La era de los empates electorales

La situación planteada en Uruguay es digna de ser seguida de cerca, a la luz del clima político imperante en América Latina. Si se gana por poco, el perdedor puede no aceptar la derrota.

Se vive, desde los tiempos de la disputa entre George Bush y Al Gore que ganó en votos el segundo, pero en electores el primero, imponiéndose, una era de los empates. que la diferencia sea de un punto o menos, resulta casi como resolver quién ejerce el poder lanzando una moneda al aire: cara o ceca.

Eso implica -a la luz de los resultados a la vista en Uruguay, con diferencia mínima- que la política en países grandes y pequeños, con incidencia global, regional o ninguna, se encuentra altamente polarizada.

Que haya empate, como analizó hace unos días en un gran artículo de ambito.com el analista Hernán Madera, no significa que haya "equilibrio", sino la persistencia de una situación de disputa. Escribió:

- "Equilibrio significa búsqueda de consensos, acuerdos y, en última instancia, un proyecto que -aunque se demore en ser elaborado porque no puede ser impuesto por uno de los bandos- sea avalado por una mayoría más amplia".

- "Empate no es eso. Empate es primero que nada detener el plan del otro, palos en la rueda, colgarse del arco, evitar cualquier costo político no importa cuán loable sea su razón. Empate es el aquí y el ahora, resolver la cosa inmediata y hacer los negocios con activos del Estado rápido, antes que -otra vez- todo vuele por el aire. La táctica de la pequeña política, no la estrategia de país".

Esa situación también indica que hay una amplia polarización, comprensible en caso de balotaje, aunque no cuando no lo hay. Por ejemplo, como sucedió en la primera elección de la democracia entre Raúl Alfonsín e Ítalo Luder, en donde entre ambos reunieron el 91,91% de todos los votos. O en la disputa entre Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, concentrando un 86,65% de los sufragios.

En los "casi" empates, el que gana, se impone para gobernar, pero el que pierde, no se siente perdedor y, por lo tanto, no se resigna a cumplir un rol de perdedor. En las actuales circunstancias de América Latina, en donde el diálogo entre diferentes resulta casi un imposible, que nadie obtenga una importante mayoría puede representar una invocación a la rebelión de los perdedores que creen que ganaron o que les arrebataron el triunfo por H o por B.

De allí que la situación de Uruguay puede representar un elemento para seguir de cerca: tras 15 años en el poder, el izquierdista Frente Amplio de Tabaré Vázquez y Pepe Mujica, con Daniel Martínez como candidato este año, podría tener que entregarle el poder al derechista Luis Lacalle Pou, un conservador que es hijo del expresidente Luis Alberto Lacalle, y que sumó en el balotaje el voto de los sectores más ultras de la derecha uruguaya, tras perder en primera vuelta.

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