Sobre un hombre y su perro, el frío, la calle, Juan y el Sultán

La historia tiene tantas connotaciones que se vuelve una tentación contar la vida de Juan y su perro Sultán, quienes vivían en el microcentro de la ciudad de Mendoza. Pero no todo es como parece: Juan no murió de frío abrazado a su perro. Lo cuenta Layra Rombolí.

Laura Romboli

Juan vivía en situación de calle. Su presencia era esporádica. Durante un tiempo, la Plaza Chile fue su refugio; también lo fueron la Plaza Independencia y varias casas abandonadas del centro. Siempre se mudaba en busca de lugares donde no lo conocieran.

Sultán, su perro, lo cuidaba con una fidelidad conmovedora, de esas que quienes pasábamos por las plazas podíamos ver con nuestros propios ojos.

Los habitantes del centro lo conocían: era "el Gordo" y su perro. Mostraba, como quien solo tiene lo que lleva a cuestas, que su infierno era cotidiano. Se lo veía enfermo, débil, y otras veces algo más repuesto, buscando un nuevo rincón para pasar la noche. Pero si algo sabíamos, era que su forma de vida no pasaba por estar solo: elegía vivirla junto a su perro.

Sultán.

Sultán.

Pocos se le acercaban. Los que alguna vez intentaron ayudarlo, tarde o temprano se alejaban con esa sensación amarga de que el callejón que Juan transitaba, obviamente, no tenía salida.

Por momentos no la pasaban nada bien y el Sultán, que llegó a atacar a varios desprevenidos, caminantes o ciclistas, se ponía más alerta y desconfiado, como si supiera que no podía relajarse nunca. Pero también era un "perrazo", cuidado y bueno con muchos de los que se acercaban a saludarlo.

Un día, el final de Juan llegó. Y, tristemente, nadie se sorprendió. Su cuerpo ya hablaba desde hacía tiempo. Murió a comienzos de mayo, tras estar internado dos meses por múltiples dolencias. Esta vez no llegó a sentir el frío polar de los últimos días. Aunque, llevaba acumuladas tempestades, inviernos duros y grietas en la piel marcadas por otros fríos, pero más antiguos.

Vive en la calle y expresa su temor: "A veces pienso que no voy a despertar"

No fue esta ola polar la que se lo llevó. Tampoco murió abrazado a su perro. Sabemos que, hace un tiempo, había sumado una perrita para hacerle compañía a Sultán. Sabemos que se esmeraba en abrigarlos y en conseguirles un collar. Sabemos que eran inseparables y que también que se ocupó de asegurarse de que alguien quedara al cuidado de sus animales.

Sabemos, además, que la solidaridad y la humanidad todavía existen. Que se lo intentó ayudar. Que no todos nuestros funcionarios son indiferentes o ignorantes como para no responder a un pedido de auxilio. Los preventores y placeros conocían a Juan más de lo que imaginamos.

Siempre eran dos: el hombre y su perro. Juan y Sultán. Tal vez haya sido ese, su último gesto de amor propio: asegurar el destino de su compañero perruno. Un acto de amor puro, una manera de despedirse dignamente de este mundo.

La historia, en realidad, habla más del perro que de Juan.

Lo cierto es que cuando se representa una historia tan conocida, tan comentada, tan cargada de emoción y crudeza, también se corre el riesgo de armar un mapa de una realidad magnificada crudamente.

Y llega a mi mente ese texto breve pero célebre de Borges, "Del rigor en la ciencia", que aparece en "El Hacedor". Sobre aquel imperio obsesionado con la perfección, que hicieron un mapa del territorio tan detallado que coincidía punto por punto con el propio territorio: el mapa tenía el mismo tamaño que el imperio. Con el tiempo, ese mapa resultó completamente inútil y fue abandonado en los desiertos.

Representar la realidad con relatos que conmuevan es necesario. Impactar, provocar, despertar emociones en una humanidad adormecida también lo es. Pero cuando la historia se complica -como el mapa- deja de ser útil y se confunde tanto que aparecen los sensibles innecesarios y los hipócritas oportunos.

Lo cierto es que Juan murió en un hospital. Que Sultán hoy tiene un lugar donde estar. Que, seguramente, extraña esa vida en la calle que nadie puede imaginar atractiva, pero que para él tenía sentido. Esa libertad, ese vínculo que fue todo lo que Sultán necesitaba, ya no volverán. Pero renace un deseo: que ese perro reciba "un gran premio" por haber sido el compañero fiel, silencioso y el mejor guardián que Juan pudo tener.

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