El sufrimiento de los justos

Isabel Bohorquez va a fondo contra algunas naturalizaciones que la sociedad realizó y que la muestran como un gran fracaso: "Hemos psicologizado y romantizado las actividades delictivas", dice, entre otras cosas.

Isabel Bohorquez

Cada día tenemos nuevos episodios de asaltos, arrebatos, robos a mano armada, actos delictivos que -con indiferencia y hasta crueldad- no miden ni el daño ni las consecuencias y vamos contabilizando muertes como una suerte de estadística sombría y feroz.

La violencia parece tener derrotero propio y se ha adueñado de nuestras calles.

Rosario se ha vuelto la representación temida de una Argentina cooptada por el narcotráfico, las mafias empoderadas y los delincuentes sin ningún tipo de temor a las represalias. ¿Cómo salimos de esta situación? ¿Tenemos salida?

Tenemos en claro los daños al conjunto de la sociedad que trae aparejado un escenario de inseguridad y de violencia sin control. Sabemos que nos lesiona en nuestra capacidad creativa, productiva, en nuestro desarrollo tanto personal como comunitario, en nuestra autonomía y libertad de acción...siendo éstos los menores de los perjuicios, ya que a muchos les cuesta la vida. La inseguridad provoca retracción y deteriora cualquier proceso de crecimiento social. La inseguridad mata y paraliza más allá de las víctimas fatales.

Somos -al presente- una sociedad consciente de que estamos sangrando sin mediar más sanación que las propias y particulares capacidades defensivas. A lo sumo, grupos de vecinos que deciden componer una malla de protección recíproca. Lo comunitario aún no es nuestro fuerte y el Estado ha demostrado su total impericia para intervenir en una cuestión que es colectiva y de convivencia normada, por lo tanto, indefectiblemente requiere la injerencia del aparato estatal. Seguimos viendo por las redes y los noticieros cuántas víctimas y cuáles modalidades van imperando para robar, estafar o atacar y aún no hemos tenido el suficiente aliento para reaccionar colectivamente. Nosotros también adolecemos de cierta impotencia...

En el fondo de la cuestión, ¿qué nos pasa? ¿por qué consideramos que el delito cometido a la vuelta de mi casa es algo inevitable y que si me toma de rehén o de testigo involuntario, me refugiaré rogando entre murmullos que ese castigo pase de largo?

¿Adonde ha ido a parar nuestra propia fuerza humana y social para afrontar estos hechos que son previsibles?

Más inflación, más pobreza y menos ideas

En cada ciudad, barrio, pueblo, comunidad conocemos a nuestros vecinos, sabemos si hay actividades ilícitas, podemos mapear donde se vende droga o donde se refugian los amigos de lo ajeno. Son claramente observables la mayoría de los entornos delictivos. ¿Qué tenemos que hacer para que toda esa información resulte eficazmente anticipada?

Por ejemplo, yo nunca entendí por qué las famosas zapatillas colgando del cableado, si es que resulta ése un punto de venta de droga, pueden permanecer muy campantes por tiempo indefinido...

Y no culpemos a los pobres ni a la pobreza, como la gran causa de todos los males argentinos. Más allá de lo que generen históricamente -y hoy- las condiciones de pobreza en nuestro país, no son los pobres los hacedores del delito y la violencia. Ni su causa ni su consecuencia. A los pobres también los asaltan y los matan, a los niños y a los ancianos, a las mujeres y a los varones...no hay diferencias cuando se trata de acometer por un botín cualquiera.

Delinquir es una decisión ética. Un hecho definido por sus intenciones morales más que por las necesidades y las experiencias traumáticas de carencia que pueda experimentar la persona que delinque. Hemos psicologizado y romantizado las actividades delictivas. Nos hemos embanderado con consignas de derechos humanos que, entiendo yo, distorsionan su significado al poner todo el acento en la preservación de las condiciones de derecho por sobre los deberes que esas mismas condiciones conllevan. Todo derecho implica un deber y en términos de convivencia social esto cobra una relevancia fundamental.

Si asumimos que cometer un delito es un hecho fundamentalmente ético y que depende de la decisión de la persona por sobre cualquier otro condicionamiento, podremos buscar el camino de la emancipación de la vida de esa persona. ¿Aprenderá o no nuevas actitudes para encarar su vida? Será un esfuerzo compartido pero seguirá siendo su decisión.

Tal vez nociones como la voluntad y la virtud deban salir del olvido impuesto en estas últimas décadas donde la selfie de la felicidad impostada pasó a tener más importancia que la rectitud de conciencia. Cuando decimos que los delincuentes ya no tienen código, en realidad, estamos apelando a esa variante "virtuosa de buen actuar" en un ladrón que te roba pero no te golpea ni te mata por un celular. Quien llega a esos extremos de indiferencia por la vida humana, ¿realmente tiene la "cabeza quemada" por la droga? O ha perdido su rumbo ético y ha disipado de su conciencia todo freno que le permita ver al otro como una persona y no como una presa. Quizá ambas cuestiones.

¿Qué hacemos? ¿Cómo salimos de esta situación cada vez más estructural?

Confío en que hay una salida. Siempre la hay cuando los desafíos son humanos.

En primer lugar, creo que hay que recuperar el sentido ético de nuestros actos. Todos nosotros, no solamente los delincuentes. Recobrar nuestro homo ethicus. Aquélla condición tan humana y tan necesaria que nos haga mirar la vida desde los valores y desde una trascendencia mayor: que se pongan de moda los actos honestos, en todos. Y que se le devuelva a los delincuentes su responsabilidad de obrar bien.

Si damos por sentado que no cambiarán y que además, si resultan víctimas de las circunstancias, por lo tanto, tienen excusa para actuar así, nos estancamos en una visión fatalista que no ha logrado resolver nada.

Cada persona puede ser auténticamente dueña de su destino, aún en las condiciones más aberrantes. Podríamos apostar a que las cosas cambien, restaurando -repito- la responsabilidad, el compromiso y las obligaciones de cada persona consigo mismo y con su sociedad.

En segundo lugar, exigirle a las instituciones del Estado que cumplan su función. Hagámosle sentir a nuestros gobernantes en todos los niveles, intendentes, gobernadores, presidente, que la seguridad es su tarea. Y modelar junto con ellos los modos de vivir en paz que es más que combatir el delito. ¿Cómo exigir? ¿Acaso aún no aprendimos? Aprendamos. En Argentina hacemos marcha por todo pero debatimos desordenadamente y proponemos poco. En todo caso, marchemos pacíficamente con petitorios en todas las ciudades, pueblos y regiones a las autoridades locales para que el delito en nuestros hogares sea realmente combatido y la paz en nuestras calles sea posible. ¿Qué soluciones podríamos presentar? ¿Qué se nos despliega como camino por delante?

En tercer lugar, crecer en nuestra capacidad comunitaria. Romper los individualismos. En los barrios o sectores donde los vecinos se agrupan, se protegen, se defienden ¡funciona! Lo más disuasivo es la solidaridad, el compromiso con los demás, la reacción colectiva. El bien común. Si aprendemos a ser una sociedad que se involucra, que está atenta al otro, que no pasa caminando indiferente o se limita a filmar cuando otros se pelean, se roban, se atacan...tendremos muchas más chances. Cuántas vidas se podrían salvar si actuáramos siempre en defensa de los demás...

En definitiva, depende de nosotros, de nuestra capacidad para resolver nuestros problemas y ponernos de pie.

No roguemos a dioses implacables. El sufrimiento de los justos es tarea nuestra.

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