Fábulas que van desde las mentiras a los engaños del mercado

Reflexiones fruto de una experiencia difícil durante la dictadura.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza

Continúo con la segunda parte del tema "Las fábulas para los niños", publicada días atrás en Memo, con el título "¿Son necesarias las fábulas para el desarrollo del niño?".

Mis reflexiones sobre el tema del título de hoy no pueden ignorar la experiencia que tuve durante mi juventud. Fue una experiencia que me permitió comprender cuán significativo es el papel de la literatura infantil en la formación de una visión del mundo en los niños, y en los adolescentes, y cuán claro y objeto de atención esto fue también por parte del régimen militar cuyo poder caracterizó esos años.

El gobierno militar, que prevaleció en Argentina de 1976 a 1983, tuvo características particularmente feroces y también activó métodos institucionales e informales de control sobre las actividades culturales y la información, especialmente aquella que tenía una amplia difusión entre la población. El 24 de marzo de 1976, un golpe militar derrocó al gobierno constitucional de Isabel Perón y el jefe del ejército Jorge Rafael Videla, presentado ante los argentinos y el mundo como un profesional moderado y un católico ferviente, fue designado presidente. Durante los años de dictadura -la sexta sufrida en menos de cincuenta años y la más sangrienta en la historia del país- decenas de miles de opositores, entre ellos los escritores Haroldo Conti y Roberto Santoro, el director Raymundo Gleyzer y el autor de historietas Héctor Oesterheld fueron asesinados, un gran número de ciudadanos fueron hechos desaparecer, muchas personas fueron exiliadas y cientos de niños fueron separados de sus padres (Servicio de Estudios - Departamento de Asuntos Exteriores, 2012). También se provocó un enfrentamiento armado con Inglaterra por la posesión de las Islas Malvinas, se destruyó gran parte del aparato productivo del país y se quintuplicó la deuda externa. Estos fueron crímenes juzgados posteriormente por las instituciones del derecho internacional como crímenes contra la humanidad.

Incluso las actividades escolares y culturales no escaparon a la agresión del régimen: las enseñanzas universitarias de psicología y antropología de la Universidad de Córdoba fueron abolidas y la enseñanza de las matemáticas modernas, consideradas subversivas, fue prohibida en las escuelas. Muchos profesores y estudiantes de humanidades de distintas universidades fueron perseguidos e incluso la música de Mercedes Sosa y El Principito de Antoine de Saint-Exupéry fueron prohibidas. Yo mismo lo viví aquí en Mendoza desde la Universidad en la que estudiaba junto a otros compañeros de distintas facultades fuimos llevados (aparentemente porque teníamos los ojos vendados) al Palacio Policial para que habláramos y declaráramos sobre cosas que desconocíamos. Una cicatriz en mi cuerpo me recuerda ese hecho, del cual por varios años, ni mi familia ni mis amigos estuvieron al corriente , para poder protegerlos.

La escritora, poeta y música María Elena Walsh, en un artículo publicado en agosto de 1979 en la revista «Clarín» y luego retomado en su libro Desventuras en el país jardín de infantes, describió así a la Argentina bajo la dictadura:

Ya que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos e imaginamos. [...] La omnipresente y diligente censura transforma uno de los centros culturales más ilustrados del mundo en una escuela infantil, una fábrica de engaños que sólo puede ofrecer lo que es infantil, lascivo y frívolo. [...] Todo esto ha transformado nuestro medio cultural en un pestilente suspiro de sospecha, denuncia, intriga, presunción y anatema (Walsh, 1993, p. 65).

Además de la radio y la televisión, el régimen, para difundir sus ideas y valores, contrató hombres y medios para seleccionar y controlar los periódicos y toda la producción editorial.

No fue menor la inversión que se dedicó al ámbito educativo, respecto del cual el régimen intentó alcanzar un doble objetivo: lograr que la ideología dominante se hiciera suya.

Desde las generaciones más jóvenes se fue orientando la formación de los futuros ciudadanos, tratando de obtener la adhesión de las familias a los contenidos educativos impuestos y transmitidos a través de las escuelas. Para alcanzar estos objetivos, se capacitó e implicó a operadores y docentes y se invirtieron cuantiosos recursos económicos y profesionales en programas de televisión dedicados a la infancia, en la redacción de libros de texto escolares y en la edición de publicaciones dedicadas a niños y adolescentes. una difusión muy amplia y capilar, estando disponible en todas las imprentas, y siendo muy cautivador, también gracias a las imágenes y fotografías en color, en años en los que las retransmisiones televisivas se limitaban al blanco y negro ( me reservo de mencionar el título de esas publicaciones).

La ideología dominante mitificó la preservación de los valores tradicionales, presentados como naturales: así como se había restablecido el orden y la autoridad en las instituciones públicas, también había que restablecer las jerarquías y la autoridad paterna en las familias, con la amenaza de graves consecuencias para quienes no se conformaban. a los modelos sociales impuestos. La restauración conservadora, evidentemente, no se limitó a declaraciones cargadas de retórica y dedicó grandes esfuerzos a la implementación de políticas y medidas económicas y sociales que favorecieran a las clases privilegiadas, aquellas que habían esperado, inspirado y propiciado el advenimiento del régimen (Novaro y Palermo, 2003).

La adhesión a la ideología conservadora -adhesión que se hizo mayoritaria gracias al trabajo de convicción de que el régimen constituía la única alternativa al caos social- no se limitó a influir en las familias, sino que se extendió a todas las instituciones, especialmente a las funcionales a la reproducción cultural. especialmente a instituciones educativas y religiosas.

Muchas personalidades, pero también mucha gente corriente, civiles y militares, laicos y religiosos, hombres y mujeres de todas las procedencias, aceptaron la represión violenta de cualquier disidencia, llevada a cabo con métodos ilegales y justificada como necesaria para la realización de un proyecto de orden social. Junto a las categorías sociales de consenso, el miedo provocó el crecimiento de un vasto sector de la población que adoptó la lógica del "prefiero no saber", dando vida a un mecanismo de negación de las atrocidades que se perpetraban a diario en las comunidades. en todo el país, una negación justificada por la falsa representación, transmitida por el poder, de que las víctimas de la represión eran guerrilleros. En las instituciones educativas, el régimen intervino cambiando los programas de estudio, reprimiendo la resistencia con el despido de miles de docentes y estableciendo un clima de denuncia y miedo. La retórica sobre la educación de niños y jóvenes también resultó funcional en la difusión de conductas de violencia familiar, protegidas por el silencio, a su vez transmitidas por el miedo. El régimen reconocía la autoridad tradicional del padre de familia con la condición de que cada familia se ajustara al modelo social propuesto.

Los medios de comunicación, las publicaciones infantiles e incluso los cuentos de hadas se convirtieron en una de las principales herramientas para arraigar la visión del mundo transmitida por el régimen y para establecer el miedo que impregnaba los pensamientos y los consiguientes comportamientos.

El engaño escondido en las páginas.

Son muchas las investigaciones que tratan la relación entre las comunicaciones y los contextos en los que se producen. Teun Van Dijk (2001) y Eliseo Verón (2001) han propuesto interesantes reflexiones sobre este tema: para estos estudiosos un texto o un discurso es el lugar de manifestación de múltiples huellas que dependen de diferentes niveles de determinación. Esto significa que toda comunicación está relacionada con diversos factores y que revela muchos aspectos del contexto en el que se produjo. De ello se deduce que, al analizar las comunicaciones, podemos descubrir las huellas de la situación social y cultural en la que fueron elaboradas y manifestadas (Van Dijk, 2002).

Al examinar la producción literaria dedicada a la infancia, podemos intentar comprender a través de qué herramientas y con qué estrategias lingüísticas el régimen argentino intentó transmitir a los niños representaciones y contenidos que se ajustaban a su ideología. Un factor que no se debe pasar por alto es el fuerte impacto que la literatura infantil tiene en la educación, al estar compuesta por cuentos y cuentos de hadas, textos con los que todos los niños entran en relación desde muy pequeños, tanto en el contexto familiar como escolar. y social. También es necesario reflexionar sobre la presencia omnipresente de los contenidos propuestos, que en los años de la dictadura no se limitaban a los libros de texto escolares, sino que también llenaban las revistas pedagógicas, difundidas y utilizadas de manera capilar por profesores y educadores, ya que proponían sugerencias y ejercicios didácticos, así como indicaciones de actividades lúdicas con las que entretener a los niños. Muchos profesores de primaria los utilizaron ampliamente (a veces inconcientemente) como herramientas complementarias a los contenidos previstos en la enseñanza, incluso si las propuestas didácticas descritas a menudo no tenían conexión con los programas, por el hecho de que proponían textos presentados como novedosos y atractivos para los niños. El prestigio de que gozaban las principales revistas pedagógicas fue transmitido y legitimado por instituciones escolares, laicas y religiosas, y por un amplio sector social. El objetivo de las propuestas educativas y de entretenimiento propuestas era claro: explotar la enseñanza, utilizando historias e imágenes cautivadoras, para influir de forma oculta en la educación de los niños.

Jean-Michel Adam, citado por Guiomar Ciapuscio (1994), describe las características comunes de las narrativas inspiradas en la historia, los cuentos de hadas, las canciones infantiles, las anécdotas y los refranes: una unidad temática, una sucesión de acontecimientos, predicados utilizados para indicar la sucesión de acontecimientos , un proceso del mismo, una moraleja final.

Y nuevamente Simonin Grumbach, Ciapuscio (1994), considera que la función de mantener la memoria de un pasado significativo es por su influencia en el presente y por la transmisión de ideas y valores. Además, la influencia no se limita a la actualización de una memoria, sino que a este aspecto añade la atribución de una verdad histórica que, en consecuencia, resultará convincente y, por tanto, tranquilizadora.

Los cuentos y las historias de vida tienen una caracterización similar a la de la novela que, como sugiere Umberto Eco (2003), propone una estrategia textual que otorga autoridad al narrador, ya que se lo imagina presente en el lugar y tiempo de los hechos narrados.

La literatura infantil, por lo tanto, en cada una de sus características, cobra significado en un contexto social específico y, al mismo tiempo, contribuye a la formación de la cultura de la sociedad de la que es expresión. En su dimensión simbólica tiende a naturalizar y legitimar la producción y reproducción del poder, sugiriendo representaciones de situaciones sociales cuyos conflictos, escenificados por la trama narrativa, verán al mal derrotado por el bien. Lo que importa no son tanto los hechos narrados, sino el uso que de ellos hacen los protagonistas, personas o instituciones, de un contexto histórico y cultural específico (Contursi y Ferro, 2000).

Otro aspecto significativo, que podemos identificar como característico de los libros, revistas y periódicos dedicados a los niños durante los años del régimen militar, es el hecho de que nunca se indican las referencias bibliográficas de las narrativas propuestas de vez en cuando. Se suelen utilizar textos de clásicos reformulados y adaptados, como las fábulas de Esopo, pero omitiendo indicar el autor de las adaptaciones. Cuando los animales son los protagonistas, el criterio propuesto en las interacciones es el de legitimar la ley del más fuerte, quien podrá decidir de vez en cuando cómo tratar al más débil, que sufrirá y obedecerá, poniéndose a su servicio.

El tiempo y los lugares de los acontecimientos descritos, generalmente indeterminados, confieren una representación de universalidad, de tal manera que el lector se siente implicado en esos acontecimientos. El narrador casi nunca se revela, posicionándose como una voz externa, asumiendo así autoridad, legitimando el juicio moral que pretende inferir de la historia narrada. La narración, los juicios y la moral del narrador asumen entonces la característica de una lección de vida y la estrategia narrativa de énfasis emocional en los acontecimientos construye la condición para obtener el interés, captando la atención del lector.

La gramática y la sintaxis también contribuyen significativamente a la intencionalidad del lenguaje lejano.

La elección de lexemas (en lingüística: "Parte que se mantiene invariable en todas las palabras de una misma familia; expresa el significado común a toda la familia y puede coincidir o no con una palabra entera") y el uso de campos semánticos que sugieren la positividad de la conformidad con la autoridad y la introducción de terminologías que no son propias de la lengua oficial y que instituyen una lengua estandarizada que oscila entre una simplificación extrema y una lengua más culta. Expresiones y un lenguaje que el escritor y el lector no utilizarían en la comunicación cotidiana. Las situaciones descritas, a menudo paradójicas, presentan un desarrollo con características que se repiten de forma estereotipada y los protagonistas de los hechos narrados gozan de la autoridad que legitima su papel de transmisión de una moral a la que conviene ajustarse, sugerencia que no es explícito pero transmitido a partir del desarrollo de los hechos descritos. Estos últimos a veces se sitúan en los contextos de la infancia del autor, quien luego, ya adulto, los describe. Otras veces el narrador se esconde, permanece externo a los hechos narrados, relacionándose indirectamente con los personajes de la historia. Incluso la historia es plagiada: a partir del pretexto narrativo, los personajes, convencionalmente considerados héroes nacionales, son descritos como legendarios, sin debilidades, animados sólo por el amor a la patria y a la vida cotidiana, se describen actitudes, comportamientos, valores y tradiciones en de manera nostálgica, siguiendo el modelo de las pinturas costumbristas.

El mundo es representado por una mayoría que respeta la autoridad y que, en relación con su edad, se comportan como buenos padres o hijos, estudiantes o trabajadores concienzudos y obedientes a sus superiores, y por una minoría de personas marginales, sin dignidad. quien, según las situaciones representadas, se indicará, en relación con las situaciones descritas, como el negro o la negra, el indio, el pigro o el inútil.

Según Roland Barthes (1999), una narrativa no sólo se identifica con lo que narra, sino que va más allá del contenido. Y, en el caso de las publicaciones argentinas de la época de la dictadura, esa adición consistió en legitimar el orden social deseado e impuesto por el poder y sugerir un orden diferente como erróneo e intolerable. A través de la mediación de cuentos e historias de hadas, el orden impuesto se presentó como natural y los textos se convirtieron en un poderoso vehículo de conformismo social.

BIBLIOGRAFÍA

Extraído del libro

"La parola che forma" Fiabe, poesie, racconti e sceneggiature per riconoscersi e riconoscere ("La palabra que forma" Cuentos de hadas, poemas, fábulas y guiones para reconocer y reconocerse) CHADE, José Jorge© 2021 Edizioni Centro Studi Erickson S.p.A. Via del Pioppeto, TRENTO, Italia.

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