¿Quién quiere ser trans?
"Creamos artificialmente a dos categorías o castas sexuales, asignándoles tareas, roles y diferente derecho a habitar el mundo y acceso a los bienes y sueños". Escribe Emiliana Lilloy sobre la condición transexual.
Cuando el Homo sapiens extinguió al resto de los humanos que habitaban la tierra se ubicó en la cima de la cadena alimenticia extinguiendo, colonizando, o sometiendo al resto de las espacies que aún siguen habitando el planeta. La mayoría de nuestras sociedades dividieron el mundo en dos como una manera de organizarse. A las personas que nacían con determinadas características físicas se les asignaron unas tareas que en principio se creyeron más convenientes según esas características o contextura. Creamos artificialmente a dos categorías o castas sexuales, asignándoles tareas, roles y diferente derecho a habitar el mundo y acceso a los bienes y sueños. La distribución fue tan injusta, que hasta las madres siendo mujeres, deseaban engendrar varones y eran más valoradas por sus parejas por ello. Estaba claro, ser varón era mejor que ser mujer en base a esa distribución.
Para sostener esta injusticia utilizamos muchos relatos, libros que dijimos dictados por deidades diferentes según el lugar geográfico en el que se escribieron o transmitieron, pero todos tenían un mandato común: la preminencia de una de esas clases sobre la otra y la obligación de sometimiento. Dijimos que, y a falta de ciencia que lo rebatiera como ocurre hoy en día, existían sólo varones y mujeres, con roles bien determinados "naturalmente".
Estos textos y discursos transmitidos a través de lo más fabuloso que tiene nuestra raza, la Cultura, fueron moldeando una manera de habitar el mundo, que aprendimos desde una edad tan temprana y por mecanismos tan básicos, que hoy a la mayoría de nosotras nos cuesta creer que todo lo que creemos que somos, o con lo que nos identificamos, es decir, ser varón o mujer, no es más que un simulacro creado por nuestra capacidad de imaginar cosas que no existen, crear relatos y así organizarnos como especie.
Este binarismo cultural humano, más allá de las evidencias biológicas que nos indican que algunas de nosotras tenemos capacidades y habilidades distintas que otros, como la de procrear, se sostuvo y se sostiene y afianza, patrullando constantemente a ambas castas para que no se salgan de su sitio. O eres clase A o clase B.
Primero fue con la privación de derechos a una de las clases, y ello debió necesariamente acompañado desde una educación diferenciada que enseñaba a las personas clase B - las denominadas mujeres- habilidades vinculadas a complacer a la otra clase, y perfectamente diseñadas para no despertar en ellas ningún deseo hacia las actividades de la clase A. Si alguna oveja se descarriaba de este rebaño, era y es inmediatamente disciplinada a través del estigma, la desvalorización o los obstáculos para alcanzar los sueños vinculados a esas actividades. En sentido inverso, la clase A - los varones- deben cumplir ciertas reglas y estándares para ser considerados parte de esa manada, lo que llamamos hombría.
Hasta hace muy poco, no se había oído abiertamente y de manera aceptable en nuestras sociedades sobre la posibilidad de transitar, viajar entre medio de estos dos espacios o compartimentos estancos a los que había que pertenecer para ser aceptada como ser humano.
En cambio, cuando dentro de una familia se advertía que una persona salía de esa senda, de ese polo indiscutido que implica identificarse de manera plena con las actitudes deseos y maneras de estar en el mundo que nuestras sociedades han creado, se le negaba, se le expulsaba de la vida social condenando a esa persona en tránsito a una vida de exilio, ostracismo y soledad inexplicable, ante padres y madres que supuestamente la habían traído al mundo fruto del amor y justamente para amarla.
Porque las personas trans, es decir, las que transitan rompiendo estos límites culturalmente impuestos- ya sea para llegar al otro polo o género binariamente establecido o para quedarse en algún espacio intermedio de ese tránsito imaginario cuyos bordes solo existe en nuestra mente- son hasta hoy castigadas, disciplinadas a través del rechazo social constante, que les empuja a una vida llena de obstáculos, desamores y privaciones. ¿Por qué? Por el pecado de no adaptarse a lo que esta sociedad decidió que es lo mejor para la raza humana o el ser humano. Varón o mujer, nada en el medio, nada de cambios raros. Nada de alejarse de ese mapa mental binario que nos ha llevado tantos años construir para vivir en esta sociedad de castas, sociedad en la que, si ser varón es lo mejor y más beneficioso, ser trans te equipara a un Dalits o intocable.
En la actualidad ser trans puede implicar perder la escolarización desde temprana edad por el rechazo y la falta de apoyo de la familia y la escuela, la soledad de ser expulsado/a/e de los círculos íntimos y sociales, la exposición como consecuencia de esto a espacios hostiles y marginales, la búsqueda de medios de vida en condiciones insalubres por la falta de aceptación en trabajos formales y de educación para acceder a ellos. Hoy la expectativa de vida, a causa de todas estas aberraciones a las que como sociedad se somete a estos seres humanos, es de 40 años.
Cuando se escuchan chistes sobre los avances en nuestras leyes a favor de las personas que transitan, o se escucha que la gente se ofusca ante esta realidad que no comprende por la educación binaria obligatoria recibida, sobrevienen las ganas de presentarles a Juanjo o a Julia, niñes/adolescentes de 16 y 13 años que decidieron no consignar el género en su partida de nacimiento en Mendoza acudiendo a ese momento tan importante con sus amorosos progenitores. Porque así lo sienten y lo viven a cada segundo, y necesitan expresarlo. Porque quieren vivir una vida con el mismo amor y oportunidades que nosotras, quieren ser libres de los roles y formas de estar en el mundo asignados, porque solo quieren ser y ser amados.