El factor hiperfragmentador del "ahperismo" y el consejo de Sanguinetti

Los "ah, pero" se mueven con fuerza volcánica dentro de oficialismo y oposición. El análisis de Gabriel Conte.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

"Ah, pero": la marca que define a la hiperfragmentación que vuelve imposibles los acuerdos en la Argentina, aun cuando se supone que los protagonistas están del mismo lado. 

Es que todos los políticos apelan a la "unidad". Pero el llamado esconde una trampa y es que la convocatoria es en torno a cada uno de los convocantes, que no se allana al mismo pedido formulado por otro. Esto, lo que genera, es una especie de confederación de pedidos de "unidad", que a veces se puede mostrar en lo formal como algo más o menos monolítico, como lo demuestran las dos grandes alianzas argentinas, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. 

En el caso del partido gobernante, si no se juntaban -luego supimos que "unidad", lo que se dice "unidad", no es- Cristina Kirchner y Sergio Massa para generar un Alberto Fernández, el peronismo no tenía chances de llegar al poder. Ni la expresidenta podía por sí sola, ultracuestionada. Tampoco Massa, que nunca se sabe qué es ni qué representa.

Pero a poco de andar sucede que los "ah, pero" imposibilita que lo que se muestra como espacio unificador, además lo sea. Necesita ser un espacio de representación amplia dentro de un mismo camino y también, una garantía de sinergia y no de volverse una fuerza centrífuga.

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Hace unos días tuvo que venir un expresidente extranjero a señalarle, a la oposición también, que está viendo "ah, peros" alrededor de cada una de sus emergentes individuales, cómo buscar factores en común para que "la Argentina se rescate a sí misma", tal como lo expresó en un vibrante y lúcido mensaje Julio María Sanguinetti, exmandatario de Uruguay que se sentó a hablar en público junto a Mario Vargas Llosa y Mauricio Macri, coordinados por Álvaro Vargas Llosa en la cena de la Fundación Libertad.

Sanguinetti dibujó un horizonte que pocos políticos argentinos pueden trazar, con su mano temblorosa por señalar en forma de acusación, más que en tren de proyectar salidas. "Tienen que liderar la revolución energética, pero con seguridad jurídica", avisó. "Tienen que salir adelante cuando hoy no pueden comprar ni un libro en el exterior", revisó. Pero generó un runrún cuando mencionó a una serie de gobernantes argentinos, ya que en la audiencia había más partidarios de unos y de otros que, seguramente, en sus mesas, murmuraron cada uno su "ah, pero".

Dijo Sanguinetti: "Los países solo crecen en la confianza, en la fe en que pueden hacer las cosas. La revolución energética, por ejemplo, requiere legalidad, seguridad jurídica, independencia judicial. Requiere que no tengan vergüenza de decir que si una empresa internacional invierte para sacar nuestra riqueza, que 'vamos a manejar nosotros con nuestras leyes' y tengan derecho a enviar un dólar hacia afuera y que no ocurra lo que ocurre hoy, que ni un libro, ¡ni un libro! se puede pagar en dólares desde la Argentina".

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Pero, sobre todo, expresó: "Argentina tiene que restacarse a sí misma desde esas ideas que están vivas, que están latentes. Esa Argentina que ustedes sienten en la penuria, en el dolor, en la rebeldía. Entiendo que se tiene que mirar hacia adelante, escatar esa fuerza histórica. La de la institucionalidad de Alberdi, la de las escuelas populares de Sarmiento, el sentido democrático de Sáenz Peña, la visión universal de Frondizi, el espíritu cívico de mi hermano, Raúl Ricardo Alfonsín".

Dio una fórmula para resolver los desaguisados que, sobre todo, tienen quienes podrían ser considerados sus similares en las ideas en este país, la oposición: "Tienen que rescatar las cosas que los pueden unir y no las cosas que, desgraciadamente, la siguen dividiendo, porque solo en la libertad y el Estado de Derecho se puede combatir la pobreza".

Escúchenlo ustedes mismos:

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Además de las excusas divisionistas que engordan egos individuales dentro de la oposición, y que impiden, por ejemplo, un entendimiento entre dos de los "tres tercios simétricos" en los que la consultora Zuban Córdoba ubica al electorado, como son los de Juntos por el Cambio y los acólitos de Javier Milei, están las excusas irresponsables de los que llevaron a Fernández al Sillón de Rivadavia.

Sabiendo que ninguno de los tres (CFK, Massa y Fernández) hubiera hecho hoy por hoy mérito propio para sentarse en él por sí solos, es haciéndose cargo de la gestión que llevan adelante que deberían honrar esa altísima posición, y no "sacándole el culo a la jeringa". Pero sí: hay un "ah, pero Alberto" del cristinismo, que ha logrado ser oposición con los recursos del oficialismos.

No se van de sus cargos, en donde manejan decisiones y recursos del país, pero se paran en la vereda de enfrente, tratando de reeditar una posición tan antigua del peronismo -esa de querer abarcar todo el espacio político y social para dejar afuera al resto- que ya la sociedad no parece tolerar o, al menos, permitir con tanta liviandad.

La vicepresidenta y su gente es tan responsable del mal gobierno de Fernández como lo es Massa y ninguno es alternativa de ninguno, ni sale indemne de este período, por más vueltas en el aire que quieran dar.

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Del mismo modo, tanto Juntos por el Cambio como el mileísmo (que quién sabe qué nombre colectivo adoptará, ya que descree de los movimientos sociales) cultiva un amplio huerto de "ah, peros" que pasa por radicales negándose entre sí, en donde hay vetos notables y notorios entre Gerardo Morales, Alfredo Cornejo, Martín Lousteau y Facundo Manes); integrantes del PRO que pujan por Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich, pero que tienen en la manga un Macri y hasta una devaluada María Eugenia Vidal para jugar a la política como si se tratara del truco. Ni hablar de la reina del "ahperismo", Elisa Carrió que con poco o nada siempre quiere ser el fiel de la balanza bajo amenaza de romperlo todo y apoyar al enemigo, siempre.

Desde el costado de Milei, su afán de ruptura con todo el resto de la política, en la que está inmerso aunque su latiguillo defina a los otros como "la casta", es el combustible que lo propulsa: acordar con alguien le quita rating, en un espacio que crece más por likes y retuits que por condensación de ideas y proyectos. Su riesgo: que sea tan efímero como un comentario en redes sociales; que los pibes que se han enamorado de él lo cuerneen (como amantes de quién sabe quiénes) como lo hicieron antes con el macrismo y el kirchnerismo, sucesivamente.


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