¿Quién protege a los varones de las mujeres violentas?

El análisis con opinión e información de Emiliana Lilloy: "Los delitos relacionados con la salud pública están directamente vinculados a la pobreza y a la imposibilidad de inserción en el sistema productivo de trabajo".

Emiliana Lilloy

Quizás sea nuestro espíritu crítico desarrollado a través de los siglos lo que provoca que ante la exposición de hechos contundentes que expresan una realidad o situación evidente, dudemos, nos preguntemos sobre su veracidad y busquemos alguna alternativa que justifique una hipótesis contraria o alternativa a la que nos están proponiendo.

Esto pareciera suceder, si es que no se trata de alguna resistencia o chicaneo intencional, cuando expresamos nuestra preocupación, o más bien desesperación, ante el fenómeno de la violencia contra las mujeres y las constantes muertes en manos de sus parejas, exparejas y allegados con una ocurrencia escalofriante, esto es, una cada 29 horas en la Argentina.

Una se pregunta cómo es posible que ante esta evidencia las mujeres no nos alineemos definitivamente para proteger a nuestras amigas, hermanas, madres e hijas pidiendo cambios estructurales en nuestras leyes, instituciones y familias para frenar este fenómeno o, que aquellos varones que entienden vivir en una sociedad que educa a sus hijos y hermanos en una masculinidad que no es sana y que los posiciona por encima de sus compañeras mujeres produciendo como última consecuencia esa violencia que no soporta la libertad y decisión de ellas, se sumen a esta propuesta para cambiarlo todo.

No sucede. En cambio, encontramos varones que dicen propender a la igualdad y critican todas las medidas que se toman para revertir las injusticias. Que ironizan sobre nuestras luchas y que se inquietan porque alguna vez una mujer mató a un varón y todas las personas lo vimos en la TV. Mujeres que están incómodas con el movimiento feminista porque dicen tener hijos varones y sentir miedo de lo que las mujeres podamos hacer con ellos.

Entonces una de nuevo se pregunta ¿qué nos pasa? ¿Qué es lo que no estamos entendiendo de esta realidad para no alinearnos y trabajar por el cambio?

Aunque sepamos que los números, siempre objetivos, neutros, honestos por definición, parecieran no importar a muchas personas que siguen negando que vivimos en una estructura cultural que propicia la violencia de género, es decir, una violencia específica que se provoca del varón hacia la mujer como consecuencia de una educación desigual y una cultura que objetiviza e inferioriza a las mujeres haciendo sentir a los varones que pueden controlar su voluntades, y aunque sabemos, que los números parecen estar mudos en estos temas, mirar algunos de ellos sirve para entender el fenómeno de las violencia y la necesidad o no, de defender urgentemente a los varones de las mujeres.

En este sentido, las estadísticas carcelarias argentinas nos arrojan bastante luz. El SNEEP (Sistema Nacional de estadísticas sobre la ejecución de la pena del 2000/2018) nos informa que la proporción de mujeres privadas de libertad en comparación de los varones en los países de la región es del 4,95%. Es decir, las mujeres no alcanzamos ni el 5% de la población presa. En nuestro país la mayoría de las mujeres privadas de la libertad no están presas por delitos violentos, sino por aquellos vinculados al narcomenudeo. Además, la última causal en las mujeres, es decir el delito menos cometido para ser privadas de la libertad es el homicidio.

En los varones se observa el proceso inverso. La mayoría de los delitos son violentos, los homicidios ocupan el segundo lugar. Además, como los porcentajes son incluso engañosos, pensemos que la proporción en la comisión es que, cada 50.000 varones que delinquen con esta característica, son 2.500 mujeres que los hacen con otras que no son violentas ni están dirigidas a los varones.

A poco que se mire, un breve y superficial análisis de esta situación ya nos arroja información para la inquietud que nos planteamos: y es que los delitos relacionados con la salud pública están directamente vinculados a la pobreza y a la imposibilidad de inserción en el sistema productivo de trabajo. Sin perjuicio de ello, y porque las razones de la delincuencia de las mujeres no serán objeto de esta nota, lo importante es saber que las mujeres delinquen notoriamente poco en relación a los varones, y que cuando lo hacen, está más vinculado a necesidades alimenticias que a la violencia de cualquier tipo.

Dicho esto, cabría entonces preguntarse no sólo quién protege a los varones, sino de quiénes deberían ser protegidos. Los números son evidentes. Preguntarse o comparar el fenómeno casi inexistente de la muerte de varones en manos de mujeres, ante la impactante realidad de ver morir a una mujer cada treinta horas en manos de varones es tan obsceno e ilógico como preocuparse por la tasa de desocupación de los países nórdicos en vez de enfocarse en los problemas económicos de la argentina. Es negar lo evidente, es resistir y abandonar a todas esas madres y padres que permanentemente temen por sus hijas o sufren sus muertes viendo como la sociedad es indiferente ante tal injusticia.

Finalmente, si los números no son suficientes, observar nuestras prácticas, percepciones y sensaciones ya es un dato: los varones no fantasean barajando hipótesis de qué harían si son abusados sexualmente en la calle o en cualquier lugar, no caminan por la calle con miedo de encontrarse a una mujer divagando que pueda agredirlas o con temor a encontrarse con un grupo de ellas que los acosen y les griten cosas. Los varones no instalan aplicaciones en sus teléfonos con botones de pánico ni envío inmediato de la ubicación para que sus amigos los busquen porque están siendo agredidos por una o más mujeres. No se avisan al llegar a casa, y no temen visitar el departamento de una mujer que les invita una copa.

Mujeres y varones no somos ángeles ni demonios. Mujeres y varones convivimos en sociedades que nos culturizan de tal manera que terminamos por vincularnos como lo hacemos. ¿Alguna vez una mujer mato a un varón? Claro que sí. ¿Un varón sufrió violencia? Por supuesto. Pero sabemos muy bien que estas situaciones aisladas, que además están protegidas por nuestras leyes, no son equiparables de ninguna manera al fenómeno de la violencia de género que acecha a nuestras sociedades, a las mujeres en especial, y que muestra que aún tenemos un largo camino hacia la igualdad real.

Y entonces ¿quién defiende a los varones de la violencia de otros varones y de las mujeres?

Todo el sistema jurídico. Todas las leyes que hoy conocemos y que fueron creadas por y para el varón. Todo el andamiaje que rige nuestra conducta y que hoy, con un gran trabajo, estamos reformando para que el sistema también incluya a otras personas que no son varones.


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