"Nuevo" gabinete: tras la derrota, la hinchada tomó posesión del club

Con Anibal, hay más Fernández al equipo de Los Fernández. El único objetivo es ganar las elecciones para poder ganar las que siguen, y así sucesivamente. Como en un caso futbolero en donde la hinchada no acepta que perder es parte del juego, ante la derrota, atropellan a la dirigencia y se quedan con todo. Alivio por los que se van, incertidumbre por los que se quedan, miedo por lo que viene.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Si el único balance que hacen los que manejan el Frente de Todos es que perdieron las elecciones por no saber usar el presupuesto del país para mantener con los bolsillos alegres de los sectores de los que se creen únicos representantes, y mantenerlos adormecidos en torno a la política en general, o no defenderse a capa y espada (y con peso de los protagonistas) de los dichos de la oposición, o mantener a raya a los medios que los critican y encuentran chanchullos (y que colocan directamente del lado de la oposición, sin más), los cambios que introdujo Cristina Kirchner en el Gabinete son los correctos.

No vale analizar los hechos desde una lógica neutra o externa al partido que perdió las elecciones sencillamente por todo sucede desde la necesidad de no volver a perder las elecciones.

De allí que lo se ha constituido es un equipo de acción que suplanta al de reacción. Y fundamentalmente se dejó enredado en sus hilos al presidente, relegado a un plano menos que simbólico, para que hable, grite o levante el dedo pero que no intente tomar decisiones.

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La mayoría de los nuevos ministros son trackeables en la historia reciente: no hace falta agregar una sola palabra a lo que se pueda pensar sobre ellos, porque son conocidos: Aníbal Fernández, Daniel Filmus, Juan Manzur, Julián Domínguez. 

De hecho, tampoco están allí de nuevo para reivindicarse como gestores públicos o dar explicaciones en torno a su pasado, sino para que el partido al que pertenecen, gane. 

Hay una diversidad de orígenes en ellos, aunque para el promedio resulten lo mismo y también, una matriz que los une: son escuderos que atacan y ejecutores presupuestarios sin pudores.

Es como si tras la mala racha de un equipo de fútbol, la hinchada hubiera tomado la decisión de tomar las instalaciones del club e intentar conducirlo hacia el destino pasional que los hace latir junto a los colores que defienden.

La hinchada es más fanática de su club que los jugadores, que muchas veces mantienen su amor por el club de sus orígenes. En el ambiente futbolístico, la hinchada (in extremus, los barrabravas) son más papistas que el Papa y llevan los colores más allá de la razón y en ocasiones, sobrepasan los límites de la pasión. 

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Ahora, se terminó la timidez o el voluntarismo de Santiago Cafiero de conformar a todos por dentro e intentar explicar las cosas por fuera. Lo mandaron a defender al chavismo y participar de cócteles. Es socio del mismo grupo que a quien sacaron mientras cumplía una misión oficial, Felipe Solá. Le han dejado la silla -menospreciando su rol- al Grupo Callao, la consultora desde la cual Cristina Kirchner sacó a Fernández para ponerlo delante de su nombre en la boleta en 2019, borrando las intenciones presidenciales de Solá que, aunque resulte increíble, las tenía.

Alivio por los que se van, incertidumbre por los que se quedan, miedo por lo que viene

Vuelven las anibaladas a la agenda diaria de los medios de comunicación, un entretenimiento político que resultará una oportuna bomba de humo que impedirá ver muchos problemas a través de las ingenosas maniobras distractivas de un funcionario al que le entregaron el área de Seguridad, una vez más, pero que su función será, muy probablemente, pasear por los canales de TV arrojándole carne a las fieras.

Y Manzur representa la complejidad del entramado de gobernadores peronistas, una liga no constituida de poderosos locales que por primera vez ha visto en riesgo su reinado. Pero además, representa al sector de la salud, no solo como exministro del área, sino como empresario del tema, en un país en pandemia y con una ministra que queda, como Carla Vizzotti, pero que representa una línea política muy lejana al perfil de los nuevos protagonistas.

Dentro de "los que se quedan" hay que hablar de la situación inédita de un país que tiene a un ministro del Interior, como Eduardo de Pedro, más poderoso que el presidente, con quien no se podrán mirar la cara con sinceridad y que, indudablemente, reportará al Instituto Patria y no a la Casa Rosada.

Se ha externado el poder político hacia una unidad básica en una maniobra tan fina que ni se puede decir que sea constitucional o no: es impúdica. Desde su centro de elucubraciones y movidas de piezas, la vicepresidenta Cristina Kirchner no rinde cuentas a nadie, tal vez ni siquiera a su espejo. No habla con la prensa; menosprecia al Presidente que puso para manipular como una marioneta y que a poco de andar se enredó en sus piolas; desprecia a la oposición, con la que jamás se la verá dialogar, acordar, discutir con altura o promover acciones en conjunto en favor del bien común.

Lo que queda de gobierno no son dos años, sino dos meses: de aquí a las elecciones, intentarán que todo parezca que funciona bien y, si no lo consiguen, buscarán que nadie sepa cómo funcionan las cosas, con acciones de alto impacto que este "nuevo" equipo sí puede garantizarle al "club" en esta campaña.

Lo que viene tiene dos planos: 

- Para el Gobierno: ganar las elecciones para volver a ganar las que vendrán en 2023 (y así sucesivamente), que es la prioridad de la que manda más.

- Para el país: definir cómo se hace populismo sin recursos y, después de hacerlo, cómo subsistir el día después de que consigan (o no) el triunfo, la meta futbolera de un espacio político que no sabe ni acepta que perder es parte del juego. 

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