Vocación versus aptitud

El doctor Eduardo Da Viá pone en foco un programa maipucino que busca orientar vocacionalmente a los jóvenes. Su análisis y opinión.

Eduardo Da Viá

A propósito de un artículo publicado por Memo y referido a que la Municipalidad de Maipú llevará adelante cursos preuniversitarios y de orientación vocacional gratuitos para aspirantes universitarios del departamento, se me dio por repensar el remanido tema de las vocaciones.

En principio, y respecto del artículo mencionado, es digno de alabanza que un Municipio disponga de personas que no sólo se preocupan por el derrotero que habrán de tomar las vidas de los jóvenes habitantes de la comuna, sino que lo llevan a la práctica mediante el dictado de cursos, gratuitos por cierto, lo que los hace absolutamente accesibles, y que sin duda pueden llegar a ser de gran utilidad si se tiene en cuenta la alta tasa de desorientación que presenta la juventud actual ante la multitud de posibilidades de estudio y la compatibilidad de las mismas con las posibilidades económicas, en especial cuando se trata de Instituciones privadas, la salida laboral promedio que ofrece la profesión u oficio in mente y por fin el autoanálisis sincero de las aptitudes de que considere poseer para lograr el fin deseado.

Es no sólo lícito sino que hasta diría indispensable el pensar en la salida laboral, por cuanto de no disponer de ingresos devenidos de la familia o de otras actividades, la elegida y a la que piensa dedicarse como única tarea, ha de proveerle la remuneración que considere necesaria para el nivel de vida del que desearía disfrutar.

Hoy, yo diría que ésta es la meta que más acicatea para tomar una decisión.

El mundo moderno, en especial el occidental aunque no en forma exclusiva, padece de la enfermedad del poseer. Del poseer de dinero y de poder, ambas interrelacionadas de tal forma que la una trae o el menos puede traer aparejada a la otra. Y por si fuera poco se le agrega la inmediatez con que se pretende alcanzar el éxito.

El éxito a su vez depende en gran medida de las aptitudes que el candidato posea, condición que irá descubriendo con el transcurrir del tiempo, no siendo infrecuente el advertir que en realidad no nació para la actividad que realiza, lo que trae aparejada la frustración ante el fracaso, por cuanto eso es lo que le ocurre. Admitirlo lleva por lo general un tiempo más o menos prolongado, durante el cual trata de disimular la situación por cuestiones detales como: haber herido su propia autoestima, la inesperada sorpresa por parte de sus allegados en cuanto familiares o compañeros de labor y del interrogante que vuelve a surgir de qué hacer con su vida.

Cuadros depresivos, problemas de pareja, ataques de pánico, maltrato familiar, irritabilidad, insomnio, agresividad etc. son consecuencias que le pasan inadvertidas pensando que su actuación como si el éxito continuara es tan buena que nadie lo advierte, cuando resulta todo lo contrario.

Cuando finalmente acaba por admitir y confesar su situación, a la vez que experimenta un verdadero alivio, se entera que muchos ya lo imaginaban, en especial cónyuge e hijos.

La recuperación habrá de venir no sin antes percibir durante el tiempo que tarde, el diario sabor amargo de la derrota, que conspira contra nuevas decisiones ante el temor de la reincidencia.

La elección inicial supuso no sólo el éxito sino el placer de disfrutar una actividad que supuestamente le habría de resultar gratificante.

Ahora en cambio, habrá de elegir una que le permita vivir con decoro aun cuando no con alegría.

Afortunadamente no siempre es así, a veces el cambio de rumbo le permite por fin tomar el camino para él adecuado y que no supo vislumbrar varios años atrás.

La elección depende en buena medida de la experiencia que brindan o debieran brindar los estudios secundarios, durante los cuales no solo se aprenden conocimientos puros sino también y por imitación, las actitudes adoptadas por los docentes en la diaria tarea de enseñar.

Pero he aquí, que las tales actitudes dependen también de si el maestro solo trabaja de maestro o por el contrario "es maestro".

Cuando la enseñanza es simplemente correcta pero no apasionada, deja escasa, si es que alguna huella en el educando. Pasa desapercibido y no suscita la continuidad del aprendizaje autodidacta, el interés por profundizar el tema que por falta de tiempo curricular el docente no puede dedicarle.

He tenido la suerte de que me correspondiesen profesores de alma, de esos que lo dejan a uno pensando y que motivan incluso ir a comprar el libro que mencionó, a pesar de no ser quizá definitorio de su propio derrotero, pero sí contribuyente efectivo al acervo cultural del joven estudiante.

Tengo muy presente el ejemplo de Don Edmundo Correas, profesor de literatura en quinto año del Colegio Nacional y que al inicio del curso lectivo dedicó dos o tres clases Arturo Capdevila, intercalando a veces largos trozos de sus escritos que evidentemente cobijaba en su memoria y que al decirlos, cerraba los ojos y le brotaba la pasión en sus palabras.

Fue uno de mis arquetipos que dejó profundas huellas en mi saber, incluso me honró con una adenda a la calificación de una prueba escrita que rezaba "Tiene Ud. Vocación literaria".

Estoy convencido que esas cuatro palabras provenientes de un verdadero maestro, fueron semillas que hubieron de esperar casi sesenta años para germinar y hacer que me atreviese, como lo estoy haciendo ahora, a escribir en un sincero intento de emular al maestro.

Edmundo Correas no trabajaba de docente, era docente, y como tal, detector de posibles continuadores en bien de la profesión que tan brillantemente desarrollara y que lo tocara con la varita mágica de la vocación para llegar a destacarse como lo hizo.

Fui docente en Medicina desde el segundo año de la carrera y hasta la jubilación de facto acaecida hace ya muchos años, pero que aflora al menor descuido porque forma parte de mi ser.

Y aquí llegamos por fin al quid de la cuestión motivada por el artículo ut supra mencionado.

Insisto en mi felicitación por el interés puesto de manifiesto por la Municipalidad de Maipú, pero como médico-docente que he sido y soy, no puedo dejar de señalar el equívoco que implica el hablar de "Orientación Vocacional".

La vocación no se orienta, se tiene o no se tiene; se sufre si es necesario, pero se la ejerce contra viento y marea porque es el desiderátum insoslayable que se trae en el genoma.

Para no pecar de plagiario voy a tomar prestadas algunas expresiones del libro Vocación y Ética de don Gregorio Marañón que escribiera por allá, por el 1935 y que definen el tema como solo un erudito, miembro de cinco Academias, podía hacerlo.

El libro en cuestión fue mi biblia cuando mis inicios en la carrera de medicina y hoy como grato reaseguro de haber hecho lo que mi vocación me indicó debía hacer.

Dice Don Gregorio que vocación es la voz interior que nos llama hacia la profesión y ejercicio de una determinada actividad y no otra.

Etimológicamente del latín vocationem, acusativo de vocatio ´llamamiento, invitación´ de vocatus, participio pasivo de vocare ´llamar´.

Pero la vocación no se contenta con llamarte o invitarte, te exige obediencia, fidelidad e incluso exclusividad, casi como la tiranía de una amante.

Y sigue diciendo que la vocación legítima, ideal, es muy parecida al amor, a saber: la exclusividad del objeto amado y el desinterés absoluto en servirlo.

La vocación por antonomasia es sin duda la religiosa, al menos en el subconsciente colectivo, sin embargo hay otras tres que, en los casos puros, se acercan a las condiciones rigurosas del imperioso llamamiento religioso: la del artista, la del sabio y la del maestro.

Más la diferencia esencial entre las tres y la primera, es que el trío requiere de las aptitudes adecuadas para el correcto ejercicio del llamado en tanto que la religiosa es una vocación de amor para lo que no se requiere aptitudes especiales, sino la capacidad de amar

Las otras tres suponen una aptitud especial y no es nunca platónica sino que implica inmediatamente el "servir" al objeto de la vocación y al mismo efector porque de ello dependerá su subsistencia..

Para descubrir, para escribir, para enseñar se necesitan dotes innatas del alma y de la personalidad entera.

La aptitud no es sin embargo una condición sine qua non, pues se puede ser buen investigador, buen pintor o escritor, y hasta buen médico, careciendo de aptitudes especiales, pero nunca alcanzarán la condición de excelsos.

La vocación es amor, a no dudarlo, y como tal hay momentos en que nos hace inmensamente felices, pero en otros nos hace sufrir, llorar, dudar, pero finalmente triunfa el designio de ser lo que debíamos ser.

Y bien digo designio porque no podemos renunciar a él; una gran médico argentino, insigne pediatra, Don Florencio Escardó resumió en pocas palabras lo que acabo de expresar: "El verdadero médico no trabaja de médico, ES médico" Y yo le agregaría: aun después de retirado.

Lo mismo ocurre con el artista o con el sabio; son eso: artista o sabio, y no pueden dejar de serlo.

Cuántas veces un ilustre pintor luego de finalizado el cuadro de sus sueños, rasga la tela porque no le satisfizo y lo mismo hace el escritor echando su borrador recién terminado a las llamas, por la misma razón anterior. Y sin embargo se rehacen e insisten hasta el agotamiento o hasta la aprobación sincera de su obra.

Las profesiones vocacionales, es decir de amor, tienen la virtud de emocionarnos, primero durante el período de concepción de la obra, de la planificación si cabe, según la especialidad, luego nos emociona la realización, vale decir durante la ejecución de la tarea, aun cuando terminemos físicamente cansados y hasta agotados, y finalmente nos emociona en el período de relajación, cuando quedamos satisfechos de lo realizado.

Para terminar, una anécdota personal. En cierta oportunidad fuimos llamados los cirujanos en consulta por el Servicio de Clínica para tener nuestra opinión acerca de una paciente que presentaba un cuadro compatible con un cáncer de la unión entre el esófago y la faringe que solo le permitía tomar líquidos y con dificultad. La molestia databa de años y la pérdida de peso había llegado al estado de las víctimas moribundas del holocausto, sin embargo estaba lúcida y con ansias de vivir. Poco tiempo atrás en la bibliografía extranjera habíamos leído un caso similar pero debido simplemente al crecimiento anómalo pero benigno del musculito de la boca superior del esófago. El solo pensar que ese podía ser el diagnóstico correcto y con la consiguiente posibilidad de curación de la padeciente, me produjo una gran emoción; a los pocos días, durante la cirugía comprobamos que estábamos acertados, no era cáncer sino engrosamiento del músculo que se solucionó fácilmente y de nuevo la emoción de un diagnóstico que no comprometía ni la duración ni la calidad de vida para la enferma en cuestión. Al día siguiente, interrogada la señora acerca de cómo se sentía me dijo que solo le molestaba un poco la herida; le pregunté si le gustaría desayunar, a lo que respondió que ella no podía tragar. Yo le refuté asegurándole que ahora podría hacerlo y de inmediato le traje una taza de café con leche y galletas que hacía meses no deglutía.

Aun hoy tengo grabada la imagen de su cara, incrédula, al tomarse el líquido y las galletas como hacía dos años atrás. Confieso que a ambos se nos escaparon lágrimas de emoción.

De la misma pero triste manera se sufre ante la derrota en la lucha contra la Parca, no por orgullo herido sino por la vida perdida en nuestras propias manos.

Todo eso se experimenta cuando la vocación es la que guía nuestros pasos, a veces por verdes senderos bordeados de flores y otras por el filo de riscos bravíos que, aun cuando riesgosos no nos impiden avanzar.

Así se comporta la vocación, a diferencia de la aptitud que es simplemente la habilidad innata para hacer alguna tarea, y que muchas veces no pasa de ahí porque el agraciado no se dedica a cultivarla ni vivirá de ella, incluso es posible que no le agrade o que, en el mejor de los casos, la reserve como hobby para los tiempos libres, lo cual es absolutamente lícito.




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