Keynesiamismo austríaco

El economista Sebastián Laza y una provocadora columna de análisis en la que habla de las "paradojas argentinas en tiempos libertarios".

Sebastián Laza
 Friedrich Hayek (izquierda) y John Maynard Keynes.

 Friedrich Hayek (izquierda) y John Maynard Keynes.

El término puede sonar contradictorio. Es como hablar de un hielo caliente o un silencio bullicioso. Pero Argentina es experta en paradojas, y el actual experimento libertario en el poder no es la excepción. Mientras el discurso oficial se nutre de la retórica de Hayek, Mises, Rothbard, etc., la práctica cotidiana de la política económica se empecina en mantener, con cuidados quirúrgicos, algunas de las herramientas típicamente asociadas al arsenal del intervencionismo keynesiano.

Es cierto: se ha logrado eliminar el déficit fiscal, la base monetaria crece con racionalidad, y el gasto público ha sido recortado de forma drástica. Pero lo que ocurre en el frente cambiario es una historia aparte. Lejos de liberar las fuerzas del mercado, el gobierno de Javier Milei ha decidido mantener un régimen de intervención permanente, casi obsesivo, en el mercado del dólar.

El cepo, si bien achicado, sigue plenamente vivo, disfrazado de transición, o de "tercera fase". La "libre flotación" del tipo de cambio es, por ahora, una promesa archivada para un futuro incierto. El Banco Central -esa institución que según la ortodoxia libertaria rothbariana debería ser abolida- sigue interviniendo fuertemente sobre las cotizaciones, en especial el mercado de futuros. Los dólares financieros son monitoreados de cerca, y los dólares comerciales siguen dependiendo de permisos y plazos controlados. Es más, el presidente ha dicho públicamente que su objetivo es un dólar oficial a $ 1.000, como si el mercado debiera seguir los designios del político de turno. A esto se suma la activa participación del Tesoro en operaciones con bonos para retirar liquidez en pesos, que pudiera impactar potencialmente en la cotización de la divisa norteamericana. Todo demasiado keynesiano.

Lo curioso es que, para justificar estas medidas, el gobierno recurre -paradójicamente- al argumento clásico del keynesianismo pragmático: "hay que evitar un salto brusco que genere inestabilidad", "el mercado todavía no está en condiciones de autorregularse". En otras palabras, el gobierno libertario reconoce implícitamente que, al menos por ahora, necesita guiar (o distorsionar) al mercado para evitar males mayores. El riesgo país aún es alto, las reservas aún son frágiles, y las expectativas no terminan de anclarse.

Se podría decir, entonces, que estamos ante una nueva escuela económica, típicamente argentina: el Keynesianismo Austríaco. Un enfoque que predica el evangelio del laissez-faire y del anarco-capitalismo mientras sostiene, en los hechos, un modelo híbrido de fuerte tutela estatal en (al menos) un área clave, la cambiaria. Se ataca con vehemencia a la "casta" política, pero se aceptan sin rubor los vicios del gradualismo económico.

¿Acaso no será el reconocimiento tácito de que la economía no se gobierna tanto desde los libros ni las teorías, sino más bien desde los exiguos márgenes que impone la realidad política? Es muy probable. Lo cierto es que, por ahora, seguimos sumando rarezas a la biblioteca de la heterodoxia criolla.

Y como en tantas otras ocasiones de nuestro pasado, la teoría pura se desvanece en el aire caliente del poder, mientras la praxis escribe una historia más compleja, y por ende más contradictoria, como todo lo complejo. Señores.... digámoslo con todas las letras, Argentina ha inventado una nueva escuela económica, austriaca de retórica, pero con importantes matices keynesianos en su implementación. ¡Los primeros en la historia de la humanidad!

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