Fragmento de "Los versos satánicos", de Salman Rushdie

Un texto de su libro que generó la ira de los fanáticos islámicos y una historia de persecución. Quién es Salman Rushdie y qué dice su libro más polémico.

El escritor inglés de origen indio Salman Rushdie conoció en 1980 las primeras mieles de la fama gracias a su novela "Hijos de la medianoche", que narraba la historia de un niño con poderes paranormales que nacía en la medianoche del 15 de agosto de 1947, en el momento exacto de la independencia de India y Pakistán. Esta obra obtendría el premio Booker, el galardón literario más prestigioso del Reino Unido, en el año 1981.


El atacante de Salman Rushdie se declaró inocente

Después de escribir sus novelas "Vergüenza" y "La sonrisa del jaguar", Rushdie publicaría en septiembre de 1988 la novela que alteraría su vida para siempre: "Los versos satánicos", que provocó una inmediata controversia en el mundo musulmán debido a la supuesta irreverencia con que el escritor trataba a la figura del profeta Mahoma.

"Los versos satánicos" se componía de tres historias, contadas en tres estilos entretejidos en una novela. En la primera historia, dos indios se precipitaban de un avión en llamas, aunque sobrevivían. Y uno parecía convertirse en un ángel que flotaba sobre Londres mientras que al otro le salían cuernos y pezuñas. En la segunda historia una hermosa y pobre niña india, rodeada de mariposas, encabezaba un peregrinaje de campesinos musulmanes hacia el mar, donde se ahogaban. La tercera historia era la más controvertida, pues describía a un profeta que, supuestamente inspirado en la figura de Mahoma, fundaba una religión en el desierto. Esta historia sólo ocupaba 70 de las 550 páginas de libro, pero provocó reacciones furiosas entre los musulmanes. De ese modo, el libro sería prohibido en India, Sudáfrica, Arabia Saudita, Egipto, Pakistán, Somalía, Sudán, Malasia, Bangladesh, Indonesia y Quatar.

El 14 de febrero de 1989, mientras el mundo occidental celebraba el día de San Valentín, el ayatolá Ruhollah Jomeini, líder religioso y político de Irán, comunicó por la radio Teherán su fatua ("fatwa") o edicto religioso, en la cual instaba a los musulmanes a ejecutar a Salman Rushdie, acusándolo del pecado de apostasía o abandono de la fe islámica, un crimen que se castigaba con la muerte. Jomeini no sólo hizo un llamamiento a la ejecución del escritor, sino que también abogaba por la ejecución de todos aquellos editores que publicaran el libro conociendo sus contenidos.

Diez días más tarde, el mismo Jomeini ofreció una recompensa de tres millones de dólares por la muerte de Rushdie, lo que llevó al escritor a pasar cerca de 11 años viviendo escondido bajo la protección de la policía británica. Rushdie lograría ocultarse de sus perseguidores, pero algunos de sus editores fueron los que pagaron las consecuencias: En 1991, Hitoshi Igarashi, traductor de la obra de Rushdie al japonés, fue asesinado en Tokio, mientras que el traductor italiano Ettore Capriolo sería golpeado y apuñalado en Milán. En 1993, en tanto, el editor noruego de Rushdie, William Nygaard, fue tiroteado frente a su casa en Oslo, resultando gravemente herido.

En 1990 Rushdie publicaría un ensayo titulado "In Good Faith", donde afirmaba su respeto por el Islam, sin embargo, en 1997 la recompensa por su muerte sería doblada. "Nunca me consideré un escritor preocupado por la religión, hasta que una religión empezó a perseguirme", aseguró por entonces el escritor.

Después que este episodio enturbiara durante casi una década las relaciones entre Irán y el Reino Unido, en 1998, el gobierno iraní, representado por el entonces presidente Mohammad Jatamí, con el ánimo de restablecer las relaciones con Inglaterra, dijo que la fatua contra Salman Rushdie había caducado, lo que posibilitó que Rushdie comenzara a dejar de vivir oculto.

A pesar de que oficialmente Irán ya no buscaba la ejecución de la fatwa contra el escritor británico, en 2005 el ayatolá Ali Jamenei reiteró que el edicto permanecía efectivo y que se estaba recaudando más dinero para la recompensa por la muerte de Rushdie. En febrero del año 2016, de hecho, trascendió que varios medios estatales de Irán habían donado 600 mil dólares para aumentar la oferta en metálico para quien diera muerte a Salman Rushdie. Hay que consignar que la fatua en un país religioso como Irán que es emitida por alguna autoridad -en este caso el ayatolá- tiene el mismo valor de una ley, y en reiteradas ocasiones los líderes religiosos del Islam en Irán han reiterado que el decreto emitido por Jomeini contra el escritor no tiene vencimiento.

"La única persona que podría derogar el edicto fue la misma persona que lo emitió", explicó el ayatolá Ali Jamenei al diario británico The Times en 2006, algo a todas luces imposible, pues el Ayatolá Jomeini falleció cuatro meses después que decretara la fatua contra Rushdie (3 de junio de 1989).


Salman Rushdie está conectado a un respirador y podría perder un ojo

Salman Rushdie, en una entrevista concedida al diario español ABC, señaló que cada 14 de febrero recibía una "especie de carta de San Valentín desde Irán" para recordarle que no han olvidado la fatua. "Pero con el tiempo me he dado cuenta que es más un tema retórico que una amenaza real", aclaró, agregando que "cuando el ayatolá Jomeini decretó la fatua contra mí en 1989, me asusté porque el régimen iraní había matado a mucha gente. Y había asesinado a gente fuera de Irán, también. Habían matado a oponentes del Régimen en Europa, sabía que tenían escuadrones de asesinos".

Agregó que "Jomeini era una persona muy cruel y despiadada. Quien estuvo realmente interesado en matarme fue el régimen iraní. Cuando las presiones políticas fueron suficientes en el régimen, entonces cesaron las amenazas, y entonces desapareció el problema. A nadie le interesaba matarme más que al régimen iraní. En muchos países musulmanes a la gente incluso le avergonzaba ese hecho porque le daba una imagen muy negativa al mundo musulmán. Eso sí, siempre, en Irán, sale un mulá que levanta el puño contra mí y profiere amenazas, pero nadie se lo toma en serio ya, incluso dentro del propio Irán. Hay otras muchas cosas por las que hay que preocuparse, aunque el fanatismo islámico actual puede compararse con el catolicismo extremo de hace doscientas o trescientos años. Quizás haya una relación con la Inquisición española".

Consultado si odiaba su libro "Los Versos Satánicos", por todos los problemas que le causó, Rushdie aseguró que "estoy bastante orgulloso de mi libro. Me alegra mucho de que se pueda leer hoy como cualquier otra obra. Si uno lee "Los versos satánicos" de una forma neutra no parece un libro muy crítico del Islam. Ni siquiera trata del Islam, y la parte que trata del Islam yo creo que es bastante inofensiva. La gente del Islam que odia el libro, en primer lugar no ha leído el libro ni lo leen".

Continuó: "Muchas veces les han contado a los islamistas una versión del contenido del libro, que no se corresponde con la realidad, que si se les llama a las mujeres del profeta prostitutas, que si se utiliza lenguaje sucio...Son cosas que no son ciertas. La mayor parte de la gente conoce esas tres o cuatro o cinco afirmaciones con respecto del Islam y lo utilizan. Si nos situamos en un nivel más serio, en el de críticos islamistas que han leído el libro, mi postura como escritor es que no hay nada que se salga de los límites, no hay ningún tema o asunto que uno no pueda tocar. Esas historias son historias del mundo, y nos pertenecen a todos. Y podemos escribir con respecto a ellas de la forma en la que queramos: de forma respetuosa, con formato satírico, como comedia, podemos reírnos de ellas, podemos hacer lo que nos dé la gana. Esa era mi postura".

Rushdie sigue con sureflexión considerando que "un escritor, un artista puede hablar de cualquier cosa en el modo en que queramos. Y en una sociedad libre, ese es un presupuesto del que gozamos. Creo que la gente que ataca el libro no cree que esa libertad deba ser algo que podamos tener".

El autor concluyó que, "evidentemente, no soy un admirador de la religión que vino a matarme, que quería matarme. Y había una gran cantidad de gente que en aquel entonces, de forma muy violenta, apoyaba públicamente los discursos de muerte contra mí, las amenazas de muerte. Nunca nadie fue arrestado y juzgado por ello. Durante mucho tiempo la gente decía que me mataría si me viera; los viernes en las mezquitas congregaciones completas se levantaban y lo decían: "Estamos dispuestos a hacerlo", había manifestaciones en las que la gente llevaba pancartas con esto escrito: "Muere ya". Pero todo eso ha pasado y ahora llevo una vida relativamente normal".

El último ataque a Rushdie, en Nueva York

El escritor Salman Rushdie, quien durante años recibió amenazas de muerte tras escribir "Los versos satánicos", permanece en estado crítico tras ser apuñalado el viernes cuando se disponía a dar una charla en el estado de Nueva York.

Rushdie, de 75 años, recibió diez puñaladas, informaron los fiscales este sábado durante la lectura de cargos contra Hadi Matar, el hombre de 24 años acusado de llevar a cabo el ataque.

Después de horas de cirugía, el escritor británico, ganador del prestigioso premio Booker, está conectado a un ventilador que le proporciona respiración asistida.

"Las noticias no son buenas. Salman probablemente perderá un ojo, tiene cortados los nervios de un brazo y el hígado fue apuñalado y resultó dañado", informó Andrew Wylie, su agente de libros.

Fragmento de "Los versos satánicos"


II. Mahound

(...)

A veces, mientras duerme, Gibreel se siente dormir, fuera del sueño, se siente soñar que sueña, y entonces llega el pánico. Oh, Dios, exclama, Oh, tododiós, aladiós, estoy perdido, pobre de mí. Tengo cascada la sesera, estoy completamente loco, un babuino chiflado, una cabra. Lo mismo que sintió él, el comerciante, la primera vez que vio al arcángel: pensó que estaba pirado, quiso tirarse desde una peña, desde una peña muy alta, una peña en la que crecía un loto desmedrado, una peña tan alta como el techo del mundo.

Ya viene, ya sube por el monte Cone, camino de la cueva. Feliz cumpleaños: hoy cumple cuarenta y cuatro. Pero, aunque allá abajo, a su espalda, la ciudad bulle en fiestas, él sube solo. No hubo para él traje nuevo de cumpleaños, bien planchado y doblado al pie de la cama. Hombre de gustos ascéticos. (¿Qué extraño tipo de comerciante es éste?)

Pregunta: ¿Qué es lo contrario de fe?

No es descreimiento. Excesivamente definitivo, cierto, terminante. En sí es una especie de creencia.

La duda.

En la condición humana; pero ¿y en la angélica? A medio camino entre Aladiós y el homosap, ¿dudaron alguna vez? Sí; un día, desafiando la voluntad de Dios, se escondieron debajo del Trono para murmurar, osaron preguntar cosas prohibidas: antipreguntas. Es lícito que. No podría cuestionarse. Libertad, la vieja anti. Él los calmó, naturalmente, utilizando artes empresariales a lo divino. Los halagó: vosotros seréis los instrumentos de mi voluntad en la tierra, de la salvacondenación del hombre y demás etcétera. Y, en un abrir y cerrar de ojos, fin de la protesta, adelante con las aureolas y vuelta al trabajo. A los ángeles se les apacigua con facilidad; conviértelos en instrumentos y tocarán la música que quieras. Los humanos son más duros de pelar, todo lo dudan, incluso lo que está delante de sus propios ojos. Y detrás de sus ojos. Aquello que, cuando les pesan los párpados, desfila por dentro... los ángeles lo que se dice mucha voluntad no tienen. Voluntad es discrepancia; no sumisión; disensión.

Ya lo sé; discurso de diablo, Shaitan que interrumpe a Gibreel.

¿Yo?

(...)

Por todas partes, ruidos y codos. Los poetas declaman, subidos a cajas, y los peregrinos arrojan monedas a sus pies. Hay bardos que recitan versos rajaz cuyo metro tetrasílabo se inspira, según la leyenda, en el paso del camello; otros recitan qasidah, poemas de amantes ingratas, aventuras del desierto, la caza del onagro. Dentro de un día aproximadamente se celebrará el concurso anual de poesía, después del cual los siete mejores versos serán clavados en las paredes de la Casa de la Piedra Negra. Los poetas se preparan para el gran día; Abu Simbel ríe de los cantores que cantan sátiras malévolas y odas vitriólicas encargadas por un jefe contra otro, por una tribu contra su vecina. Y saluda inclinando la cabeza cuando uno de los poetas se sitúa a su lado acomodando el paso, un joven delgado y vivaz de dedos nerviosos. Este hombre, a pesar de su juventud, posee la lengua más temida de toda Jahilia, pero hacia Abu Simbel se muestra casi deferente. «¿Por qué tan preocupado, grande? Si no estuvieras perdiendo el pelo, yo te diría que te lo soltaras.» Abu Simbel esboza su sonrisa oblicua. «Qué reputación la tuya - murmura-. Cuánta fama, incluso antes de que se te caigan los dientes de leche. Cuidado no tengamos que arrancártelos.» Bromea, habla con ligereza, pero incluso la ligereza está aderezada de amenaza, por la magnitud de su poder. El muchacho no se inmuta. Acompasando perfectamente la marcha, responde: «Por cada uno que me arranquéis nacerá otro más fuerte que morderá mejor y hará brotar chorros de sangre más caliente.» El Grande asiente levemente. «Te gusta el sabor de la sangre», dice. El muchacho se encoge de hombros. «La misión del poeta es nombrar lo innombrable, denunciar el engaño, tomar partido, iniciar discusiones, dar forma al mundo e impedir que se duerma.» Y si de los cortes que infligen sus versos brotan ríos de sangre, de ellos se alimentará. Éste es Baal, el satírico.

Pasa una litera con cortinillas; una gran dama de la ciudad que va a ver la feria, transportada a hombros de ocho esclavos anatolios. Abu Simbel toma del brazo al joven Baal con el pretexto de apartarlo del paso y murmura: «Quería verte; permíteme una palabra.» Baal se admira de la habilidad del Grande. Cuando busca a un hombre puede hacer que su presa piense que ha cazado al cazador. Abu Simbel aumenta la presión de su mano; llevándolo del codo, lo conduce hasta el santo de los santos, situado en el centro de la ciudad.
«Tengo que darte un encargo -dice el Grande-. Asunto literario. Yo conozco mis limitaciones; las dotes para la malicia rimada, el arte del insulto métrico están fuera de mi alcance. Tú ya me entiendes.»

Pero Baal, orgulloso y arrogante, se yergue para defender su dignidad. «No está bien que el artista se convierta en servidor del Estado.» La voz de Simbel se suaviza y adquiere una entonación más dulce. «Ah, sí. Pero ponerte a la disposición de asesinos es cosa perfectamente honorable.» En Jahilia hace furor el culto de los muertos. Cuando un hombre muere, las plañideras alquiladas se golpean, se arañan el pecho y se mesan los cabellos. Sobre la tumba se deja morir a un camello desjarretado. Y si el hombre ha sido asesinado, su pariente más próximo hace votos de ascetismo y persigue al asesino hasta que la sangre es vengada con sangre; entonces es costumbre componer una poesía celebrándolo, pero pocos son los vengadores que poseen el don de la versificación. Muchos poetas se ganan la vida escribiendo cantos de asesinato, y existe la creencia general de que el mejor de estos cantores de la sangre es el precoz polemista Baal. Cuyo orgullo profesional le impide ahora sentirse herido por la ironía del Grande. «Es cuestión cultural», responde. Abu Simbel se hace más meloso todavía. «Quizá sí -musita a las puertas de la Casa de la Piedra Negra-. Pero, Baal, reconócelo, ¿no me debes cierta consideración? Los dos servimos, o así lo creía yo, a la misma señora.»

(...)

Aquí hay un dios llamado Alá (que significa, simplemente el dios). Pregunta a los jahilianos y ellos reconocerán que este sujeto tiene una especie de autoridad general, pero no es muy popular: un universalista en una época de imágenes especialistas.

Abu Simbel y Baal, que ha empezado a sudar, han llegado a los altares, colocados uno al lado del otro, de las tres diosas más amadas de Jahilia. Se inclinan delante de las tres: Uzza, la de rostro resplandeciente, diosa de la belleza y del amor; la oscura y sombría Manat, la que vuelve la cara, de misteriosos designios, que deja correr arena entre los dedos; la que rige el destino; y, por último, la más importante de las tres, la diosa-madre a la que los griegos llamaban Lato. Ilat la llaman aquí o, con frecuencia, Al-Lat. La diosa. Su mismo nombre la hace oponente e igual de Alá. Lat, la omnipotente. Con súbito alivio en la cara, Baal se arroja al suelo y se prosterna ante ella. Abu Simbel permanece de pie.


Ficha técnica: Selección de "Los versos satánicos". Traducción del inglés: J. L. Miranda. Madrid, 1989


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