Dos crímenes que fascinaron al mundo

Las crónicas de crímenes aberrantes que conmocionaron a los lectores en el pasado. La historiadora Luciana Sabina trae a la memoria dos notables casos: el del "primer asesino mediático", Jack el Destripador y el de un cura que mató a su esposa e hija en Olavarría.

Luciana Sabina

Las historias sobre crímenes fueron las primeras en cautivar lectores y generar ganancias a los periódicos. Cualquier detalle morboso sumaba y era explotado hasta el límite. Oscar Wilde señaló al respecto "en el mundo de la prensa victoriana se demostraba el principio darwiniano de que solo sobrevive el más vulgar".


Momento icónico en este despertar amarillista fue el protagonizado por Jack el Destripador, asesino serial que mantuvo a Londres en pánico a fines del siglo XIX y cuya identidad aún se desconoce. Aunque los crímenes fueron reales el asesino "fue una creación cultural en cuya construcción tuvo que ver mucho, si no todo, la prensa. Hasta tal punto que existen sospechas fundadas de que no solo fueron periodistas quienes le bautizaron, sino que, en ocasiones, incluso se encargaron de mantener viva la historia", señala el historiador J.M. Bielsa-Gibaja.

El distrito londinense de Whitechapel fue el paisaje de sus crímenes. La madrugada del viernes 31 de agosto de 1888 fue hallada la primera víctima. Poseía cortes en la garganta y parte de su abdomen estaba desgarrado, una serie de heridas diseminadas por el resto del cuerpo completaban el cuadro atroz. Mary Ann Nichols era una mujer de 43 años, separada y con cinco hijos.

Las calles de Londres en tiempos de Jack el Destripador.

Pocos días habían transcurrido cuando se halló a Annie Chapman sin vida frente al patio trasero de una casa de inquilinato. Annie era viuda y dejó a dos hijos que terminarían en un circo.

Dieciséis días habían pasado de su entierro cuando los cuerpos de otras dos mujeres fueron encontrados: Elizabeth Stride y Catherine Eddowes. Ambas presentaron lesiones similares a las descriptas. Se conoce a esa noche como la del "doble evento". 

Mary Jane Kelly fue la última víctima de Jack el Destripador y, con 25 años, también la más joven. Había decidido retirarse del mundo de la prostitución por el temor a Jack. Cuando todo pareció volver a la normalidad retomó sus actividades. El cuerpo de esta irlandesa pelirroja y de ojos azules fue descubierto en su propia cama, totalmente destrozado. Las fotos de la policía dan muestra de una monstruosidad pocas veces vista.


Jack el Destripador en el periódico Illustrated Police. El primer asesino mediático.

El caso fue tan sensacional que trascendió fronteras y los diarios del mundo lo cubrieron con expectativas morbosas. Mendoza no fue la excepción. En octubre de 1888 leemos en la prensa local: "El audaz degollador de infelices mujeres, quienes recién muertas arranca las entrañas, sigue en tanto siendo inasible y continúa perpetrando en la sombra las mutilaciones honradas, según participa el telégrafo. Después del caso de la Chapman (la otra mujer asesinada), han ocurrido dos más".

El historiador argentino José María Rosa señala que poco después en nuestra provincia se detuvo a un inglés de apellido Edelman. Aunque este hombre estafaba a los ciudadanos -vendiendo en las plazas de la ciudad supuestas pócimas para combatir enfermedades venéreas-, el motivo de su detención fue otro: se lo acusó de ser Jack el Destripador. Pronto se demostró que era una falsa alarma y el hombre fue liberado. 

El cura asesino

Y mientras en Londres Jack ocupaba las portadas, en Argentina un sacerdote homicida mantuvo en vilo al país. Se trataba de Pedro Castro Rodríguez, cura español de 44 años. Llegado a Buenos Aires en la década de 1870 dejó la Iglesia católica y se casó con Rufina Padín y Chiclano.

La mala situación económica era insostenible y Castro decidió volver al sacerdocio. Lo llamativo es que no abandonó a Rufina. Fue trasladado a Azul donde siguieron haciendo vida marital, al punto de que el 24 de julio de 1878 llegó al mundo Petrona María Castro. Hija de ambos que llevaría el apellido de su padre.

La situación se volvió difícil de disimular, por lo que Castro las envió a la Capital. Cada tanto viajaba a visitarlas y les enviaba dinero mensualmente.
En 1880 Castro fue ascendido y se convirtió en el cura párroco de Olavarría. Ocho años más tarde su esposa e hija llegaron al pueblo. Pedro las alojó junto a él y esa misma noche -5 de junio de 1888- las asesinó.

Después de cenar embebió una miga de pan en veneno y obligó a su mujer a consumirla. Estando los tres en la habitación, a punto de dormir, el veneno comenzó a hacer efecto y los alaridos de Rufina lo complicaron todo. Así que terminó matándola a martillazos.

Todo sucedió delante de la pequeña Petrona a quién su padre envenenó y abrazó contra su pecho hasta que murió.

La reconstrucción de los hechos que hizo la revista "El Mosquito".

Para sepultarlas falsificó documentos y consiguió un ataúd grande diciendo que se trataba de una mujer muy obesa. Colocó ambos cadáveres en el féretro pero al arrastrar a Rufina dejó rastros de sangre, advertidos al día siguiente por el sacristán que lo delató a las autoridades.

"¡Espantoso debía ser ver a aquel monstruo arreglando a sus víctimas en el cajón! -leemos en El Mosquito, que cubrió la noticia en sus páginas- ¡El miserable tuvo que sentarse sobre la tapa para hacer fuerza y poder hacer penetrar los tornillos! ¡Una vela alumbraba la horrorosa escena!"

Castro terminó en la cárcel de Sierra Chica, pero durante meses y años siguió siendo tema en la prensa nacional. 

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