sacaremos las mejores fotos con Don Oscar López, Don Fabián Jauven y Don Javier Vrana, cada uno tiene su estilo dice mi madre, tenemos muchas fotos y nosotras tenemos que hacer nuestro propio álbum, ir contando nuestros primeros años sin nosotras, dejar ese testimonio en primera persona, en la una que somos y en las dos a la vez.

Hermanita querés ser feliz ese día acá juntas con todos estos eventos y personas tan bonitas que quiero compartir con vos. Mi sensibilidad a flor de piel. Te espero, ya tenemos edad para degustar un buen vino, mi mejor amiga Luisina Scaglione hace unos vinitos rosados exquisitos, justo para este comienzo de verano, ya estamos en edad de tomar un poquito. Abrazos voladores e infinitos.

PD: Ah me olvidaba contarte que también mis padres y toda la familia, más todos los amigos y varios vecinos, están organizando las fiestas navideñas, que por su proximidad también podrían quedarse si vienen el viernes 20, en una posada hermosa que hay en Junín, se llama Los Yoyos, tiene una historia increíble, en otra carta te cuento, sería la noche buena más hermosa del mundo si la pasamos juntas y juntos, creo que la vida nos vuelve a dar otra oportunidad.

Tú hermana Bonarda.

Capítulo IX

Nuestro primer café en el mundo de Borges

A Bonarda le encantaba el café y a Bárbara el té, pronto conocerían más la sabiduría de los vinos del este. La carta que se había enviado por los festejos del departamento llegó a tiempo y pudieron compartir por primera vez un gran momento sabiendo que eran hermanas. El "Concierto Rapsodia del destino" fue como un reconociendo de nuestra memoria colectiva a esa separación de las gemelas por los destinos que marca la naturaleza. Al escuchar Carmina Burana que recita sobre cómo el destino de las personas está regido por los caprichos de la fortuna y de las inclemencias muchas veces del tiempo, pesaba Bárbara. Por lo tanto, ante un futuro tan impredecible, lo más inteligente es disfrutar mientras se pueda. Como si estallara el Big Bang sobre nuestras cabezas y emociones y toda esta corta y larga historia de las hermanas. La unión de almas en una noche sin precedente en el este, que nadie duerma que todos seamos felices al dejar entrar la fragilidad de una nota musical que puede cambiarlo todo. Que nadie duerma esperando la victoria de esos besos, tenemos fortuna de ser y estar hoy juntas Gracias ha sido una de las noches más felices de mi vida, le dijo muy emocionada Bonarda a su hermana.

Para las hermanas la noche recién empezaba, imagínense la ansiedad por conocerse cada minuto un ratito más, contarse la vida en segundos como el tic tac de los relojes, redescubrirse en los hilos dorados de esa metamorfosis. Le faltan horas al día, a la noche, a esa línea atemporal que las atravesó como si fuera otro tiempo, pienso en Borges y su fascinación por los relojes de arena. Granito a granito de arena, Bonarda como Borges imaginan esas pequeñísimas partículas abriéndose camino por el recipiente de cristal. Lo ineludible queda por vivir. No quiero desperdiciar más tiempo le dijo Bonarda a Bárbara, así es que decidieron seguir la charla en el cafecito del tío de Bonarda, Don Sergio Amprino. Al café partieron las dos dispuestas a no desperdiciar ni un minuto más, ser esos relojes de arena que no se detienen, que no dan un respiro, ser destino.

Al llegar al café Bonarda le contaba que ella iba casi todos los días con sus padres, sus amigos más y menos intelectuales y que era un verdadero lugar de encuentro, su tío siempre la esperaba con su cafecito calentito y con espuma y unas ricas sopaipillas que tanto amaba. Uno de los cómplices en la vida de Bonarda justamente había sido la presencia indiscutible de su tío, porque también la sumó al maravilloso mundo de los libros, el arte, a la música. Organizaban charlas sobre los textos de Borges para los jóvenes y esas charlas terminaban en murales que ellos mismos dibujaban y pintaban, dejando su sello con una luz para siempre. Muy ansiosa Bonarda para hacerle conocer a su hermana lo mágico de ese lugar, cada rincón tenía forma de entusiasmo, rincones del silencio y la reflexión, rincones de encuentro con los libros que incluso se podían llevar para leer, releer y luego lo devolvías y te llevabas otros, esa circularidad como el mundo infinito de Borges, imposible fugarse.

Bárbara no podía creer tanto movimiento, tanta vida de otra manera, radicalmente distinta que había tenido su hermana. Bárbara era más terrenal, no quería decir ni mejor ni peor, pero sus vivencias estuvieron relacionadas con sus pies descalzos en la tierra adorando los fértiles aoves (aceite de oliva extra) de su madre Doña Adriana y las uvas de Don Roberto, también conoció y aprendió como ninguna el arte del tejido en telar y crochet de las manos de su tía Mimí. Bárbara amaba los colores y tejía unas mantas para las noches frías y no tanto, le encantaba hacer pompones, borlas y flecos coloridos, incluso siempre llevaba consigo unas lanitas y una aguja y se ponía a tejer cuando le venían las ganas dándoles un toque único a su alma, a las almas que disfrutaban de esas emociones profundas de texturas, formas y diversidad de colores que conseguía incluso tiñendo las lanas vírgenes con los elementos que la misma naturaleza le brindaba. Bárbara engarzaba el arte de sus manos con el viento zonda al desnudo en el desierto casero de otro mundo circular, como sus pompones. Descriptiva, minuciosa contemplaba el mundo de Bonarda junto con los olores del café, los libros y las sopaipillas en la plenitud que le faltaba descubrir.

Las conversaciones iban y venían como el mural de ese mundo bordeado de libros en blanco y negro, en grises, ellas siendo espejos, pero sin querer serlo, viendo como el Aleph de Borges, el mundo con todo lo que se vivenció, lo que vendrá y lo que es. Cómodamente sentadas en los sillones rojos del café de su tío, sonaban acordes de un tango que ambas conocían y al encontrarse en ese punto exacto fue como un regreso a su bienestar umbilical. El lugar invitaba a volver, a regresar y volver a regresar, a esa redondez que aguardaban los adoquines de libros mirando la existencia de los árboles que aparecen detrás de la luna llena. Mucho y poco habían vivido las hermanas, pero lo mucho y lo poco iba quedando plasmado en la mesa de ese café. Bonarda estaba muy emocionada e inspiraba y sacó de su maletín marrón sus poemas, le confesó a Bárbara que estaba enamorada y que en las mañanas de los sábados se suelen juntar con su enamorado en el café, entonces le leyó uno de sus poemas:

Un café

Esa mañana tibia

de un invierno sonoro

el café bienvenido

vos y yo

y sin un nosotros

guardó el sosiego de nuestros labios

y las montañas que vieron nuestros ojos,

tu aroma me intimida

como el café intimida al aire

con su aroma.

Bárbara se sonrojó y también se emocionó, pero ella no se había enamorado nunca hasta ahora, aunque una vez sí estuvo impactaba por un joven que conoció en Rivadavia, pero fue fugaz, mientras tejía pompones muy ligeros y nerviosos, tejía, tejía y tejía mientras su hermana leía, leía y leía poemas de amor. Aparecía un nuevo mundo casi perfecto. Don Sergio las miraba con alegría desde la barra y pensaba en el destino también, quién no podría hacerlo cuando una página casi en blanco comienza a escribirse, no las quería interrumpir, pero ya había que cerrar y seguramente no faltaba mucho para que los padres de ambas llegaran a buscarlas, en fin, un nuevo paisaje en la ventana, un nuevo mural para pintar. Llegaron los padres de ambas que se habían ido a degustar vinos en el paseo del vino, y formando una gran familia, de otra manera con la conciencia plena que había que tomar una decisión sobre las gemelas, es decir, si van a seguir sus vidas por separado o quién se quedaba con quién, por esa noche tan bonita e iluminada, siguieron forjando esos vínculos como pañuelos sin golondrinas.

Al empezar a despedirse Bárbara había tejido miles de pompones y se le ocurrió la idea de colgarlos en el café, improvisando con ramas que traían de afuera, un árbol adentro. Así es que, en ese momento tan colorido, divertido y fugaz, fueron todos felices en ese nuevo árbol de la vida, el primer café de las hermanas en un mundo muy borgiano.

Capítulo X

Casamiento de Bonarda y Pedro

Amaneciendo en la casa de los abuelos Los Franciscos en el Valle de Medrano, Bonarda se dispuso a tomar el desayuno para organizar los últimos detalles de su boda, entre ellos, esperar ansiosa a su hermana que venía desde Lavalle con sus padres adoptivos. Todo el tiempo todas las cartas que iban y venían desde la casa de Bárbara y la casa de Bonarda fueron intensificando esa nueva y vieja hermandad, amistad y el amor que había llegado para tomar la decisión de casarse Bonarda, empezando una nueva etapa en su vida, etapa de descubrimientos, aventuras de juventud y su nueva vida junto a Don Pedro, ese muchachito que la conquistó por sus conservas de tomate, membrillos con nueces y zapallos en almíbar mientras la poesía su susurraba con esa voz tenue y fresca que tenía en los oídos de su amada.

Don Pedro era hijo de una familia de vitimigrantes que habían llegado de España y con mucho trabajo, esfuerzo y dedicación fueron construyendo sus abuelos y sus padres una de las mayores fábricas de conservas en el Valle de Medrano. Cuando Bonarda se iba a pasar los fines de semana a la casa de sus abuelos en la finca Los Franciscos, sus padres pasaban antes por la fábrica de conservas para comprar lo que iban a necesitar para su estadía; así y ahí es donde se conocieron los jóvenes y entre dulces y olores contagiosos se enamoraron a primera, segunda y tercera vista.

Pedro y Bonarda deciden casarse en la semana de pascuas de resurrección y la fiesta sería en la finca Los Franciscos. Uno de los detalles de esta boda es que ambos usarían los trajes de casamientos de los bisabuelos de Bonarda que se encontraban en perfecto estado en el museo que tenía la casona de la finca, un museo abierto al público, al turismo, a los visitantes. Las fotos de la boda las tomaría Don Oscar López y los vinos en esta ocasión serían los que producían en la finca "Midi". Midi era el alma de la finca, además de ser varietal Malbec con un cuerpo preciso, rojo violáceo profundo, de carácter frutado y complejo, con recuerdos de frutos del bosque, textura sedosa y elegante. Los invitados se llevarían de suvenires una botella de 250 ml y una etiqueta artesanal pintada por otra de sus nietas, Nidia. Toda una novedad en un casamiento de época, regalar estos presentes.

La casa estaba brillante, las mesas muy elegantes preparadas por supuesto por Silvia Bodiglio, las flores típicas del lugar decorando todos los lugares, las copas, la vajilla, los cubiertos de plata, los manteles bordados por las abuelas y bisabuelas, todo se usó, todo lo mejor y lo más elegante para semejante ocasión. Silvia había hecho toda esta selección para ornamentar, incluso la organización de los huéspedes en la misma finca que tenía lugar para 17 personas, juntando familias, por un lado, jóvenes por otro y los invitados que venían de muy muy lejos especialmente.

El casamiento se realizaba el sábado de gloria, previa a las pascuas, pero como los invitados liban llegando desde el miércoles anterior, porque se acostumbraba a compartir algunos días previos y posteriores a las bodas. Así es que también Silvia propuso que conocieran el vía crucis del Valle de Medrano, del cual le dejo algunas fotos de Oscar López. Todos quedaron obnubilados por los atardeceres que acompañaron esa visita guiada y los colores otoñales de la finca entre tantos árboles musicales y románticos, ideales para celebrar el amor.

Un amor bendecido, una unión que de alguna manera era una recompensa a la vida de las hermanas, donde los momentos importantes se producían sucesivamente. Bonarda y Pedro no sólo estaban sellando un amor con su matrimonio, también abrían ventanas y ventanas para que la luz ilumine aún más esas vidas que volvían a tejer con un hilo infinito, ese que jamás se puede cortar.

Capítulo XI

La amiga de Bárbara que llegó al Este Mendocino, Chiara

Bárbara en sus andanzas entre los olivos cuando tenía unos diez, doce años, conoció a la hija de unos inmigrantes italianos dedicados a la vitivinicultura en todos los sentidos tanto en Italia como en Argentina, Chiara. Siempre se decían amigas gemelas, ya que desde que entablaron esa amistad tan fresca y auténtica de la infancia transcurriendo por la adolescencia y hasta esa juventud, fueron inseparables, aunque Chiara viajaba por todo el mundo con sus padres, aprendiendo los idiomas más importantes y siendo una catadora de vinos como ninguna. Catar los vinos decía ella "era como sumergirse en las reservas naturales y descubrir que el mundo puede ser con una copa bien de pie, su mayor fortaleza, o una copa al revés. ¿Para ver el mundo de otra manera? Cada vez su pasión por los secretos de esa bebida que tantas civilizaciones han hecho del vino banquetes increíbles, degustaciones en diferentes bodegas, allí iba Chiara con sus padres, todos unos adelantados a su época, a descubrir mundos sin fronteras, mundos nuevos, pero ella iluminaba esos mundos, siempre. También le gustaba la fotografía y los gatos, cuando llegaba a el olivar de Bárbara, se tiraba en la tierra y las partes del césped cuando llovía, como si supiera que nada es para siempre, tocar esa tierra como tocar el cielo.

El día que Bárbara y Chiara se volvieron a ver después de un largo año de viajes que había realizado Chiara, fue un 3 de junio en el este mendocino, ya que los padres de ambas formaron una agrupación de artesanos del vino, con catadores que iban aprendiendo la profesión, con historiadores que contaban la historia del vino, artesanos de barricas en roble, artistas plásticos que intervenían esas barricas con un exquisito gusto pictórico, como la artista plástica de San Martín, Mily Repetto, los fotógrafos exponían sus fotos de comienzo y fin de cosecha, los blancos y los tintos iban y venían perfumando esa agrupación para difundir las bondades de la zona. No podía faltar la música de la mano de Roberto Mercado y mucho menos los poetas. Porque el vino es poesía. La agrupación se llamaba Terruños del libertador. Seguro fue el comienzo de una gran revolución en esa zona.

Bárbara se sentía orgullosa de su amiga no solo por lo que hacía sino porque donde pasaba con su pelo dorado al viento, sus ojitos celestes y su sonrisa abremundos, se metía a todo el mundo en el bolsillo. Aprendieron muchas cosas, juntas, el camino recorrido si bien era pocos años, pero fue un camino de amistad con donde el mapa de sus viajes interiores y exteriores, con sus mochilas y obstáculos, sus refugios tenían un mismo punto de partida: la lealtad y el amor por una amistad irrompible. Bárbara no era tan intelectual, en realidad su intelectualidad la aplicaba a las artesanías, ella necesitaba tocar esos mundos del vino y los olivos, dese otro lugar, es por eso que le gustaba hacer bonsái de olivos y cuadros, artesanías con corchos. Pero la intelectualidad de una se conjugaba con la de la otra.

Ese día de la puesta en marcha de Terruños del Libertador todos los departamentos aledaños se hicieron presentes, todos los viticultores pudieron por primera vez mostrar sus vinos, cuando Chiara vio todo este escenario se emocionó tanto que empezó a enseñar a todos el oficio de Catadores exclusivos, así era ella, dadora, generosa y altiva. En ese momento dijo: "Acá quiero vivir, acá quiero morir, amiga Bárbara". De todos los países recorridos este fue el este de sus esperanzas y sus estrellas del norte que la guiaron a un lugar que representó sus raíces, su historia. Ese evento tuvo su significativo impacto. Quería calma, espacios seguros y así fue como encontró su refugio en el mundo, su apoyo emocional desde otra perspectiva, la copa al revés como le gustaba decir.

Bárbara también comenzaba a ver el mundo de otra manera, con sus desafíos, con las enseñanzas de Chiara, con sus heridas del abandono de su nacimiento, sus agradecimientos con sus padres adoptivos, el reencuentro con su hermana gemela Bonarda y su amiga gemela fueron las que le ayudaron a encontrar en el lugar del que nunca se mudó, su bienestar personal. Un este que une, un este que define, un este que te alumbra.

Llegó la noche y antes de dormirse las amigas se alumbraron con la velita que había sido bendecida por Mily, y Chiara en voz alta susurraba: Quizá el lujo no sea tener más, sino perder menos. Perder menos tiempo, menos almas, menos sentido. El lujo no es mirar el exceso sino volver a mirar un amanecer, una taza de barro o tirarse al césped, como alguna vez lo hicimos. Casi todo es cuestión de tiempo. Que una tiene mil vidas en una, puedo perder fuerzas, pero jamás dejaré de buscar, aceptaré este destino, revisaré mis debilidades y fortalezas, viviré a través de mis anécdotas, momentos, como éstos amiga, casi frágiles donde doy vuelta la copa y si todo se vacía, es bueno también, es estar en paz. Acá me quedo, dejaré que fluya el tiempo y mi espíritu, lo que amo y amé, volveré a construir, vivir este día a la vez con gratitud y la luz que jamás me hubiese imaginado.

Capitulo XII

Cuando el Gral. San Martín se enamoró, en la semana del Bonarda en San Martín

Bárbara ya cumpliendo sus 30 años no se había enamorado ni casado como su hermana Bonarda, que se casó con Pedro muy enamorada. Bárbara era más rebelde para la época, más libre, propia personalidad y estructura familiar que había conocido con Roberto y Adriana, sus padres adoptivos. Si bien ella se había criado, recuerden en Lavalle, cuando puedo conocer a su hermana gemela Bonarda, comenzó a frecuentar más la villa cabecera de San Martín, ya que Bonarda siempre fue fiel a su terruño y jamás lo abandonó. Los padres de Bárbara en todo este proceso también fueron adquiriendo fincas, terrenos en la zona y Bárbara se instaló en San Martín para estar cerca de su hermana, pero también porque su curiosidad por la historia sanmartiniana, por los lugares patrimoniales, y su rica gastronomía, la que más le gustaba era la de María Paz, y los fogoneros de su amigo Marcelo de sabores del este la invitaban a querer saber más, su hermana le había contagiado el gusto por la lectura y la escritura, así es que su espíritu inquieto la llevó a empezar a contar esta historia justamente.

Ya se había instalado como una identidad muy fuerte la idea original que tuvo María Elena cuando organizo esa semana del Bonarda con artistas, artesanos, viticultores, un sello que fue año a año creando originales formas de promocionar la cepa emblemática: el Bonarda. Cada vez venían de otras ciudades como el gran Mendoza, del sur, del oeste. Mendoza Este ya tenía una manera de ser propia de un espíritu que no envejecía y hasta habían invitado a un catedrático de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Blanquez para investigar sobre el lugar exacto de la casa que construyó el Gral. San Martín y el arsenal, que nunca se supo con exactitud donde se encontraba.

Como todos saben, el Ejército de los Andes se creó el 1 de agosto de 1816, bajo el decreto del director Supremo, con San Martín como capitán general. El Ejército de los Andes fue un cuerpo militar de las Provincias Unidas del Río de la Plata y tropas chilenas exiliadas en Mendoza, cuyo objetivo era afianzar la independencia de las Provincias, terminar con la dominación española en Chile, restaurar el gobierno independentista y poner fin al dominio español en el virreinato del Perú. El hecho más memorable del Ejército de los Andes corresponde al Cruce de los Andes iniciado en enero de 1817. En conmemoración de esta fecha coincidentemente con la inauguración de la semana del Bonarda, los soldados del Ejército tenían esa semana de descanso y muchos de ellos supieron de estas actividades en el este, un grupo de 4 soldados decidieron venir a San Martín. Uno de ellos dijo: "nada mejor que ir a conocer el lugar de descanso que eligió nuestro máximo prócer, su Tebaida"

Los actos festivos ya estaban por comenzar y en la mesa académica, además del intendente de la comuna, casualmente le tocó estar al padre de Bárbara Don Roberto González que tanto sabía de esta cepa y ya tenía un libro escrito. Bárbara estaba muy orgullosa de su padre, y altamente capacitada al respecto. Una de las mujeres que también estaba en esta organización Doña Ana, a su vez, con su equipo de trabajo, tuvieron una idea brillante que fue traer a un actor desde la capital mendocina "Tino Neglia" que interpretaba al Gral. San Martín, no sólo por su parecido sino por su voz inigualable al recitar glosas alusivas, el espíritu sanmartiniano iba pintando colores en las miradas, sus palabras tan sentidas encontraban en el público la pulpa de los misterios y las cordilleras, huellas en los corazones de los asistentes, que muchos tuvieron que recurrir a los pañuelos de la esperanza para secar las lágrimas. Los soldados impávidos ante esta presentación tampoco pudieron esconder sus emociones.

Al llegar a la parte social de la inauguración como los soldados no pasaban desapercibidos, Doña Ana y Doña Elena, los hicieron sentir como si estuvieran en su casa, les presentaron al intendente, a Roberto, al actor, a los padrinos de Bonarda y de Bárbara, a los tíos Emma y Juan, en un momento se acerca Doña Lorena Lancellotti que era de la edad de las gemelas y se los llevó a donde la música había empezado a invadir con alegría y brindis la noche especial de luna llena en el centro de congresos y exposiciones Francisco, además estaba con uno de sus amigos de la ciudad, Mariano Morales, Lorena les preguntó cómo se llamaban y de dónde venían y también dónde se alojarían, somos de la ciudad y estamos de descanso, aunque todavía no podemos sacarnos nuestros uniformes porque no sabemos dónde nos vamos alojar", Doña Lorena dijo: no se habla más, se quedan en la casa de nuestra bodega, en "La Cautiva" y ellos accedieron inmediatamente por la gentil invitación.

Bárbara había salido a contemplar la noche mágica con una copa de vino y un vestido color Bonarda, zapatos negros de gamuza y su pelo caramelo suelto que con la brisa suave la hacía más bella aún. Cuando miraba sus estrellas predilectas, como si le pidiera algo al universo, una voz le susurró: No te vayas lejos, no me deje acá solo como una uva sin beber, Bárbara se dio vuelta y lo vio a él, altivo, firme, subyugante. Sus ojos se entrometieron como arrasando un cortejo inigualable. Un hechizo se situaba en el páramo de sus sueños.

  • Me presento señorita, me llamo José, José San Martín, soy General del Ejército de Los Andes, de sangre bien sanmartiniana, aunque no sé específicamente si hay un parentesco sanguíneo, creo que no, pero orgulloso llevo el mismo apellido. Hace tiempo que quería conocer el este, Mendoza Este, pero le confieso que nunca imaginé encontrar una persona con tanta luz y alegría en sus ojos, que ha cautivado mis penitentes cardinales, me gustaría sacarla a bailar, ¿me concede una pieza?

  • Sr José, gracias por sus halagos, me encuentro doblemente sorprendida por las casualidades y causalidades, usted con ese nombre es como si estuviera con el mismísimo Gral. San Martín, y encima en San Martín, intento pausar el tiempo para describir este paisaje estrellado y este encuentro, que espero no sea fugaz. Acepto bailar con usted.

José San Martín, con su espíritu indomable, había liberado en el fondo de su alma una premonición quizás, al sentir la necesidad de venir al este. También reverberaba la pasión por la tierra, el cultivo de vides y la búsqueda de lo noble. En cada paso que daba sobre la tierra, sentía el susurro de las raíces del Bonarda, que se aferraba a la tierra con la misma tenacidad que su héroe el General, había mostrado en los campos de batalla, aunque la batalla era en su interior al chocarse con sentimientos tan profundos nunca antes vividos. Él también era hijo de viticultores que llegaron, pero a la zona oeste, y su curiosidad sobre los conocimientos de la Bonarda, con su carácter audaz y su profundo color, simbolizaba la lucha por la independencia, cuando justamente esos conocimientos los había adquirido con el padre de Bárbara; Don Roberto González, en unas charlas de capacitación en ciudad capital. No podía creer, o sí, esa conexión inmediata con Bárbara, su padre, el Bonarda, su admiración hacia el legado sanmartiniano en San Martín y en sus días de descanso.

Esa noche bailaron sin dejar de bailar, sin parar y con suspiros que enlazaban amor, historia, horizontes, pasado y presente, sus frutos estaban cargados de la esencia de la tierra, del sudor de los hombres y de la esperanza de un futuro próspero. José San Martín, al contemplar los viñedos, imaginaba un país donde cada botella de vino contara historias de valentía y unidad, celebrando la diversidad de un pueblo que, como el Bonarda, se entrelaza en un solo canto.El amor los encontró bailando entre las hileras de bonarda en el centro de congresos, alejados de todos y a punto de dar a luz una nueva cosecha, distinta, pasional,  José San Martín se sentó entre esas hileras, una luz dorada iluminaba la escena, el general cerró los ojos y escuchó cómo el viento parecía hablarle. "Así como yo lucho por la libertad, tú luchas por florecer, Bonarda. En nuestras raíces hay fuerza, y en nuestras historias, un mismo destino", es una señal, se decía. Y así, el amor y el amor al vino creció, robusto y decididamente, como un homenaje al líder que liberó naciones. Su vino, vibrante y lleno de vida, se convirtió en un símbolo de unión, un tributo a la resistencia y al amor por la tierra, pero por el amor a Bárbara que fue la mujer inspiradora, principalmente.

  • Nos bebemos dijo José.

  • Claro que sí, dijo Bárbara, tenía mucha sed. Y si me lo permite le quiero leer un poema que escribí a las apuradas mientras fui al tocador a arreglarme el maquillaje.

  • ¿Un poema? No puedo negarme a esa belleza literaria que tanto me gusta y más viniendo de su voz y su persona que ha abordado mi camino.

Mi Bonarda

esa vida eterna

el color preciso

el momento esperado

nos encontró amándonos

en el beso

en las bocas que lo esperan todo.

Tu Bonarda se va quedando

en este suelo prometedor

mientras tus labios ciruelas

denominan un destino y un deseo.

nuestro Bonarda asoma inmortal

en nuestros labios cerezas

cerezas de luz que alumbran

la tardecita para amarnos.

Sorbo a sorbo


Se besaron y nunca más se separaron, dejando su amor sellado en una etiqueta de su mejor versión del vino que los unió: Un Bonarda.

Capitulo XIII

El amor construido en la tierra

El amor de Bárbara y José fue creciendo en amor, comprensión y paciencia, digo esto, porque José al vivir en la ciudad y Bárbara en el este complicaba un poco ese vínculo más cotidiano, es decir, ese paseo del día a día por los viñedos de Bárbara, las charlas en la casa de Té de Ceferina o en Lo de María, que eran los lugares preferidos de Bárbara.

Una mañana le llega una carta de José, diciéndole que pensaba venir la semana de los festejos sanmartinianos cerca del 17 de agosto para quería juntarse con ella y su familia y pedir su mano, pero ya, en otros términos, que estaba dispuesto a venirse a vivir a San Martín, porque no podía dejar de pensarla, sentirla y necesitarla, sabía fehacientemente que era la mujer de su vida. Llego aproximadamente en 3 días, ansioso concluyó, mi Bárbara amada.

Bárbara corrió a mostrarle la carta a su hermana Bonarda y conversar sobre la gran decisión que tenía que tomar, ella era su confidente, como hermanas gemelas las palabras estaban demás, Bonarda veía en los ojos de su hermana que el amor le llegó con todo en un invierno que iba concluyendo y con la esperanza de la primavera en puerta.

-Hermana, no puedo decirte más, que te veo radiante y la decisión que tomes la apoyaré, tus padres también están muy contentos, lo sé porque escuché cuando se lo comentaron a los míos, incluso José ha tomado decisiones que lamentablemente, no puedo contarte, pero sé que te van a gustar.

- No, por favor, necesito saber hermana, no podés dejarme con esta intriga, sé que ha habido cartas entre mi padre y José, pero obviamente no he leído, entonces allí se han contado o explicado lo que me estás diciendo.

Así fue, los padres de Bárbara habían tenido no sólo una charla epistolar continua, sino que también se habían juntado en la ciudad a conversar sobre las "intenciones" del joven José San Marín, aunque no le quisieron contar a ella porque tampoco querían influir en sus decisiones, más bien, fueron conociendo más a ese joven apuesto, altruista y enamorado de su hija adoptiva que tanto amaban. El tema es que José con su carrera militar no iba a poder seguirla en San Martín pero sí podía dedicarse a su otra profesión que era de Ingeniero Agrónomo, entonces esas largas charlas con Don Roberto fundamentalmente fueron del orden práctico de la vida, porque si se quería casar, sabía que Bárbara no iba a querer irse a la ciudad después de pasar tantos años sin saber de su hermana y sus verdaderos padres Don Osman y Doña Elena, entonces él tomó la decisión de comprar varias hectáreas en la zona con una gran producción de la cepa Bonarda, de durazneros, olivos y pensaba plantar ajo, ciruelos, zapallo y todo lo que se pudiera trabajar y dar sus frutos en la tierra, una tierra que hasta ahora había sido generosa en todos sus sentidos: un amor y la posibilidad infinita de dedicarse a su otra pasión: Cultivar.

Pero José, siendo más futurista todavía, y teniendo a sus padres que eran arquitectos, también había comprado una casa que cumplía con todos los requisitos de construcción de la época como el ladrillo que fue reemplazando de a poco al adobe, unos ingenieros y constructores amigos de sus padres había traído en ferrocarril las primeras bolsas de cemento, hierro y vidrios, toda una innovación con la llegada de los inmigrantes, nuevos materiales y nuevas tecnologías comenzaron a penetrar en la manera de construir. José estaba muy actualizado y aprovechó estas nuevas maneras y mandó a empezar a construir un chalet con techo de chapa, estructuras de madera de Pinotea, cenefas ornamentales, donde el diseño también hacía su impronta en la casa que imaginaba, pero junto a Bárbara, los desagües de lluvia infaltables, los pisos eran de baldosas calcáreas con dibujos de colores y los artefactos sanitarios procedentes de Inglaterra. Este tipo de construcción en la ciudad eran más conocidos, pero en el este fue toda una revolución, sino fuera por la llegada del tren, estos materiales eran muy difíciles de que se conocieran. A todo esto, Bárbara en sus paseos con sus padres había visto la construcción de este Chalet y decía que estaba impresionada de lo hermoso que sería vivir allí, de quién será se preguntaba y preguntaba, pero nadie le dijo absolutamente nada.

José llegó a San Martín, corriendo a la casa de Bárbara. Tocó a la puerta con suma emoción, atendió la empleada Doña Idolina que llamaba a los gritos y emocionada también a Doña Bárbara, cuando Bárbara llega al recibidor y José dejando su sombrero en el perchero y su tapado azul oscuro, los abrazos de los novios no dejaron de emocionar al resto de la familia que iba llegando con sus pasos ligeros a ver el encuentro. Lágrimas, lágrimas de emoción en los ojos de los amados, todo confluía como el primer día. Un abrazo incondicional que sería para toda la vida. Un amor por construir un mundo que cambiaría sus mundos y los de todos sus habitantes.

Bárbara notó que las valijas y baúles de José eran varios entonces preguntó por qué tantas cosas, cuando pensaba que estaría unos días nomás para volver al ejército, amor mío amor, le dijo José, he venido para quedarme, siempre, siempre a tu lado, quiero casarme contigo y sacando del bolsillo de su pantalón azul y colocándose en cuclillas, abrió una cajita forrada en terciopelo rojo, anillos de ya claras señales del Art Déco, piezas muy sofisticadas para la época, el diseño eran geométrico, con diversas combinaciones de colores y patrones abstractos, una verdadera joya, para dar con su talla, en una de las cartas de Roberto y Adriana, le habían mandado un hilo con el contorno del dedo de Bárbara, ellos ya sabían que pronto, muy pronto llegaría ese día.

Toda la ceremonia poco ceremonial, más bien espontánea, literal salió: "como anillo al dedo".

Comenzaron los preparativos para la inminente boda y por supuesto que Bárbara se comunicó con quien le organizó la boda a su hermana, Doña Silvia Bodiglio, la lista de invitados, las tarjetas que serían diseñadas por artistas de la zona, las querían pintadas a mano, los souvenirs para regalar, contactar a los fotógrafos Don Javier, Don Fabián y Don López. Cada uno se encargaría de una parte especial del casamiento. Cada detalle fue pensado con mucha dedicación y cuidado.

Pasados unos días de tantas emociones, preparativos y grandes decisiones, en el auto Ford T color negro de José, salieron a pasear para relajarse un poco de tantas noticias nuevas y rápidos preparativos, anduvieron por la ciudad tomando un café en Borges, después fueron a recorrer el departamento vecino para que Bárbara conociera a los amigos de los padres de José que tenían una finca "Santos Lugares" y Bárbara quedó maravillada con el lugar y sus dueños, volviendo por la calle Isidoro Busquets, Bárbara le preguntó:

  • Mi querido José ¿te has dado cuenta de dos cosas?

  • Cuéntame pequeñuela qué pasa por tu cabecita de novia.

  • ¿Me he dado cuenta ayer que hemos empezado a tutearnos (riéndose cómodamente) y hemos organizado casi todo, pero una duda ¿dónde vamos a vivir?

  • Ah, amor, es una sorpresa que vengo construyendo hace un tiempo, y ruego, ruego que te guste, como te había dicho en una de las cartas, al decidir dedicarme a mi verdadera profesión y con la ayuda de tus padres, de mis padres y a la bendición que se tiene en el este con la llegada del ferrocarril, fui pensando el Chalet de mis sueños con mis padres y unos constructores que fui conociendo a través de los padres de Bonarda, es que comenzamos con el proyecto.

  • No entiendo amor, ¿qué chalet? Porque yo he visto uno que estaban llevando cosas en donde era la casa del chileno Herrera, el que trazó los canales en la zona del Ñango y otro en la Ruta N° 50, que me encanta.

  • Sí, claro, conozco la historia, vamos querida, era la última y más importante etapa de nuestro recorrido, he disfrutado tanto este paseo, como si todo fuera la primera vez.

Al llegar a ese lugar por la ruta 50 donde estaba la casa, lo que conocemos como la ruta sanmartiniana, empezar a conectar con ese chalet en medio de tantos álamos, sauces, Bárbara no podía creer que José ya había pensado en casi todo, casi todo nada más para que fueran felices. Cuando empezaron a recorrer el chalet iban de la mano, sabiendo que un futuro claro, bonito y sanador los esperaba, allí tendrían sus hijos, allí construirían un terruño, su legado, identidad cultivada en las tierras sanmartinianas, las tierras que unieron un amor con un sentido de pertenencia, auténtico, basado en valores intrínsecos y sagrados.

Continuando con los capítulos de la novela Bonarda y Malarda que va transitando con los lugares turísticos de Mendoza Este. Los capítulos anteriores los pueden encontrar en la Columna Líquida de Memo los domingos.

Capítulo XIV

Brindar el amor, brindar con el universo

Exactamente al año siguiente un 17 de agosto se realizó el casamiento de Don José y Doña Bárbara, fue una boda más que magnífica, toda la sociedad estuvo presente sin distinción de clases sociales ni de ningún tipo. José estaba muy agradecido de la sociedad en general por haber sido tan amables, predispuestos y con un gran sentido de solidaridad al ser él de otro departamento y habiendo elegido su lugar en el mundo como San Martín. Bonarda era muy parecido a José en cuanto a su visión de las relaciones humanas, sin mediar diferencias sociales o económicas, recordemos que Bárbara cuando en su crianza y sus primeros años de tanta rebeldía, como cuando decidieron llamarla Malarda, había crecido tanto con los que cultivaban la tierra como los dueños de las mismas. Es decir, ambos tenían un sentido de la humanidad y la gratitud propios cada uno de sus aprendizajes. José dentro de su cargo como General en el ejército fue delineado por los valores sanmartinianos, de nuestro héroe máximo Don José de San Martín.

Un amor unido por el amor y por las grandes razones de ser y hacer. Cuando Bárbara conoció a ese joven en el aniversario del departamento de Rivadavia que le había dedicado un poema, "Cuando a uno lo vienen a querer", si bien sintió un mundo de emociones, sensaciones que no conocía y de alguna manera moldeó la Bárbara que hoy era. Ese joven quedó muy deprimido al no ser correspondido, le escribió muchas cartas por mucho tiempo, pero no fue el amor de su vida para ella. El amor de su vida fue José, en todos los sentidos, pero el sentido que le daba sentido a su vida fue el amor por la tierra, el cultivar un amor de la mano de su terruño. Quizás porque fue desprendida de los brazos familiares con el aluvión, de su hermana gemela Bonarda, seguramente su inconsciente la traía permanentemente acá, a lo que podía tocar con sus dedos taninos y su alma oliva. Tanto tiempo que habían perdido las hermanas en contarse la vida, en los secretos que solamente se pueden compartir con una hermana, tantos años valiosos que nunca jamás estaban dispuestas a perder. Tanto es así que Bonarda y Pedro decidieron construir la misma casa que había diseñado y soñado José para vivir con su amada, prácticamente al lado, unas viñas de Bonarda las separaba, pero eran Bonardas hermanas.

Las hermanas imaginaron que sus hijos o hijas correrían libres entre los viñedos para seguir el legado. Un sueño que después del casamiento se haría realidad. En fin, todo se iba acomodando como un regalo del universo, como si Dios planificara un destino que tal vez escapó a él, pero que ahora lo podía reparar. Curar el pasado y bendecir una boda nueva que ya comenzaba con una nueva década, la década del 30.

Silvia Bodiglio la organizadora de bodas, la misma que organizó la boda de Bonarda, no escatimó en gastos, el vestido de Bárbara era ligeramente entallado en la cintura con una falda de encaje que caía con elegancia y fluidez, la silueta de la novia permitía todo tipo de vestidos con telas elegantes y refinadas, que fueron traídas de una de las amigas de Doña Elena, Doña Valentina, desde Francia. El escote modesto y en forma de V con encaje bordado y las mangas largas pensando en un agosto que podía sorprender el clima. Una parte del vestido era de seda y el tul muy largo aportando ligereza y movimiento al mismo. Un tocado de novia con flores naturales y por supuesto unos guantes de encaje. Todo blanco, claro está, pero más blanco era ver a esos amores amantes, aunque el traje de José era de militar azul marino oscuro, no dejó de llevar un boutonniere en su solapa izquierda. Las madrinas lucieron sus vestidos de satén todo color rosa viejo y los padrinos de traje color negro. Bonarda también lucía un hermoso vestido color champagne y Pedro de traje azul. Todo era una paquetería, una celebración emotiva como ninguna.

En la casa de campo de Doña Valentina en Montecaseros San Martín se llevó a cabo la boda, la decoración mu Art Decó con los espejos que caracterizaban a la casa, las lámparas de araña y los pisos de madera, casi todas las paredes de color blanco con algunos toques de dorado y plata en le vajilla y manteles que le daban un aire de glamour. Si bien las familias tenían una influencia muy europea, propia de los inmigrantes que fueron llegando al este y a la ciudad, no dejó de ser una fiesta tradicional mendocina. Después de la ceremonia religiosa seguida de la celebración de los padres y el ajuar de la novia, la recepción de los novios fue con unas copitas de vino, empanadas y posteriormente cada familia o invitados ocupaban sus lugares asignados, la coordinación estuvo perfectamente organizada. El plato principal era carne asada con verduras de estación y posteriormente los dulces tradicionales. Vino, agua y champagne acompañaron toda la velada junto a los vals, tangos y rancheras que tocaban músicos locales y algunos cuadros con coreografías haciendo partícipes a los invitados, incluso con juegos que iban sumando como el baile del cofrecito, el del pañuelo, etc. y así la noche iba siendo muy divertida, sin que nadie quedara fuera de ella.

Esta boda duró hasta altas horas de la noche, fue el evento social más importante de ese año, razón también para que fuera tapa de diarios y revistas de la época. El momento culminante fue cuando cortaron la torta y el baile de los novios con un brindis donde José tomó la palabra y dirigiéndose a los invitados, familiares y especialmente a Bárbara dijo:

Brindo en el este por mi amada donde la luna fue testigo junto al vino más puro que he conocido, en la noche, en el día, los relojes fueron haciendo tic tac en nuestras almas para sabernos alimento y risas, brindo por estas acequias que me trajeron a ti, por los ecos de las cosechas y las semillas que sembraremos como fruto de este amor en este puñado de tierras, donde te encontré, donde me encontraste, en un tiempo que solo es cuando te veo. Lo inefable del amor, la inmensidad de este horizonte donde puedo ver las estrellas como en ningún lado, el canto que quiero cantar todas las mañanas, los vértices de cada viña que plantamos juntos para que no existan páramos, brindo por crecer entre tus brazos apasionados intrépidos y valientes para que se prolongue hasta los más oscuros momentos y continuar siendo tu guía y tú mi sendero, brindo, brindo, brindo por toda la danza que nos rodeará hoy y siempre.

Capítulo XV

Un día del padre muy especial

Bonarda y Pedro tenían la noticia tan esperada: iban a ser padres. Después de varios años de estar buscando un embarazo, de idas y venidas con diferentes médicos porque Bonarda no quedaba embarazada, hasta que un día dejó de buscar ese embarazo cuando justamente en una charla con su hermana gemela Bárbara (Malarda) en el espacio que tenían en común de sus respectivos chalets que generalmente era en la tardecita para ver juntas el atardecer y contemplar las montañas con ese cielo límpido, los picaflores que iban y venían entre los rosales, las abejas que empezaban a deambular de flor en flor, puesto que se iba acercando la primavera. Tomaban el blend de Ceferina que tanto les gustaba, cascaritas de naranja, el seductor cardamomo y toques de canela y unos bizcochos de limón. Entre los dos chalets se había construido un puente que por debajo estaba la laguna artificial, por allí iba una hermana a la casa de la otra, un puente como almas puentes que eran, puentes que fueron la base para construir grandes epopeyas y gestas en sus posteriores vidas. La particularidad que tenía, además, casi como un ritual, un acto reflejo, es que cuando una iba al chalet de la otra en el puente como encorvado realizado de madera y hierros en forma de hexágonos es que dejaban florcitas de estación enredadas, telitas de diferentes colores que depositaban sus sueños, sus promesas, en forma de nudos. Todas las personas que visitaban sus casas podían dejar sus deseos en el puente. Un puente colgante de sueños.

Los grandes temas de conversaciones de las hermanas eran la de tener hijos, seguir construyendo esos vínculos entre los padres biológicos y los adoptivos, aunque la vida las recompensó rápidamente con poder afrontar de manera llevadera la compleja y conflictiva en que fueron separadas al nacer, conflictivas porque recuerden que por las inclemencias del tiempo Bárbara fue arrastrada por la corriente siendo bebé y en su adolescencia se volvieron a encontrar porque el universo así lo volvió a reordenar. En fin, que largas charlas tenían sobre el apuro de Bonarda de ser madre, que siempre quiso serlo, tenía ese instinto maternal muy acentuado, Bárbara no tanto, no es que no lo quisiera, más bien ella teniendo una personalidad más descontracturada, libre, y apenas se casaba, como que quería tomar otras cosas de la vida antes de ser madre.

En una de esas conversaciones profundas Bárbara se plantó firme ante su hermana y con una voz segura y con el cariño más grande le dijo:

  • Hermana, vas a quedar embarazada cuando justamente dejes de pensarlo, estás un poco obsesionada, vive los momentos con tu esposo, salgan, diviértanse, bailen, canten, cosechen juntos. Sal de tu zona de confort.

Tremendas palabras las de Bárbara, digo tremendas porque hicieron estremecer a Bonarda de una manera contundente e incisiva, Prácticamente fue como si pusiera en el rol de una terapeuta. Palabras que produjeron un terremoto de emociones, de llorar sin parar, de reírse, de imaginarse de otra manera, Sus placas tectónicas comenzaron a acomodarse nuevamente y los nueve meses Bonarda quedó embarazada, pasó otro año y casi casi para la misma fecha ya Bonarda cursaba su 3 mes de embarazo, su médico de cabecera el Dr. De Gaetano no lo podía creer. Ahora se venía el momento de poder decírselo a todo el mundo, para lo cual como se acercaba el día del padre, las hermanas organizaron un día del padre muy especial, primero que nada y como ya era una tradición se comunicaron con su amiga Silvia Bodiglio para organizar todos los preparativos, pero esta vez lo harían en Rivadavia en el Palacio Gargantini, de donde eran las amigas más cercanas de Bonarda, ya que cuando eran niñas y viajaban con sus padres a Rivadavia se habían hecho la promesa cuando jugaban a la mamá y el papá y hacían como que cocinaban en los grandes terrenos de la bodega de Gargantini, que cuando fueran madres de verdad la primera vez lo festearían allí.

Todo salió a pedido de boca, esta vez su amiga Silvia se lució como nunca, se había asesorado muy bien con los lugareños, pero más que nada con el historiador Don Pablo Lacoste que le contó: La ceremonia de la mesa era un ritual de alta jerarquía en el Palacio Gargantini, y no comenzaba en el comedor, sino en la piscina. Allí se servía el aperitivo, formado por empanadas criollas de horno de barro, de carne, huevo, aceituna y piñones, acompañadas por vino blanco, lo cual era una singularidad. También se ofrecían picadas con salame y queso del lugar. Posteriormente, se ofrecía el almuerzo en el salón comedor. En los días de fiesta, se ofrecía una entrada de melón con jamón crudo. Después se servía la cazuela de gallina; se preparaba con arroz y un aliño especial, preparado con yema de huevo, leche, cebolla de verdeo (picada fina), orégano y ají. Luego venía el plato principal, que podía variar: tallarines caseros de tradición italiana, con salsa de tomate; pollo con papas fritas o rizoto eran clásicos; el asado se acompañaba con tomaticán, plato típico del lugar, preparado con tomate, abundante cebolla cortada a pluma, un huevo por persona, ajo, sal y azúcar; con los restos del asado se preparaban croquetas con salsa Bechamel. De postre se servían frutas, particularmente duraznos en verano y uva en otoño. En los días de fiesta mayor, se servían tres platos singulares, de larga tradición familiar: "mayonesa de palmitos", "fiambre de aceitunas" y "torre de panqueques", cuyas recetas se mantiene en reserva, entre tantos secretos de la familia.

Llegó el día del padre y se reprodujo toda la ceremonia tal cual le contó Don Pablo a Doña Silvia. Pero los padres biológicos y adoptivos sabían que había algo más que un gran festejo por el día del padre, querían indagar y no sabían cómo porque había tantísima gente y gente que hacía mucho no se veían y las charlas eran intensas y largas, la alegría reinaba, se brindaba todo el tiempo por los padres, ni siquiera Pedro sabía.

Bonarda golpeaba suavemente una cuchara en la copa pidiendo la palabra: mientras el sol iba colándose por las ventanas del palacio, se fue despacio hasta donde se encontraba un gran espejo que despegaba su elegancia, con pasos sigilosos y sus brazos rodeando los brazos de Pedro, lo fue acercando a la escena y ya todos ansiosos por escuchar: Querido Pedro, querido Padre, madre, hermana y amigos, amigas, querida familia, con inmensa felicidad y cumpliendo con las promesas de niña que fueron testigos en esta Bodega, en este Palacio con mis amigas del alma, es que quiero comunicarles que estoy esperando mi primer o primera hijo. Pedro abrió tan grandes lo ojos que parecían llegar al otro lado del mundo, lo primero que hizo fue abrazarla fuerte y con lágrimas en los ojos le preguntó si estaba segura, Bonarda sin que le temblara la vos: Sí, completamente así es que por eso hemos organizado esta fiesta con Bárbara para festejar a los padres que hemos tenido y los padres que contarán una nueva historia. El padre de Bonarda el abuelo Osman, sería abuelo, el padre de Pedro, Doña Elena, Bárbara tía, en fin, la familia crecía, los amigos festejaban.

Nuevos puentes afectivos se seguían construyendo, un día del padre muy especial, José el esposo de Bárbara también quería ser padre, se fue contagiando este nuevo rol en los jóvenes que traerían un aire de desafíos, de miedos lógicos, pero con un sentido de continuar con los legados, ser testigos de una emocionalidad que sería presente, afectuosa dejando en buenas manos sus testamentos de amor. Pedro y José serían padres muy sanmartinianos, ya que el legado del José de San Martín le dejó su hija Merceditas, para ellos eran las máximas a sus descendencias.

Capítulo XVI

Un viernes no es igual al otro

Don Pedro caminaba feliz entre los viñedos de su amigo de toda la vida con Don Juan Francisco, grandes filósofos de la vida, si bien eran ingenieros, también les gustaba la poesía, charlar de la vida, del tiempo, de tantos momentos compartidos, conversaciones que sembraron entre los Malbec, que ya se estaba destacando y se convertiría en la uva insignia de Argentina, junto a otras variedades tintas y blancas que se utilizaban para el consumo interno y la producción de alcohol vínico. La vitivinicultura en Mendoza experimentó una modernización desde la llegada de los inmigrantes, finales del siglo XIX, el departamento de San Martín, Mendoza, se consolidó como la mayor zona productora de vinos y superficie cultivada con vides de la provincia, orientada al mercado interno de consumo masivo y vinos comunes. Don Juan y Don Pedro construyeron en el este mendocino, un mundo vitivinícola con la modernización de esa época su lugar en el mundo, apostando a las tradiciones y proyecciones de un futuro prometedor, apostando a esta variedad que, si bien no será de esta zona, se incursionó igualmente.

En los días viernes, que se embriagaba la primavera, Don Juan tenía la costumbre de invitar a sus amigos heterogéneos en edades y profesiones y ahora que sabía que Pedro y Bonarda tendían su primer hijo o hija, le sobraban las razones para brindar en su nueva casa, muy original para la época, junto a su bodega y con la esperanza que sus plantaciones de Malbec, dieran sus frutos. Así es que ahora los hombres se empezaron a encargar de los festejos, por supuesto que siempre con el asesoramiento de Doña

Juan Francisco había viajado mucho con su esposa y siendo ingenieros los dos imaginaron ese lugar de la Calle Miguez como una casa que siempre estuviera abierta a los amigos, siendo los viernes el día donde las copas brillarían en los brindis que no eran tan fugaces los viernes eran momentos compartidos que les recordaba a personajes, siluetas, aromas, pasiones sentidas y siempre que hay encuentros de amigos o de amores, está presente el vino. Ningún amor es igual a otro, ningún viernes es igual a otro y ningún vino es igual a otro. Amigos de toda la vida como Don Pedro y que ahora también se sumaba Don José, el esposo de Bárbara, los amigos en tránsito que venían por ese viernes u otros viernes, pero amigos siempre. Una casa que se abre con el corazón y se cerraba con la miraba al firmamento agradeciendo lo vivido, lo soñado, lo amado, así hasta el otro viernes, uno era distinto del otro, uno podía ser muy intenso, otros como mariposas que pasan y se van, pero dejando un sinfín de posibilidades. Un verdadero espacio de encuentros.

Una mañana llega a la casa de cada una de las hermanas la invitación especial de Don Juan Francisco: "Con hondos sentimientos y esperanzas los invitamos el próximo viernes a degustar nuestro nuevo hijo: nuestro primer Malbec." Pedro se quedó sorprendido por la noticia, no entendía muy bien si es que su amigo iba a ser padre como él y le pondría Malbec o si la noche que le había confesado que quería plantar Malbec, lo había hecho y realmente dio sus frutos, suponía que su amigo se lo hubiera dicho, Bonarda le decía: bueno a lo mejor quería darnos una sorpresa, por supuesto que iremos a acompañar a nuestros amigos.

Viernes donde un nuevo vino llegaba al mundo, todo lucía con una pulcritud y aromas de olores a cepas nuevas, a una casa que inspiraba a los artistas, músicos y poetas, ese atardecer en la casa y bodega de Don Juan sería un viernes más que una metáfora. Las barricas de madera hechas sillones con fundas blancas blanquísimas, serían las protagonistas, el color rosa viejo con un toque terracota, del que se había pintado nuevamente la casa, los jardines extensos y verdes, las flores, las hebras de luz que colarían sus destrezas entre el cielo y la tierra.

Al llegar los invitados, que se iban subyugando con ese entorno familiar y paradisíaco, el universo empezó a descorchar esos momentos que seguro serían inolvidables, que harían una gran historia, nada sería igual, todo sería lo menos parecido a lo mismo. Al tomar la palabra el dueño de casa y alzar una copa con un Malbec, bajando la música y tomando por la cintura a su esposa, mirando con brillantez a sus amigos, emocionado dijo: Amigos hemos dado a luz a nuestro hijo Malbec, de expresión juvenil, fresco, descarado, atrevido, pero sobre todo sensible y humano, un vino que invita a la charla fresca, que siempre va bien con los amigos, y todos los días alegra el alma por su alma libre. Le decimos el niño, porque siempre nos sorprende, y sorprende a todos los amigos que con él se dejan deslumbrar, y cuando lleven sus copas hacia la nariz sientan sus matices de ciruelas maduras y su sabor, este gran vino, este nuevo niño, acompañará esta noche de asado, los guisos, las pastas con salsas de tomate y queso. En fin, para disfrutar la vida. Le decimos el niño, porque siempre nos sorprende, y sorprende a todos los amigos que con él se dejan deslumbrar. Un equilibrado Malbec que deja verse entre las hileras, que no necesita madera porque en su esencia esta la juventud, pero también la valentía de aquel que sabe que puede alcanzar la meta impuesta. Los invitamos a compartir esta felicidad.

Pedro y Bonarda, inmediatamente fueron a abrazarlos y felicitarlos, emocionado Pedro por su amigo que cumplió un sueño que ahora sería el sueño de todos, ver crecer sus hijos de la madre naturaleza en todas sus expresiones. Ya casi que nadie podía esperar al viernes, el día de venus, el día añejo pero nuevo, el día para querer más aún a los que queremos, como si fuera el fin del principio prometedor, un día que se va trasladando por todo el fin de semana en las acequias, en los parrales buscando los trotamundos de amistades que sellaron otros vinos, como una arquitectura perpetua de pasiones.

La tardecita se iba escondiendo, las alegrías sumando, familias y amigos sellaban un capítulo que vendrían con nuevos amaneceres, porque el sol sale por el este, como decía Don Javier Vrana. Setiembre llegó con la energía de esa Mendoza Este donde se abría un período de claridades y sin dudas, disfrutar del esfuerzo por el trabajo en la tierra, de nuevos nacimientos, amistades profundas y armoniosas. Celebrar la vida, el vino. Está escrito en la tierra de las bondades.

La noche llegó y el nacimiento de la hija de Pedro y Bonarda, Alicia.

II parte Novela Bonarda y Malarda

Capítulo XVII

Barrio Las Bonardas

A partir de 1935 en Mendoza Este en general experimentó un crecimiento que se vio reflejado en la expansión urbana de sus barrios, el centro fue el eje comercial y de servicios, mejorando la obra pública impulsada por la actividad agrícola y vitivinícola, sus grandes beneficios provenían de la vid, frutas y hortalizas que generan capital para el desarrollo urbano, inmobiliario. La zona de la ciudad de San Martín y sus alrededores comenzaron un proceso de expansión con sus barrios. Las mejores en infraestructura vial y de servicios facilitó esa expansión y conexión entre lo rural y la ciudad.

La llegada del tren en el siglo pasado trajo los inmigrantes que fue un antes y un después para todo el desarrollo económico, cultural, turístico que con los años también impulsó una migración interna que aumentaba la demanda laboral, de viviendas y servicios.

La zona este comenzaba a resplandecer y los amigos de Bonarda y Pedro, José y Malarda (Bárbara) comenzaron a venirse al este de las bondades por razones de inversiones en tierras, en vides fundamentalmente y también para estar cerca entre los amigos. Varios ya conocían la zona muy bien porque habían estado en las fiestas en las casas gemelas de las hermanas gemelas, pero la última vez que vinieron para el bautismo de la primera hija de Pedro y Bonarda, Alicia, quedaron extasiados con la amplitud de este horizonte, con la calidez de las personas al recibir al turista, al visitante, al vecino tanto para degustar los vinos locales como su gastronomía.

Alicia en este país de la maravilla este, tal vez con alguna coincidencia con novela clásica de 1865 del escritor inglés Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson) o tal vez no, pero lo cierto, que Alicia termina de cerrar una de las grandes decisiones que tomaron José, Pedro y los amigos que venían de Luján, Maipú, Ciudad, Godoy Cruz, en fin, un grupo bastante grande que decidió apostar a una nueva vida, la vida donde el sol sale por el este. Muchos de ellos eran ingenieros y arquitectos como los padres de las gemelas, les gustaba mucho el diseño interior y algunos eran paisajistas, artistas plásticos muy reconocidos y otros escritores, agricultores. Gente culta, gente que quería proyectar en la tierra lo que habían aprendido en las universidades, en los libros, en sus viajes. Alicia ya iba succionando todas estas enseñanzas, pasiones y su curiosidad e inteligencia sin conejos blancos, pero con un gusto desde pequeña por los sombreros y juagar a tomar el té. El mundo en el que cae Alicia es otro diferente al de Lewis, pero con una peculiaridad y originalidad y con un punto de unión importantísimo: la búsqueda de identidad.

Una tardecita de setiembre cuando la primavera estaba llegando, los amigos reunidos en la casa de Pedro y Bonarda, los niños y niñas jugando entre el jardín de flores y los jazmines por doquier, construían sus casitas con maderas, algunas sábanas, farolitos, los vasitos que simulaban tomaban agua fresquita y las infaltables mesitas con el juego de té, Alicia tuvo una idea y que esas casitas fueran todas iguales como las de sus padres y tía. Mientras los mayores conversaban, pero también estaban atentos a los juegos de sus hijos e hijas, uno de ellos dijo: "Amigos miren a lo que juegan los niños, increíble cómo han escuchado nuestras conversaciones y las trasladan a sus juegos, pero vengan miren lo que han hecho". Con la curiosidad propias de los padres al ver las obras de sus niños y niñas quedaron todos con la boca abierta, impactados y sensibilizados, ellos sabían que esos juegos eran las enseñanzas, el esmero y dedicación para mostrarles un mundo diferente, solidario, humano.

Pedro y Bonarda le preguntaron a Alicia qué es lo que habían hecho, ella con su personalidad única, simpatía y muy graciosa con tan solo 10 años respondió: Papá hemos hecho un montón de casitas para vivir todos juntos y jugar. Oh claro qué maravillosa idea y ¿cómo se van a llamar esas casitas?, a ver... déjame pensar, contestó Alicia. Se llamará Barrio Las Bonardas.

Capítulo XVIII

Un nuevo romance de primavera en Las Bóvedas

El paso de los transeúntes por las tierras Sanmartinianas ese domingo dando la bienvenida a la primavera fue la ambientación natural y simbólica de historias por venir en multiplicidad de oportunidades en una época prometedora. Casi lindantes con el Barrio Las Bonardas cada vez tenía más adeptos en toda la zona este y de otras provincias, Las Bóvedas, siendo uno de los testimonios arquitectónicos y urbanísticos que aún se encuentra en pie en la región de cuyo, con el adicional, que se levanta en terrenos que están ligados a la vida del General San Martín y constituyen además el casco de una explotación agropecuaria y comercial de principios de siglo, es declarado el 10 de diciembre de 1941 "Lugar Histórico" según el Decreto 107.512 del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, debido a las gestiones de las fuerzas vivas de San Martín.

La genialidad de las niñas que propusieron el nombre del barrio Las Bonardas comenzó a llamar la atención de artesanos, artistas, comerciantes, empresarios, comunicadores, todos querían venir a conocer el barrio y pasear por el lugar histórico Las Bóvedas. Era "la salida" típica del fin de semana porque las familias podían salir con sus hijos, las parejitas pasear bajo los designios de tantos besos, los niños en sus triciclos, generando que se crearan ferias de productos regionales, vinos de la zona, los artesanos vendían mucho ese día, los fotógrafos sacaban las fotos de las tardecitas en el este y los pintores con sus atriles al aire libre pintando por el día de la primavera que justamente se festejaba ese domingo, la música, los músicos, los bailarines creando un universo cautivante. Arte, empresa, intercambio de vivencias, crearon una trama sociocultural de la mano de una identidad histórica y patrimonial sin precedentes: Caminar por las chacras del Libertador y conocer el Barrio Las Bonardas.

Alicia la primera hija de Pedro y Bonarda ya había llegado a sus flamantes 15 años, el día de la primavera en los festejos en Las Bóvedas conoció a su primer amor: Don Ángel de El Alado, de Rivadavia, si bien Ángel ya la había pispeado a Alicia con todo lo que implicaba ella en su país de Las Bonardas, él no se quedaba atrás, su nombre era inspirador, él había nacido en El Alado, sus padres producían vino también pero lo gastronómico era su fuerte y habían hecho de su vida, un lugar de ensueño para organizar festejos, cumpleaños, casamientos. Don Ángel creció entre viñedos y mucho amor, era divertido, romántico y con un don como el lugar donde nació: Tenía alas. Alas para volar con su imaginación, alas para observar con los pies en la tierra el cielo, el universo porque Don Ángel era astrónomo. Siempre su curiosidad fueron las estrellas, las fugaces y no, los planetas, los cometas, de niños jugaba con sus alas aladas a ser un cometa, su padre le compró el primer telescopio a los 10 años, allí en la inmensidad de sus tierras en Rivadavia, jugaba, ideaba, creaba un mundo paralelo. Había estudiado en Observatorio Astronómico de Córdoba y al recibirse quiso quedarse en su ciudad natal porque decía que los mejores espacios y lugares para observar el universo estaban ahí, en Rivadavia.

Cuando Ángel ese domingo pudo tomar valor para hablar con Alicia, todos los planetas se alinearon y se produjo ese choque de astros del amor, el eclipse total de las pasiones. Alicia quería ser docente y modelo, amaba la moda, los diseños, los zapatos y carteras, perfumes accesorios, pero el perfume que despertó todas sus emociones y run run en su corazón fue el olor de Ángel. Estaba escrito en el aire. Los años luz de ambos se juntaron en el momento indicado, a la hora precisa y en la misma galaxia, la mayoría de edad no fue impedimento, ni una justificación ni un problema. Iniciaron un camino abierto al mundo de las cosas y situaciones auténticas, propias que ni siquiera ellos imaginaron cómo les cambiaría la vida. Un sendero de luz, un portón que abriría corazones nuevos, corazones rotos, como si fuera una gran constelación que vino a salvar, a sanar, soltar lo que hay que soltar y aferrarse a lo que vale la pena. Un hogar que sería parte de nuevos comienzos, partes de un recorrido que sería iluminador e iluminados.

Un amor con un origen; las Bóvedas y el Barrio Las Bonardas, y una evolución de un amor que desencadenó en un pronto casamiento, el tiempo vuela le decía Don Ángel y ella que ya había aprendido bastante de estrellas, le decía: eres mi supernova. La vinculación coestelar fue tan intensa, verdadera y vibrante que se fueron a vivir al cielo predilecto de Ángel y crearon El Alado, donde recibían a amigos de todas partes, de largas fiestas familiares, de infinitos domingos sin cosmos, pero siendo el Big Bang de una nueva manera de hacer turismo enogastronómico, destacando las bondades de la naturaleza rural, cocinando en los hornos de barro sus empanadas chirriantes, asaditos de lujo, costillares a las llamas, tortas fritas con jamón. Además del placer de disfrutar el cielo, ambos crearon una atmósfera terrenal para que turistas, vecinos, amigos cuenten sus historias, fortaleciendo los lazos de su comunidad y su destino cultural. Un amor de primavera que comenzó a trascender las fronteras.

Capítulo XIX

El turismo del este en Barrio Las Malardas

La hermana de Bonarda, Malarda, tuvo una epifanía la noche del 8 de setiembre, mientras se despertaba somnolienta y sin entender si lo que veía era fantasía o realidad, se le apareció la Virgen en sus sueños que claramente le decía: en Barrio Las Malardas se hará la fiesta del turismo, piensa, crea y difunde.

Las ciudades del este ya habían manifestado un acelerado proceso de urbanización y crecimiento: nuevos barrios, construcciones públicas y privadas. El Barrio Las Bonardas cada vez tenía más habitantes, espacios verdes comunes, pero a Malarda (Bárbara) esa noche de la epifanía supo que tenía que sugerir hacer otro barrio, pero con su nombre, el nombre de Malarda, cuando era más díscola y caprichosa, recordemos que después decidido cambiar su nombre por Bárbara. Esa intensa actividad nocturna, casi constructiva, fue absorbida inmediatamente por sus padres, familia, tíos, amigos y fundamentalmente por su hermana gemela Bonarda. La vida nos lleva puesta, muy de prisa, decía ella siempre. Así es que comenzaron los trabajos para proyectar un nuevo barrio rápidamente, con inmensos jardines, laberintos de ligustrines para los niños y tendría una característica muy particular: un cielo abierto a todo tipo de actividades turísticas y culturales para los viticultores, artesanos, músicos, tejedoras de telar, crochet, a dos agujas, bordado, cestería, pastelería al paso, diversos espacios para vender empanadas, alfajores, los fogoneros a fuego lento sacando un vacío listo para comer en pan casero. Por supuesto creo una gruta de la virgen, en agradecimiento de su aparición y a la que ella le debía todo ese nuevo universo multicultural para dar inicio a las fiestas del turismo en la zona este. La virgen era la Virgen del Carmen, la misma que cubrió y cuidó los designios del Gral. San Martín. La imagen la pintór la artista plástica Mily Repetto y la escultura para la gruta por un escultor que sólo vivió mientras hizo la imagen, después no se supo más de él. Su hermana estaba tan emocionada que le escribió la oración a la virgencita para la gruta que se inauguraría al otro año y que ya estaba sonando en los medios gráficos, en radios, revistas no sólo de Mendoza, de toda Argentina.

Oración a la virgencita

Que tu luz inconmensurable

virgen de la zona este,

proteja a nuestros vecinos y turistas

iluminando los caminos

hacia nuestras tierras

que cada visitante sienta tu amor

en estos paisajes, en estos viñedos, en estos olivos,

descubriendo la belleza y calidez

con alegría y prosperidad,

que cada encuentro sea celebración y amistad

cuando el sol asome en el este.


Fue tal la el impacto de las nuevas viviendas, de los olivos y la nueva gruta fruto de la aparición de la virgen en los sueños de Malarda, que de alguna manera se fueron cumpliendo sus designios, una superposición de culturas y circunstancias, de formas nuevas para encontrarse en la ciudad y la naturaleza, la transmición popular religiosa, una actitud pintoresa que comenzó alojar a los que no tenían un lugar de expresión artística, histórica, comercial, de intercambio de ideas, que fueron modificando sustancialmente el quehacer cotidiano, conexiones urbanas, conexiones interdistrictales, provinciales, nacionales e internacionales. Los inmigrantes que habían llegado a la zona este dejando atrás a muchos de sus seres queridos en España, Italia, Rusia, Siria, Rumania, Francia, querían conocer estas tierras, entonces la comunicación epistolar cada vez era más seguida y continua favoreciendo con los años, la llegada de más turistas a la zona a conocer este lugar en el mundo, como nuevo en tierras tan lejanas pero con una promesa vivificadora. Los reencuentros fueron un veradero bálsamo interfamiliar

Un turismo emergente y religioso avanzaba, edificaba momentos lúcidos, luminosos y de una enorme fuente de trabajo. Llamas que conectaron con el fuego de la gastronomía, el aire traía lenguajes colectivos que se movían al mismo ritmo. Malarda co creadora de todas las posibilidades, la niña que se creió sola prácticamente y que rescataron Roberto y Adriana, la niña de los aoves, el barrrio que construyó con los arquitectos de renombre tenía otra gran particularidad: Olivos por todas partes, los olivos delimitaban las casas, entre casa y casa, y, unas cuántas hectáreas de olivos pegados unos a otros. Estas plantaciones fueron la recompensa de lo que no pudo ser, el fruto de lo que pudo sanar. Malarda creó, creyó y difundió de tal manera que el mundo se rendía a sus pies.

Capítulo XX

La Fuente de los Viñedos

En el país de las maravillas de Alicia, la hija prodigio de Bonarda y José, también la ahijada de Malarda, en una estrategia creativa y juvenil entre cultura, arte, turismo y territorio comenzó a consolidar el espacio de los Barrios Las Bonardas y Las Malardas. Las viñas de los dos barrios se conectaban en sus grandes extensiones, senderos de margaritas que tanto les gustaban a Alicia, manzanillas, que iban abrazando los olivos, el cultivador de los secretos, donde comenzaron a pasar cosas que llamaron la atención no sólo de Alicia y sus amigas, su madre y su tía, sus abuelos y cada vez más vecinos, también de las personas que venían de otros departamentos, provincias, sin imaginar lo que pronto significaría este lugar mágico en el mundo.

Una tardecita caminaba Alicia de la mano de su amor Don Aldo y la presencia de un colibrí posándose en la cabeza de ella, como si quisiera anunciarle algo. Hacía un tiempo que le venía sucediendo esta situación, también con las mariposas, y por las noches algunas estrellas fugaces, era una señal, o varias señales que no había prestado atención hasta ese momento. En el preciso momento que paró su marcha en el centro del sendero, lo miró fijamente a Aldo y lo abrazó como nunca lo había abrazado. El instinto la fue llevando hacia la parte de las viñas, como al este de las mismas, el cielo claro, claro como si nunca llegara la noche, la paz, el silencio, sensación de no temer, una energía extraña lloraba entre las vides. Ella se fue acercando lentamente pero valientemente, tomó una hojita de parra y al rozarla con sus dedos, unas gotas de sangre vino formaron un corazón tanino en sus dedos. Ambos quedaron anonadados.

Sin emitir ningún sonido, sin saber qué decir, qué hacer, el susurro del agua era el único sonido, pero de dónde provenía se preguntaban, pero el cielo de golpe se puso negro, negro de tormenta granizera y sin nada más los relámpagos tremendos iluminaban todos los escenarios, ellos quisieron resguardarse y en ese momento un rayo cayó sobre la vid donde Alicia había cortado la hojita de parra y menos mal que estando alejados, pudieron ver el milagro.

La energía eléctrica, combinada con las propiedades del suelo y los minerales de la fuente, generó una reacción química y física que transformó por completo ese espacio. La fuente empezó a brotar un agua cristalina, luminosa, y una especie de neblina suave se elevaba desde ella, formando una silueta casi angelical. Ese inmenso chorro de agua salía con una fuerza de la tierra como una alegoría, una metamorfosis del antes y después, dejaba al descubiero un pilón de piedra centenaria, como si una fuente de los deseos surgiera para que fuera la esperanza a toda una comunidad, porque ya era una leyenda. La nochecita llegaba, Alicia y Aldo sentados en la tierra admirando el milagro de la naturaleza, hablaron y hablaron, lloraron, se rieron, se amaron y como toda revelación de la naturaleza pidieron sus deseos. Malarda que no era poeta como su hermana, en esa convergencia de fuerzas naturales y celestiales, talló en el pilón un poema, un poema que cambió radicalmente la vida de los este y los turistas que querían conocer ese milagro, siendo la fuente de los viñedos un lugar para venir a pedir deseos, milagros, y todo tipo de ofrendas y si al cortar una hojita de parra y apretar su grano de uva, dejaba un corazón de sangre entre los dedos, ese deseo se cumpliría. Al poema le sacaban fotos, lo escibían en sus diarios de viaje, lo hicieron propio.

Misterio

Misterio que descifra los misterios

entre el poniente de la luna

y el sol menguante.

Misterio, siempre misterioso,

de ser

desde los milenarios años.

Solamente agua.

Capítulo XXI

El aroma del trinunfo

Los padres de Bonarda, eran fanáticos del fútbol, aunque Don Osman era de Gimnasia y Esgrima y Doña Elena de los Chacareros. Un sábado de octubre Gimnasia y Esgrima se jugaba la final al ascenso a primera, sol del este se filtraba entre los parrales, tiñendo de dorado las hojas de las viñas y la radio de Osman que cada vez subía el volumen porque su equipo iba ganando y su emoción bajo la lluvia con sol, también.

Doña Elena, la matriarca de la familia, iba y venía con las torotras fritas y el mate para apasiguar los nervios de Osman y sus amigos que atentos escuchaban el partido, una sonrisa de satisfacción al ver a su marido que ya venía con sus achaques de los años, pero con la alegría intensa y fuerte como la presencia de frutos de sus logros, como si también se estuviera despidiendo de todo lo que construyó. Aunque el lobo decía "jamás desaparecerá". Recordaba siempre la misma situación y contaba la misma anécdota, cuando sus padres que llegaron de Siria y se quedaron a vivir un tiempo en la zona este pero después por razones laborales se trasladaron a la ciudad de Mendoza, allí con sus dos grandes salones de telas importadas crearon un imperio en la zona de La Alameda. Compraron una casa en calle Rioja y Catamarca y así fue que se hicieron hinchas de Gimansia y Esgrima, que tenían estaba a pocas cuadras. Los hinchas eran los hombres más que nada que habían creado una comunidad de inmigrantes y prósperos comerciantes. Osman si bien nació en el este, porque también sus padres tenían sus viñedos acá, se acostumbró a ir y venir de la ciudad al este, y así fue que también se hizo fanático de Gimnasia y Esgrima. Era toda una odisea trasladarse con sus amigos a la ciudad pero al tener la casa paterna en pleno centro, después de los partidos hacián un asado y bebían hasta altas horas de la noche.

Ese sábado glorioso mientras escuchaban el final de la victoria, la tranquilidad de la zona se vio interrumpida por el sonido de los bombos y las trompetas que llegaban desde algunos fanáticos a pocos kilómetros de distancia. Era día de partido, y el Lobo mendocino, el segundo equipo más ganador de la Liga Mendocina de Fútbol (LMF) y considerado uno de los cuatro grandes del fútbol mendocino, se consolidaba campeón. El hermano de Don Osman, también era un fanático del Lobo y no se perdía un partido. "¡Vamos Lobo, carajo, su voz ronca de tanto alentar a su equipo.

Mientras tanto, Doña elena se reía a carcajadas. "Hoy el Lobo se come el trago amargo", decía con sorna, deseándole la derrota a su marido, aunque en el fondo prefería que ganara, ya que ganaba Mendoza. En la bodega, el aroma dulce de las uvas Bonarda recién cosechadas se mezclaba con la tensión que flotaba en el aire. De repente, un grito de gol estalló en el estadio. El Lobo había marcado un tanto en los últimos minutos del partido. La hinchada enloqueció, y Don Osman saltó de alegría, abrazando a todos los que tenía cerca. La victoria del Lobo era un buen presagio para todos. El padre de Osman, parecía haber absorbido el espírtu de la victoria y sufrió una descompensación, tuvieron que trasladarlo al hospital, su hijo lo acompañó en la ambulancia pensando lo peor, comenzó a llover muy fuerte la ambulancia iba cada vez más rápido, mientras le decía a su hijo: "si muero, muero feliz hijo mío, pero prométeme que no vas a llorar, porque tu padre se va con el aroma del triunfo"

No murió el padre de Osman, por suerte llegó a tiempo con su infarto de puras emociones, celebraron victorias tras victorias, "celebremos con las copas de vino, un lobo como yo jamás puede morir". Cuando fue dado de alta definitivamente, al llegar a la casa de Osman y Elena, sólo pidió construír una cancha de fútbol y pintar todas las gradas, negro y blanco. Blanco por la totalidad de los colores y el negro de la elegancia, contraste y equilibrio, inmortalidad y mortalidad, los misterios de una arquitectura perfecta.

Capítulo XXII

Día de la Madre

Bonarda y Malarda decidieron festejar juntas y en familia el día de la madre, con ambas madres, aunque algo estaba pasando en el último tiempo que los padres de ambas no tenían el mismo ímpetu ni entusiasmo por compartir los momentos familiares. Las gemelas intuían esta situación hacía rato, en sus conversaciones privadas sospechaban que había algo más que un cierto distanciamiento, razón por la cual, trataban de organizar actividades más seguidas para compartir y tratar de averiguar qué estaba pasando.

Ese domingo del día de la madre la casa de Bonarda lucía radiante, los pisos brillaban como nunca, las flores inundaban todas las salas, perfumada, hasta esos momentos no vividos juntas con sus propia madre biológica y los momentos vividos desde que se encontraron. La mesa tendida era una obra de arte, el mantel de hilo bordado, el cristal de Bohemia (heredado de su abuela) y un centro de mesa con uvas Bonarda frescas, de color púrpura profundo y terroso. Bonarda al recibir a los invitados convidaba granos de uva diciendo con dulzura y sensualidad: Sírvanse las uvas del vino de la persistencia. El sol era atrapado por los cristales de las ventanas inundandas de Santa Rita, proyectando sombras. Sombras y luz, la contradicción misma de sus vidas, habitando sus propias penumbras, al fin y al cabo habían logrado una perspectiva más profunda sobre su propia existencia, cada una con su brillo personal y su camino recorrido.

La radio, que era el principal vehículo de comunicación culturl, información y política, transformando la vida social de todos los mendocinos en esa época, ese domingo transmitía los mensajes a las madres que estaban lejos, a las madres que ya no estaban en este universo, iban y venían los mensajes y la música de Hilario Cuadros, Félix Palorma, Tito Francia eran los animadores de la previa del almuerzo, se sentía la tonada mendocina que iba soltando esos vacíos incómodos y los tanguitos subían los ánimos ya que muchos invitados se animaron a bailar.

Las gemelas eran luz cuando estaban juntas, así es que ese domingo lograron unir, juntar, convivir en paz, esa paz que no tuvieron por mucho años y el momento de la unión familiar en la mesa se realizó con toda la presencia amorosa de las hermanas que rompían todos los estereotipos y los hielos. La calidez de Bonarda al empezar con un brindis el almuerzo fue de una emoción que traspasó el umbral de todas las personas, atravesando laberintos invisibles, su alma que había llorado en silencio tejía los abrazos de amor filial, al chocar las copas con felicidad, todo cobró sentido. Malarda se levantó y se animó a dedicarle un poema a sus madres:

Las glorias de mis madres

Medida de una vida

De siestas sin prisa

Que va cosechando

Las uvas del dolor

En crespúsculos traslucidos

Cuando están cerca de mí

No hay páramos

Ni pies descalzos de agua.


Todos, todos se emocionaron hasta liberar lágrimas contenidas, las madres con su sentimiento visceral abrazaron a sus hijas, sus brújulas divinas, dieron calma y armonía. Elena la mamá biológica de las gemelas, volvió a mirarlas con ternura, recordó las primeras y únicas imágenes cuando tuvo a sus hijas en brazos con esa paz que no confundía, hacía mucho que no sentía ese especie de felicidad y nostalgia, escuchando su corazón. No había dolor.

Comenzaron almorzar, el plato de entrada eran las incomparables empanadas en el horno de barro, chirriantes y calentitas, luego unas sopaipillas con jamón crudo y para el plato principal un asado donde nada faltó, los postres no se quedarón atrás, el dulce de membrillo con nueces y el queso literalmente era un poema, el flan casero con un almíbar lujoso y cuántico. La vida comenzaba a confiar de nuevo, liberar memorias a través del alimento compartido donde se alineaban en un mismo própósito: renacer el alma. El día de las madres es eso.

Capítulo XXIII

Cuando muere el padre

Osman estaba inmóvil. No yacía: estaba simplemente detenido, en el punto final de un largo viaje inmóvil. El aire se hizo denso, pesado como la uva madura a punto de estallar. Una ráfaga gélida, no de viento, sino de ausencia súbita, recorrió la casa. El polvo en suspensión, iluminado por el farol moribundo, dejó de danzar. Se detuvo en un asombro minúsculo, una mirada suspendida en el silencio de Elena que no atinaba, no comprendía si era un sueño o lo que no quería que pasara, pero pasó. Osman murió.

Afuera, la luna, un hueso pálido, no ofrecía consuelo.

En ese instante, en el pecho inmóvil de Osman, el último resplandor de una hoguera antigua se encogió. El corazón, esa bomba incansable de vida y sangre, liberó un suspiro seco, un eco profundo que no era audible, sino percibidle en las paredes que guardaron tantos silencios y secretos. Osman murió de una manera digamos feliz, como el día que salió campeón su equipo de fútbol y él se descompensó, tal vez fe el primer anuncio, pero un anuncio que sería la catástrofe impensada para toda la familia, la comunidad y para las gemelas más que nada.

Cuando muere el padre, el sonido de las cerraduras abriéndose para dejar salir algo inmensurable: el primer sentimiento de orfandad.

Las hermanas llegaron juntas a constatar el fatal desenlace, Malarda fue la más conmovida porque al crecer sin su padre no entendía muy bien ese raro sentimiento que se iba apoderando en su apretado congojo y en su laberíntica mente, muchas preguntas que de aquí en más quedarán sin respuesta, su padre biológico fue como un ser imaginario que debió reconstruir con el tiempo, pero el tiempo fue corto, el tiempo no se lo permitió. Más que un padre como tal pasó a ser un mito, fuera de cualquier abordaje racional, reconstruir no fue fácil, como si quisiera escribir sobre un libro que ya estaba escrito, un mito que se fue cargando de emociones, eso sí, pero si ella no lo asumía no tendría conexión con la existencia. Bonarda tenía a flor de piel la presencia del padre tanto emocional como mental, su padre no fue un ser imaginario, fue real, tan real que no podía comprender ese vacío en el que se convertirían sus paseos y largas charlas entre los viñedos, o los mates de casi todas las tardes oliendo el perfume de los jazmines, sus fuerzas iban decayendo y el sentido de la realidad también, todo dejaba de existir, el páramo dejaba al descubierto la posibilidad de tener resonancias mágicas para Bonarda. Estaba desabrigada.

Había que acomodar la casa para el servicio de sepelio, las hermanas se encargaron y Doña Elena que estaba inmersa en su tristeza notó que un racimo de uvas, olvidado en el alféizar, se contrajo. Su piel tersa se arrugó, volviéndose oscura y pacificada, como si absorbiera la vitalidad que se había liberado. El jugo interior, el alma del fruto se concentró en una gota espesa y dulce. Los parrales pronto llorarían y ya no darían la misma sombra en la galería. Muere el tronco, la génesis y las manecillas del reloj de pared quedan quietas, fatigadas. Justo Bonarda había comprado en su último viaje a Buenos Aires el último de libro de Norah Lange "Antes que mueran" porque quería leerlo junto con su hermana en el patio de la casa de su padre Osman. Un libro que compró como un presagio, la intuición cruda de la realidad que la absorbería. Ambas se fueron a la biblioteca para revisar algunas cosas y Bonarda busca el libro que se lo había prestado a Osman, pero que no alcanzó a leer, y se lo enseña a Malarda, hermana le dice, quiero que leamos este libro juntas. Malarda le preguntó de qué se trataba y le resumió diciendo: es una exploración lírica y experimental sobre el miedo a la pérdida de la identidad y a la fijación de la memoria, utilizando la muerte como punto de fuga para intentar comprender y definir la propia existencia. "Es como si lo hubieras previsto hermana, has traído un final para ordenar recuerdos y sentimientos antes de que se pierdan por completo. Creo que quedan noches muy largas".

Elena temía quedar atrapada en una imagen inamovible, cerca de la muerte. La sombra que había subido por las hileras de toda la zona, ahora se posó sobre Elena. No era una sombra de pena, sino de finalización. El peso de su vida, los secretos, de sus cosechas y sus pérdidas, se disolvió en el aire, ligera como el perfume de un vino que se evapora. Osman descansaba en paz y las uvas bendecían su ocaso.

Solo quedó la silueta tendida de la memoria, una forma que comenzaba a pertenecer más a la piedra y al árbol que a la carne, mientras el aire de la noche se hacía más vasto, más libre, al haber acogido una nueva y silenciosa frontera. El mundo de Osman y Elena pasado, presente y ahora un futuro ausente, contenía un secreto más, y Roberto lo sabía.

Capítulo XXIV

La aparición de los Gerónimos enólogos

El sol de la tarde caía con un peso plomizo sobre los hombros de quienes regresaban del cementerio. El aire, antes cargado de la solemnidad del adiós a Osman, se volvía ahora un murmullo incómodo en la casa de Doña Elena. La gente se movía con la pesadez del duelo, sirviéndose un café amargo y buscando el alivio de la conversación trivial.

Gerónimo, el anciano patriarca de los Gerónimo, observaba a Doña Elena desde la distancia, con una intensidad que apenas disfrazaba la tristeza. Se notaba en su rostro la huella de una amistad profunda, Gerónimo era muy amigo, muy amigo de Osman, al volver del cementerio se acerca a Elena y le dice al oído: Doña Elena Ud sabe que tenemos una conversación pendiente tengo una carta de Osman que me ha generado muchas dudas, cuando ustede esté en condiciones podemos reunirnos y conversar. Elena sobresaltada volviendo a la realidad le dice que gracias por venir, los dos sabemos cuánto se querían. Era mi hermano de la vida, Elena, no había nada que no le confiara y viceversa. Es por eso que, (Se inclina un poco más, acercando su boca al oído de Doña Elena) tengo que hablar con usted. El rostro de Elena, palidece. La mención de una carta desconocida la golpea con la fuerza de una revelación. Lleva una mano a su pecho ¿Una carta? ¿Qué dice esa carta? El dolor y la congoja son inmensos ahora. Pero la verdad, también lo es.

El encuentro se concertó una semana después. Doña Elena sentía que el aire dentro de su propia casa se había vuelto sofocante; la promesa susurrada por Gerónimo abuelo en el entierro, era ahora una brasa que le quemaba la conciencia. Eligió la vieja biblioteca, un lugar austero y cargado de silencio, para recibir al patriarca de los Gerónimo. Gerónimo abuelo llegó solo. Su hijo, Gerónimo, se había quedado en la galería que olía a una primavera inconclusa. El anciano parecía portar el peso no solo de la edad, sino de un secreto ajeno, un legado que su amigo Osmán le había transferido justo antes de cruzar el umbral.

Doña Elena, vestida de luto riguroso, lo invitó a tomar asiento frente a una gran mesa de caoba. Había una taza de té humeante para él y una frialdad palpable entre ambos. Gracias por venir, Gerónimo -dijo Elena, su voz áspera por el dolor contenido. El agradecimiento es mío, Elena. Me alegra ver que ha podido tomar un respiro. Aunque sé que el dolor no se va. Gerónimo sacó de su bolsillo interior una carta cuidadosamente doblada, de papel antiguo y amarillento. La deslizó sobre la mesa, sin atreverse a tocarla.

-Aquí está. El legado de Osmán. Él me la entregó hace casi un año, con la orden estricta de leerla y actuar, solo después de su muerte. Lo que dice aquí me ha desvelado, Elena. Doña Elena se inclinó, tomando la carta con manos temblorosas. Sus ojos recorrieron la caligrafía inconfundible de Osmán, el hombre que había amado y perdido. El texto era breve, pero cada palabra parecía escrita con tinta corrosiva:

Gerónimo, amigo. Cuando leas esto, ya no estaré. Sabes que siempre te consideré más que un hermano. Te he dejado el peso de una verdad que no pude cargar más, una verdad que Bonarda y Malarda (Ahora Bárbara) deben conocer para defender lo que es suyo, y para entender mi silencio. Mi gran error fue este secreto y la alianza que hice para proteger a Elena. Pero ese error ahora tiene dueño y nombre: Roberto siempre supo la verdad. Sabía que mis hijas eran sus hijas, sabía por qué las dejé en la oscuridad de una identidad que no era como tal, pero sabrás comprender lo difícil y tortuoso que hubiera sido para mí y toda la familia y para Elena que creía que yo no lo sabía, y él está esperando el momento para vivir un amor que no pudo ser en ese momento y también para acercase a sus gemelas. Gerónimo. Protege a Elena y las chicas. Muéstrale esta carta cuando sea el momento. Lo siento.

Osmán.

Gerónimo se inclinó hacia ella, sus ojos fijos. Doña Elena sintió un frío que recorría su espalda, pero el dolor empezaba a ser reemplazado por una furia y vergüenza, imposibilitada de cualquier defensa. No era solo el luto lo que la consumía ahora; era la traición y la amenaza. Osmán había muerto protegiéndola, dejándola armada con la verdad, y ahora ella tenía que enfrentarse a la sombra que él había evitado nombrar en vida. Roberto lo sabía, repitió Elena, esta vez con una determinación pétrea. Gerónimo asintió lentamente, ahí es donde debemos empezar. El secreto ya tiene dueño, y él está esperando su momento.

Mientras tanto Elena, revolvía sus pensamientos que viajaban a la velocidad de la luz, entre ese pasado que quería olvidar y no, una sensación de bronca y alivio, de paz y de muchas preguntas. Gerónimo observaba a Doña Elena, cuya postura se había petrificado ante la magnitud de la verdad: Osmán lo sabía todo, Roberto lo sabía todo, y Bonarda y Malarda (ahora Bárbara) eran, de hecho, hermanas de sangre e hijas de Roberto. La vergüenza y la nostalgia de Elena se sentían en el aire, densas como el mosto.

Gerónimo tomó un sorbo del té, que ya se había enfriado, y luego señaló la carta de Osmán con un dedo arrugado.

-Permítame introducirle un concepto que Osmán y yo compartimos a menudo al hablar de nuestros viñedos: el del Dominio de Uyata.

Elena alzó una ceja, confundida por el cambio de tema, pero atenta.

-¿Dominio de Uyata? El nombre de sus vinos

-Exacto. La zona de Uspallata significa "agua que hace ruido" en Huarpe -explicó Gerónimo, su voz de repente didáctica, como un profesor de historia-. Pero nuestra zona, nuestra tierra, es Uyata: "agua que no hace ruido". El agua silenciosa. Y el concepto de Dominio es porque nosotros hacemos las uvas, elaboramos el vino y lo vendemos bajo una misma persona. Es control total.

Gerónimo se inclinó sobre la mesa, conectando los puntos con una lucidez escalofriante, Osmán no solo me confió un secreto, Elena, me confió una antítesis. Él mismo vivió como Uyata, como un "agua silenciosa", cargando esta verdad sin que usted lo supiera, sin que nadie lo sospechara. Fue su manera de intentar mantener el dominio sobre el caos de esa historia. Quiso que todo estuviera contenido, controlado, sin ruido.

Elena comenzó a temblar al comprender la metáfora y también al pensar en Roberto, cuánto dolor habrá pasado ese hombre, un hombre destinado al silencio absoluto. Y ahora Gerónimo qué haría, porque se sabía de la amistad con Osman, pero también, era hermano de leche y amigo de Roberto.

Roberto es la fuga, una fuga impuesta. Él conoció esa "agua silenciosa", ese secreto, y ahora buscará seguramente reclamar el dominio perdido sobre sus hijas y sobre usted. Lo que Osmán temía no era solo la identidad, sino que Roberto, sabiendo que sus hijas eran hijas de él, trataría de empezar a buscar ese lugar que lo tuvo silenciado y que al fin y al cabo no pudo disfrutar junto a las gemelas, encima Roberto con Adriana no pudieron tener hijos, por eso al rescatar a esa niña malherida y adoptarla como su propia hija, sin saber que era su hija, fue una recompensa del universo, quizás y los enólogos Gerónimos llegaron para escribir y construir o reconstruir otra parte de la historia, como un antes y un después.








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