Un brote de la enfermedad endémica de los radicales
El caso irresuelto de un concejal que solo consiguió fama por un exabrupto, no debe dejar de considerarse como si fuera la fiebre: el síntoma de una enfermedad que ya deberían saber que los ataca cíclicamente. Escribe Gabriel Conte.
Los radicales son portadores de una enfermedad que les resulta endémica y que ya les ha causado mucho daño cuando les brota: la soberbia. Los síntomas aparecen cuando llevan muchos años sin que nadie les haga sombra, en el caso de Mendoza, aunque en Buenos Aires podría declararse ya su condición de epidemia, ya que prevalece activa aun desde el abismo de los resultados electorales.
Lo saben, pero no se contienen; no consiguen aguantarse.
Ese antecedente -que es casi sanitario- no los detiene cuando empiezan a verse los primeros casos, sino que parece activarlos orgullosamente hacia el contagio entre sus pares.
Hay muchos ejemplos. Sobre lo que sucede en la capital del país y el territorio bonaerense no hace falta hablar demasiado, porque esta a la vista: sin la experiencia de gobernar, todos se creen mejor que el otro, aun de los que sí ganan y, con ello pasean una vanidad sin fundamentos por la política hasta el punto del ridículo.
En Mendoza hay emergentes. Otrora el radicalismo era el partido político de la ejemplaridad institucional, pero ahora hay casos testigo, como el del concejal Miqueas Burgoa, que representan la fiebre que denota que hay algo de fondo cultivándose, y que es precisamente una de las señales de brote de su enfermedad típica.
El edil debió renunciar solo, sin que nadie se lo dijera y no lo hizo. Cuando se lo dijeron -nada menos que el intendente de su municipio, el gobernador y el presidente de su partido- hizo caso omiso. Enuncio nuevas teorías reinventando la ética a su gusto: "Yo ya pagué la multa y no se puede juzgar dos veces", con un abuso de la ignorancia que irrita. O señalando que "a mí se me pretende señalar con el dedito de la ética".
Este es uno de los hechos que da cuenta de que hay "casos cero" de la epidemia que habría que abordar con todos los recursos, antes de que se extienda a otros municipios o que genere las consecuencias consabidas: que ganen "males menores", otros que serán peores y los harán mejores solo en perspectiva.
La defensa encubierta de protagonistas de bochornos como los de este ser hasta hace poco anónimo, meandrosa, retorcida, oportunista de otros dirigentes, con tal de no perder un voto en la interna o un pegador de carteles en la elección general, es el vector de esa enfermedad que los amenaza y que, cíclicamente, suele condenarlos a la derrota.
De allí que a la UCR le toca activar sus protocolos de defensa y, en lugar de negar los síntomas, diagnosticarse correctamente si es que quiere no sufrir daños por ello.