El irritante quietismo de sectores que miran la realidad mediante papers

La incertidumbre crece al ritmo opuesto a la voluntad de reabrir y de clases presenciales en la Universidad Nacional de Cuyo.

Memo

La cuarentena, esa medida extrema de cuidado que para la mayoría de la gente fue pasajera, se volvió una callosidad inamovible en algunos sectores del Estado y prevalece allí quieta, dura, indiferente a la pulsión por vivir libremente que manifiesta el cuerpo social.

Un caso de irritante quietismo es el que se vive, por ejemplo, en la Universidad Nacional de Cuyo. Allí están conformes con la virtualidad y sobrevaloran la excepcionalidad de los cursos signados por el miedo a la pandemia. A tal punto es así, que este 1 de marzo el resto de Mendoza comenzó las clases y sus colegios ni siquiera se comunicaron con sus padres y docentes para decir "esta boca es mía".

Parece prevalecer una sensación de comodidad dentro de una situación excepcional, que empuja a funcionarios públicos a buscar compinches para continuar así. 

En ámbitos como éste -que no es el único, ya que todavía hay funcionarios y jueces que, cuando intervienen públicamente por Zoom en horario de trabajo tienen a sus mascotas ladrando a su lado- cunde una mirada romántica sobre el cuidado ante la pandemia: mejor no hacer nada, guardarse, excluirse, frenar todo.

La mayor parte de la sociedad lo vivió así hace un año, cuando supimos de la peste y nos paralizamos. Pero tuvo que superarlo: para comer hay que trabajar. 

Sin embargo hay gente que no necesita trabajar para comer: salen de sus aposentos para ir al cajero automático una vez al mes, cuando les depositan el sueldo y siguen buscando notas y asteriscos para los papers que justifican su parálisis laboral.

Podríamos reflexionar en torno a la gran capacidad de protección de estos sectores, pero lo cierto es que están desprotegiendo en simultáneo y a nuestro costo, el futuro de miles de jóvenes.

Esperábamos vanguardia de sectores universitarios y otros, que en el Estado están a buen resguardo de los ciclos económicos que afectan al resto de la sociedad que debe seguir viviendo. 

Imaginábamos salidas ingeniosas para no tener que demorar el proceso educativo ni la investigación; para no tener que ver disminuida la calidad de la relación entre docentes y alumnos.

Se aguardaba valentía frente a la crisis inédita: ¿quiénes si no los más capacitados podrían guiarnos hacia una salida en la pospandemia?

Pero las mañas parecen haber tomado el comando de las cosas y tenemos decenas de grandes edificios vacíos, cuando podrían ser utilizados, en todo caso, por aquellos que los necesitan y no los tienen.

En el aniversario del inicio de la pandemia en Argentina habrá quienes cumplan un año desactivados, pero cómodos. Asustados, pero apapachados por el resto de la sociedad que revisa entre los escombros de la economía con qué poder hacer funcionar su maquinaria perdida.


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