Mujeres en el poder, sin el poder

La autora sostiene en esta nota que "las prácticas violentas son tan comunes que terminamos por naturalizarlas y si no te enseñan a verlas, no las ves. Es un ejercicio que muchas veces debe ser practicado".

Cecilia Páez

Sí, llegamos al poder, pero no lo tenemos. Hasta hoy, estamos excluidas del poder real, ese con el que se arman listas y se deciden los destinos de la militancia, ese que decide acuerdos y negocia cargos.

Cuando nos preguntan si hay mujeres en política, decimos:"Sí, claro". Pero cómo llegamos y cómo permanecemos, qué tareas hacemos en los partidos, esas son las preguntas.

En el interior de los partidos nos encontramos con mecanismos invisibles que nos excluyen. Es como un pacto de caballeros donde nosotras quedamos atrás por no manejar sus códigos, por no poder acomodar la vida familiar a los horarios nocturnos que son habituales en las reuniones políticas, entre otras cosas. Tenemos que dar tantas explicaciones y entrar a cualquier reunión mostrando títulos y posgrados. Nunca es suficiente, siempre somos muy jóvenes, muy viejas, muy locas o muy embarazadas.

Esta exclusión tácita nos lleva a replantarnos cómo debemos organizarnos. Necesitamos irrumpir en los espacios de decisión para que las políticas públicas tengan nuestra impronta y conocimientos. Para darle cumplimiento, nada más ni nada menos, al artículo 37 de la Constitución Nacional, que habla de igualdad real de oportunidades entre varones y mujeres.

El camino recién empieza. Si pudiera, escribiría una bitácora del día de la reciente aprobación de la tan ansiada Ley de Paridad Política en Mendoza. Estuvo lleno de comentarios por lo bajo sexistas, machistas, queriéndonos domesticar para enseñarnos que la política no es nuestro lugar, que nuestro lugar está reservado al ámbito privado de cuidados, a la simple reproducción.

Aquí comienza lo que se denomina "violencia política". Esta es una violencia prevalente en la sociedad desde siempre, pero visible recientemente como una gran ventana al descredito y la desigualdad de género.

Según una investigación realizada por Agustina Gradin y Karina Iummato, junto al Observatorio Julieta Lanteri de FUNDECO, el Observatorio Electoral de COPPPAL y el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), la violencia machista en el ámbito político comprende "cualquier acción u omisión basada en el género que cause daño a una mujer y tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el goce o ejercicio de sus derechos políticos". En nuestro país, más del 60% de los episodios de violencia política ocurren a través de internet, especialmente en las redes sociales.

Siguiendo con esta línea de pensamiento, las manifestaciones de violencia machista en redes sociales adquieren una doble intencionalidad: desgastarnos y desalentarnos a participar en política. Normalmente, ocultamos estos comentarios porque creemos nos hicieron creer que es nuestra culpa por ser personajes públicos. Cualquiera está habilitado a desprestigiarnos.

Naturalizamos y ocultamos los comentarios de desprestigio en redes porque nos hacen creer que nos deshonra. Pero el camino es que esos comentarios sean visibles.

Las cuatro principales dimensiones de la violencia machista en el ámbito político son las expresiones discriminatorias, el acoso, el desprestigio y las amenazas, que recaen sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres (gorda, fea, puta) sobre sus roles y mandatos de género (mala madre, infértil) y el menosprecio de sus capacidades(pendeja, boluda, inútil).

Nunca me consideré débil ni desigual. Tampoco me detuve a pensar porque éramos tan pocas en la década de los 90 cuando comencé a transitar los ámbitos partidarios. Hace poco descubrí lo que implica esta tarea titánica de visibilizar la violencia política. Me he declarado recientemente una nueva feminista, segura de que con mi aporte podré extender manos a las más jóvenes y consolidar espacios de respeto y diálogo fluido. Además, en nuestro partido hemos avanzado en generar un protocolo contra la violencia política hacia adentro de la organización.

Las prácticas violentas son tan comunes que terminamos por naturalizarlas y si no te enseñan a verlas, no las ves. Es un ejercicio que muchas veces debe ser practicado.

No me callo más, por eso muestro algunos de los comentarios que tan amablemente me dejan en las redes, tomándose el tiempo para hacerlo. Gracias, porque así visibilizamos la violencia que padecemos las mujeres que hacemos política, que ponemos la cara y vamos de frente.

LA AUTORA. Cecilia Páez. Presidenta de Mujeres Pro Mendoza. Concejala del HCD de Luján de Cuyo. Exsenadora provincial. Profesora de Historia.

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