Historia de la Bibliotecología

"No hay dudas que Asurbanipal y Alejandro fueron los primeros prohombres a de la cultura al convertirse en verdaderos cancerberos del conocimiento estructurado y duradero", nos advierte Eduardo Da Via en un nuevo y fascinante artículo.

Eduardo Da Viá

Después de leer con gran placer el artículo de la Magíster Fabiana Mastrángelo publicado en este mismo medio del día 14 de agosto, y en el que hace referencia a una faceta poco conocida del General San Martín, cual fue la de su pasión por los libros, lo que lo llevó a fundar bibliotecas como ocurriera en Mendoza, en Santiago de Chile y en Lima, Perú, me propuse simplemente a modo de colaboración, completar el tema con un repaso de la Historia de las Bibliotecas, tema que me apasionó desde mi juventud.

Hablar de Bibliotecas es obviamente hablar de libros y nada mejor para empezar aclarando que la palabra "LIBRO" proviene de "LIBER," vocablo con que los romanos designaban la parte interior de la corteza de los árboles, que usaban para escribir. Con ligeras variantes, este término se repite en todas las lenguas romances modernas (livre en francés, livro en portugués, libro en italiano, llibru en asturiano, entre otras).

Por otra parte, la palabra "BIBLION", libro, proviene originalmente del diminutivo de bíblos y éste de Býblos (hoy Jubahyl), puerto fenicio en el Líbano, desde el cual se exportaba a Grecia el papiro egipcio.

Hay quienes sostienen que en realidad lo que ocurrió fue exactamente lo contrario, es decir la ciudad tomó el nombre de la palabra Býblos con la que los griegos denominaban al papiro.

Pero hablar de libros nos lleva indefectiblemente a referirnos a la escritura, su origen y antigüedad.

Hay bastante coincidencia al respecto acerca de Sumeria y 3000 años a.C

Inicialmente el soporte para la escritura no fue el papel, como tampoco lo fue para escribir el carbón o la tinta, lo fueron las tablillas de arcilla aun fresca sobre la que mediante un instrumento hecho de un tallo vegetal biselado llamado cálamo.

El término cuneiforme proviene del latín cuneus ('cuña') por la forma de las incisiones, aunque un antiguo poema sumerio las denomina gag.

Durante el período acadio comenzaron también a usarse el metal y la piedra.

El motivo principal de estas inscripciones no era cultural sino contable, en efecto, las potencias económicas de la época, aproximadamente 3 a 4000 años a.C, dado el volumen de las transacciones comerciales obligaron a llevar registro perdurable de las mismas en vez de la mera memoria de los involucrados.

Llegó un momento en que el volumen de las tablillas obligó a destinar un edificio especial para guardarlas, custodiarlas, restaurarlas y clasificarlas.

Así pues nació la biblioteca, siendo la primera de que se tiene registro, al menos para los historiadores europeos la de Sumeria en una de sus ciudades más importantes, Nínive, ubicada geográficamente dentro de la actual Mosul (Irak). En ella, el rey Sargón II (765 a.C-705 a.C) inició, en el 721 a.C, la construcción de una gran biblioteca, la primera del mundo y precursora de la biblioteca de Alejandría.

Sin embargo, fue su sucesor, el rey Asurbanipal (668 a.C-627 a.C), el que culminó de impulsó aquel faraónico proyecto. Este monarca fue uno de los pocos soberanos de la antigüedad que sabían leer y escribir, de lo cual se enorgullecía. Su pasión por las escrituras y la lectura lo llevó al parecer a ampliar la gama de anotaciones, más allá de lo estrictamente contable, sino a registrar también hechos de la vida diaria o de la historia hasta ahora verbalmente transmitida.

En realidad hubo varias bibliotecas, al menos existía una en palacio y otra en el templo de Nabu, el dios escriba de la mitología asiria.

Se estima que la biblioteca de palacio cobijaba entre mil y mil doscientas obras diferentes, agrupadas en 22.000 tablillas. Entre ellas se encontraba, por ejemplo, el horóscopo más antiguo de la historia, que data del 1114 a.C.

La mayoría de los conocimientos que tenemos de la medicina babilónica proceden de unas ochocientas tablillas con escritura cuneiforme. En ellas se entremezclan aspectos médicos con religión exorcismos, plegarias o encantamientos.

La entrada a la biblioteca estaba reservada para el monarca y sus ministros y, si algún escriba deseaba realizar alguna consulta, debía ser acompañado en todo momento por un oficial, para evitar robos o destrucciones.

La gran aportación de esta biblioteca fue el "colofón". Permitía identificar una obra, su catalogación, localización y número de tablillas que la integraban. Esta información se colocaba al final y disponía de un título.

En definitiva, Nínive albergó la primera biblioteca de la Historia al frente de la cual estuvo un bibliotecario-monarca, que clasificó de forma sistemática todo el conocimiento disponible en aquella época.

Habría que esperar tres siglos para que surgiera la que sería la biblioteca más grande del mundo, la de Alejandría, fundada en el siglo III a.C por iniciativa de Alejandro Magno.

No hay dudas que ambos personajes, Asurbanipal y Alejandro fueron los primeros prohombres a de la cultura al convertirse en verdaderos cancerberos del conocimiento estructurado y duradero.

Lamentablemente ambos templos del saber fueron destruidos y su contenido vandalizado por el odio descontrolado de otras civilizaciones que solo creían en la fuerza como el arma más poderosa sin advertir que era precisamente el conocimiento que se encargaban de destruir, el que hace de un pueblo una potencia.

Con el correr de la historia se crearon muchas bibliotecas, algunas doblemente ricas, por la cantidad de información y por el arte con que fueron construidos los edificios.

También con el tiempo fueron descubiertas ruinas anteriores incluso a los asirios, tal como el Archivo de Hattusa Bogazköy (Turquía), 1900-1190 a. C.

Descubiertas sus ruinas en 1906, contiene la mayor colección conocida de textos hititas, con cerca de treinta mil tabletas con inscripciones en cuneiforme y clasificadas con un sistema admirablemente preciso.

Pero tal como lo expreso en el subtítulo, es mi intención rendir homenaje a individuos responsables de la creación de magníficas bibliotecas, tal el caso de la biblioteca del Peabody Institute en la ciudad estadounidense de Baltimore en los Estados Unidos. Un verdadero paraíso literario que fue hecho por el filántropo George Peabody como un obsequio a los habitantes de la ciudad para agradecerles por su amabilidad y hospitalidad.

La biblioteca abrió sus puertas en 1878 y fue diseñada por el arquitecto Edmund G. Lind. Cuenta con una planta baja y cinco pisos superiores decorados con balcones de hierro forjado que dan al atrio principal una profundidad de casi 20 metros de altura. El arquitecto quería que las seis plantas del edificio pudieran bañarse de luz natural, por lo que diseñó un enorme tragaluz que permite que durante el día ilumina casi todo el edificio. Su altura e iluminación le han ganado el apelativo de "la catedral de los libros".

Hoy en día, el edificio alberga 300 mil volúmenes que abarcan temas desde el Renacimiento hasta el siglo XIX. Sus fuertes son arquitectura, arte, geografía, historia y literatura tanto de los Estados Unidos como de Inglaterra. Asimismo también contiene una buena colección de títulos sobre la historia de la ciencia, viajes, exploraciones y lenguas romances.

George Peabody: está considerado el padre de la filantropía moderna.

En nuestro país se registran dos fechas históricas en relación al tema:

LA BIBLIOTECA NACIONAL, creada por Mariano Moreno el 13 de septiembre de 1810, atesora y resguarda, a través de las más modernas técnicas bibliotecológicas, los materiales con los que se han forjado las distintas ideas y épocas del país. En sus colecciones, compuestas por cuantiosos documentos, manuscritos, libros, revistas, periódicos, fotografías, mapas, grabados, audiovisuales y partituras, persiste una cultura viva que espera ser redescubierta por la mirada de sus lectores e investigadores, reconociendo los tonos de un país heterogéneo y los puntos de vista de un pasado que no cesa de producir preguntas y proyectar imágenes sobre el presente.

La biblioteca popular más antigua de Argentina y Sudamérica, es la Biblioteca Franklin, una institución que pone al servicio del público en general una importante cantidad de material bibliográfico y otros documentos, por ello es de tipo popular. Fue fundada el 17 de junio de 1866, bajo iniciativa de Domingo Faustino Sarmiento, la misma se ubica sobre la calle Laprida 63 (este), Ciudad de San Juan, Argentina

Obras pues de este insigne hombre de las letras, que, llegado a la presidencia de la Nación fundó una escuela por día, en total cerca de dos mil, en todos los ámbitos del país.

En resumen: las bibliotecas nacieron para albergar información, es decir conocimiento, en forma relativamente segura y además persistente e invariable a través del tiempo.

Algunas fueron obra personal de verdaderos prohombres de la cultura como Sargón, Asurbanipal, Peabody, Moreno, San Martín y Sarmiento; las otras fueron decisiones gubernamentales de gobiernos preocupados por el flagelo del analfabetismo.

La transmisión oral que las precedió adolecía del grave defecto de la variación del relato según los tiempos y el relator; así pues la famosísima obra de Homero, o sea la Ilíada y la Odisea que constan de 15 693 versos, eran relatados por el aedo de memoria, dado que no existía versión escrita y por si fuera poco pareciera que Homero era ciego.

Resulta inadmisible que el bardo pudiera repetir tamaña cantidad de versos sin ninguna variante en cada una de sus presentaciones.

Hay quienes sostienen que ya la primera versión escrita, siglo VIII a.C difería sustancialmente la última oral conocida.

No puedo dejar de mencionar el triste e inconcebible hecho de las destrucciones y prohibiciones de libros, que existieron y existen por doquier, pero será tema de otro escrito.

PD: Es mi experiencia y seguramente la de muchos más, que la donación de grandes cantidades de libros luego del fallecimiento de un anciano gran lector, por parte de sus deudos y con la mejor buena voluntad, no son útiles, no hay lugar su suficiente y se trata por lo general de viejos textos, a veces dañados, que carecen de interés. Mi consejo es convocar a los posibles receptores de la donación para que ellos hagan la elección de los ejemplares que con mayor probabilidad pueden ser leídos por los destinatarios.








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