Como presos que quieren seguir enjaulados por miedo a no poder reinventarse afuera

Los argentinos actuamos como "tumberos", los presos que ya se acostumbraron a vivir así y aunque se quejen, tienen pánico de tener que empezar de nuevo afuera del sistema en el que conocen cómo y a quiénes pedirles qué.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

El candidato del gobierno, Sergio Massa, actúa en la campaña que pretende reelegir a la actual gestión como el carcelero que extorsiona por complicidad a los presos: ¿qué cosa peor puede ofrecerles si ya están privados de su libertad y sobreviviendo en una de las típicas cárceles argentinas, en promedio indignas, miserables? 

En el sistema penitenciario, los presos más dóciles son los que están a punto de recuperar el derecho a volver a la calle y, por lo tanto, su inestabilidad interna es total: tienen pánico a la libertad, porque creen que no van a poder reconstituir su vida afuera y, a la vez, sufren el escarnio interno, porque el resto se queda, aun los custodios uniformados que seguirán en ese trabajo cuando se vayan.

De tal modo, la regulación del tiempo para evitar un abrupto cambio termina siendo una moneda de cambio. Los amenazan con soltarlos antes de la fecha indicada. Les indican que ya no hay lugar para ellos adentro y que deben buscar casa, afecto y trabajo.

Parecerá curioso, tal vez incomprensible. Pero quienes conocen cómo funcionan las cárceles viven situaciones así permanentemente. No todos tienen una vida afuera, aun cuando lo de adentro no pueda ser calificado estrictamente como "vida".

De tal modo que los argentinos, prisioneros de una conducción política que da y quita a su gusto, que abre o cierra las celdas, que pone todos los cepos que se le ocurran, y se podría decir qué cosas se pueden comer y cuáles resultan inaccesibles, estamos ante la extorsión del miedo: o nos quedamos así como estamos, o afuera nos aterrará la libertad.

A esto último se lo representa con Javier Milei, a quien se señala como un extraterrestre que aterrizó para meternos en frascos y experimentar (bien podríamos ser, además, una temporada completa de Los Simpson), y no se acepta que el extraño libertario es producto de la propia incapacidad de la política argentina de evolucionar, empecinada en disfrutar de sus privilegios eternos, espalda contra espalda.

Lo vemos: demasiado rápido los radicales no neutralistas salen a empatizar con el peronismo, constituyendo un eje de status quo -por horrible que sea la realidad actual argentina- que los deja al desnudo como socios del triste presente.

Se han hecho amigos del "Poronga" del pabellón y son buchones del jefe del penal: saben a quién pedirle qué y cuándo solo para seguir sobreviviendo, aunque sea a los sopapos, y aun poniendo a riesgo su propia integridad física y moral.

Prefieren desconocer o negar las posibilidades de que fuera de ese régimen en el que se mueven con facilidad pueden ser parte de nuevos equilibrios que le den una orientación práctica a la "libertad": nadie tiene tanto poder fuera de esta cárcel (y eso se puede transformar en una oportunidad de plantear las cosas de otro modo) como el puño fanfarrón del mandamás de la prisión.

¿Es Milei esa libertad prometida y no deseada? Es una analogía posible, útil para el análisis, aunque no completa. Como tampoco lo es la metáfora de "Massa carcelero". Pero sirven.

El asunto es que Milei, "el afuera" de este sistema, representa la válvula de escape, con todos los riesgos que implica, de seguir siendo prisioneros en condiciones infrahumanas, de una democracia más imperfecta que la esperada, como es esta, en donde un grupo decide qué se puede hacer y qué no, que lo regula todo, que desde las universidades y clubes de fútbol impone qué hay que votar poco sutilmente diciendo a quién no. Todos esperan su "rancho" por colaborar con el patrón del pabellón. Y lo tendrán. No más que eso

Pero les parecerá suficiente ante el miedo a tener que empezar de nuevo, con otras reglas, que podrán ser mejores, pero hoy desconocidas. Son pocos, al final y más allá de los biribiris de las discusiones, los que están dispuestos a aprender y reinventarse.

FInalmente, actuamos como prisioneros a punto de salir de la cárcel, pero con miedo a no poder reconstruir nuestra historia desde otro lado que no sea con un pie arriba de nuestras cabezas.

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