La frase de la semana es "Acá puede pasar cualquier cosa"

El análisis sobre las marchas y contramarchas, pero además, las desautorizaciones internas del Gobierno y su enfrentamiento con el Poder Judicial en la búsqueda de impunidad para una sola persona: la Vicepresidenta. Una semana que dejará su marca.

Marcelo Cantón

El miércoles consulté las estadísticas oficiales de covid de Tigre, la ciudad donde vivo. Decían que en el distrito había habido 202 personas muertas por la enfermedad. Hoy volví a mirar la cifra de ese día: ahora están publicados 209 fallecimientos. Hay siete personas que habían desaparecido en los números que publica el Gobierno. Miro mi aldea para entender el mundo. La duda de este dato pequeño, local, es un ejemplo del momento de mayor incertidumbre desde que comenzó el gobierno de Alberto Fernández. La frase de la semana es "Acá puede pasar cualquier cosa".

El covid provocó ya más de 6 meses de cuarentena, con todo lo que eso implica: gente que no puede trabajar, que tiene restricciones para salir de su casa, a la que no se le permite despedir a un muerto querido. Con los números de esa tragedia es que el Gobierno se permite jugar. El viernes la provincia de Buenos Aires reconoció que había 3.500 muertos que no había registrado. El martes había sido la Nación quien había asegurado que las estadísticas no eran certeras. Son los números que deberían ser lo más sagrado, lo más transparente; atrás de ellos hay dolor, pobreza, sufrimiento.

La certidumbre sobre las cifras es imprescindible para entender qué sucede. Y para poder decidir qué hacer. Cuando las cifras están en duda, los cuestionamientos afloran. Esta semana, por tomar otra vez un ejemplo pequeño, local, los gimnasios de la ciudad de Bahía Blanca se negaron a cerrar las puertas cuando se lo ordenaron por volver atrás en las fases de cuarentena. Horas después, fueron los bares y restaurantes bahienses los que hicieron el mismo planteo. Si no hay credibilidad, no hay confianza, entonces tampoco hay autoridad.

Y no es que todos los números que publica el Gobierno sean puestos en duda. Nadie cuestiona los del INDEC. Pero allí las cifras producen escalofríos. Arrancó la semana diciendo que la economía había retrocedido un 19,1%, la mayor caída de la historia. Luego anunció que el desempleo trepaba al 13,1%, lo que implica que se perdieron 4 millones de puestos de trabajo. También dio a conocer los datos de la Encuesta Permanente de Hogares, de la que se concluye que el 46% de a población está debajo del nivel de pobreza, o, dicho de otra manera, que en el país hay 20,8 millones de pobres. Datos que hielan la sangre.

Pero es la misma semana en que el Presidente pareció licuarse a su mínima expresión por el embate de la Vicepresidenta para desplazar a jueces que la investigan. Cuando la Cámara que preside Cristina Kirchner desplaza a los jueces que juzgan a Cristina Kirchner. Vale repetirlo tantas veces como sea necesario para tener presente el grado de deterioro institucional que eso implica. Por aquello de la rana que estaba en la olla y no se daba cuenta de que el agua se estaba calentando...

El tema, claro, abrió las puertas a lo que parece será el mayor conflicto institucional de esta administración: el enfrentamiento entre el Poder Ejecutivo y la Corte Suprema. El Presidente ya criticó a los magistrados supremos, estos sacaron un comunicado respondiendo críticas, y ahora se pasa a la fase en la que pueden decidir sobre los jueces de Cristina y sobre el otro caso de alta gravedad institucional que puebla la agenda política nacional: que Alberto Fernández le sacó por decreto recursos a la Ciudad de Buenos Aires. Una oda al federalismo.

La política concentrada en sus objetivos de impunidad y especulación electoral en medio de esos datos de enfermedad, muertos, recesión, desocupación y pobreza es una obscenidad. El diputado Juan Ameri entretenido sexualmente con una asesora durante una sesión de Diputados no resultó más que un emergente, una muestra en vivo y en directo. La obscenidad sin careta.

Lo hemos dicho otras veces en esta columna. En la Argentina, el termómetro de la confianza es el dólar. El ministro de Economía dijo que no habría más controles, y el Banco Central los aumentó. El mismo ministro Martín Guzmán, que presentaba esta semana el Presupuesto supuestamente para empezar a construir las bases de la confianza en la economía del futuro, dijo que iba a "saracear". Y el dólar se disparó. Esa es la encuesta permanente de fe en los funcionarios.

Un día de la semana, en cuestión de horas, tuve tres diálogos interesantes. Con un operador del oficialismo, con un ex alto funcionario del gobierno anterior, con un empresario de peso. Los tres dijeron la misma frase. Con ligeras variaciones gramaticales, pero exactamente la misma idea: "Acá hoy puede pasar cualquier cosa". Lo mismo que se repite en tanto grupo de chat, en tanto diálogo entre amigos. Todo lo que se acumuló en la semana que pasó da sustento a la especulación. Pero sobre todo, deja abierto el temor hacia adelante, de lo que aún no pasó. La preocupación por qué será finalmente esa "cualquier cosa".

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