Francisco, el Papa que abrazó todas las luchas que le plantearon

Una resumida visión de la audiencia que mantuvo el director de Memo con el papa Francisco el 6 de agosto de 2014 en la Ciudad del Vaticano.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Francisco siempre estuvo apurado. "Seré un Papa breve", había dicho conociendo sus achaques de salud como ningún otro. Pero no lo fue. De todos modos, fueron 12 años, 1 mes y 8 días de pontificado, 4.422 días exactamente en los que imprimió los cambios en la Iglesia que le permitieron, en una pulseada permanente en mayor medida con los sectores conservadores, en donde se lo creía inscripto a él mismo durante sus tiempos de servicio en Argentina, y también contra el poder de la Curia Romana, el establishement del Vaticano.

"Si tengo que decir algo es que cesen las matanzas en Gaza", le dijo a este periodista el 6 de agosto de 2014, cuando fue recibido en la Santa Sede. En ese momento, Francisco se colocó un pin en su pecho que representa el fin de las armas y aceptó un desafío: bregar por la reducción del armamentismo doméstico, cosa que cumplió cabalmente y del que habló en el mismísimo seno del Congreso de los Estados Unidos.

Ya en aquella época, Francisco estaba sufriendo embates internos y externos. No era un Papa que en Argentina todavía se lo vinculada al kirchnerismo y recibía miles de visitas a diario desde su país de origen.

Luego, se daría vuelta la torta y empezaría la puja política local. ¿Qué pasó con Bergoglio, aquel que había mantenido fuertes disputas con Néstor y Cristina Kirchner antes de ser elegido como pontífice? Nunca lo sabremos, pero sabremos especular.

Lo que sí transmitió en aquella audiencia que fue de dos días, "para profundizar" en torno a las cartas que le dejé de parte de familiares de víctimas de armas de fuego, como los Marcenac o Piccioli, o de organizaciones latinoamericanas como Viva Rio, Serpaj Ecuador y de la Red Mundial de Acción contra las Armas de Fuego, IANSA, fue un espíritu luchador, abrazando causas para llevarlas adelante.

Pocos recuerdan el contexto: Benedicto XVI venía de ser un papa "duro", con poco carisma y, si bien fue uno de los grandes intelectuales de la Iglesia del Siglo XX, tuvo que enfrentar los abusos de los curas y una serie de revoluciones internas que lo llevaron a la renuncia.

Le tocó a este Papa que llegó "desde el fin del mundo" afrontar la obligación de cortar la sangría de fieles y, por lo tanto, adoptó un nuevo perfil que, en el mundo y fuera de la Argentina, se valoró como "progresista": justo lo que pensó que le haría sumar -y no restar- a la iglesia católica de la que fue su máximo exponente.