Feminista sí, pero no hay que exagerar

"Hay quienes dirán que las mujeres cada vez más se asumen feministas sin tanto miedo o vergüenza y que incluso hay ciertos varones que deciden acompañar y nombrar la palabra con orgullo", escribe Emiliana Lilloy.

Emiliana Lilloy

En la película "Las Sufragistas" puede verse una escena que sirve para explicar el sentido del título de esta columna. Es cuando la actriz principal es apresada por asistir a su primera marcha a reclamar el derecho al voto, y ya en la sala de interrogatorio niega ser "una sufragista". Ella está agobiada de trabajar 24 hs., 10 en una fábrica en pésimas condiciones y las otra restantes en su casa bajo la autoridad de su marido, quién además cobra y administra el sueldo de su trabajo en la fábrica. ¿Es usted una sufragista? le pregunta el policía haciendo hincapié en la palabra, como si la misma implicara de por sí un delito.

Ella duda. Se ha unido al sufragismo con miedo, sintiendo que traicionaba a su marido y a toda la sociedad que la rodea. Pero ella quiere el voto, quiere sus derechos, ser libre de su esclavitud disfrazada de amor o de familia. Sale a la calle a pedir por todo ello, pero al fin y al cabo sabe que, para sobrevivir, no puede llamarse a sí misma "una sufragista".

Lo contrario sería desintegrarse, negarse a sí misma como buena madre y esposa, como integrante de su familia. Es negar todos los valores de la época que instituyen al varón como su jefe y la condenan por obra de Dios o la naturaleza a la crianza, al servicio gratuito y desinteresado sin el cual los varones no podrían gobernar nuestras sociedades y cumplir sus objetivos sin preocuparse del hogar y las/os niñas/os. Pero peor aún, es convertirse en esa mujer que nadie ha elegido, que jamás encontrará un hombre que la quiera, una solterona, paria abandonada en una sociedad en donde ser mujer es carecer de derechos y por tanto de un lugar en el mundo.

Es que son tan fuertes los símbolos que avalan las estructuras e instituciones de nuestras sociedades, que tanto en aquella época como hoy, se articulan campañas que desacreditan los reclamos de las mujeres. Todo es pensado (medios, fotos, discursos) para que no nos sintamos identificadas con ellas, no logremos una masa crítica y por lo tanto, para que las cosas no cambien.

¿No pasa acaso lo mismo hoy con las mujeres que creen en un mundo de iguales pero permanentemente necesitan desidentificarse con el feminismo?

Vamos avanzando contra un monstruo simbólico que toma fotos y las interpreta maliciosamente para representar al feminismo como un movimiento violento y extremista, cuando por definición es y ha sido todo lo contrario. El movimiento más largo e importante de la historia que pretende la liberación de la mitad de la humanidad y por el cual no ha muerto ni una sola persona. Fue el sufragismo y luego el feminismo, el movimiento que ideó las marchas silenciosas, el panfleteo, las huelgas de hambre y todos los métodos pacíficos de protesta que luego utilizaron otros movimientos y que nos trajeron hasta aquí, hasta este mundo en el que hemos nacido con derechos sobre nuestra vida, nuestra fuerza de trabajo, nuestro cuerpo y la capacidad de, al menos tentar, gobernar nuestras sociedades.

Hay quienes dirán que las mujeres cada vez más se asumen feministas sin tanto miedo o vergüenza y que incluso hay ciertos varones que deciden acompañar y nombrar la palabra con orgullo. Que hoy hay pocas mujeres que caen en la contradicción de decir "creo en la igualdad pero no soy feminista". Pero los discursos se adaptan y disfrazan escondiendo nuevamente esa amenaza, ese sembrar un temor de quien expresa estar alineada a la causa de las mujeres: el feminismo me parece bien, pero según cual. Me parece bien que busquen la igualdad pero no hay que exagerar. Hay feministas que odian a los hombres. Feministas como vos si, que sos moderada.

Y no significa esto que no puedan haber cosas o cuestiones de los reclamos del feminismo que no nos puedan parecer extremas o exageradas. Harriet Taylor, gran pensadora feminista de su época y compañera de John Stuart Mill, abogó incansablemente sobre los derechos de las mujeres pero entendió que ciertos reclamos eran exagerados y no convenían a la Inglaterra en que vivió, esto es, el derecho al trabajo productivo de las mujeres.

Somos ciudadanas de nuestra cultura y momento histórico. Cosas que ayer parecieron normales y aceptables como la esclavitud humana hoy nos parecen una aberración. Nuestra educación y situación sociocultural nos determinan. Pero estamos muy lejos de exagerar cuando reclamamos un mundo en que no maten a una de nosotras cada 30 hs, de reclamar poder caminar tranquilas por la calle sin ser agredidas o intimidadas, de acceder al mercado de trabajo en las mismas condiciones, de criar a nuestras/os niñas/os en igualdad de condiciones y de gobernar nuestras sociedades.

Los métodos son incontables, inimaginables y creativos según la realidad que nos toca. Pero siempre pacíficos y tendientes al único objetivo que es la libertad y la dignidad en la vida que nos toca. ¿Tenemos nosotras que limitarnos en nuestro reclamo? ¿Negar a esas otras mujeres que como pueden y saben pelean y luchan por nosotras y aquellas que no tienen voz para hacerlo? ¿Es justo que nos juzguemos o desidentifiquemos porque no coincidimos en cada uno de nuestros pensamientos?

Quizás sea un acto de torpeza ponernos cadenas y responder a ese monstruo mediático con miedo. Más bien apoyarnos, sumarnos, que aún hay muros visibles e invisibles a nuestro tiempo que deben ser derribados, y cuando llegue ese día, con calma, igualdad, sin miedo y sin muertes, podamos decir: si, estamos exagerando.


Esta nota habla de:
¿Hay que prohibir el uso de celulares en las aulas?