Claudio Galeno, médico cultor del vino
En su tratado sobre los antídotos, Galeno distingue entre distintos tipos de vino: tranquilo, fuerte, ligero (o aguado), agrio, ácido. Esta subdivisión le permite deducir su capacidad de envejecimiento: mediocre para los «vinos blancos de poca sustancia», notable para los «vinos blancos fuertes, agrios y con cuerpo».
Hemos sentido que en general a los médicos se les llama galenos, y eso es porque dentro la Historia de la Medicina y la Anatomía, Galeno es uno de los más destacados médicos de la antigüedad, de su nombre se deriva el mote de "Galenos" con que se designan a los médicos en la actualidad (La palabra "galeno" se usa coloquialmente y como sinónimo para referirnos a un médico).
Claudio Galeno es considerado un médico romano, aunque en realidad nació en Pérgamo, en la costa mediterránea de Turquía, en el año 129 d.C. En su ciudad estudió filosofía y medicina y también estudió en Esmirna y Alejandría, donde había una famosa escuela de anatomía y cirugía. Cuando regresó a Pérgamo, a pesar de tener sólo 28 años, ya era un médico famoso y muy solicitado. Para tener cada vez más éxito, en 162 d.C. se trasladó a Roma. En la capital del Imperio, pronto se hizo famoso también porque era costumbre que muchos charlatanes se hicieran pasar por médicos. Solía dar sus conferencias en un teatro, gozaba de la amistad de los hombres más ilustres de la época y de la confianza del propio emperador Marco Aurelio, a quien curó de una enfermedad mal diagnosticada.
También fue nombrado médico de los gladiadores y ésta fue su suerte: de hecho, en aquella época no estaba permitida la disección de cadáveres y su nueva función le permitió perfeccionar sus conocimientos de anatomía y fisiología humanas y recopiló una enorme cantidad de material, notas, observaciones y descubrimientos. De hecho, estudió varias especies de lesiones cerebrales y distinguió, por primera vez en la historia de la medicina, los nervios motores de los sensoriales. Reconoció un complejo sistema circulatorio en el cuerpo humano y observó la presencia constante de sangre en las arterias.
Aunque cometió grandes errores al afirmar que existe comunicación entre los ventrículos derecho e izquierdo, la labor realizada por Galeno hasta 180 d.C., año de su muerte, fue ingente y fundamental para la historia de la medicina. En los últimos años de su vida, Galeno desarrolló su obra más importante, «El arte de la medicina», en la que se resumen sus enseñanzas médicas y que siguió siendo el texto fundamental para los estudios médicos hasta el siglo XVII.
Siguiendo las enseñanzas del científico griego Hipócrates, Galeno sostenía que en el cuerpo humano hay cuatro humores: sangre, linfa, bilis amarilla y bilis negra. Si estos humores están en cantidades regulares y se mezclan de forma igualmente regular, se tiene un temperamento y un carácter equilibrados. Si, por el contrario, un humor prevalece sobre el otro, el individuo mostrará un carácter sanguíneo, flemático, colérico o bilioso. Sin embargo, a diferencia de Hipócrates, sostenía que la enfermedad no dependía de una perturbación de la armonía de los humores, sino de una lesión o imperfección orgánica específica. Y éste es un concepto muy importante porque la causa de la enfermedad se explicaba científicamente, como en la época moderna.
Célebre descendiente de la tradición hipocrática comentó muchas de sus obras, en particular sobre el régimen de las enfermedades agudas. En esta revisión, profundiza y amplía la rigurosa clasificación de su predecesor, ilustrando criterios precisos para describir las principales categorías: color, sabor, sustancia, olor y calidad.
Galeno y el vino
En su tratado sobre los antídotos, Galeno distingue entre distintos tipos de vino: tranquilo, fuerte, ligero (o aguado), agrio, ácido. Esta subdivisión le permite deducir su capacidad de envejecimiento: mediocre para los «vinos blancos de poca sustancia», notable para los «vinos blancos fuertes, agrios y con cuerpo». Dos vinos en particular destacan claramente sobre todos los demás: los de Sorrento y Falerno (Región de la Campania, Italia).
Es necesario aquí mencionar el vino de Sorrento. En el mundo del vino, se sabe que se mantiene joven durante unos veinte años, durante los cuales conserva intacta su fuerza; sigue siendo bueno para beber durante mucho tiempo y no tiene tendencia a volverse amargo. Tiene las mismas características que el vino de Falerno.(Galeno, De antidotis I, 3)
Son numerosas las obras en las que Galeno reconoce la importancia del terruño, al que asocia la capacidad de envejecimiento de los vinos. Aunque no fue el primer médico que alabó los beneficios terapéuticos del vino, destaca por la minuciosidad con la que describe las cualidades específicas de muchos caldos. Tal celo le convierte en uno de los primeros enólogos ilustrados de la historia del pensamiento.
En su obra se filtra un cierto chovinismo (exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero) gustativo, mitigado sin embargo por una curiosidad insaciable. Además de los vinos de Asia Menor, reconoce el valor de la producción italiana, admitiendo en varias ocasiones que le gusta especialmente el gran vino de Falerno. Galeno lo describe como un vino de aromas excepcionales, capaz por igual de suscitar la apreciación objetiva y el transporte subjetivo del simple aficionado. Aunque las palabras por sí solas no pueden -subraya- definir la experiencia sensorial, del vino fluye una síntesis emocional e intelectual. Prueba de ello es el hecho de que cuando probamos por primera vez un vino del que sólo hemos oído hablar, somos capaces de reconocerlo. Incluso una breve descripción puede sublimar la experiencia.
Entre los vinos de Falerno muy apreciados por Galeno, distingue dos grandes categorías en función de su dulzor, destacando el dulzor especialmente pronunciado del Faustiniano. El dulzor de este vino marca el equilibrio entre lo astringente y lo agrio, los otros dos sabores principales en los que se basa la clasificación de Galeno. El sabor revela la consistencia del vino y sus cualidades. La textura dulce del Faustinianus lo convierte en un ingrediente ideal para los preparados farmacéuticos, en particular la teriaca, el antídoto por excelencia.
El breviario De vinis de Galeno merece un comentario en sí mismo. Extremadamente conciso y exhaustivo en la tradición hipocrática, ha sido citado en numerosas ocasiones como vademécum de la literatura médica sobre el vino. Galeno examina en primer lugar la sustancia de los distintos tipos de vino, desde el más ligero, que «los hombres llaman aguado» por su parecido con el agua en cuanto a color y consistencia, pero también, como especifica más adelante, por su ligera astringencia. Su sabor no es muy intenso y Galeno desaconseja añadirle demasiada agua, para no diluir su ya escasa sustancia. Su efecto diurético se explica por la rapidez con la que se propaga por el organismo. De hecho, a diferencia del agua, no es de naturaleza fría, aunque se calienta moderadamente en comparación con otros vinos. Fortalece los pulmones y fluidifica los humores (no sólo la sangre); su escaso calor no perjudica a los febriles, a diferencia de otros vinos y aguas impuras. Es adecuado para los jóvenes y las personas de temperamento colérico, con una dominante caliente y seca; previene los dolores de cabeza y las hinchazones abdominales repentinas. También Galeno hace una descripción opuesta de los vinos dulces y densos.
Esta dicotomía le permite explorar la perfecta compatibilidad entre la naturaleza del hombre y la sustancia del vino, tema que encontramos siempre en sus epígonos(cuando asocia sus ideas al pensamiento de otros). Los eruditos de la época premoderna creían que la búsqueda de la armonía entre el vino y el bebedor era mucho más importante que la búsqueda de la armonía entre el vino y la comida que tanto nos preocupa en nuestra época. Galeno se inspiró, metafóricamente, precisamente en la proximidad entre el vino y el cuerpo humano: fue esto lo que le permitió ilustrar la mecanismos fisiológicos, creando por ejemplo un paralelismo entre la formación de la sangre y el proceso de elaboración del vino.
Galeno utilizó esta analogía para explicar la secreción de humores y el carácter acético de la bilis negra y el vinagre, que tiene un efecto corrosivo sobre el estómago (De naturalibus facultatibus II, 9). El vino se ajustaría así a los movimientos del cuerpo, a su buen funcionamiento y a la formación óptima de la sangre, frente a la posible alteración de los humores en sustancias corrompidas.
Para Galeno, el sabor y el olor del vino son inseparables de la sustancia, lo que forja su singularidad y complejidad. Lejos de hacer menos intensa la experiencia emocional de la degustación, el conocimiento del vino y la búsqueda de un vocabulario expresivo para describirlo sólo pueden conducir a sus facetas más sutiles. Más allá del fenómeno puramente físico, la degustación llena de efectos benéficos un alma inevitablemente sometida a los temperamentos del cuerpo. El vino ofrece así a Galeno la oportunidad de expresarse en el doble papel de servidor del arte médico y portavoz de la filosofía moral.