Cuando el relato se convierte en hechos: ¿nace otro vínculo político?
El análisis de la coyuntura a cargo del consultor Rubén Zavi, en base a estudios de opinión pública de relevancia nacional.
En una Argentina marcada por décadas de promesas incumplidas y relatos disociados de la realidad, el gobierno de Javier Milei empieza a romper un patrón cultural y político profundamente arraigado: la desconexión entre el decir y el hacer. La liberación del cepo cambiario, con un dólar estabilizado en torno a los $1100, no solo constituye un logro técnico. Es un hito comunicacional: lo que se dijo, se cumplió. Y eso, en el mapa simbólico de la política argentina, vale oro.
Desde el primer día, el presidente eligió una narrativa cruda, sin maquillaje: "No hay plata". Lejos de suavizar el mensaje, eligió la frontalidad, incluso el conflicto. Apostó a una comunicación directa, emocional y disruptiva. Se dijo que el ajuste sería duro, y lo fue. Que la inflación bajaría, y bajó. Que se recuperarían reservas, y se recuperaron. Que el salario real repuntaría hacia mediados de año, y las cifras empiezan a confirmar esa tendencia.
El gran cambio no está solo en la economía, sino en la relación entre palabra política y realidad. La narrativa oficial no solo anticipa los pasos del gobierno, sino que se valida en los hechos. En una democracia fatigada por la desconfianza, este cumplimiento tiene una potencia simbólica enorme: es la palabra que vale.
La economía como dato, la comunicación como capital
Los números acompañan. Según el último informe de la consultora D'Alessio IROL - Berensztein, el 52% de los argentinos cree que la situación económica mejoró, frente a un 45% que aún la evalúa como negativa. Y aunque los sectores más vulnerables todavía no perciben un alivio sostenido, se empieza a consolidar una percepción de rumbo.
La estabilidad del dólar en niveles moderados, tras el fin del cepo, da señales de certidumbre para importadores y consumidores. Se proyecta, en el corto y mediano plazo, una estabilidad de precios que puede tener efecto directo en los niveles de consumo. Pero más allá de eso, hay una narrativa que empieza a cambiar: la de un gobierno que hace lo que dice.
La palabra como contrato: una oportunidad para reconfigurar el vínculo político
Este giro puede parecer técnico, pero es profundamente político. En un país donde la palabra pública fue vaciada de valor -por promesas de "pobreza cero", "vivir con lo nuestro" o "revoluciones del amor"-, el cumplimiento se convierte en un recurso comunicacional de alto voltaje.
Milei logra lo que pocos: instalar un marco narrativo (framing) que es coherente con sus decisiones. Esto genera algo raro en la Argentina de hoy: credibilidad. Y ese capital puede ser tanto o más importante que una buena estadística macroeconómica.
Sin dejar de lado la narrativa y siendo uno de los ejes de campaña, sin dudas ahora aflora una necesidad tapada por la economía: la reciente medición de D'Alessio IROL y Berensztein revela un giro significativo en las preocupaciones ciudadanas. Desde marzo de 2024 hasta marzo de 2025, la inflación dejó de ser la principal inquietud, cayendo de un alarmante 77% a un 49%, mientras que la inseguridad escaló abruptamente, ubicándose ahora como el principal problema con un 72%.
Consolidar el cambio comunicacional ¿una necesidad?
Sin dudas hoy resulta necesario plantear algunas mejoras en lo comunicacional abandonando la épica del ajuste a la narrativa de resultados: El sacrificio ya fue comunicado. Es momento de amplificar los logros sin perder identidad.
En cuanto al discurso polarizante es vital abandonar el exceso de confrontación y construir relatos de futuro. Gobernar no es solo pelear contra el pasado, sino convencer que hay equipos e ideas que harán lo posible para mejorar la vida de los argentinos, cuidando el tono presidencial, teniendo en cuenta que la autenticidad es un valor, pero sin caer en la descalificación constante que puede desgastar innecesariamente el liderazgo y, por último, pero no menos importante: sostener la coherencia entre anuncio y acción con una máxima de la política que la credibilidad se construye lento, pero se destruye rápido.
La palabra debe seguir siendo un contrato.