Los muros nunca son la solución: La lección de Berlín
Artículo curado y traducido por Prof. José Jorge Chade.
Estando en Bologna en noviembre 2018 y leyendo Il fatto quotidiano encontré una reflexión corta pero profunda en la sección de debates culturales sobre la construcción de muros, escrita por Jan Zielonka que es catedrático de Política Europea en Oxford.
Jan Zielonka es profesor de Política Europea en la Universidad de Oxford y profesor de Política y Relaciones Internacionales en la Universidad Cá Foscari de Venecia. También ha trabajado en la Universidad de Varsovia, en la Universidad de Leiden y en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. Estudió Derecho en la Universidad de Wroclaw, Polonia, y Ciencias Políticas en la Universidad de Varsovia, donde se doctoró en 1981. Su investigación se centra en las relaciones internacionales, la política comparada y la teoría política. Es autor de dieciocho libros, entre ellos Counter-revolution. Liberal Europe in Retreat (2018) y Politics and the Media in New Democracies. Europe in a Comparative Perspective (2015). Su último libro es The Lost Future and How to Reclaim It (2023). Colabora habitualmente en medios como Social Europe, Open Democracy, Die Zeit y New.
Esto decía en noviembre 2018:
"Hace tres décadas celebramos la caída del Muro de Berlín, la madre de todas las barreras. Era el símbolo de la división de Europa y del mundo en dos bandos hostiles. El muro cayó y la Guerra Fría llegó a su fin. El futuro parecía brillante. Nada nos detendrá, todo es posible, Berlín es libre», declaró Bill Clinton en la Puerta de Brandemburgo.
Hoy los muros vuelven a estar de moda, desde Hungría a España, pasando por Estados Unidos, Israel y Australia. Y una parte cada vez mayor del electorado apoya a los políticos que reclaman la vuelta a Estados nación plenamente soberanos. La política del miedo está sancionada por el líder del «mundo libre», el presidente estadounidense Donald Trump, que construye su muro en la frontera con México e invita a otros países a hacer lo mismo.
Nos dicen que la política de fronteras abiertas ha generado desigualdades astronómicas. Nos hacen creer que las fronteras sin barreras han atraído a migrantes que quieren nuestros empleos y extienden sus costumbres «ajenas» a nuestros países. También nos dicen que estas fronteras abiertas hacen imposible la democracia. Y que las decisiones fundamentales que afectan a nuestras vidas las toman los mercados financieros internacionales y los lejanos burócratas europeos.
El conflicto en torno a los muros es tan antiguo como la humanidad, así que no debe sorprendernos esta situación. Siempre ha habido quienes han intentado traspasar fronteras y quienes han intentado restablecer barreras. Los que construyen muros y los que los destruyen: nómadas contra colonos, agricultores contra cazadores. Las fronteras se convierten en motivo de disputa con el auge de los Estados-nación que pretenden hacer coincidir las fronteras administrativas con las militares, con los perímetros de los mercados y los de la comunidad cultural.
El verdadero debate actual no es tanto sobre muros y fronteras como sobre la interpretación de la historia posterior a 1989. Los soberanistas ladran al árbol equivocado: las desigualdades fueron generadas por las políticas neoliberales que confiaron al mercado la tarea de redistribuir la riqueza. Y son el resultado de un sistema de valores en el que la competitividad se consideraba más valiosa que la solidaridad. Las fronteras tienen poco que ver.
El crecimiento de la migración también se debió a nuestras malas decisiones. Recortamos la ayuda al desarrollo y no estimulamos la inversión en el Norte de África y Oriente Medio. Apoyamos a dictadores como Gadafi en Libia o Ben Ali en Túnez con la esperanza de que mantuvieran a los migrantes alejados de nuestras costas. Bombardeamos Irak, Siria y Libia y dejamos a la población de estos países en manos de los señores de la guerra locales. Y luego nos sorprendemos si aumenta el flujo de refugiados? Las fronteras abiertas no tienen nada que ver con ello. Entre otras cosas porque nunca han estado realmente abiertas para estas personas desesperadas.
Si la democracia está en crisis, deberíamos culpar a nuestros partidos, no a la ausencia de muros. Los partidos políticos ya no tienen raíces en nuestras sociedades, tratan a los ciudadanos como consumidores y discuten con los encuestadores en lugar de con los votantes. Y los mercados han convertido la democracia en una farsa, pero la culpa también es de quienes deberían haberlos regulado, como la Comisión Europea, que prefirió escuchar a los 30.000 grupos de presión activos en Bruselas en lugar de a los ciudadanos de a pie. Si no, ¿cómo se explica el tratado de austeridad del Pacto Fiscal o el tratado sobre derechos de autor de Acta?
Los diagnósticos erróneos conducen a tratamientos equivocados. Construir muros es como recetar aspirinas a alguien con una pierna rota. ¿De verdad alguien cree que una solución tomada del siglo XIX puede producir maravillas en el XXI?
En lugar de levantar muros, deberíamos hacer que nuestras instituciones fueran más capaces de gestionar las transacciones financieras mundiales, las amenazas medioambientales o el sistema de comunicaciones que es vital para nosotros. Estas instituciones deberían ser verdaderamente transnacionales y no estar monopolizadas por los Estados nación. En cambio, muchas de ellas son pequeñas e ineficaces. Ciudades, regiones, casa de estudios y ONG se ocupan ahora de tareas vitales para todos nosotros, pero no tienen derecho a sentarse en las mesas donde se toman las decisiones en la UE, la ONU o el Fondo Monetario.
También debemos reconstruir el equilibrio entre el sector privado y la esfera pública. Lo público se ha visto asediado en los últimos años y se ha utilizado para ayudar al sector privado a prosperar. Esto ha dejado a muchos de nosotros sin ningún tipo de protección ni capacidad de decisión. Por último, debemos reconstruir una relación de confianza entre los ciudadanos y quienes dirigen las instituciones transnacionales. Estas instituciones deben estar a nuestro servicio, al servicio de nosotros, las personas que vivimos en un lugar concreto y apreciamos nuestra identidad. Y defender una identidad no significa predicar la autarquía ni odiar a quienes pertenece a otra etnia o cultura o que queremos conquistar el territorio de nuestros vecinos. Todas cosas que se consideraban normales hace un siglo. Pero entonces el mundo cambió, o al menos esa es nuestra esperanza. Una esperanza especialmente importante para una nueva generación que no quiere vivir en un mundo lleno de muros."