Del pacto Roca - Runciman hasta Argenchina (radiografías de un colonialismo a la carta)

Algunas reflexiones sobre los populismos, los nuevos (viejos) acuerdos comerciales y los nombres patrios, por Matías Edgardo Pascualotto, Master en Historia de las Ideas Políticas Argentinas.

Matías Pascualotto

Cuando, a raíz de los acuerdo comerciales llevados a cabo entre Argentina y Gran Bretaña en 1932 durante la presidencia de Justo, se instrumenta el conocido como pacto Roca- Runciman (en referencia a sus firmantes: el vicepresidente argentino Julio Argentino Roca hijo y el encargado de negocios británicos, Walter Runciman), toda una cosmovisión fue expuesta en la poco feliz pero no por ello menos elocuente frase, pronunciada por el mismísimo Roca con motivo del agasajo ofrecido por la delegación argentina en Londres al príncipe de Gales, en Dorchester House.


La negociación, en grandes líneas, fijaba una pliego de exportaciones de carne con Gran Bretaña en condiciones excepcionales, cediendo en el valor de los productos a exportar, que fijaban planchadas tasas respecto a las exportaciones con otros países y particulares diferendos para sus frigoríficos, todo acompañado, como frutilla del postre británico, de exención impositiva en la importación para el carbón y otras mercaderías de procedencia de dicha isla a nuestro país.

Así, se pretendía con manotazo de ahogado evitar una debacle económica en medio de las medidas que Gran Bretaña tomaba para proteger el mercado de abastecimiento carnes con sus colonias, traía en sí mismo aparejada toda una probanza de la pala de timón que hacía décadas tomaba como rumbo nuestra nación, y que, como un soñado edén hasta la crisis económica con alcances mundiales de finales de la segunda década del siglo 20´, construyera el espejismo de la panacea denominada el granero del mundo.

En ocasión de la firma, Julio Argentino Roca (hijo), expresaría que:

"la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio británico"

Toda una declaración de relaciones carnales.

Las mismas que Arturo Jauretche denunciaría con ironía fina bajo su pluma inquietante en los archiconocidos Manuales de zonceras argentinas y su Medio pelo en la sociedad argentina algunos años después, y que formaría la bandera contra lo cipayesco y vendepatria levantada por las militancias anticolonialistas, nacionales y populares, y alimentaría la tinta de las rotativas de las prensas populistas, sin distinción de izquierdas y derechas, recordando la frase que señala que los hay de un lado o del otro, pero que todos son uno.

Y ahora, con ustedes, Argenchina

A raíz de los recuerdos históricos, resulta particularmente llamativa las palabras expresadas en los medios periodísticos de las pasadas jornada, en la cual se expresa, como una suerte de festejo de pretensos votos renovados entre la República Argentina y China, tras el intento de parte del Ministerio de Economía de nuestro país por lograr un salvataje a la debacle inflacionaria nacional, que debería sumarse el acuñamiento de un nuevo nombre patrio a los declamados por nuestra Constitución Nacional.

De ser ello así, tendríamos como proyecto, República Argentina, Nación Argentina, Provincias Unidas del Río de La Plata... y Argenchina.

O quizás, a la luz de dichos acuerdos, no deba sorprender tanto, si tenemos presente que estos parecerían sólo sumar obligaciones inmanejables a la cadena de dominós en caída ya existentes con otros organismos internacionales, lo cual ojalá así no sea. Como un viejo juego de pallana, cada vez más cargada e inmanejable en sus resultados por mano de los malabarismos, ya que de juegos y épocas pretéritas hablamos.

De la conformación de Argentina como parte integrante del imperio británico de Roca, a la potencial Argenchina actual, parece que nada ha variado. Como expresa la vieja cinematografía, y dan cuenta los hechos, parece cambiar todo, para, finalmente, nada cambiar. 

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