Juan Antonio Orfila, pionero de la radiología y la educación médica en Mendoza

Fue el primer Jefe de Servicio de Radiología en un hospital público, el Central en este caso, al que asistía diariamente con su característica vestimenta íntegramente blanca, incluidos zapatos, y a la que solo agregaba un sobretodo negro en tiempos invernales. Los Prohombres que nos trae a la memoria Eduardo Da Viá.

Eduardo Da Viá

Juan Antonio Orfila Infante, nacido en Mendoza, el 22 de agosto de 1896, hijo de Don José Orfila, natural de Mahón, Islas Baleares y de Doña Olimpia Infante.

Fue el primer Jefe de Servicio de Radiología en un hospital público, el Central en este caso, al que asistía diariamente con su característica vestimenta íntegramente blanca, incluidos zapatos, y a la que solo agregaba un sobretodo negro en tiempos invernales.

Fue un Servicio modelo para la época, de donde surgieron numerosos discípulos, devenidos en brillantes radiólogos, la mayoría desaparecidos, pero cuyos sucesores actuales, emparentados o no, no dedican, estoy seguro, ni un minuto de su apurado tiempo a rescatar la imagen de Don Juan Antonio, difuminada en las nieblas del tiempo.

No me sorprendería si ni siquiera saben de su brillante existencia, y de que buena parte de lo que hoy conocen y practican se lo deben a aquel batallador incansable en pos de la buena medicina.

Yo tuve el privilegio de ser alumno regular de radiología durante los tres años que en aquellos tiempos insumía el dictado de la materia, y no estoy dispuesto a permitir que la Medicina y los mendocinos ignoren su abnegada labor.


La fotografía que precede este escrito fue tomada en el día de la fecha, 5 de abril de 2022, por el que suscribe, y que luce en la Galería de Decanos de la Facultad de Ciencias Médicas de nuestra Universidad Nacional de Cuyo.

Fue el primer decano electo, sus predecesores lo fueron en calidad de interventores durante el período de institucionalización de la Casa de Estudios.

Como radiólogo se destacó por la certeza de sus diagnósticos trabajando con vetustos equipos, muy limitados en su potencia, a tal punto de que para poder visualizar las imágenes cuando efectuaba radioscopía, es decir cuando la imagen aparecía en vivo en una pantalla de rayos catódicos, con muy poco poder de resolución, era necesario acostumbrarse previamente a la oscuridad reinante en el ámbito del examen. Para ello existían máscaras con lentes casi opacas pero con las que se conseguía activar los "bastones", es decir las células de la retina especializadas en captar luces muy tenues.

Claro que como no había máscaras para todos, los alumnos simplemente cerrábamos los ojos durante unos 5 a 10 minutos para obtener el mismo efecto.

Con esa tecnología primitiva lograba diagnósticos de una precisión asombrosa, corroborados luego por la anatomía patológica, cuando la solución consistía en la extirpación de la lesión o del trozo de órgano en el cual asentaba.

Fue el único radiólogo que conocí en mi vida que entraba a la sala de operaciones, previa solicitud de autorización por parte del cirujano, para observar si su diagnóstico era coherente con los hallazgos operatorios. Muchas veces nos quedábamos boquiabiertos al verificar que la descripción por él efectuada era una copia fiel de lo que veíamos con el abdomen o el tórax abierto.

Como docente impecable, puntual, serio, claro en las descripciones y estimulándonos a que aventuráramos diagnósticos para luego defender nuestra postura ante la pregunta de: ¿.......y no podría ser......?.

Fue un batallador incansable en pos de la buena enseñanza de la medicina, sostenía que la sociedad necesitaba gente técnicamente capacitada, moralmente intachable y humanamente cercana al doliente.

Él hacía personalmente las tomas, previa conversación con el paciente para profundizar en el mal que le aquejaba, no siempre claramente descripto en la solicitud efectuada por el médico tratante.

Asistió a cuanto congreso de Educación Médica tuvo lugar en Latinoamérica, en épocas en que ese tipo de reuniones científicas médicas recién comenzaban.

Fue un valiente defensor del "Cupo" para ingresar a la Facultad, sosteniendo sin demagogia, que debían ingresar tantos aspirantes como capacidad tuviese la institución a efectos de optimizar el aprendizaje, coincidiendo con la postura del Rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Prof. Dr. Risieri Frondizi, a la sazón alarmado por el desastre en que terminaban los miles de alumnos que ingresaban a la Universidad para nunca recibirse.

Sí, Frondizi fue Rector durante el gobierno de la Revolución Libertadora, pero a mi juicio no le quita méritos a su accionar y menos a sus conocimientos de fama internacional.

Claro no era demagogo, como no lo era tampoco Orfila.

La implementación del Cupo en Mendoza, como en cualquier otro lugar, suponía una selección, y ésta se basaba en los conocimientos adquiridos en la etapa secundaria y en una entrevista personal para tratar de detectar vocación e integridad moral, lógicamente la entrevista rara vez fue excluyente, pero sí alertaba sobre sobre futuras tasas altas de deserción y lo que es peor, otorgar título de médico a comerciantes o lisa y llanamente delincuentes.

Durante los tres últimos años de gobierno peronista hasta 1955, no hubo cupo e ingresaron un promedio de292 alumnos cada año. Cuando se restituyó el límite, el promedio para los años 1956 al 61, fue de 119 alumnos.

Orfila fue Decano desde 1959 hasta 1963, período durante el cual fui alumno de la Facultad y discípulo del Maestro.

Ingresamos con riguroso examen de ingreso sin entrevista, la única limitación eran los conocimientos de cada uno.

Demás está decir que no hubo quema de neumáticos, ni protestas o amenazas por parte de los padres de los reprobados; además los mismos tenían la posibilidad de volver a intentarlo al año siguiente; mucho lo hicieron y no solo ingresaron sino que fueron excelentes estudiantes y luego excelentes médicos.

Es inhumano que a un paciente lo examinen 40 alumnos como sucedía en Buenos Aires.

Las cátedras que se valían del microscopio como Histología y Anatomía Patológica, disponían de un equipo por alumno, e incluso se podía volver fuera de hora para repasar o avanzar en la materia en cuestión.

Cuando volvió el peronismo se restauró el cupo y la reiteración de exámenes a una semana de haber sido reprobados después de una año entero de supuestos estudios.

Los resultados por cierto desastrosos.

En la actualidad se reciben 6000 médicos por año en Argentina; en Mendoza funcionan tres Facultades de Medicina y la proporción de médico por habitante es de 1/262, cuando lo recomendado por la Oficina Panamericana de la Salud es de 1/750, y hasta un máximo de 1/400.

Por si fuera poco, en Mendoza hay 3 médicos por cada enfermero, cuando la proporción ideal es exactamente al revés.

El aumento del número va inevitablemente en desmedro de la calidad, porque se apela al facilismo para lograr altos índices de egresos.

Hoy tuve la sorpresa y la emoción de encontrar en la Biblioteca Central de nuestra Universidad, un folleto de don Juan Antonio en el que explica su preocupación y su postura frente a la educación médica del año 1961.

No fue fácil encontrarlo, pero merced a la buena voluntad de Sergio Collado que finalmente dio con el documento, y a la atención que tuvieron el Sr. Pablo Agüero la Srta. María Luciana Fernández del Centro de Documentación Histórica, quien ante la imposibilidad de poder llevarlo a mi domicilio se ofreció a mandármelo por correo en PDF, lo que cumplió de inmediato y actualmente lo disfruto en mi PC.

Mi eterno agradecimiento a ambos. Fotografía de la tapa del documento.

Orfila fue además Director del Hospital Central, y lo hizo a su manera, como nadie lo había hecho y nadie nunca lo haría después de él; se mudó al Hospital y residió en unas dependencias que existían en el sexto piso.

Fue verdaderamente Director a tiempo completo consciente de la enorme responsabilidad de dirigir un centro de salud de la complejidad del Hospital Central.

Su figura vigilante a cualquier hora del día y de la noche recorriendo los mil vericuetos de semejante edificio imponía respeto cuando no temor por parte de quienes tenían algo que ocultar. La intención era siempre evitar actitudes por parte del personal que pudieran redundar indirectamente en perjuicio de los pacientes, tales como incumplimiento de horarios para la administración de medicamentos por estar durmiendo o por mantener relaciones íntimas durante la noche; todo esto ocurría, él lo sabía, pero el solo hecho de estar advertidos los infractores de la posibilidad cierta de la aparición del Director, impedía la comisión de la transgresión.

Como alumnos, el cursado durante tres años de la materia, nos fue confiriendo una especie de amistad con el maestro, a tal punto que solía gastar alguna broma durante sus clases siempre con la delicadeza y educación que poseía.

El tiempo pasó y llegó el día de la última clase, ya finalizando la carrera. La mayoría sentíamos una cierta nostalgia anticipada sabedores que no se repetiría la experiencia de escuchar al maestro hablar apasionadamente de sus radiografías.

Fue así que surgió la idea de despedirlo, dando nosotros la última clase, previo consentimiento de Don Juan Antonio, pero imitándolo en su manera de dictar la materia.

Yo tenía facilidades como imitador y los compañeros me asignaron la histriónica misión, además yo podía imitar bastante bien incluso la voz del maestro.

Llegado el día, puntual como siempre, Don Juan Antonio venía hacia el aula de planta baja por el pasillo correspondiente, y allí fue interpelado por un grupo de compañeros quienes lo pusieron al tanto de la idea. No nos sorprendió que aceptara de muy buen modo la propuesta porque a pesar de su adustez, era un sentimental, por eso amaba la medicina y su especialidad la radiología clínica.

Sólo alguien con gran sensibilidad puede amar de esa manera.

La imitación fue un verdadero éxito, con la colaboración del alumno y amigo Ángel Gutiérrez, y al finalizar la comedia, me abrazó sin poder ocultar la humedad en sus ojos, y mirando a la audiencia dijo: "GRACIAS MUCHACHOS ME HAN HECHO DISFRUTAR LA MEJOR ÚLTIMA CLASE DE MI VIDA".

Prof. Dr. Eduardo Atilio Da Viá

Egresado en 1966

Abril 2022


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