Nuestra tierra, nuestra historia
La cocina, el vino y el patrimonio cultural e histórico, como valor de la mendocinidad. Una nueva columna "Vinos y Comidas" de Juan Marcelo Calabria.
El patrimonio cultural es mucho más que una lista de edificios o monumentos históricos o un conjunto de costumbres pasadas. Es un latido constante en el corazón de un pueblo y de una región, una energía viva que se siente al recorrer nuestros caminos, al escuchar las historias de la tierra, al compartir una mesa con sabor local. En el caso de Mendoza, como hemos referido en numerosas oportunidades, es esa fusión mágica donde el vino, esa bebida ancestral y la identidad de nuestra cocina que nos define se abrazan en un entorno natural único creando un tapiz vibrante que no solo nos ancla a nuestras raíces, sino que también se convierte en un invaluable tesoro para quienes nos visitan, un legado que se ofrece para ser sentido y vivido.
Precisamente por lo expuesto es que hoy, quiero invitarlos a pensar en algo fundamental que nutre nuestra identidad y enriquece la experiencia de quienes nos visitan: nuestro patrimonio cultural. Mendoza es tierra de sol, de trabajo, de viñedos que dibujan el paisaje, pero es también un entramado tejido con hilos de historia, tradición, naturaleza y sabores. Este acervo no se limita a solamente a los edificios, monumentos, museos, o riquezas naturales; comprende tanto bienes materiales como inmateriales que, en su conjunto, configuran el alma de un pueblo. Es todo aquello que hemos heredado y que tenemos la responsabilidad de cuidar, preservar, poner en valor y también de legar.
Por supuesto que el vino, protagonista indiscutido de estas páginas, es en sí mismo un pilar de nuestro patrimonio. Su historia milenaria, sus nobles orígenes, su arraigo en la liturgia y su evolución a lo largo del tiempo nos conectan con raíces profundas. Varietales como el Malbec, Bonarda, Cabernet Franc, Chardonnay, etc. con su propia historia y proyección de futuro, son tesoros en sí mismos, ni que hablar del encanto del Tempranillo, y tantos otros varietales que son parte de esta riqueza que se celebra y se descubre en cada copa.
Además, el patrimonio mendocino late con especial fuerza en celebraciones como la Vendimia. Esta "fiesta máxima" es una epopeya que amalgama historia, tradición, cultura e innovación. Es un tiempo de celebración y renovación en el mundo del vino, que ofrece múltiples oportunidades para disfrutar de nuestra identidad. Detrás de cada botella, de cada tradición, hay personas. Los enólogos, referentes de la industria, aportan su conocimiento y pasión día a día. Las nuevas generaciones de viticultores, demuestran el papel crucial de los jóvenes en la preservación y promoción de este legado. Son ellos quienes aseguran que esta historia continúe latiendo.
Tampoco podemos olvidar dentro de nuestro patrimonio e identidad el protagonismo y vital importancia del agua. Sin ella, no hay vid; sin vid, no hay vino. Este recurso preciado es fundamental para nuestra provincia y es parte intrínseca de la identidad y el paisaje cultural que ofrecemos al mundo. Reflexionar sobre su cuidado es también valorar profundamente nuestro patrimonio. Y toda esta riqueza cultural, la historia del vino, la celebración de la Vendimia, el conocimiento de nuestros productores y hacedores, la singularidad de nuestros varietales, la cocina que nos identifica, no solo mantiene viva nuestra identidad, sino que se convierte en un formidable motor para el turismo. Mendoza se presenta así como un destino donde el vino, la gastronomía, la naturaleza y la cultura se entrelazan indisolublemente, y por ello cuidarla, protegerla y enriquecerla es también sembrar futuro.
Recordemos que la oferta enoturística y gastronómica, que incluye desde la alta cocina armonizada con nuestros vinos hasta los sabores auténticos de cada rincón mendocino, es parte de esta experiencia cultural que podemos ofrecer al visitante. Iniciativas como los caminos del vino o innovaciones recientes como la cocina de identidad, o con mucha más tradición como la puesta de valor los caminos de la libertad y el pasaporte sanmartiniano, son ejemplos concretos de cómo ponemos en valor nuestro patrimonio para el disfrute de las actuales y futuras generaciones de mendocinos, y también de quienes nos eligen como turistas y visitantes.
Mendoza: entre los caminos del vino y los caminos de la libertad
En un mundo donde las experiencias auténticas y emotivas son cada vez más valoradas, el turismo cultural y de vivencias se nutre directamente de la riqueza patrimonial. Poder sumergirse en la historia, participar de las tradiciones (como un almuerzo tradicional, la cosecha, la elaboración artesanal de algún producto autóctono, etc.), o conectar con quienes hacen posible la magia del vino, el aceite de oliva, nuestras conservas, etc., a lo que se agrega la cortesía, la alegría y el buen trato, transforman una simple visita en un recuerdo imborrable y en un "querer volver siempre".
Sin embargo, esta puesta en valor para el turismo y la reafirmación de nuestra identidad dependen de un compromiso fundamental y de un trabajo conjunto público privado, entre estado, empresas y sociedad: el cuidado y la preservación de todos y cada uno de los bienes materiales e inmateriales: tangibles como nuestra hermosa cordillera o intangibles como la memoria viva de nuestras tradiciones. Nuestro patrimonio no es un recurso inagotable; requiere atención constante, inversión y, sobre todo, una profunda conciencia de su valor intrínseco, que va mucho más allá de lo económico, y aquí como siempre destacamos la educación, difusión y formación son centrales.
Es así que como mendocinos y anfitriones, tenemos el desafío y la responsabilidad de proteger ese valioso legado del patrimonio cultural, sobre todo. Valorar nuestros bienes culturales, materiales e inmateriales, es asegurar que la historia, la tradición y la identidad de Mendoza perduren vivas en el tiempo. Es garantizar que las presentes y futuras generaciones sean amantes de esta tierra y puedan seguir brindando por los recuerdos, los deseos y los sueños, nutridos por la misma esencia que hoy nos convoca. Porque como siempre decimos nada mejor que un buen vino para contar una buena historia ¡Salud, por Mendoza y su invaluable patrimonio!