Del peronismo-antiperonismo al mileísmo-antimileísmo
La mirada de Valentín Martínez Farina, estudiante de Ciencias Políticas de la UNCuyo, sobre el nuevo eje de polarización en la política argentina.
La política, tal y como la entendemos en Occidente, es en gran medida un reflejo de nuestra inclinación a ver el mundo en términos dicotómicos. Izquierda y derecha, tradición y modernidad, orden y cambio, lo bueno y lo malo: estas tensiones han estructurado el debate político desde hace siglos.
En Argentina, esta lógica binaria ha marcado nuestra historia, dando lugar a ejes de polarización que han mutado con el transcurso del tiempo. Desde los enfrentamientos entre unitarios y federales en el siglo XIX, pasando por las divisiones entre conservadores y radicales, hasta la grieta peronismo-antiperonismo que definió gran parte del siglo XX, la polarización ha sido una constante en nuestra forma de hacer y vivir la política.
Con el retorno de la democracia en 1983, emergió un consenso político que, aunque imperfecto, sirvió como brújula tanto para la acción como para el discurso. Este acuerdo, forjado tras los horrores de la dictadura, se basó en el compromiso de cuidar las instituciones democráticas y mantener un sistema liberal que permitiera la alternancia en el poder.
Durante décadas, este marco garantizó una estabilidad relativa, incluso en medio de recurrentes crisis económicas. Las disputas entre el peronismo y el antiperonismo se dieron dentro de este terreno de juego común, lo que limitó la polarización a ciertos parámetros.
Sin embargo, las elecciones de 2023 y el ascenso de Javier Milei han cambiado drásticamente el escenario político. Desde que asumió la presidencia, Milei ha alcanzado un protagonismo notable, no solo dentro de Argentina, sino también en el plano internacional. En muy poco tiempo ha logrado desplazar el eje polarizador histórico del peronismo-antiperonismo, redirigiendo el debate hacia su propia figura.
Una crisis orgánica y el ascenso del mileísmo
Para comprender este fenómeno, resulta útil recurrir a la noción de crisis orgánica de Antonio Gramsci. Según este pensador, estas crisis surgen cuando las viejas estructuras políticas y sociales pierden legitimidad y ya no representan los intereses de la sociedad, mientras que las nuevas aún no logran consolidarse.
En Argentina, las recurrentes crisis económicas, la desigualdad persistente y el desgaste de las élites tradicionales han socavado el consenso político construido desde 1983. Esto ha generado un vacío de representación que Milei ha sabido llenar con un discurso radical y una estética disruptiva.
Milei no solo desafía al consenso democrático liberal establecido tras la dictadura, sino que también cuestiona los valores y paradigmas que sustentaron al sistema político argentino durante décadas. Su ascenso es una expresión de este momento de transición, donde las instituciones tradicionales ya no logran articular respuestas efectivas, pero las alternativas aún no han consolidado su hegemonía.
En este contexto, el eje mileísmo-antimileísmo se presenta como una posibilidad emergente, aunque todavía en construcción.
¿Por qué el kirchnerismo sigue en el centro del debate?
Pero aquí surge una pregunta clave: ¿por qué Milei continúa posicionando al kirchnerismo en el centro de su narrativa? Y, además, ¿por qué utiliza el término "kirchnerismo" en lugar de "peronismo"? Este lenguaje no es casual. Milei parece optar por el kirchnerismo porque es un enemigo definido y fácilmente identificable para su electorado.
El término "kirchnerismo" le permite evitar una confrontación directa con el amplio espectro del peronismo, que incluye sectores más moderados, pero sigue manteniendo una oposición clara y contundente hacia un adversario que representa las políticas estatistas y redistributivas que Milei rechaza profundamente.
Este posicionamiento tiene un objetivo estratégico: el eje mileísmo-antimileísmo no tiene aún la solidez histórica del peronismo-antiperonismo. Mantener al kirchnerismo como su antagonista central, le da a Milei coherencia discursiva y refuerza su base de apoyo, al tiempo que le permite consolidar su narrativa de "ruptura con la casta". Pero esto también evidencia que La Libertad Avanza, no ha alcanzado aún una hegemonía política y cultural en términos gramscianos.
La batalla cultural y la consolidación del mileísmo
Es aquí donde entra en juego la insistencia de Milei y de sus aliados, como Agustín Laje, en la necesidad de librar una "batalla cultural". Para Milei y su espacio, no basta con una victoria electoral; su objetivo es reconfigurar los valores y paradigmas que han definido el sistema político argentino desde la vuelta de la democracia.
La narrativa de Milei, basada en la crítica al Estado, el rechazo al "colectivismo" y la exaltación de la libertad individual, no se limita al ámbito electoral. Busca destruir la centralidad histórica del eje peronismo-antiperonismo y reemplazarlo por uno propio: mileísmo-antimileísmo.
Según Laje, esta transformación cultural es imprescindible. En su visión, la hegemonía del peronismo no se sostiene únicamente por el poder político, sino por un sistema de valores que impregna la sociedad argentina. La Libertad Avanza no busca únicamente triunfos electorales, sino cambiar los marcos interpretativos que estructuran el debate público. Para ellos, sin una victoria en el terreno cultural, cualquier avance político sería insuficiente.
Por eso, el fenómeno Milei no puede ser entendido únicamente desde su impacto electoral. La lucha por la hegemonía cultural es central en su estrategia: no solo porque Milei necesita consolidar un nuevo eje polarizador, sino porque entiende que el peronismo, aunque debilitado, sigue siendo el marco desde el cual se organiza gran parte de la política argentina.
Milei busca sino transformar dicho marco por completo, construyendo una nueva centralidad que trascienda lo coyuntural y redefina las reglas del juego político.
*Valentín Martínez Farina es tesista de la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Cuyo.