La imposible cohabitación entre Diosdada y Bordaberry

La política algunas veces en ese arte de enjuagues imposibles, cree como los alquimistas que ha encontrado la fórmula del oro.

Carlos Varela Álvarez

Dicen los que saben y piensan la política como arte de gobernar que ella es el arte de lo posible. Pero en las tierras de Maradona, Messi y Gardel los milagros existen.

Diosdado Cabello representa en Venezuela no sólo el ala dura de la dictadura chavista sino también el verdadero poder que sostiene a Nicolás Maduro.

En la historia Juan Martín Bordaberry fue el presidente uruguayo que primero fue elegido y luego se transformó en un dictador más que las derechas nos legaron. Fue Bordaberry un caso patético luego de haber llegado por las urnas, a presidir el golpe de estado militar de 1973. Fue juzgado y condenado por crímenes de lesa humanidad, entre ellos de los notables senadores Zelmar Michelini y Héctor Gutierrez Ruiz.

Por izquierda y por derecha, Latinoamérica siempre ha exhibido este tipo de personajes. Eso sí en territorios y procesos separados. Nunca juntos.

Bordaberyy logró que su apellido también tenga además un significado en la sociología y el arte de la política; que la dictadura contara con la "dirección" de un presidente constitucional. A eso se le llama "bordaberrización".

Al centro, Bordaberry.

Al centro, Bordaberry.

La política algunas veces en ese arte de enjuagues imposibles, cree como los alquimistas que ha encontrado la fórmula del oro.

Aquí en Argentina, Diosdada, ha sido elegida para ocupar el sillón de los cortes de cintas y para dar la palabra. Nuestro Bordaberry local, que sólo aspiraba con ser embajador en España ha sido ungido para el mandato supremo.

Bordaberry cada día más se aproxima a su anti-discurso, ha quitado los espejos en Olivos y ya no recuerda nada, la memoria es su peor enemigo. Adiós ayer.

Funes el memorioso de Borges, es sólo un manequín con barbijo en alguna oscura calle porteña.

Diosdada por su lado desteje las ruanas de las sesiones y su silencio es el orden invisible. Sus cartas son los mapas para Bordaberry a quien tuerce su rumbo cotidianamente.

Diosdada no quiere dormir en Olivos, Bordaberry ama los amaneceres sin noticias.

La distancia entre ambos es la misma que anida en las sombras de las noches de insomnio. Los dos por separado se hacen la misma pregunta ¿porqué a mi ?.

Son los destinos de las tragedias donde los actores principales no entienden el libreto, y buscan descaradamente al guionista para alterar los textos y relatos. No quieren aceptar los finales, nunca entendieron los orígenes.

Argentina sigue así de fábula en fábula, de cuentos de fogones, que sólo sirven para esconder las historias circulares de las distintas generaciones, sin aceptar su fracaso y su miseria.

Diosdada y Bordaberry han decidido vivir juntos en este país de espantos y ausentes sin aviso, de historias siempre con inventario y sin culpables, después de todo, la inocencia mejora con la muerte.

Todos sabemos de los finales que nos acechan y de los dioses que nos advierten, pero creemos desesperadamente que esta vez, cambiaremos el camino, que habrá otra salida ante tanta crisis, esa palabra vieja como marca de nacimiento, ese tatuaje nacional que nos identifica.

Somos la tripulación dispar en manos de ambos, de Diosdada que cree que sobrevivirá gracias a Bordaberry y de éste, que sonríe y levanta los pulgares mientras acepta que sus sueños sean siempre los de ella.

Somos el péndulo que va surcando extremos, de modelo en modelo, del país de CEO con dentadura nueva y sonrisa que cotiza en bolsa a mares de pobreza, con bolsillos vacíos y voluntad a cargo del puntero de turno.

Bordaberry sabe que no se trata de cumplir sueños privados alquilados sino de fortalecer los de una sociedad que clama por superar la eterna crisis. Pero la historia es la maestra de la vida, diría Cicerón. ¿Qué seremos? El camino marcado o el destino de la incertidumbre eterna.



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