La figura de Alfonsín en la recuperación de la democracia
El camino hacia las elecciones del 30 de octubre de 1983, desde la conformación de la Multipartidaria en 1981.
La remanida frase "parece que fue ayer" es aplicable perfectamente a la vida de nuestro país porque los hechos se suceden con tal vertiginosidad, que los argentinos no alcanzamos a analizarlos, olvidando incluso hechos, personajes e hitos que positiva o negativamente influyeron en nuestra nuestras vidas. La memoria, consciente o inconscientemente, algunas veces nos juega una mala pasada. ¿O será que tenemos, como suelo decir a menudo, una memoria histórica tan frágil?
Este 30 de octubre, gran parte de los argentinos estaba pendiente del "10". Es que Diego Armando Maradona cumplía 60 años, quien sin lugar a dudas ha sido y será el ídolo de la historia futbolística argentina y del mundo entero. Nadie duda recordarlo en esta fecha siguiendo cada uno de sus pasos en un deporte que mueve multitudes.
Pero también el 30 de octubre se cumplió el aniversario de un acontecimiento trascendental en la vida de los argentinos. La recuperación de la democracia cumplió 37 años, después de nefastos gobiernos de facto a través de una casta militar que dinamitó las instituciones, devastando al país y aniquilando sueños en todo el entramado social.
30 de octubre de 1983 Alfonsín y un día que nos marcó para siempre
Ya hastiados, los sectores democráticos habían empezado silenciosamente la lucha contra el poder castrense y se cristalizaría en 1981 en la conformación de la Multipartidaria, con el Partido Justicialista, la Unión Cívica Radical, el Partido Intransigente, la Democracia Cristiana y el Movimiento de Integración y Desarrollo. El objetivo era, nada más ni nada menos, que retornar a la vida institucional, una epopeya que se habían cargado al hombro hombres y mujeres, sin distinción de banderías políticas.
No sería tan fácil
La ciudadanía empezaría a despertar poco a poco agolpándose en la simbólica Plaza de Mayo, con réplicas en todo el país en consonancia con el reclamo de las fuerzas partidarias, de organizaciones sociales, sindicales y estudiantiles.
El poder se resistía. El entonces miembro de la junta militar y flamante titular del llamado Proceso de Reorganización Nacional, Leopoldo Fortunato Galtieri (sin olvidar el nefasto período de Onganía 1966/1970), días después de la gran movilización popular, el 2 de abril de 1982, tomaba las Islas Malvinas, obviamente a sabiendas de del deterioro del gobierno y en una maniobra artera por retener el poder (una idea que capitalizó pero que no era nueva ni propia, sino que formaba parte de un proyecto que se venía gestando desde hacía varios meses).
Necesitaban un hecho que llegara al riñón del sentimiento de patriotismo de los argentinos y, en principio, lo lograron porque muchos, en la ilusión de una recuperación épica de las Islas Malvinas, apoyaron ingenuamente la "gesta" hasta que la realidad develó las viles mentiras con que habían engañado al pueblo.
Poco más de dos meses duraría lo que se convertiría en la rendición más vergonzante de la historia argentina. El colapso llegaría tarde o temprano. Galtieri dejaría el poder y lo sucedería Reynaldo Bignone, a sabiendas que sí o sí debían entregar el poder. Claro está que antes querían asegurarse una amnistía. Pero la Multipartidaria exigía elecciones libres, sin pactos espurios ni condicionamientos.
La ilusión de la entrega del poder
La junta militar pretendía justificar el haber hecho justicia por mano propia, sosteniendo inadmisiblemente que habían cometido "errores que pudieron traspasar el respeto por los derechos humanos". Huelgan los comentarios.
Ética, responsabilidad y compromiso: a 37 años del triunfo de Alfonsín
Comenzaban las discusiones en ese camino de recuperación institucional. En las distintas fuerzas políticas empezaban a calentar motores y se ponían las candidaturas sobre la mesa. El radicalismo llevaría como fórmula presidencial Alfonsín- Martínez y el justicialismo a Luder-Bittel, además de las candidaturas del Movimiento al Socialismo (Luis Zamora), la Democracia Cristiana (Francisco Cerro) , el Partido Obrero (Gregorio Flores), el Socialismo Popular (Estévez Boero), la Ucede (Álvaro Alsogaray), el Movimiento de Integración y Desarrollo (Rogelio Frigerio).
Los principales contrincantes jugaban sus últimas fichas en Mendoza. Lúder pregonaba la "revolución de justicia que inició Perón" y Alfonsín levantaba las banderas de "libertad y justicia".
El 30 de octubre de 1983, la UCR se imponía en las presidenciales por más del 50 por ciento de los votos. Raúl Alfonsín, el carismático hombre de Chascomús, provincia de Buenos Aires, había cautivado a propios y ajenos. A los jóvenes que se incorporaban a la vida institucional en la Argentina y a los no tanto, que se reencontrábamos con la ilusión de ese nunca más volver a las salidas mesiánicas y negras de nuestra historia, con rivalidades, con diferencias, con encono (tal como un partido de Boca-River), muchas veces con tristeza por el tiempo perdido, pero siempre con la esperanza de recuperar la democracia.
A dos días de su asunción, el ya presidente Raúl Alfonsín anunciaba el cumplimiento de su promesa preelectoral: el enjuiciamiento por terrorismo de Estado a los miembros de las juntas militares. Eran tiempos difíciles para tamaña decisión porque el poder castrense no había desaparecido como se mostraría pocos años después. No era fácil desmantelar tanto poder.
Lo cierto es que, con aciertos y errores, con los años se iría fortaleciendo su figura. Un animal político a quien nadie lo acusaría de hechos de corrupción antes, durante ni después de su partida adelantada del poder. Fue un estadista el que ganó las elecciones aquel 30 de octubre, el que ocupó el sillón de Rivadavia con el objetivo primordial de reconstruir institucional y éticamente al país, para que la democracia se erigiera como una forma de vida.
Gobernó con grandes condicionamientos, como la deuda externa que había crecido geométricamente durante el proceso, una hiperinflación que no acertaba en detener y 14 paros. Esto lo llevaría a resignar el cargo y entregar el poder anticipadamente a cinco meses de finalizar su mandato, a manos de Carlos Saúl Menem. Entregaría la banda y el bastón a su sucesor, como corresponde a un demócrata.
A 37 años de aquel inolvidable día festivo para la democracia, en que hubo elecciones libres para reconstruir un sistema, siempre perfectible, la figura de Raúl Alfonsín merece el reconocimiento en la memoria de propios y ajenos.