Cómo fue la primera transición presidencial argentina

"Hoy son próceres, pero en algún momento fueron humanos", cuenta la historiadora Luciana Sabina en esta nota que trae al presente las disputas entre Mitre y Sarmiento, que llegaron hasta el mismísimo día del traspaso de mando.

Luciana Sabina

El 12 de octubre de 1868 se produjo la primera transición del mando presidencial, dejando Mitre el gobierno nacional en manos de Sarmiento. Si bien Urquiza y Derqui habían protagonizado un traspaso años atrás, por entonces el país se encontraba dividido -Buenos Aires constituía un Estado aparte- y como señaló entonces el mismo Mitre, el poder iba a "trasmitirse por primera vez en nuestra patria en toda su integridad política y territorial, en plenitud de sus facultades materiales y constitucionales".


Sarmiento y Mitre.

Aquel día, además del esperable discurso, el mandatario saliente dejó un documento donde detallaba su obra de gobierno. En el texto señaló lo que había y no había logrado, con la autocrítica propia de los estadistas. Señalaba que Sarmiento alcanzó la presidencia a través de un proceso legal, libre y pacífico. Por lo cual pidió que el pueblo cooperara con el nuevo presidente para que su tarea fuese fecunda.

Con estas palabras y actitud Mitre colocó al país por sobre sus deseos o intereses, pues se había opuesto de manera cuasi agresiva a la candidatura del sanjuanino y se encontraba profundamente disgustado.

Sarmiento y su "compañero de fórmula" Adolfo Alsina juraron ante la Asamblea Legislativa, presidida entonces por un ya anciano Valentín Alsina. Tras años de exilio y lucha, el viejo unitario tuvo la satisfacción de ver a su hijo convertido en vicepresidente y tomarle juramento. Cuentan que semanas antes, al enterarse del nombramiento, no pudo contener las lágrimas en plena asamblea legislativa.

Regresemos a la ceremonia. Cumplido el requisito constitucional, el flamante mandatario caminó desde el Parlamento hasta Casa de Gobierno (a la que haría pintar rosa, siendo conocida desde entonces como Casa Rosada). Allí lo esperaba su antiguo camarada y actual enemigo: Bartolomé Mitre. Lejos quedaban las jornadas de proscripción compartida o el goce tras la caída de Rosas en Caseros, momento que Sarmiento inmortalizó en uno de sus textos:

"Divisé a Mitre, que de su parte me buscaba. Bajamos ambos de los caballos para abrazarnos en nombre de esta Patria que habíamos conquistado, y nos aplaudimos de la felicidad de haber tenido parte en acontecimiento tan memorable".

Ambos habían luchado por un país al que terminaron disputándose.

Como era esperable, esta vez no se fundieron en un abrazo y mantuvieron distancia con estudiada indiferencia. Tras tantos años de complicidad les bastaba sólo mirarse para saber, con precisión quirúrgica, dónde dolería más el golpe. Justamente Mitre hizo algo que molestó del modo más ruin al sanjuanino: le organizó una ceremonia deplorable en todo sentido. Arruinando el momento más esperado por Sarmiento en toda su existencia.

Cuenta Manuel Gálvez que apenas Sarmiento apareció en la entrada, estalló un formidable "¡Viva Mitre!" que dieron al unísono unas tres mil personas.

Soportando rabiosamente esta humillación, el nuevo presidente se dispuso a "atravesar la barbarie" como sino de su existencia y legado. Lo hizo abriéndose paso a los codazos entre una hacinada masa vociferante.

Recibió a cambio empujones, pisotones y risotadas. El público, en extremo soez, saltaba sobre los sillones del lugar y cada tanto rompía algún objeto de vidrio estallando el aplauso general.

La ausencia de guardias y policías fue casi absoluta. Sarmiento llegó finalmente al lugar donde lo esperaba un Mitre inmutable y -queremos imaginar- risueño. Tras decir algunas palabras el mandatario saliente entregó la banda presidencial que había sido confeccionada en Europa y el bastón de mando donado por Urquiza.

Este vergonzoso incidente fue la forma en la que la administración saliente volcó toda su frustración. Porque hoy son próceres, pero en algún momento fueron humanos. 

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