Los argumentos jurídicos para afirmar que "más justicia no significa más pena"

Un aporte a fondo del abogado y sociólogo Roberto Gargarella a la demanda social de "justicia" frente a los asesinos de Fernando Báez Sosa.

A raíz del juicio a los "rugbiers" por el asesinato de Fernando Báez Sosa, el abogado y sociólogo Roberto Gargarella sumó una voz sólida intelectualmente al debate.

Lo hizo desde su blog denominado Seminario Gargarella, de lectura recomendada.

Gargarella es abogado y sociólogo de la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Derecho de la misma universidad y de la Universidad de Chicago (EE.UU.), con estudios posdoctorales en el Balliol College de la Universidad de Oxford (Reino Unido). Profesor de Teoría Constitucional y Filosofía Política en la Universidad Torcuato Di Tella y de Derecho Constitucional en la Universidad de Buenos Aires. 

Gargarella.

Ha sido profesor o investigador visitante en las Universidades de Bergen y Oslo (Noruega), Pompeu Fabra (España), New York, Columbia, New Shcool y Harvard (Estados Unidos). Ha recibido las becas John Simon Guggenheim (1999) y Harry Frank Guggenheim (2002). Ha publicado varios libros sobre teoría constitucional y filosofía política, entre los cuales se encuentran, "Latin American Constitutionalism (Oxford U.P., 2013); The Legal Foundations of Inequality" (Cambridge U.P., 2010), y también, "La justicia frente al gobierno"; "Las teorías de la justicia después de Rawls"; "Los fundamentos legales de la desigualdad" y "El Derecho a protestar: El primer derecho".

Su análisis:

Gargarella aprovechó su propio espacio, en el que habitualmente propone discusiones más a fondo, "para plantear algunas preguntas y dudas -para mí difíciles de responder- relacionadas con las respuestas altamente 'punitivistas' que hoy, ligeramente, se ofrecen ante dichos casos", según advirtió en el comienzo de su artículo. 

Sin embargo, avisó que "el objetivo del texto no es el de generar controversias innecesarias, sino el de reflexionar críticamente sobre temas tan tristes como complejos".

Uno de sus planteos que resultó un eje es "Más justicia, ¿más pena?". 

Textualmente, Gargarella aportó:

- Comienzo planteando una perplejidad propia de las demandas por penas "severas" o "de por vida". De modo habitual, se nos dice que, de ese modo (con "penas muy altas") se busca "hacer justicia". Ello así, vinculando -incomprensiblemente- al nivel de "justicia" de la respuesta estatal, con la métrica de los "años de cárcel" (resultó trágico, en estos días, oír el desfile de declaraciones de nuestra clase dirigente, festejando las "condenas de por vida" porque "finalmente se hizo justicia"). En la Argentina, nos hemos acostumbrado a este tipo de asociaciones, desde los años de los juicios ante los crímenes de la dictadura: sólo cuando se escuchaban condenas a perpetuidad se decía: "por fin se hizo justicia!" Sin embargo, para todos los casos, y aún o especialmente frente a los crímenes más terribles, no hay nada obvio en dicha asimilación entre "más justicia" y "penas más altas". En la Colombia de hoy, después de décadas de "conflicto armado," el Estado busca "Justicia y Paz", con independencia de si ello requiere más o menos "penas". Algo similar ocurrió en la Sud-África post-Apartheid: lo que importaban eran otras cosas -saber la "Verdad" de lo ocurrido, por ejemplo- más que imponer los castigos más severos. Es decir: la asimilación entre "justicia" y "penas más severas" no es obvia, ni parece sensata, ni resulta necesariamente provechosa, en ningún sentido.

Se planteó a continuación: ¿Qué finalidad buscamos, a través de un duro castigo? La respuesta fue la siguiente:

Una vez que nos queda en claro que "hacer justicia" no es lo mismo que "condenar con más penas," resurge la pregunta sobre qué es lo que en realidad buscamos, cuando demandamos castigos severos. Ofrezco aquí algunas respuestas muy comunes, adelantando el problema que veo en ellas: ellas parecen apuntar a lugares muy distintos, muchas veces en tensión entre sí. La pregunta es: ¿Qué es lo que queremos, cuando proponemos "las penas más altas," en estos casos? ¿Queremos que "la sociedad aprenda" qué es lo que pasa, cuando alguien comete un crimen aberrante? (¿queremos "infundirle miedo" al resto de la sociedad, tomando a los culpables como "meros medios"?). ¿Queremos, exclusiva o fundamentalmente, "darle su merecido" a los asesinos del caso? ¿Queremos que ellos no tengan la oportunidad de volver a cometer un crimen semejante? ¿Queremos "reformar" a esos criminales, para luego intentar reintegrarlos? ¿Queremos buscar su arrepentimiento y enmienda? Una vez más: necesitamos aclarar(nos) qué es lo que buscamos, a través del castigo severo, porque muchas de las respuestas anteriores parecen incompatibles entre sí (se dirigen a sujetos distintos; buscan objetivos diversos; se satisfacen con medios opuestos; etc.).

Gargarella avanzó señalando que lo que encuentra son "respuestas internamente muy frágiles".  Lo hizo con los siguientes términos:

- Una vez que definimos qué es lo que efectivamente perseguimos, a través del "castigo severo" ("disuadir al resto"; darle a alguien su "merecido"; "reformar y reintegrar" a los criminales) necesitamos reflexionar sobre la racionalidad y razonabilidad del objetivo específico que elegimos -cualquiera sea- y sobre los medios por los que optamos para logar tales objetivos. Mi impresión es que no pensamos o no queremos pensar demasiado sobre la cuestión, porque intuimos las dificultades que vamos a encontrarnos en el camino. No digo esto con el ánimo de "complicar las cosas", sino con el genuino objetivo de pensar mejor sobre lo que es difícil. Veamos: si proponemos la imposición de "penas ejemplares" ("altísimas") para disuadir a potenciales criminales ("que nadie más se anime a cometer un acto así"), deberemos tomar conciencia de que la disuasión no parece estar funcionando bien en ninguna parte (el criminal habitualmente asume que "a él" no lo encontrarán; los niveles de criminalidad parecen depender de otras variables ajenas a los niveles de pena que establecemos; etc.); y reconocer también que otras políticas (preventivas) pueden resultar más humanas y más eficientes para la disuasión que buscamos (más allá de que nos evitan la inmoralidad de tomar a los condenados como "meros medios" para conseguir los fines que nos proponemos). Por el contrario, si lo que más nos importa, cuando castigamos, es que el criminal "cambie" o "se reforme", para después poder "reintegrarlo", tenemos que advertir que nos dirigimos a un fracaso seguro si, para lograrlo, confinamos al criminal un antro de maltrato y violencia (nuestras cárceles); lo rodeamos de los peores criminales que hemos encontrado; y lo aislamos del resto de la sociedad (de su familia y de sus afectos). Lo que "aprenderá" el criminal, a través de esa "escuela" que le impusimos, es a ser todavía más violento: de allí saldrá, cuando salga, mucho peor de como había ingresado, pero ese resultado será ahora, en parte, responsabilidad nuestra. Se tratará del "producto esperable" de la "educación en el crimen" que le hemos dado. Finalmente, si lo que buscamos, a través de penas "altísimas" es darle a alguien "su merecido" (digamos, una especie de impermisible venganza a manos del Estado que tiene el monopolio de la violencia), convendrá que nos aclaremos, previamente, cómo vamos a "medir" ese "merecimiento" (¿Qué "merece" una persona que comete un crimen, como el de los rugbiers? ¿Que la torturen? ¿Que le arranquen un pie? ¿Que la condenen a muerte?). Y, más allá de esa insoluble dificultad para precisar qué es lo que alguien "realmente merece", luego de un crimen grave, convendrá reflexionar, también, sobre la clase de sociedad que somos o en la que nos convertimos, condenando de ese modo extremo. Supongo (aunque, por ahora, no lo afirmo, sólo lo planteo como duda), que alguno de esos criminales (digamos, alguno de los rugbiers citados) cometió, sin pensarlo mucho, el error de su vida, y hoy está profundamente arrepentido de lo que hizo. Si esto es cierto, esa sola posibilidad debiera ocupar un lugar importante a la hora de ofrecer respuestas, desde el Estado. Tal vez, más que arrojar al infierno a ese joven criminal, y desentendernos del mismo (que es lo que haremos), podríamos apostar a recuperar o reconstruir la parte de humanidad que aún preserva (hablamos, finalmente, de adolescentes, casi niños). No se trata de que seamos ingenuos (han hecho algo terrible), pero tampoco de cerrar los ojos (nosotros, el Estado) frente a las consecuencias (desastrosas) de las respuestas que damos. Si se me permite la herejía: ninguno de nosotros está exento de cometer un error imperdonable.

El abogado y sociólogo planteó que "la Constitución no permite 'cualquier' respuesta. Te invitamos a leer íntegro su artículo haciendo clic aquí.


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