¿Qué nos pasó? Cambalache nacional...

Isabel Bohorquez centra su artículo en la discusión que se dio en Diputados a un tema tan importante como Ficha Limpia.

Isabel Bohorquez

«Ya ves», dijo Cándido a Martín, «que el crimen a veces se castiga.

Este canalla holandés ha tenido la suerte que se merecía».

«Sí», dijo Martín, «pero ¿por qué los pasajeros también deben ser condenados a la destrucción?

Dios ha castigado al canalla y el diablo ha ahogado al resto».[1]

Esta semana se debatió en la Cámara de Diputados de la Nación el proyecto de Ley Ficha Limpia que obtuvo la aprobación mayoritaria y pasará al Senado para su definición.

Qué bien.

Una gran parte de la sociedad argentina está hastiada de la corrupción, el fraude, el ventajismo y la eternización de los mismos personajes, así como sus linajes, parentelas y discípulos en la política, para obtener privilegios y hacer negociados en los que se enriquecen ellos mientras el pueblo se empobrece y se embrutece. Y con ello me refiero a todos los sectores político partidarios, sus alianzas, frentes o mixturas.

Ficha Limpia es lo menos que se le puede pedir a cualquier aspirante a la vida política.

Ficha limpia es una condición inicial, básica, indiscutible para quienes aspiran a conducir puestos de poder y responsabilidad en nuestro nombre.

Y si ya hubiéramos aprendido a convivir ordenada y trasparentemente en cuanto a la cosa pública, no habría ninguna necesidad de sancionar una ley para establecer una condición que incluye, en realidad, el elenco de particularidades que debe poseer cualquier persona con aspiraciones de conducción y liderazgo en el área o ámbito que sea.

Si se debatió en Diputados significa que estamos en un momento de la historia donde la vida política en todos sus niveles se ha vuelto una cueva de ladrones y al menos podemos ponerle un límite a los que, después de largos y laberínticos procesos judiciales han llegado a la instancia de ser condenados. Las denuncias o acusaciones, muchas veces falsas y mayormente mediáticas con fines mezquinos, no son razón suficiente para impedir una carrera política. Una condena firme en segunda instancia, sí.

¿Qué menos?

¿Qué menos podemos pretender los argentinos?

Sin embargo, sobre lo que quiero escribir hoy es sobre la competencia en general de nuestros representantes diputados para debatir en la Cámara.

La mayoría, y reconozco con ello a honrosas excepciones, no sabe argumentar, tiene un lenguaje pobre, escaso, apelando a acusaciones con el dedo levantado, voces chillonas y ásperas que parecen graznidos que recurren a descripciones insólitas o a exabruptos, incluso improperios y palabras vulgares.

¿Qué nos pasó?

Para llegar al punto de que un diputado amenace ofreciendo trompadas con la frase te espero en Segurola y La Habana...

Sobre todo, me espantó la superficialidad, la falta de conceptos más profundos, de principios y de fundamentos de fondo.

Reconozco que el debate no contó con mi escucha constante porque me resultaba abrumadora la escena. Iba y venía por la casa haciendo las cosas cotidianas mientras el televisor con el volumen alto reflejaba los altisonantes discursos, algunos realmente difíciles de soportar.

Son nuestros diputados, no saben hablar, no pueden argumentar ni siquiera leyendo un texto que vaya a saber quién escribió y viven todo como una contienda entre sectores partidarios en vez de pensar en el país.

Lo que reflejan en su mayoría nuestros diputados es el espejo de una sociedad que se ha empequeñecido éticamente, a la que le ha faltado durante demasiados años educación y por sobre todo aspiraciones nobles, en base a principios y valores que trasciendan el oportunismo y el protagonismo de individuos y de fuerzas políticas.

Vi muy pocos testimonios notables de capacidad discursiva y con argumentos que puedan trascender el momento para quedar en la memoria.

Vi muchos rostros envilecidos por la ira, la violencia, la rabiosa necesidad de querer aplastar al otro, la constante e infortunada referencia a Milei como si fuera el padre de todos los males y una insostenible posición de pseudo inocentes mártires militantes de vaya a saber qué causa...

Cuánta pobreza y cuánta mediocridad...

¿Qué nos pasó?

Este es un tiempo de cambio.

Ojalá nos pongamos en la tarea de realizarlo.

Y ojalá también, que esta ley de Ficha Limpia se sancione para dar respuesta a lo que hoy la sociedad clama y que no sea, una vez más, a pesar de tanto discurso de lealtades, defensivo y susceptible, la trama de una traición.

Me trae a la memoria el fantástico cuento de Borges:

"Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena".[2]

Ojalá Ficha Limpia sea un nuevo comienzo.



[1] Voltaire, Cándido, 1752

[2] Jorge Luis Borges, La trama, cuento breve en El Hacedor, 1960

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