Mendoza, el alma entre viñedos: un viaje por la cultura del vino

Marcelo Calabria pone el acento en el "vaso medio lleno" de una Mendoza múltiple que reconoce su esencia en las uvas y el vino.

Juan Marcelo Calabria

En la historia de Mendoza el tiempo se detiene en cada copa de vino, y el aroma a uvas nos transporta a tierras lejanas, y en cada sorbo se develan secretos ancestrales. Las cepas susurran historias de vendimias pasadas, mientras el rojo rubí danza en la copa como un poema en movimiento. ¡El vino, néctar de dioses, que embriaga los sentidos y despierta emociones dormidas en el alma! Nos recuerda proezas pasadas, con sus notas de heroísmo y canto de libertad.


La gastronomía de Mendoza: una sinfonía de sabores y aromas con raíces históricas

Nuestra querida tierra es una paleta de colores y texturas donde cada viñedo llena de tonos su propio paisaje. El vino compañero inicia su propio viaje en el suelo pétreo y desértico, nutrido por las aguas puras de deshielo, dando vida a uvas que encapsulan la esencia de las fincas cordilleranas. Los primeros viñedos fueron plantados por manos visionarias que vieron en el árido clima mendocino un potencial distintivo. Las primeras vides encontraron aquí su terruño y los esfuerzos dieron fruto, y surgió una tradición vinícola que hoy es el orgullo de la provincia y parte de nuestra identidad: un legado que se expresa en cada botella y destaca la marca Mendoza en el mundo.

Entre tanto la cosecha es una celebración de la comunidad donde cada mano que toca la uva contribuye a la sinfonía de sabores que se revelará al cabo de unos meses cuando de aquellas uvas surjan los jugos mágicos que darán vida a los mejores caldos que deslumbraran a los paladares ávidos del vino mendocino. La vendimia es un ritual anual que une en el trabajo y el esfuerzo aquella tradición lejana de fiestas greco-romanas donde el vino era el protagonista, que en Mendoza comenzó humildemente en casonas coloniales iluminadas por candiles humeantes mientras al son de la música de guitarra y tamboriles se celebraba el vino nuevo, y donde las familias celebraban la culminación de un año de cuidados y esperanzas.

La transformación mágica, que han relatado nuestros poetas, de la uva en vino es un arte antiguo practicado con respeto y paciencia que fue pasando de generación en generación, transformando cada bodega en un templo donde tiempo y tradición se conjugan para crear esa bebida milenaria que es parte de nuestro alimento, pero también una expresión cultural, pues muchos vinos terminan siendo verdaderas obras de arte. Tal es así que el vino no es sólo una bebida, un producto, es muchos más: es un narrador de identidad, en sus matices se expresan nuestras montañas, el sol y el carácter de nuestro pueblo; es un embajador que lleva la historia y pasión de Mendoza a cada rincón del mundo.

Hubo un tiempo en que no había mesa mendocina que no se adorne con un pingüino o una botella de vino, el acompañante perfecto de conversaciones y de la mesa tendida para recibir familias y amigos acompañados de unas ricas carbonadas, unas empanadas chirriantes y jugosas o una humita en chala. El vino un integrante más de la casa, que nunca falta en celebraciones, momentos de reflexión, de grandes alegrías y también de tristezas. Pero además de ser aquella musa inspiradora para narradores y poetas, como bien sabemos hoy es parte central de la Mendoza actual, es uno de los pilares de la economía mendocina que nos llena de orgullo, pero además genera empleo, atrae turismo y es el motor de una parte de nuestro comercio sobre todo internacional, llevando la calidad y el valor agregado de una actividad que ha sabido marcar el rumbo de la inversión, tecnología e innovación con una visión estratégica que es ejemplo para el resto de las actividades productivas de esta tierra mendocina.

En esta Mendoza que mira hacia el futuro, preocupada por su devenir, el vino seguirá siendo su compañero constante, la creatividad e innovación en la vitivinicultura prometen llevar los vinos mendocinos a nuevas alturas, manteniendo viva la llama de una tradición que no conoce fin, pero que debe renovarse en cada cosecha y afrontar los nuevos desafíos, ya que esta noble actividad agrícola e industrial está entrelazada en la vida de Mendoza y su impacto juega un papel central en la identidad cultural de nuestra región. En la mesa, en la economía, en el espíritu innovador, el vino mendocino es un símbolo de excelencia, un narrador que lleva consigo el canto de libertad y la promesa de un futuro donde la tradición vitivinícola sigue siendo el orgullo de la sociedad mendocina. Por todo ello, a disfrutar una maravillosa copa de vino y ¡salud!



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