Liceo General Espejo y DAD, dos ejemplos de lo que no debería ocurrir

El doctor Eduardo Da Viá, habitual colaborador de Memo, opina aquí sobre los sucesos que protagonizaron alumnos del Liceo Militar General Espejo y el DAD de la UNCUYO.

Eduardo Da Viá

Los daños producidos por alumnos de ambas instituciones son síntomas claros de una sociedad enferma que por desgracia afecta a la juventud, por lo que lógicamente es de muy mal pronóstico.

Si en el período de la vida más preñado de planes e ilusiones como es la adolescencia, grupos significativos expresan su disenso optando por la violencia y la destrucción de la cosa pública (Plaza Independencia) o privada (Liceo Espejo) en vez de hacerlo a través de solicitudes y propuestas dignas de la franja supuestamente intelectual de la población, que tienen la enorme suerte de poder asistir a establecimientos de enseñanza de reconocido prestigio, aunque no por ello carentes de errores y desaciertos, me pregunto qué se puede esperar de otras agrupaciones que por su tipo de trabajo por lo general no han alcanzado el nivel universitario e incluso solo han cursado la primaria y que además la lucha diaria por la subsistencia los acerca peligrosamente a la agresividad y al espíritu destructor.

Comencemos el análisis por lo acaecido en el Liceo Militar General Espejo del que tuve la oportunidad de formar entre sus filas en la década de los 50.

Preocupación de padres por el descontrol de los cadetes egresados del Liceo Espejo

Aparte de ser un colegio secundario de excelencia, a tal punto que cuando rendimos para ingresar a Medicina, examen por otra parte con una sola oportunidad, sin clases de nivelación y sin recuperatorios, 9 de los primeros 10 por orden de mérito, fuimos liceístas; más allá de ello también nos inculcaron normas de convivencia que luego serían de gran utilidad en la vida futura. Respeto por el compañero en primer término, por los profesores, por el personal civil de servicio, por los soldados y por los militares de carrera y por los ciudadanos.

A partir de tercer año portábamos sable, con la consigna clara de "No desenvainar sin causa ni envainar sin honor"

Nos enseñaron a que existe, nos guste o no, una escala de mandos en la vida, que iba del principiante alumno de primer año hasta el mismo Director, por encima del cual seguía la superioridad de los más altos niveles nacionales.

Probanza de la proyección social de la enseñanza era la lectura obligatoria y comprensión del llamado Manual de Urbanidad del Soldado Argentino, obra de la Dirección de Institutos Militares y que a los fines prácticos no hacía distingos entre soldados propiamente dichos y cadetes de todos los Liceos. Apuntaba como su nombre lo indica a observar una correcto comportamiento fuera del instituto militar.

Fotos y videos de la reinauguración de la capilla del Liceo Militar General Espejo

El lema que nos guiaba era: "Subordinación y Valor para defender a la Patria".

Y la defensa no era solamente a la supuesta amenaza de una potencia extranjera, sino a la comisión de actos lesivos para la sociedad toda.

Jamás se nos ocurrió destruir bienes muebles ni inmuebles, sabedores que detrás de nosotros vendría cientos de jóvenes que habrían de necesitarlos.

Hoy cuando leí la noticia estuve a punto de llorar de impotencia.

Éste no es mi Liceo, es más bien una institución de enseñanza que alberga enfermos mentales que requieren urgente tratamiento, con la decidida participación de los padres, de cuyo ejemplo inicial deberían haberse nutrido oportunamente estos pobres jóvenes.

También de los padres depende la supervisión del progreso de sus hijos en todos los aspectos, morales, intelectuales y sociales.

Para colmo de males no es una educación gratuita, y permítanme destacar que destruir por lo que se pagó es absolutamente mezquino y patológico.

El facilismo y la tolerancia cobarde de las autoridades en pos seguramente de no ver mermada su matrícula porque esto supone menores ingresos, ha tenido este efecto búmeran que conlleva el riesgo de la perpetuación.

En cuanto a los desmanes cometidos por alumnos del Departamento de Aplicación Docente de la Universidad Nacional de Cuyo, que deben obligatoriamente conocer y aplicar el llamado Régimen de Convivencia, perfectamente desmenuzado en cuanto a derechos y obligaciones de alumnos, padres y docentes y cuyo desiderátum es precisamente la perfecta convivencia en sociedad, esa sociedad que a través del pago de sus impuestos hace que toda la enseñanza sea gratuita y que a cambio espera mejores ciudadanos celosos de su patria y de sus conciudadanos.

Han fracasado, todos.

La Universidad Nacional de Cuyo cuenta con una Secretaría pomposamente llamada de Bienestar Social.

Con motivo de las últimas elecciones pregunté por este medio cómo procede esa Secretaría para obtener ese tan necesario logro. Nadie me contestó.

Le pregunto ahora al Secretario de Bienestar Universitario: Juan Pablo Cebrelli Riveros si considera que sus alumnos gozan de bienestar, teniendo en cuenta que el parámetro básico para una respuesta positiva es que el alumnado en general viva en eutimia y para su mejor comprensión le acercó esta definición: siendo la eutimia el estado de ánimo normal, es es, situado entre la hipertimia y la distimia, o, más radicalmente entre la la manía y la depresión. Según algunos psicólogos como Robert Thayer, el estado de ánimo es una relación entre dos variables: la energía y la tensión. 

No hace falta que me conteste Sr. Cebrelli, la respuesta la han dado los mismos alumnos que ayer vandalizaron la Plaza Independencia.

Es de esperar que ante la tremenda demostración de inoperancia de la mencionada Secretaría, las máximas autoridades, vale decir Rectora y Vicerector tomen las medidas correspondientes.

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