Soy el color

Así como en su momento Eduardo Da Via escribió en Memo sobre la importancia del sonido, aquí lo hace, con sabiduría y calidad, en torno a los colores.

Eduardo Da Viá

Sí, creo oportuno que ahora, después de siglos debatiendo el hombre acerca del color o mejor dicho de los colores, me cedan por un momento la palabra para explicarles quién soy dado que nadie mejor que yo mismo para allanar dudas y posturas desde lo científico a lo artístico.

Y aquí me temo que mi primera aserción pueda parecer en realidad absurda, dado que junto con mi gran amigo el sonido, lisa y llanamente no existimos.

Por lo menos en la forma en que ustedes nos perciben, somos meramente eso: percepciones de vuestros cerebros y de la mayoría de los animales que captan a través de órganos especializados, vectores del estímulo pertinente en cada caso, y que terminan vivenciándose como color o sonido.

Sé que están tentados de tildarme cuando menos de necio y cuando no de loco o alterado mental.

Pues bien, a las pruebas me remito: los desafió a que tomen un frasco de vidrio mediano de boca ancha, limpio por cierto, y vacío y háganle penetrar por la boca una haz de luz de cualquier color, el rojo del sensor de cualquier alarma por ejemplo lo que ocurrirá es que el frasquito se verá rojo de base a boca; ahora sin apagar la luz de la alarma, tápenlo; verán que de inmediato vuelve a su color grisáceo original, si persiste la duda destápenlo y verán que ninguna luz emerge de su interior a pesar de que un instante antes estaba relleno de luz roja.

¿Y esto por qué? Pues por lo que dije más arriba el color es sólo como los humanos perciben ciertas longitudes de onda de la luz solar y a las que convencionalmente denominan rojo. Lo que el cerebro capta no es el color rojo, sino un estímulo que él traduce como color rojo.

Soy la W: vigésimocuarta de veintisiete

Un daltónico, seres que padecen de daltonismo, enfermedad que se caracteriza por la percepción distorsionada de esos estímulos e incluso por la no percepción de algunas longitud de onda, repito, un daltónico quizá lo vea grisáceo o directamente no lo ve.

El misterio lo develó el genial Newton cuando hizo pasar un haz de luz blanca a través de un prisma y el haz emergió dividido en los siguientes colores: Rojo (el color que experimenta la menor desviación).

Anaranjado.

Amarillo.

Verde.

Azul.

Añil.

Violeta

Pero tampoco significaba que esos colores estuvieran contenidos en la luz blanca, sino que la misma tiene diferentes longitudes de onda que al separarse por efecto del prisma, son percibidas bajo la forma de lo que se denomina convencionalmente colores.

Sin luz definitivamente no hay colores y todo se torna negro que es la ausencia de luz.

El color existe en la naturaleza desde el Big Bang en adelante, pero siempre después del famoso "Fiat Lux" del Creador cuando iluminó las tinieblas originales. Sin ser creacionista admito que en algún momento algo o alguien encendió la luz y el mundo se vistió de colores, dado que si bien el hombre todavía no existía, ya había vida sensible a las distintas longitudes de onda.

Hoy el mundo es una amalgama de sonidos y colores inexistentes pero percibidos como tales y que merced a la indiferencia de los generadores asedian constantemente llegando a alterar la calidad de vida de las personas e incluso a producir enfermedades mentales.

Tanto el ruido como el color somos invasivos, nos colamos por el menor resquicio sin solicitar permiso alguno, de tal forma que, involuntariamente por cierto, envolvemos y hasta asfixiamos a las pobres víctimas.

Soy el ruido

Los responsables son los humanos socialmente inadaptados, que sea por diversión o por actividades comerciales producen esa mixtura dañina a la que por si fuera poco le agregan como aderezo el movimiento, otro estímulo que según la intensidad y la frecuencia, es perjudicial también.

Pero no todo es negativo respecto del color, independientemente del origen científico, todo lo contrario. Pareciera que el hombre está genéticamente capacitado para disfrutar de nosotros y así poder distinguir no sólo la noche del día sino la infinita gama que la naturaleza le ofrece en sus tres reinos, y de los cuales aprendió a extraer el material colorido para teñir sus ropas, para pintar su albergues, para iniciarse en el arte de la pintura, inicialmente rupestre, luego, evolucionado el soporte, dar lugar a la pintura como arte excelso y a la que estamos acostumbrados hoy, muchas veces guarecidas en recintos especiales llamado museos o pinacotecas, del griego pinakos= cuadro y theke= caja o recinto.

Pero también tenemos otra faceta positiva, junto a nuestro socio el sonido podemos ofrecer momentos de deleite espiritual, de paz y relajación, de reconciliación.

Existe una afección, la discromatopsia, que consiste en la percepción distorsionada de nosotros los colores, en cuyo caso el paciente aprende a traducir el color por él percibido, diferente a la percepción que del mismo tienen la mayoría de los humanos.

Por desgracia, aunque muy excepcionalmente, pueden presentarse casos de acromatopsia, es decir la imposibilidad distinguir la totalidad de los

colores. También aquí, el cerebro que todo lo puede, sale en ayuda del desvalido y aprende no a vernos como colores pero sí a interpretarnos bajo una sensación diferente.

Pareciera que el humano no puede llevar una vida placentera sin la percepción de colores y sonidos por cuanto estamos diseñados para captarlos, y cuando esa posibilidad no existe por padecer esas afecciones, la tecnología va en camino de solucionar ambos déficits afortunadamente.

Pero hay una fase paradojalmente oscura del hombre, justamente en referencia a los colores, y es cuando se yergue en juez condenatorio y discriminativo de los colores de las pieles de sus congéneres.

El hombre es naturalmente malo, según mi punto de vista y el de muchos pensadores, y no trepida en valerse de razones espurias, tales como que las personas negras carecen de alma y por tanto son animales a los que como tales es lícito tratarlos, como si fuera correcto maltratar animales por el solo hecho de serlos

También durante siglos hubo marcado desprecio por las etnias de piel amarilla, ante las cuales hoy el orgulloso blanco se inclina, doblegado por las indiscutidas manifestaciones de igualdad e incluso de superioridad en ciertos aspectos, que los "chinitos" nos ponen sobre el tapete.

Hay etnias, y no razas, con colores más oscuros, hasta el negro azulado que es el más ostensible. De ninguna manera el color de la piel es índice de nivel de inteligencia ni de capacidad mental, de hecho existen personas destacadas en cualquier campo del hacer o del saber humano que lucen pieles diferentes a la blanca.

El mundo disfruta hoy de infinidad de comodidades y beneficios derivados de la labor de científicos y escritores negros.

Nosotros los colores, cuando se trata de la piel, obedecemos a reglas de las que no podemos evadirnos, y que tienen que ver con la constitución química, histológica: mayor o menor cantidad de melanocitos, células fabricantes del pigmento melanina de color negro y que reaccionan a la luz ultravioleta impidiendo o dificultando su paso para evitar quemaduras, y con la latitud a la que normalmente viven por cuanto de ello depende la cantidad de radiación ultravioleta que llega a la tierra, y en última instancia nuestro color depende de cómo lo perciba el sujeto en cuestión.

También se nos han asignado simbolismos: rojo la pasión, verde la esperanza, azul la serenidad y así, aunque depende de la atribución que nos confieren los distintos países.

Personalmente, yo, Eduardo Da Vía, soy un enamorado de los colores, y aunque científicamente sé que no existen, disfruto plenamente de la ilusión de captarlos y de registrarlos con mi cámara fotográfica.

Cada día, cuando riego el jardín, me coloco de espaldas al Sol y creo mis propios arcoíris, que aun cuando repetitivo siempre me produce embelesamiento; pero no tanto como para ir a buscar el enorme pote lleno de monedas de oro de donde, según cuenta la mitología, sale la luz del arco.

¡Feliz Año Nuevo al personal y lectores de Memo!






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