Coronavirus y cambio de visión del mundo: el eurocentrismo, en jaque

Pablo Lacoste analiza la nueva visión de un mundo que se encandiló con Europa, a la que alimentó con sus riquezas. "Ahora el que viene de Italia en vez de ostentar prestigio, se convierte en portador potencial de una enfermedad sin cura ni vacunas", escribe en esta nota.

Pablo Lacoste

Entre otros efectos, la pandemia de coronavirus covid-19 está impactando en nuestros valores y visión de mundo.

Durante mucho tiempo, fuimos criados y modelados culturalmente por una matriz que tendía a someterse a la hegemonía cultural de Europa. Este continente era la fuente de prestigio y status. Viajar a Europa era una inversión en posicionamiento social. Nada más prestigioso que alardear de haber estado en Italia, Francia, España y otros países. Muchos mendocinos llegaban a vender un departamento para realizar un viaje allí con toda la familia. Lo mismo los estudiantes: tener un título emitido por una universidad europea era equivalente a un título de nobleza.

El atraso de Mendoza se entiende también por esta fascinación. Muchas familias de altos ingresos, en vez de orientar sus excedentes en tecnificar los sistemas de riego, preferían irse de vacaciones a Europa o EEUU, su heredero económico. Conocemos gentes que el año pasado fueron tres veces de vacaciones a aquellos países, mientras sus fincas se siguen regando a manto.

Nuestras cabezas se orientaron por el gusto centrado en esos países. Poco nos importó considerar el proceso por el cual esas naciones financiaron sus palacios, sus museos, sus ciudades y su superioridad económica. Hicimos la vista gorda al ver que el museo del Louvre lucra cada año con los tickets que pagan millones de turistas para ver el arte creado y realizado por terceros países. Las momias egipcias y las esculturas griegas son buenos ejemplos. Lo mismo ocurre con los palacios, financiados por los grandes imperios coloniales que, durante cuatro o cinco siglos, aprovecharon los recursos naturales y la mano de obra de África, Asia y América Latina. Recordemos que los ingleses y franceses mantuvieron gran parte de sus imperios coloniales hasta la década de 1960. Ayer.

Sé que es un poco crudo reconocerlo. Pero la belleza, la arquitectura exquisita y la acumulación de riqueza y poder que hoy ostenta Europa, está basada en la construcción de imperios coloniales. Y voy a dar un solo ejemplo para que se pueda comprender el tema: el "barco triangular".

El barco partía de Europa, cargado de manufacturas. Iba a África, donde descendía esas manufacturas y cargaba esclavos. De allí se dirigía a América Latina, donde bajaba los esclavos y cargaba materias primas (oro, plata, azúcar, tabaco, cueros, algodón, cacao). Luego regresaba a Europa, donde bajaba las materias primas, recargaba manufacturas y reiniciaba su circuito.

Así funcionó este barco durante más de tres siglos. De este modo se generó un sistema de división internacional del trabajo, en el cual, África aportaba la mano de obra, América Latina las materias primas, y Europa se desarrollaba.

Estos recursos sirvieron para construir la belleza que actualmente ostenta Europa. Los capitales acumulados con ese método sustentaron su industria, sus marcas comerciales y la irresistible seducción de sus parques, museos, diseños y palacios.

En los últimos tiempos, Europa dejó de controlar políticamente sus viejos imperios coloniales. Ya no los necesitaba. Ya tenía los recursos económicos y culturales dentro de sus fronteras. Y en vez de traficar con esclavos y metales preciosos coloniales, se reconvirtió hacia la industria turística, con la cual seguía aprovechando sus ventajas. El punto crítico fue asociar sus productos con los atributos del "prestigio" y "status social", tarea realizada a través de las campañas publicitarias y los medios masivos de comunicación. Este proceso ha sido, por otros medios, la perpetuación del coloniaismo europeo.

En este delicioso escenario, estalla la pandemia de coronavirus, y todo cambia.

Ahora, el que viene de Italia, en vez de ostentar prestigio, se convierte en portador potencial de una enfermedad sin cura ni vacunas.

El título de nobleza se convierte en "sanbenito", ese estigma que la Inquisición española colocaba a los herejes para estigmatizarlos.

En cierto modo, el efecto de esta pandemia será aflojar los lazos de dependencia psicológica que tenemos con relación a Europa y EEUU. La presión de las campañas publicitarias disminuye. Podemos pensar fuera de la caja. Mirar hacia adentro.

Ahora tenemos la oportunidad de disminuir nuestra tendencia a imitar a los europeos, por considerarlos superiores. Se atenuará nuestra actitud "tilinga", de tratar de aparentar lo que no somos.

Esta pandemia nos brinda un espacio verde mental para mirar con otros ojos, nuestro entorno natural y cultural. Llega el momento de reencontrarnos con lo nuestro, con nuestra riqueza invisible.

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