El que piensa, pierde

Se ataca rabiosamente al que cuestiona la cuarentena y se le exige una "alternativa". Pero se cierra el debate del que podría surgir. Se anda a lapidar públicamente al "disidente" y se propugna una "unidad" que suena a "unanimidad".

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

A lo largo de los siglos el rol de los intelectuales, los "leídos", los que tienen más herramientas adquiridas en el mundo del conocimiento para cuestionar la realidad y, con ello ayudar a que sea mejor de lo que es, han sido los críticos del poder. Necesariamente críticos. Si quienes pueden despertar dudas no lo hacen, u ocultan los errores, los callan o por el contrario, aplauden todo lo que sucede sin más, se tranforman en promotores de que todo siga igual, auspiciantes de una inercia que beneficia al ya beneficiado y mantiene sumiso al ya pisoteado: status quo.

Pero resulta que en Argentina el que piensa, pierde. Basta que alguien asome la cabeza para que caigan guillotinas. Los intelectuales no están a la vista y la individualidad del pensamiento, es repudiada: se promueven los documentos colectivos que, en lugar de afirmar una teoría, un respaldo o doctrina, termina tomando lista para disciplinar e identificar a quienes no suscriben. A ellos se los pone no solo enfrente de la idea acordada, sino "de la Patria".

El fascismo no es uno solo. En cada tiempo encuentra la piel más apropiada con tal de volver a la vida.  A veces, hasta utiliza un discurso y apariencia antifascista, pero termina siendo excluyente, negador y opresor: homogeiniza las opiniones y decide quién tiene la razón

Aborrece y suspende el debate: lo acusa de rebelión contra "la gente". O, como sucede ahora, cataloga a las opiniones que cuestionan las decisiones del Gobierno, insólitamente, como propagandistas de la expansión de un virus. Algo insólito. Pero más que nada, enaltece como normal una actitud perversa que busca unanimidad a la que llama "unidad" y que tilda de disidente a quien tan solo se anime a formular preguntas.

Lo peor del caso es que el fascismo puede ser "perfecto" o "berreta"

El fascismo "perfecto" tiene en claro todo: es el propietario de las certezas y su manual es una Biblia irrefutable; su dogma, cuestión de fe. 

En el "berreta" -como parece ser el caso argentino de los que atacan a quienes opinan distinto al poder- la usina de pensamiento se equivoca constantemente y cambia según para donde vaya el viento, o según la cara del cliente, o de acuerdo a su conveniencia del día o de la noche. Es peor este último que el "perfecto", porque es inasible, imprevisible y hasta más injusto, si cabe el término. En cualquier momento es capaz de asumir como propia la opinión contraria a la que tuvo antes, al estilo de "entre Salud y Economía, me quedo con la salud de la gente" para de inmediato acuñar el "es irresponsable proponer optar entre Salud y Economía", todo dicho por una misma persona, la más poderosa del país, el Presidente, que hasta tuvo 50 días de suma del poder público, con el Congreso a sus pies y la Justicia hibernando.

En Argentina se pide no opinar en contra de la cuarentena, como si se tratara de un objetivo en sí mismo, como si no hubiera más opción. Es más: se azuza al "disidente" ya tornado "enemigo de la Patria" con un "decime cuál es tu plan, dame una alternativa". Y esa alternativa reclamada no saldrá a la luz si o se habilita la confrontación de ideas. Es eso lo que se necesita, precisamente: que se permita discutir sin que se demonice al que levanta la voz.

Así, un intelectual con el que se puede estar de acuerdo o todo lo contrario, como es Juan José Sebreli, salió a cuestionar con duros términos, los propios, los personales, a la cuarentena y la respuesta que recibió fue apabullante: los "no intelectuales" ganaron todo el terreno y se agitaron los mecanismos de propaganda unificadora de la opinión con sus empleados para descalificarlo, hasta en términos personales. Hagan clic aquí para ver todo lo que se le dijo desde sillas, micrófonos y espacios cuando él solo se presentó en un canal de TV.

El que piensa, pierde. ¿Dónde está el pensamiento crítico argentino? ¿El que critique será lapidado públicamente, hasta que no le queden ganas de hablar? Si esa es la "unidad" que se pregona hasta con publicidad paga (de la tradicional en todos los muros del país y también en PNT), no es tal sino una búsqueda de la unanimidad, resulta algo más enfermante que la pandemia de coronavirus covid-19, al menos si uno no es acólito asalariado del que manda y le conviene que siga y siga.

Esa subordinación, esa "obediencia debida", es denigrante y observando los antecedentes históricos, hasta lo más probable es que sea castigada por sus líderes antes que premiada. El fascismo es injusto, siempre. Es traicionero, siempre. Propone el "haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago", siempre. Y por eso no es bueno que se tolere con tanta facilidad que se acallen a las voces que plantean dudas.

Mejor valorado de quienes detentan el poder sería responder, pensar, convocar sin pretender coptar. ¿Alguien realmente está convencido que un Presidente sepa por sí solo exactamente todo lo que hay que hacer, o la fórmula presidencial, o el grupo que gobierna? 

Permitir la discusión y la crítica, por "perra" o cruel que parezca, sin obligar a los críticos a pedir perdón públicamente, ni obligar a todo el mundo a pensar dos veces si salir a decir tal o cual cosa, no es una concesión que nos pueda otorgar este ni algún otro gobierno. Ni siquiera es un "permiso" que debe regular el Estado. Es un derecho inherente a cada persona. Y hay que defenderlo. Sea que el cuestionamiento sea hacia uno u otro: del debate surgen las iniciativas que permiten la convivencia en la diferencia y la pluralidad; de las órdenes cerradas sobre qué pensar o decir, solo puede nacer una sociedad de zombies capaces de comer todo cerebro que se muestre activo.

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