El "rosqueo" político en la historia

La historiadora Luciana Sabina cuenta aquí la definición de la "rosca" política y aporta datos sobre su funcionamiento en el pasado argentino.

Luciana Sabina

Según la Real Academia de la Lengua Española, rosquear tiene tres significados posibles: "Participar de acuerdos o negociaciones poco claros para obtener algún beneficio, particularmente de una autoridad estatal"; "armar riñas o peleas" y en tercer lugar "morir". 

El accionar de los políticos de la oposición de cara a las próximas elecciones, especialmente durante la última semana, puede encajar perfectamente a dicha triada. Muchos coinciden en que más algunos dieron pasos hacia una segura "muerte política".

Claro que este tipo de situaciones no son nuevas. Ya durante las primeras elecciones presidenciales, hace más de 150 años, fueron patentes las internas políticas, traiciones y los juegos de poder.

La rosca política protagonizó una publicidad de Bagley en la revista satírica El Mosquito en 1889.

Entre 1854 y 1860, Justo José de Urquiza fue presidente de la Confederación Argentina, mientras que Buenos Aires conformó un Estado independiente bajo las directivas de un gobernador. Durante años, el caudillo entrerriano intentó reunificar el país sometiendo a la díscola capital. Tuvo que caer él mismo -retirándose misteriosamente de Pavón- para que esto fuese posible. 

William Dougal Christie, enviado británico en nuestro territorio, buscó acercar a ambas facciones. Pero aquella grieta era políticamente útil a ciertas personalidades. por lo que fue constantemente saboteado por Santiago Derqui y Salvador María del Carril. Ambos trabajaban a la par de Urquiza y deseaban sucederlo en el poder. Poner fin al conflicto sumaría competidores, posibles candidatos a la presidencia.

En 1858 finalmente Christie "tiró la toalla" y comunicó su decisión al gobierno británico: "Su Señoría (...) me hice cargo de mis deberes con la disposición favorable que el gobierno de Su Majestad tiene hacia el sistema de Urquiza. Dos años de experiencia me han completamente convencido que los dos lados han cometido más o menos las mismas faltas, y que el gobierno de Paraná no puede pretender intrínsecamente un mayor respeto y más favores que el de Buenos Aires. En ambos lados es la misma raza: servil y aduladora cuando tienen algo que ganar, y altanera cuando lo ha ganado (...) a la que se puede manejar sólo por la vanidad, la esperanza y el temor".

Cabe destacar que a la pluma ágil de Lucio V. Mansilla no se le escapó la figura de Del Carril al que describió como un hombre de "estudiada sencillez", con manos "pulcras, cuidadas las uñas color rosa, ni cortas ni largas, lo mismo que las de una dama de calidad". Manos que daban "frío al tocarlas, un frío que venía muy de adentro"; sus labios "algo gruesos, casi siempre un poco apretados, como para que no se escaparan sus secretos...".
A pesar de desearlo mucho, el sanjuanino no llegó a la que quedó en manos de Derqui.

Ya con un país unificado bajo la presidencia de Bartolomé Mitre, a fines de 1867, comenzó a sonar el nombre de Domingo Faustino Sarmiento como sucesor. Todos sabían que esto no convencía al presidente saliente, que prefería a su canciller: Rufino de Elizalde.

Revista El Mosquito. "¿Dónde está el bastón? Está en el Río Negro. Roca lo fue a buscar". Domingo 20 de abril de 1879.

Parecía que don Domingo quedaría fuera. No tenía partido y se encontraba en Estados Unidos. Pero Lucio V. Mansilla dio giro a esta historia y lo propuso, contó así con el apoyo del Ejército. Adolfo Alsina se unió, consciente de que no le daban los números para llegar a la cumbre, decidió sumarse: aportó su nutrida militancia porteña y a cambió recibió la vicepresidencia. Contra los deseos de Mitre, el 12 de octubre de 1869 un maestro se volvió presidente.

Durante las siguientes elecciones, mientras Buenos Aires danzaba en torno a Adolfo Alsina -que esperaba esta vez llegar a la presidencia- y Bartolomé Mitre, la candidatura de Nicolás Avellaneda no se tomaba muy en serio.


Incluso "El Nacional" -periódico alsinista- se burlaba de él utilizando siempre diminutivos, haciendo eco de una broma bastante generalizada sobre su estatura. Lo llamaban "chingolo" o "taquito": porque el tucumano Avellaneda agregaba tacos a su calzado para verse más alto.

Una caricatura satírica de la revista El Mosquito. Sarmiento al centgro.

A Sarmiento no le importó favorecerlo abiertamente. Tras unas legislativas, Alsina entendió que no tenía los votos suficientes para imponerse. 

Nuevamente resignado, sumó sus fuerzas a las de Avellaneda asegurando otra victoria ajena.

La historia que pensaban escribir veía a Alsina como sucesor de Avellaneda, pero murió antes. Su lugar fue ocupado en todo sentido por Julio Argentino Roca, quién llegó a la presidencia en 1880 tras la traición de Avellaneda a un Sarmiento esperanzado en volver al sillón de Rivadavia. 

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