La Cenicienta de la política argentina

24 de marzo: "¿Dónde anida la verdad? ¿Dónde están los faros que puedan iluminarnos en esta tormenta? ¿Dónde hacer pie para empezar a caminar juntos y con firmeza?", escribe Isabel Bohorquez.

Isabel Bohorquez

Por estos días las divulgaciones sobre supuestos atentados políticos, espionaje, mecanismos pretendidamente extorsivos de despidos y otras maniobras que evocan los fantasmas del pasado, van dando paso a un discurso que pretende insistir con la idea de que estamos viviendo la Argentina del caos y la inminente represión con respecto a los aparatos institucionales y democráticos.

Sinceramente, para muchos de quienes transitamos las seis décadas de vida y hemos vivido en parte la historia reciente argentina (al menos yo recuerdo vívidamente los acontecimientos de por lo menos medio siglo atrás) hay una especie de sensación de déjà vu.

En mi historia familiar, ya lo he relatado en otras ocasiones en este mismo medio[1], se vivió el miedo, el dolor y la muerte. Vi en directo siendo una niña, cómo se abrazaron causas en donde se combatía a todo o nada, a matar o morir.

Entonces, y ahora, sigo sintiendo y pensando que esas luchas no estaban destinadas a la construcción de un nuevo país. Ningún sector o grupo que se arrogue la verdad absoluta de las cosas puede cimentar un cambio que sea para toda la sociedad. Ninguna hegemonía va a buen puerto.

Tantas muertes injustas e innecesarias, de un lado y del otro. Tantas vidas truncadas y tantas familias quebradas por una inaceptable causa.

Yo recuerdo cómo se despreciaban entre peronistas y miembros de las izquierdas más combativas como montoneros o el ERP.

Recuerdo el asesinato de José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT, en manos del montonero Lino (Juan Julio Roqué), entrenado en Cuba del mismo modo que tantos otros miembros del ERP.

Recuerdo las consignas revolucionarias basadas en esa dura dialéctica de amor por un pueblo que nunca los reconoció y un odio por todo lo que, según su propia matriz revolucionaria, había que liquidar o perseguir.

Recuerdo a la Triple A, a López Rega y a Isabel Perón en la presidencia enviando las fuerzas armadas a la selva tucumana para aniquilar a los guerrilleros, recuerdo a mi madre y a mi abuela llorando sus muertos en combate.

Recuerdo el desprecio entre ambos bandos que se atribuyeron la representación popular de una sociedad que tampoco encontró en el resto de los sectores políticos quien alzara la voz de todos, especialmente de los más vulnerables y convirtiera su reclamo en progreso y desarrollo.

Recuerdo la infertilidad de una guerra sucia que nos dejó marcas que alguna vez deberían encontrar un justo equilibrio de entendimiento y justicia. Porque hubo víctimas y asesinos en todos los bandos y hubo acciones que aún no han sido reparadas y otras que han sido enaltecidas en exceso.

Claro que siempre depende de quién cuente la historia...pero hay tantos episodios que gritan a voces, secretos de los que aún hoy insisten en contar la mitad de la verdad...Ya es tiempo de que la memoria haga justicia para todos.

Cuando hoy veo fotos en los medios que muestran a las Madres de Plaza de Mayo codo a codo con sindicalistas (millonarios y muy lejos del esquema de vida que tenía Rucci) me parece un absurdo histórico. Una distorsión de óptica tan grande que me resulta paradojal. Lo mismo me pasa cuando veo las banderas de las izquierdas junto a los movimientos peronistas. Los viejos sabemos que esa genuflexión ante algunos líderes surgidos desde la penumbra de un difuso origen significa que algo muy importante se ha abandonado en el camino: la claridad de propósitos. ¿O quizá el propósito fue siempre el mismo?

Tal vez sea hora de que los peronistas dejen de sentirse los dueños de la voz del Pueblo y que los miembros de las izquierdas dejen de mirar al resto como si fueran los únicos dignos de juzgar lo que pasa y de tener capacidad para realizar la tan postergada revolución.

Tal vez sea la hora de la verdadera autocrítica. Perdieron estrepitosamente las últimas elecciones y allí circulan, rasgándose las vestiduras como si fueran seres alados e impolutos. Hay que tener poca vergüenza...o mucho cinismo.

¿El resto? Quien sabe que pueda hacer el resto de los sectores políticos que hasta aquí, no han logrado más que frustrarnos la mayoría de las ocasiones que tuvieron la oportunidad de hacer algo por nuestro país.

Me indignan y me hastían los relatos de personas que se dicen entendidos y que insisten con cuajar la realidad en esquemas que ya nos deterioraron lo suficiente. El más grande de los daños de los últimos cuarenta años ya está hecho: somos pobres, tenemos carencias educacionales, culturales, sociales y éticas como para bregar los próximos ¿veinte años? en un intento sostenido de revertir todo ello.

¿Dónde anida la verdad? ¿Dónde están los faros que puedan iluminarnos en esta tormenta? ¿Dónde hacer pie para empezar a caminar juntos y con firmeza?

No encuentro la verdad en las consignas partidarias ni en los relatos revolucionarios que pretenden aclararnos el camino ni en las evocaciones de héroes que no dan la talla en muchos casos. No encuentro la verdad en las palabras que retumban como tambores vacíos. No encuentro la verdad en los que se siguen sintiendo dueños de ella.

En cambio, creo que mirando hacia nosotros mismos podemos encontrar algunas verdades indispensables. En nosotros, en la gente común puede estar la verdad. En nuestros barrios, en nuestras necesidades, nuestros hospitales, nuestras escuelas, nuestras industrias, nuestros comercios, nuestros emprendimientos hechos con esfuerzo y sacrificio, nuestros proyectos de vida que requieren de un país vivible, nuestros sueños posibles si hay un horizonte colectivo y con algunas certezas por delante, ahí puede tener cabida la verdad.

Esa, que termina siendo la Cenicienta de la política argentina con tantas madrastras malvadas dando vueltas...



[1] https://www.memo.com.ar/opinion/arqueologia-dolor-memoria/

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