Democracia y pandemia

Guillermo Tell Aveledo Coll, doctor en Ciencias Políticas. Profesor en Estudios Políticos, Universidad Metropolitana, Caracas y un artículo publicado en Diálogo Político. Las grandes crisis prueban la resiliencia de cualquier sistema político, y tienen reverberaciones sobre sus fundamentos de legitimidad. En la primera pandemia de la era globalizada, ¿cuáles son las fortalezas democráticas ante el reto del coronavirus?

Con la declaración del covid-19 como una pandemia, el frenesí de medios, opinadores y analistas que durante varios años han sostenido el fin de la democracia moderna convergían en un nuevo clisé: el virus cambiaría nuestras vidas hasta hacerlas irreconocibles. Tras las primeras semanas del confinamiento doméstico en Occidente, las dificultades de su cumplimiento y el elevado número de casos en Europa y Estados Unidos, el pesimismo inicial se hacía una profecía autocumplida. La República Popular China habría aparecido manejando la crisis, aun frente a la emergencia de juicios negativos en su contra, como un Estado eficiente sobre una sociedad disciplinada. El autoritarismo global y su renovado auge parecían tener una victoria propagandística que era rápidamente aprovechada en democracias debilitadas para la concentración de poder, aun si era una victoria mellada por la realidad de la enfermedad y por la suspicacia ante su despliegue. Desde sociedades bajo sistemas autoritarios, podemos ser testigos de cómo se aprovecha la emergencia para continuar el ataque y la militarización de la sociedad.

Claramente, es prematuro asegurar qué países se verán más o menos afectados por esta cepa del coronavirus. Muchos factores jugarán un rol en su propagación y respuesta: el clima, las condiciones sanitarias estructurales, la situación social, las diferencias de clase. Ante ellas, epidemiólogos, virólogos, hacen enormes esfuerzos en conjunto con la planificación de políticos y funcionarios de toda índole que se nos quiere hacer ver como desbordados por la epidemia, a veces en medio de una polarización política trasladada de las redes a los hemiciclos virtuales y los gabinetes telemáticos. Esa sensación de desborde, especialmente frenético en sociedades abiertas en plena suspicacia posmoderna, nos hace olvidar las ventajas que tienen estructuralmente las democracias no solo para enfrentar la epidemia, sino también para gestionar sus consecuencias.

Es necesario admitir que parte del liderazgo de las grandes potencias democráticas ha aparecido como errático ante las cambiantes informaciones sobre el virus a inicios de año. También, la cooperación regional y global ha tenido enormes dificultades, tanto por presiones internas como por la toxicidad del debate internacional entre las grandes potencias. Así mismo, décadas de austeridad derivadas de orientaciones fiscales cautelosas pueden haber afectado sistemas sanitarios incluso en economías avanzadas, y las desigualdades no resueltas muestran efectos muy dramáticos entre las poblaciones más afectadas tanto por la enfermedad como por las consecuencias del confinamiento. Sin embargo, la superioridad de las instituciones democráticas estriba en aspectos propios de estos sistemas: lo socioeconómico, lo institucional y lo ideológico.

El primero de estos es la correlación entre prosperidad y democracia. Aunque en el último siglo los avances en salud pública han sido generalizados, es en los países bajo sistemas democráticos donde tal avance tuvo mayor expansión. La creación de sistemas de seguridad social, hoy puestos a prueba, son una garantía que existía apenas precariamente y como dádiva estatal antes de la expansión democrática de la posguerra, por lo que los índices de desarrollo humano muestran una mayor capacidad de resistencia social ante estos estragos que la de hace cien años. Por su parte, el desarrollo de sistemas de utilidad pública y servicios higiénicos, así como la expansión de la educación pública y de la telemática, posible por la innovación científico-tecnológica de sociedades democráticas, ayuda en la diseminación de información, la disminución de riesgos de contagio y en la mitigación de los efectos de la antigua severidad de medidas de confinamiento. Ciertamente, existen democracias muy populosas, especialmente en las economías emergentes del Sur global, donde esa es una realidad rezagada ante la realidad concreta de su desarrollo. También es cierto que existen aún poblaciones afectadas en sus avances históricos por los años de recalibramiento fiscal derivados de las reformas económicas de finales del siglo XX y los ajustes derivados de la crisis financiera global de 2008. Terminá de leer este artículo haciendo clic aquí.

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