Argentina entre relatos: los desafíos que no entran en un tuit
El debate público argentino se ha vuelto un campo de batalla simbólica, atrapado entre consignas vacías, antagonismos ideológicos y algoritmos que premian el grito. Pero los problemas que enfrentamos exigen un lenguaje común, pactos duraderos y capacidad de autocrítica.
Argentina está en crisis desde hace décadas, pero hoy atraviesa un momento particularmente peligroso: el relato ha reemplazado al diagnóstico, el show a la política y el algoritmo a la conversación democrática. Mientras discutimos en eslóganes, se agravan las fallas del Estado, se erosiona el tejido social y se diluye la confianza en las reglas del juego. Para reconstruir futuro, necesitamos más que reformas económicas: hace falta coraje cívico y diálogo institucional.
1. Introducción: el silencio estructural
En la Argentina actual, el estruendo del debate público impide oír lo esencial. Las grandes cifras macroeconómicas han reemplazado al diagnóstico social profundo. Mientras se discute el dólar, el déficit o la inflación, se omiten cuestiones estructurales que están en la base del deterioro institucional, económico y humano. No hay progreso posible sin equilibrios institucionales, sin justicia, sin calidad educativa y sin cohesión social. El problema no es solo lo que se hace, sino lo que se deja de mirar.
2. Instituciones y calidad democrática: consensos ausentes
Uno de los pilares de cualquier sociedad sostenible es el funcionamiento institucional. La sanción de la Ley de Ficha Limpia en Mendoza -que impide a condenados por corrupción postularse- contrasta con su rechazo en el Congreso nacional. El oficialismo actual, acompañado por el peronismo, bloqueó una herramienta básica de transparencia electoral. No se trata de detalles jurídicos, sino de pactos de impunidad sostenidos por una lógica de poder que trasciende las ideologías.
La falta de reglas claras socava la legitimidad del sistema democrático. Mientras se promueve un discurso de 'libertad', se reprime el disenso y se estigmatiza a los periodistas que investigan. El reciente intento de censura contra Hugo Alconada Mon, reconocido por su trabajo riguroso, es una señal preocupante. La institucionalidad no se mide solo en leyes sancionadas, sino en su aplicación efectiva y en el compromiso ético de quienes gobiernan.
3. Economía: estabilizar no es lo mismo que desarrollar
El gobierno nacional ha logrado una desaceleración de la inflación. Pero los costos sociales del ajuste son altos y están invisibilizados. La caída del empleo registrado y el aumento del endeudamiento privado reflejan un modelo de estabilización sin contención.
En Mendoza, el desafío económico es sostener una matriz productiva diversificada y transitar hacia modelos sostenibles. La minería responsable, el agro, la vitivinicultura, el turismo y la economía del conocimiento pueden convivir con reglas claras, controles ambientales y planificación territorial. Sin embargo, los condicionamientos macroeconómicos -como la regresividad del sistema tributario y la pérdida del poder adquisitivo- limitan el desarrollo real.
Además, las herramientas financieras adoptadas por la Nación deterioran la confianza en el sistema. Estas medidas no resuelven el problema estructural de la falta de dólares genuinos, sino que lo disimulan temporalmente a costa de credibilidad.
4. Educación: el rezago que no conmueve
El sistema educativo argentino está en crisis, pero la sociedad parece haberlo naturalizado. En Mendoza, se han implementado acciones de mejora basadas en evidencia: pruebas censales de fluidez lectora, programas de refuerzo escolar, e instancias de formación docente más exigentes. Son avances valiosos. Sin embargo, el panorama general sigue siendo alarmante.
Según los últimos datos del Ministerio de Educación nacional, solo el 14% de los estudiantes secundarios alcanzan niveles satisfactorios en matemática. Los indicadores de abandono, sobreedad y bajo rendimiento reflejan una exclusión pedagógica que impacta en la productividad futura y en la equidad.
La apertura irrestricta del sistema universitario, sin criterios de mérito, no compensa esta debilidad, sino que la profundiza. En sociedades altamente desiguales, la igualdad formal de acceso no garantiza justicia real. La inversión en educación de calidad debe ser sostenida, planificada y acompañada de metas evaluables, no solo declamada.
5. Salud mental y cohesión social: el malestar silencioso
El deterioro de la salud mental, especialmente en niños, adolescentes y jóvenes, constituye una emergencia no reconocida. Aumentan los casos de ansiedad, depresión, consumo problemático y suicidios. Aunque se han creado equipos y protocolos preventivos en provincias como la nuestra, la respuesta estatal sigue siendo fragmentada.
La pérdida de vínculos comunitarios, la hiperconectividad sin encuentro real, y la sobrecarga emocional de las familias son factores estructurales. A esto se suma una precarización del tiempo: no hay espacios para jugar, conversar, escuchar, aprender a habitar lo común. Esta carencia afecta especialmente a la infancia, que ha quedado excluida del debate público. En nombre de la libertad se omite a los más vulnerables.
6. Cultura política y liderazgo: de la razón a la obediencia
La polarización política ha vaciado de contenido a muchas de nuestras instituciones. El populismo libertario, al igual que el kirchnerismo, deslegitima al adversario y suprime la complejidad. En ese marco, las provincias pasan a ser piezas de negociación en pactos volátiles, donde lo ideológico cede ante lo transaccional.
La crisis de representación también alcanza a fuerzas como la UCR nacional, que no ha logrado construir una narrativa clara que interpele a las nuevas generaciones. La política partidaria se ha convertido en clubes de roscas, alejados de los territorios, los problemas concretos y los ciudadanos.
No hay proyecto de país posible si todo se reduce a la obediencia. Gobernar es dialogar, no imponer. Es organizar la esperanza colectiva, no administrar la resignación.
7. Conclusión: reconstruir el futuro con verdad y coraje
El país necesita una nueva gramática política: basada en la evidencia, en la ética pública y en el compromiso cívico. El futuro no se construye con slogans ni con enemigos imaginarios. Se construye con instituciones que funcionen, con justicia real, con inversión educativa, con políticas sociales articuladas, y con un Estado que no abandone su rol.
La Argentina no saldrá adelante por milagros individuales, sino por reconstrucción colectiva. Como decía Oesterheld -quien escribió "El Eternauta" como una metáfora de la resistencia organizada- el verdadero héroe es colectivo. Es hora de reencontrarnos con esa vocación: no por nostalgia, sino por necesidad.
Por Lisandro Thomas
Economista. Lic. en Administración