"¡Eso no se dice!": Cómo comportarse si el niño dice malas palabras

El Prof. José Jorge Chade y un momento especial en la vida de las familias: cómo actuar.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza Dr. en Ciencias de la Educación.

Continuando con algunos temas educativos aprovechando el comienzo de las clases, tenemos también que considerar el tema de las malas palabras, ¿es cuestión de retar o de explicar?

Hablemos con nuestro hijo o alumno cara a cara y preguntémosle por qué dice malas palabras. Hagámosle comprender que este tipo de lenguaje puede herir profundamente a los demás. Debemos explicarle con palabras adecuadas el significado de las palabrotas que ha dicho.

Los niños aprenden por imitación y, al estar muy atentos a las reacciones de los adultos, tienden a repetir los comportamientos llamativos y los que atraen todo tipo de atención hacia ellos.

Palabras amables y buenas acciones: educar en el respeto en la casa y en la escuela

Incluso en familias muy atentas ocurre que se escapa algún improperio y como no podemos crucificarnos en esos momentos, sugiero también una buena dosis de comprensión hacia nuestros hijos.

"¡He oído a mi hijo decir palabrotas!".

"Cuando mi hijo/a se enoja grita malas palabras".

"En el patio de recreo mi hijo/a empezó a enumerar malas palabras mientras se reía mucho".

¿Cuántos padres han pensado o dicho frases así?

Del mismo modo que nos asombra oír palabras muy complejas pronunciadas por niños que aún son pequeños, cuando percibimos una palabrota saliendo de la boca de nuestros hijos, nos gustaría eliminarla de su vocabulario mental y asegurarnos de que la escena no vuelva a repetirse. Muchos adultos utilizan palabrotas en su comunicación diaria con extrema libertad, en diversos contextos que ni siquiera nos cuestionamos: son palabras como tantas otras, aunque, como bien sabemos, en contextos particulares pueda no ser agradable pronunciarlas.

Lo primero que deberíamos preguntarnos ante un niño que usa un lenguaje impropio es: "pero yo mamá/papá/educador, ¿cómo me comunico?".

Sí, los niños que dicen malas palabras no las inventan. Las descubren, las escuchan y las graban como grandes tesoros porque, sobre todo en la franja de 0 a 6 años, todas las palabras tienen un gran valor: permiten comunicarse, hacerse entender, expresarse y relacionarse con el mundo. Las palabras son un fuerte recordatorio de la naturaleza social del ser humano: también para el niño, la comunicación es una necesidad innata que se satisface mediante el continuo perfeccionamiento de la pronunciación. Cada palabra es tan importante como las demás y, para el cerebro en desarrollo, no hay distinción entre lo bueno y lo malo: lo que oigo repetir se convierte en "del niño" en cuanto presta atención y registra esos sonidos como un "signicado".

Alrededor de los tres años, cuando el niño ha adquirido un buen dominio del lenguaje, ocurre que cuanto más complejas y particulares sean las palabras, mayor será el deseo de aprenderlas y adquirirlas. A nuestros hijos les encanta la realidad, absorben como esponjas no sólo las palabras sino todo el lenguaje que escuchan: el tono, el volumen de la voz, la cadencia de la pronunciación, el contexto en el que se expresa una idea; por eso, si cuando estamos enfadados o molestos nos inclinamos por desahogar verbalmente nuestra emoción, es muy probable que el niño también reaccione con este comportamiento cuando se sienta enfadado.

El adulto es un ejemplo a imitar por el niño.

Si nos damos cuenta de que a menudo decimos palabrotas, incluso en presencia de niños, podemos empezar a introducir palabras alternativas que, con el tiempo, sustituirán a las que queremos eliminar.

Una ayuda muy concreta pueden ser pequeñas notas adhesivas en la heladera, en el espejo o en el armario, de modo que a menudo nos encontremos leyendo (y repitiendo en nuestra mente) nuevas palabras más adecuadas y capaces de mejorar tanto nuestro estilo comunicativo como el modelo que sugerimos a quienes educamos.

Pero oímos muchas palabrotas y, desde luego, no podemos tener control sobre todo lo que oyen nuestros hijos. Muchas veces se asimilan en el colegio o de la televisión, de los abuelos o de los amigos adolescentes de los tíos... en fin, no son algo que se pueda evitar durante toda la infancia.

Hay muchas palabras «poco amables» y suelen hacer hincapié en los juicios negativos hacia alguien o algo. Los niños que las pronuncian no se fijan en su significado, sino simplemente en las reacciones que provocan en los adultos presentes. Hablar en el lenguaje «de los mayores» puede ser motivo de orgullo y, al mismo tiempo, transmitir aprobación entre iguales. Sin embargo, es muy difícil que la comunicación en el grupo de edad de 3 a 6 años adquiera una intencionalidad ofensiva. Las palabras pronunciadas son reproducciones de diálogos escuchados por otros, pero muy a menudo los significados son desconocidos para los niños pequeños.

Entonces, ¿por qué a los niños les gusta tanto decir palabrotas?

Intentemos pensar en lo que ocurre entre los adultos cuando oímos a un niño decir palabrotas. ¿Qué sentimientos experimentamos? ¿Qué tipo de reacción tenemos?

Es muy probable que nos sintamos indignados y hagamos todo lo posible por justificar ante los demás lo que hemos oído, o que reprendamos enérgicamente a la persona que ha dicho palabrotas. Decir palabrotas, tanto a nivel consciente como a nivel inconsciente de nuestro pensamiento, es «lo prohibido», lo que sólo los adultos pueden decir porque saben cuándo y cómo utilizar determinadas palabras. Pero recordemos siempre que no tenemos que ser adultos para querer disfrutar de la fascinación de lo que no podemos hacer. Las prohibiciones y los límites desencadenan pensamientos como:

"Quién sabe lo que pasará si digo esto...".

"Me he dado cuenta de que cuando digo una palabrota todo el mundo me mira... ¡Aún así lo intento!".

La categoría «palabrotas» incluye diversas expresiones: insultos, groserías, obscenidades, maldiciones, pero también pronunciaciones despectivas de palabras comunes; cuanto más tenga una palabra un sonido nuevo y fascinante para el niño, más la repetirá con el objetivo de desencadenar algún tipo de reacción o simplemente disfrutar del momento, ¡poniéndose en la piel de los que suelen decir palabrotas!

Por lo tanto, es importante no saltar en cuanto se oye una salir de la boca del niño, ni tomar represalias con el clásico «enojo» en voz alta. Si no sabemos cómo reaccionar, nos callamos, dejamos que se calme y quizá nos tomemos un tiempo para preguntarnos: ¿qué queremos decirle a nuestro hijo? ¿Qué mensaje queremos transmitirle? ¿Por qué queremos que deje de decir ciertas palabras?

Respondiendo a estas preguntas seguro que tendremos más claro el objetivo de nuestra intervención educativa y no será difícil activar una comunicación más eficaz.

¿Qué podemos decir y cómo podemos actuar?

- Empecemos por lo que sentimos cuando oímos ciertas palabras: podemos expresar desaprobación y describir nuestro disgusto; aunque nos damos cuenta de que es un lenguaje que también utilizan a menudo los adultos, somos conscientes de que sigue estando mal.

- Preguntamos al niño si conoce el significado real de la palabra utilizada.

- Interpretemos en voz alta cómo podría sentirse la persona a la que iban dirigidas las palabras y comentémoslo con nuestro(s) hijo(s) y/o alumnos; el objetivo es concienciar sobre el lenguaje utilizado. Las palabras tienen un gran poder y nunca se es demasiado joven para descubrirlo e interiorizarlo.

- Proponemos al niño una «misión»: ayudar a los adultos a tomar conciencia de cuándo dicen palabrotas y a aprender a decirlas menos.

Si decimos palabrotas delante de los niños, podemos disculparnos, explicarles por qué se nos ha «escapado» y comprometernos a prestar más atención.

El ejemplo es la primera estrategia educativa eficaz.

Si nos damos cuenta de que el uso de determinadas expresiones es, sin embargo, muy repetitivo, también podemos actuar con pequeños juegos o actividades en función de la edad de la persona que tenemos delante.

Con niños en edad preescolar, de unos 3 a 6 años, en el mismo momento en que nos demos cuenta de que están jugando a decir y repetir cada vez más palabrotas, puede ser una buena idea establecer un "momento palabrotas": unos instantes en los que decidamos expresar todas las palabrotas que llevamos dentro, sin ningún ltro, para que nuestro cuerpo se deshaga de esos significados y se centre en prestar atención al lenguaje utilizado después.

Con niños más mayores, a partir de unos 6 años, podemos proponer dibujar la propia palabra, escribirla y colorearla con formas y tonos que reflejen su significado.

Visualizar las palabras les ayuda a comprenderlas y permite al cerebro considerar concretamente el impacto que pueden tener en las relaciones con otras personas.

En general, como educadores y padres, no debemos asustarnos por este tipo de transgresiones, sino considerarlas una invitación a mejorar nuestra forma de comunicarnos incluso entre adultos y una oportunidad para trabajar junto a nuestros hijos y/o alumnos en pequeñas y felices metas.