Murió Beba Madero de Peralta-Ramos, "la matriarca"

La marquesa hispano argentina Cayetana Álvarez de Toledo anunció la muerte de su abuela Beba Maderos de Peralta-Ramos y la recordó con un texto suyo de 2018.

Angélica "Beba" Madero de Peralta-Ramos murió este domingo a los 102 años. La marquesa de Casa Grande, España y diputada por el Partido Popular Cayetana Álvarez de Toledo la recordó en sus redes sociales, luego de haberla ponderado hace unos días en diálogo con el programa radial mendocino "Tormenta de Ideas", por Radio Nihuil

"Beba Madero de Peralta-Ramos, gran matriarca, maravillosa abuela. Descanse en paz. 11 de marzo de 1919. 30 de mayo de 2021", escribió al diputada hispanoargentina este domingo. 

Posteó una foto de ella misma cuando era muy pequeña junto a su abuela, en un ventanal (ver foto arriba).

"Tengo mucho (vínculo con Argentina), porque mi familia materna sigue viviendo en Buenos Aires y por lo tanto tengo un vínculo muy fuerte, muy sólido y todavía vigente. Luego lo que tengo son extraordinarios recuerdos de infancia y de campo", había agregado tras recordar a su abuela Beba. 

En tanto, le regaló un texto que volcara en 2018 en el diario El Mundo:

La desconexión

Desde el minúsculo aeropuerto de Bahía Blanca hasta la tranquera de Santa María hay unos 60 kilómetros. Un tercio son de tierra; ahora, con el verano ya muerto, pura piedra y polvo. A cada lado, la mirada se abre entre vestigios de trigales y pastos amarillos. Un montecito rasga cada tanto el horizonte. Intento recordar cuántos años han pasado desde la última vez que vine. ¿Diez? No, tienen que ser quince. Antes de emigrar, o de volver, venía cada verano, adolescente y eterno. De pronto, veo el perfil de la gran avenida de eucaliptus. Árbol vulgar, pero querido. «Me acuerdo cuando los plantamos. Papá nos mandaba quitarles los bichos canastos, uno a uno.» Es la voz de mi madre y su recuerdo tiene exactamente 70 años. Atravesamos el túnel ventoso. El coche cruje sobre cortezas y cáscaras secas hasta que llegamos al parque. «Estancia». «Casco». «Parque». Explico a las niñas la jerga del campo argentino y de pronto aparece, detrás de un velo de aguaribays, la casa, tan colonial y romántica. Bajo un techo de dos aguas de chapa gris -en origen era roja-, se extiende una galería ancha de madera blanca abrazada por viejos rosales. En el centro, grabadas con orgullo sobre el muro de adobe, sus fechas: 1883-1923. La casa de Santa María fue construida por los Corbett, una familia escocesa de las que llevaron el ferrocarril al Sur, fertilidad y promesa. Su primer inquilino fue el administrador de la estancia, que entonces tenía unas diez mil hectáreas sin un solo potrero: la última alambrada era el océano. El tiempo, su ruina, ha ido devorándola. Como a todos. Los Corbett tuvieron que vender. Mi bisabuelo compró. Y después de una sucesión y un divorcio, Santa María quedó en manos de mi abuela, que hizo de ella su proyecto de vida y nuestro lugar de encuentros y desencuentros familiares.

Aparcamos donde una vez hubo una higuera. Pregunto por ella. A un lado, el puente de hormigón y hiedra, deshecho, que une la segunda planta -los cuartos de los niños, leoneras- con la libertad. Entramos por el patio de la cocina, siempre revuelto, bullicioso, alegre, junto a la antigua lechería. Huelo la capa de espuma recién ordeñada. La brisa sacude las cortinas a cuadritos blancos y rojos de la fiambrera. Son las mismas de mi infancia. «¡Chicos!» Es Beba. Hace unos días cumplió 99 años y no desconecta jamás.

Los primos se miran, miden y olfatean como animalitos de la misma especie y corren juntos hacia dentro. Los sigo en busca de mi memoria. Todo me sorprende por pequeño y manoseado por la entropía. El office de nuestros desayunos y meriendas, con sus grabados de cacerías inglesas. El salón, custodiado por la pintura irónica del añorado Rómulo: «Van Gogh en la Pampa, Figari de Macció». La escalera, qué miedo nos daba. Y el escritorio del abuelo Pipo: oscuro, adulto, con chimenea, mi favorito.

Salimos al parque y a la luz por la pequeña puerta de la fachada. Dos caballos criollos, las crines como el cepillo de un limpiabotas, cabecean atados bajo un árbol. No llevan silla. Apenas una piel de corderito y una cincha. Los niños se montan y nos dirigimos lentamente hacia el Bajo. Las casitas de ladrillo están vacías. Una sirve de depósito de muebles viejos. De sus paredes todavía cuelgan las literas donde dormían los jornaleros. Primero hubo ovejas, decenas de miles. Luego un criadero de visones: estaba de moda. Ahora sólo quedan unos cuantos novillos para carne. Seguimos hacia la Quinta. ¡Un bosque entero de membrillos! Los haremos esta tarde al horno o en compota.

De pronto, un mensaje en el móvil. «Movistar info: revise su gasto acumulado datos roaming llamando al...». Mejor no llamar y, sobre todo, dejar de acumular. Sé que la consigna popular que tan poco gustó a Borrell se ha hecho por fin realidad en una democracia militante. Que el tal Torrent se ha confirmado como el brazo tonto de la legitimidad. Que comandos de falsos republicanos no acaban de atreverse con la violencia abierta: en Cataluña sigue vigente la mentalidad soixante-huitarde de la revolución gratis total. Y que el Gobierno de España se ha ido de vacaciones. Yo también. Sin Wifi, sin Orbyt, sin Kiosko, sin Gmail y, por supuesto, sin Twitter. Durante 48 horas deambulo como una adicta: ávida, famélica, todos mis automatismos a cuestas. Pero luego desconecto. Yo sí.

Almorzamos a la sombra de las acacias sobre un mantel de hilo. Beba, en su silla de ruedas, con unas grandes gafas negras, qué guapísima era. La mayor de cuatro hermanas, nieta de Cayetana de Álzaga y heredera de su fuerza. Llegan los choripanes y luego el cordero a la cruz, cristal jugoso. Beba apenas oye y, cuando habla, todos callan. Evoca una Argentina de camas con mosquitero y camisones de piel de ángel. Un país que empezaba a creerse condenado al éxito pero que todavía no se había tumbado en el diván. Desde Buenos Aires llegan noticias de manifestaciones a favor de la memoria histórica y contra el aborto. Todo muy convencional. Una de mis primas, limpia y politizada, despotrica contra Cristina Kirchner. La ahora senadora está acusada de pactar la impunidad de Irán en el atentado contra el centro judío AMIA -85 muertos, 300 heridos- y de robar miles de millones de dólares: el enésimo desfalco patrio perpetrado en nombre de la justicia social. Comento que, precisamente estos días, Pablo Iglesias pasea su retropopulismo por Buenos Aires y que se ha hecho una foto con la desaforada, espero que pronto también en el sentido jurídico. Me explican que, de momento, la principal baza política de Macri es la división del peronismo. Y me acuerdo de Rajoy. Y también de Rivera y de Aznar. Los tres visitan Argentina en abril.

Los niños quieren ir a pescar y los niños hoy mandan. Cortamos unas ramas y les atamos tanza, anzuelo, corcho y plomada. En una bolsa, la carnaza; en otra, tortas negras: pan tierno bajo una costra de azúcar quemada. El río se llama Sauce Grande. Es estrecho y manso, y lo atraviesan álamos muertos; toca la espalda de la casa y luego se pierde hacia las quebradas. Nos abrimos paso entre los árboles hasta alcanzar una zona de hierba fresca, despejada de cardos. Tenemos poca fe, pero a ver quién se la quita a ellos. Tiramos las cañas. Pasan varias familias de patos, un carpincho remolón y... ¡Pica! ¡Picaaaa! El balance de la tarde son cuatro dientudos, tres bagres y un pez rarísimo del que Casimira, presunta experta, sentencia: «Piraña». La infancia estalla.

Cuando cae la noche, cae también el viento norte en la playa de Pehuen-Có, a unos veinte minutos de Santa María en coche. Fuera de temporada, el pueblo merece una banda sonora de Ennio Morricone. En el único bar abierto, España golea a Argentina. Y del barco hundido ya sólo quedan dos perfiles oxidados, que se confunden con las rocas. Los valientes se bañan. Los demás paseamos hasta los médanos y juntamos caracolas blancas, intactas, inverosímiles. Como la que Amadeo Vives se acerca al oído en la última escena de una de las obras más sublimes y poéticas de Boadella. Albert... El sábado -hoy para ustedes- habrá acto de desagravio en Jafre, su pueblo. Necesito Wifi.

Artículo publicado en El Mundo el 31 de marzo de 2018. 

Los Peralta Ramos y Cayetana Álvarez de Toledo

Además de a los Álvarez de Toledo Cayetana pertenece a los Peralta Ramos, una familia patricia bonaerense cuyo origen se remonta a principios del siglo XIX, apenas cuatro años después de la independencia de la Argentina del Virreinato del Reino de la Plata.

El patriarca, Patricio Porcel de Peralta y Ramos, fue el que acortó el apellido y dio origen a una extensa familia que, con su centenar largo de miembros, bien podía repoblar la Pampa. Entre tan amplia descendencia, se encuentran, además de la última portavoz parlamentaria del Partido Popular, coleccionistas de arte, empresarios, escritores, pintores y artistas inclasificables como Federico Peralta Ramos. A continuación repasamos algunos de ellos:

El Patriarca. Patricio Porcel de Peralta y Ramos

Patricio Porcel de Peralta y Ramos nació en Buenos Aires en 1814. Su matrimonio con Cecilia Robles Olavarrieta inició la saga de los Peralta Ramos. Juntos tuvieron catorce hijos, que pudieron ser más si Cecilia no hubiera fallecido por complicaciones en el parto del decimocuarto.

Patricio, que acortó el apellido familiar al Peralta Ramos actual, era un comerciante afín a Juan Manuel de Rosas, a cuyas tropas pertrechó durante las diferentes campañas militares emprendidas por el caudillo argentino.

Sin embargo, cuando Rosas llegó al poder, no quiso pagar las deudas contraídas con el comerciante, que se vio al borde de la ruina. En semejante situación y para evitar la animadversión de Rosas, conocido por su crueldad y violencia, Peralta Ramos prefirió vender sus propiedades en Buenos Aires y adquirir grandes extensiones de tierra en el sur de la provincia.

Aunque su intención era dedicar esos terrenos al cultivo, el antiguo comerciante no fue capaz de que fructificasen, así que decidió tomar una decisión más afín con su pasada profesión: dividir las tierras en lotes para venderlas como terrenos urbanizables. Surgía así el núcleo de población que dio lugar a la actual Mar del Plata, localidad de la que Patricio Peralta Ramos es considerado fundador. Un pelotazo en toda regla.

El asesor del presidente de los Estados Unidos y el amante del arte. Arturo y Paul

Mary Millicent Abigail Rogers fue una potentada estadounidense, nieta de Henry Huttleston, fundador de Standard Oil. Los beneficios del petróleo permitieron a Millicent llevar una vida muelle, que dedicó a la moda, la defensa de los derechos civiles de los nativos norteamericanos y a coleccionar el arte de esos pueblos autóctonos.

En 1927, contrajo matrimonio con Arturo Peralta Ramos, al que se le impuso la cláusula prenupcial de no poder reclamar en el futuro ni un céntimo de la fortuna de los Huttleston, como si la familia de la novia no confiase demasiado en el enlace y como si al argentino le hiciera falta el dinero. En lo primero, la familia de la novia acertó y, aunque acabaron divorciándose unos años después, de la unión nacieron dos hijos que continuaron la saga de los Peralta Ramos: Arturo Henry y Paul Jaime Peralta Ramos.

Arturo, nacido en Estados Unidos, se consideraba más estadounidense que argentino. Tanto es así, que compaginó sus actividades como empresario con las de asesor del presidente Lyndon Johnson, para el que realizó diferentes tareas, algunas de las cuales continúan clasificadas a día de hoy por cuestiones de seguridad nacional. Al fallecer, en 2015, Arturo Henry estableció que no se enviasen ramos ni coronas a su funeral, sino que se emplease el dinero en hacer donaciones al Millicent Roger Museum.

Paul Jaime fue el fundador en 1956 del Millicent Roger Museum, institución ubicada en Nuevo México que alberga las piezas de arte y cultura nativa americana, tanto del norte como del sur del continente, atesoradas por su madre. Su amor al arte hizo también que apoyase en sus inicios al realizador Roman Polanski, al que ayudó a estrenar El cuchillo en el agua en Estados Unidos.

El periodista. Patricio Peralta Ramos

Patricio Peralta Ramos fue socio del exclusivo Jockey Club, del Yatch Club argentino y director del diario La Razón durante 1972 y 1986, un periodo clave para los medios de comunicación del país, debido al asunto Papel Prensa.

En 1976, el empresario David Graiver, dueño, entre otras muchas empresas, de un importante paquete accionarial de Papel Prensa -la compañía dedicada a la fabricación del papel con el que se imprimían (e imprimen) los periódicos en el país-, falleció en extrañas circunstancias.

Desde el primer momento se especuló que la muerte de Graiver, acaecida en un accidente de aviación nunca aclarado, pudo ser debida a un complot urdido por la dictadura cívico militar que sospechaba que Graiver estaba vinculado al movimiento guerrillero Montoneros. Sea como fuere, el caso es que Peralta Ramos fue el encargado de dirigir las negociaciones para comprar a la familia del empresario sus acciones de Papel Prensa. Unas negociaciones en las que también influyeron las detenciones y torturas sufridas por la familia Graiver a manos de los militares. Finalmente, los herederos vendieron y, en la actualidad, después de la desaparición del diario La Razón en 2017, Papel Prensa continúa participada por, entre otros accionistas, el diario Clarín y La Nación.

El arquitecto. Federico Peralta Ramos (padre)

En 1936, Federico Peralta Ramos fundó, junto a Santiago Sánchez Elía y Alfredo Agostini, SEPRA, un estudio de arquitectura que renovó esa disciplina en la Argentina, al abandonar la tradición academicista y clásica, para implementar en el país la arquitectura moderna que se estaba desarrollando en Estados Unidos y Europa. Entre sus edificios se encuentran el Sheraton de Buenos Aires, el edificio de la compañía Yatahí o el del Banco de Londres, en el que SEPRA abandonaba la línea modernista para adentrarse en la estética brutalista.

El artista. Federico Peralta Ramos (hijo)

Hijo del arquitecto Federico Peralta Ramos, Federico Manuel Peralta Ramos fue un artista vinculado al Instituto Di Tella. Este centro, patrocinado por el empresario Torcuato Di Tella, promovió durante los años sesenta el arte de vanguardia argentino, ayudando así a que desarrollasen su obra grupos como Les Luthiers y artistas como Antonio Berni, Marta Minujin o Jorge de la Vega, pintor y músico del que Peralta Ramos interpretaría su conocida canción "El Gusanito".

De hecho, aunque realizó performances y piezas conceptuales, como aquella que consistió en gastar toda una beca Guggenheim en sufragar una cena con los amigos y presentar la factura del convite como pieza artística, Peralta Ramos fue conocido por su hit "Tengo algo adentro que se llama el coso". El tema fue publicado en un single por la casa Columbia, que fabricó solo 1333 copias, que fueron puestas a la venta en tiendas de discos y farmacias.

Tras su etapa en el Di Tella, Peralta Ramos desarrolló su arte absurdo y dadá en programas de televisión como el del cómico Tato Bores, en el que recitaba poemas, textos de canciones o pronunciaba sus lapidarias sentencias como "Se acabó la Guerra Fría, empezó la de los besos", "Pinté sin saber pintar, escribí sin saber escribir, canté sin saber cantar. La torpeza repetida se transforma en mi estilo", "Yo soy una estrella porque salgo de noche" o "Serás lo que te tocó ser y dejate de joder".

La tía. Mónica Peralta Ramos

Mónica Peralta Ramos es hermana de Patricia Peralta Ramos, madre de Cayetana Álvarez de Toledo y, por tanto, tía.

Mónica Peralta Ramos es una destacada socióloga argentina que ha publicado importantes ensayos sobre la historia del país, entre los que se encuentran Etapas de acumulación y alianzas de clases en la Argentina (1930-1970) y La economía política argentina: poder y clases sociales (1930-2006). En ellos, entre otros muchos temas, aborda el discutible papel desarrollado por la oligarquía argentina, de la que su familia forma parte desde hace décadas, a lo largo de la historia de la República. En los últimos tiempos, Mónica Peralta Ramos también ha cuestionado la eficacia de muchas de las políticas del gobierno Macri y, en ocasiones, se ha mostrado afín al kirchnerismo, lo que la diferencia completamente del posicionamiento político de su sobrina.

La madre. Patricia Peralta Ramos

En 2007, el escritor Tomás Eloy Martínez escribió una columna en La Nación en la que recogía una anécdota en la que estaban implicados Gabriel García Márquez y Patricia Peralta Ramos, madre de Cayetana Álvarez de Toledo. Según Martínez, a mediados de los sesenta, el autor de "Cien años de soledad" se encontraba en una fiesta que daba el representante del café de Colombia en Buenos Aires y a la que también asistía una jovencísima Patricia Peralta Ramos. No obstante y a diferencia del resto de asistentes, la muchacha no parecía estar pasándoselo demasiado bien y se mostraba meditabunda, refugiada en un rincón. Intrigado, García Márquez se acercó a ella, le susurró unas palabras al oído y Patricia "quedó instantáneamente bañada en lágrimas". "¿Por qué la hiciste llorar? ¿Qué le dijiste?" Le preguntó Tomás Eloy Martínez a García Márquez, que le respondió: "Nada. Le pregunté por qué se sentía tan sola". Intrigado, Martínez insistió: "¿Cómo supiste que estaba sola?". "¿Acaso has conocido a una mujer de veras que no se sienta sola?", concluyó el futuro Premio Nobel.

Con información de Vanity Fair

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