La vuelta a Suarez y Fernández en 80 días de gestión

Las nuevas gestiones cumplieron 80 días. Situaciones más diferentes que análogas entre el gobernador Rodolfo Suarez y el presidente Alberto Fernández, dos que quieren quererse pero no pueden ni tienen espacio y acompañamiento para que esa relación fructifique. Cómo se las arreglan para adquirir su propia personalidad en medio de las situaciones condicionantes para ambos.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

La inercia del acelerado gobierno de Alfredo Cornejo deja al arranque de la gestión de Rodolfo Suarez con mil opiniones diversas (y posiblemente ninguna atinada) en torno al tono que caracterizará a su gobierno.

Suarez está tratando de ser Suarez, en medio de propios y ajenos que insisten en la manía de decirle qué mascaras usar, cuando no tendría por qué hacerlo y cuando la evaluación de su mandato todavía no tiene por qué comenzar. Acaso, hay una chance de hacerlo en su discurso de inicio del año legislativo, en donde se verá si utiliza un discurso de obviedades o le echa cemento a las zapatas de su construcción para la historia de Mendoza

Ha habido gobernadores que el primer día imprimieron su impronta y otros, a quienes hubo que esperar la maduración en el cargo. Cada cual requiere su tiempo y, necesariamente, desde la soledad del poder en la que toman decisiones (o dejan de tomarlas) se cultiva mucho más que una actitud personal, sino el destino de dos millones de personas que dependen de lo que haga o deje de hacer.

El futuro, entonces, puede estar más cerca o más lejos. La marca de cada mandatario es la que impone la distancia, la que regula los tiempos. Y la impaciencia en épocas difíciles, lo que termina tallando en su imagen pública.

Suarez lleva 80 días ocupando el Sillón de San Martín y arrancó tomando una decisión a fondo, reclamada por unos sectores y repudiada por otros. Ganaron los últimos, a pesar suyo. Cuando los agoreros esperaban que se opacara para siempre el mandato de un gobernador que, se dijo, borró con el codo lo que había firmado a conciencia con respaldo en las urnas, la sociedad terminó comprendiendo su traspié.

Perdieron más sus aliados de la oposición que él mismo, a quien la ciudadanía -de acuerdo a lo que dicen las encuestas- parece haberlo si no perdonado, dado una chance más, al considerarlo más una víctima que otra cosa.

Sin embargo no se gobierna (bien) desde un permanente rol de "víctima". De hecho, la inercia que dejó el gobierno de Cornejo deja los reflejos de un Poder Ejecutivo siempre del otro lado, a la ofensiva.

Ese no el estilo de Suarez. Ni se hereda ni tiene por qué continuarlo, está claro. ¿Cuál será entonces?

Un repaso por diálogos sostenidos en las últimas semanas por Memo con sus ministros permiten dibujar un identikit del Gobernador.

A priori, es un hombre que prefiere hablar todo antes de obligar a todos a hacerlo. Allí hay un cambio sustancial. Antes, el líder del equipo que ahora le toca conducir a Suarez, Cornejo, primero hacía hablar a todos tras provocarlos y luego, se guardaba para sí el remate.

"Nos deja hacer", dicen por separado, pero coincidentemente, los ministros, aquellos que tienen y que no poseen experiencia en el.cargo. Entonces, puede apreciarse que es un gobernador que delega y solo después, escucha y corrige.

¿Es este Suarez el mismo que era intendente de la Ciudad de Mendoza? A la hora de gobernar, le toca primero, en esta etapa, dominar la Casa de Gobierno. Luego, el Gobierno todo.

No es el mismo, aunque lo prefiera. No existe la comodidad del municipio que funciona solo y en el que la figura del jefe comunal es casi sagrada.

Ahora las tensiones son mayúsculas y ningún esquema de la coyuntura le sonríe: 

- no lo hace la configuración de fuerzas a nivel nacional ni su trasposición a escala local, en donde no solo hay competencia interna permanente en el peronismo, que todo el tiempo debe sobreactuar su rol de oposición hasta que la perinola determine quien manda, sino que son un puente inestable y colgante, peligroso, hacia el funcionariato nacional.

- Ni hablar de la ausencia de recursos para hacer cosas o pagar las que se deben: todo aparece muy trabado y allí es cuando el afán de diálogo aparece como un arma con balas de fogueo en medio de una guerra sanguinaria por dominar el campo de batalla político.

Sin embargo, Suarez parece confiar en que el trabajo en equipo vencerá a los ansiosos. Y sobre todo, a juzgar por el testimonio de sus "ministros secretarios", de que es mejor ser pacientes que lanzarse a la yugular de los que parecen animados a impedirle salir del fango. Claro, solo hay que esperar  que el exceso de ansiedad interna no termine por frustrarle desde adentro su forma de echar al ruedo las acciones que se esperan de él.

Así como no puede juzgarse definitivamente al gobierno del presidente Alberto Fernandez en este lapso transcurrido desde su asunción, tampoco hay que hacerlo con Suarez, por más que un caso tenga poco que ver con el otro.

Uno y otro

La oposición chicanea con que el Gobernador "está secuestrado por Cornejo", para hacer notar la influencia o condicionamientos del exmandatario, pero no toma nota de lo propio, con una Cristina Kirchmer a la que el Presidente le rinde una pleitesía casi religiosa, tergiversando los roles constitucionalmente otorgados.

Ochenta días después podrá argumentarse que hay más dudas que certezas en Mendoza. Sin embargo lo más notorio es, claramente, que nace una nueva forma de gestionar en medio de una circunstancia económica y política especial, ya sin chances de ampliar la actividad económica y conseguir nuevos recursos. Así, sin nada que lo ayude a gobernar, aparece un Gobernador que busca cuál deberá ser el ritmo del motor, pero que a pesar de las luces en rojo en su camino sabe que no podrá quedarse solo carburando.

A nivel nacional, los 80 primeros días de Alberto Fernández han resultado un viaje en una montaña rusa.

 

Podría hacerse, caprichosamente, una comparación con Suarez y señalar que si algo los une es que ambos parecen estar demostrando cuál es la personalidad propia que caracterizará su paso por el poder.

Sin embargo puede observarse con nitidez que el caso presidencial es diferente: mientras Suarez para llegar a gobernador tuvo una doble disputa interna, primero con el preferido por Alfredo Cornejo, que era Martín Kerchner y luego con su contrincante dentro de la variopinta alianza Cambia Mendoza, el macrista Omar de Marchi, el caso de Fernández es insólito en el planeta, tal vez comparable con Vladimir Putin y Dmitri Medvédev. Suarez surgió de una disputa interna. Fernández fue impuesto por la expresidenta Cristina Kirchner, un sábado por la mañana, con un video desde algún rincón de la Patagonia, sorprendiendo a todos al sumar a uno de sus más feroces críticos.

Sin embargo, resultó que aquel revisionista del kirchnerismo cada día parece estar pidiendo disculpas por cada uno de sus dichos con acciones que lo conducen por una máquina del tiempo hacia el pasado, como si fuese una penalización que debe cumplir para obtener alguna "vida" más en un juego en el que si bien es el protagonista, el joystick lo maneja otra, Ella.

No es un caso al estilo de lo escrito y descripto por Robert Louis Stevenson en "Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde", sino de una persona que resulta consciente de ser sí mismo cuando puede y otro cuando no lo dejan.

En la gestión de Alberto Fernández las palabras y consignas van por un lado y los hechos, por otro. El peronismo se hizo del poder del país legítimamente solo por haber experimentado la unión del agua con el aceite en un frente tan lleno de contradicciones como de fuerzas antagónicas que, durante el tiempo preelectoral, le dieron energía y movimiento, pero que ahora amenazan con hacer estallar todo en mil pedazos, desde adentro. No, el agua y el aceite no se mezclan, aunque lo sepan disimular muy bien en medio del revoltijo.

Hoy no puede (porque no tiene con qué) repartir para saciar reclamos, ejerciendo el populismo que es la marca de origen. Por ello, solo queda la verbalización de un deseo que, a la hora de la verdad, solo puede ser celebrada por aliados a sueldo que ya no le levantan el ánimo a una sociedad alicaída y reclamante que los mira impávidos cómo hacen para intentar gobernar sin recursos, luego de haber ejercido el poder, casi siempre, con las arcas llenas y poder vaciarlas festivamente.

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